sábado, 4 de mayo de 2019

HISTORIAS DE VIDA QUE MERECEN SER LEIDAS

"EL LOCO" O "EL PELADO" ADRIAN BIANCHI

“SOY ESCRIBIDOR de libros, porque definirme como escritor es muy fuerte. Me apasiona escribir, en especial poesía y cuentos de fútbol. Publiqué mi único libro, que se llama Una nueva oportunidad, hace dos años”.




Si la memoria no desnuda fragilidad, el contraste impactará después de asociar al protagonista con su propia definición. Adrián Bianchi, pelado al ras por elección, ya no es el wing derecho de pelo largo y medias bajas que desacomodaba defensas durante la segunda mitad de los 80 y la primera de los 90. El Loco, que se retiró cuando se extinguía 1996, cruzó la frontera de los imposibles y activó una faceta que conservaba en modo subterráneo. O mejor dicho: que ni siquiera sabía que podía desarrollar. Si bien la transformación de ex futbolista a escribidor –tal como se reconoce– tardó 15 años en plasmarse, admite que había un “no sé qué” en su esencia que lo conducía hacia ese rumbo. 



“Me crié con una pelota entre los pies, y con una guitarra y un libro entre los brazos. Esa parte artística siempre la tuve adentro y afloró tiempo después de haber dejado el fútbol –argumenta–. De todas maneras, me gustaba escribir cuentos desde pibe, esos que te llevan a imaginar, volar y pensar”. 




-¿Eras de llevar un libro a la concentración en tu época de futbolista?
-Sí, recuerdo que había un jugador que venía con libros de Jorge Luis Borges y Julio Cortázar, cuando estábamos en las inferiores de Vélez. Pero eso no era aceptado por los chicos del plantel, que a veces son crueles. Sin embargo, mi caso no fue así. Me llevaba libros y hasta escuchaba música diferente para el oído común, como algo clásico o blues. Y alguno se enganchaba. El Cabezón Meza, por ejemplo, me pedía que le grabara música clásica de Bach o de Paganini, porque lo tranquilizaba. Era una buena forma de afrontar un partido. 





-Entonces, ¿nunca te molestaron?
-No, por mi personalidad y mi manera de ser. Siempre integré el grupo que lideraba en los planteles. Igual, trataba de que no les tomen el pelo a otros compañeros. Había que armonizar, que es la única manera de lograr el éxito en un equipo. 





Bianchi se acerca a desempolvar sus años como jugador y la sonrisa le surge inevitablemente. “Arrancaba pegado a la raya; era un wing veloz, habilidoso y encarador –rememora–. ¿Qué extraño? El vestuario y el olor a pasto mojado de una cancha. Si lo huelo, todavía me emociono”. 




La ronda de mates transcurre en su casa en Ramos Mejía, mientras promedia la soleada tarde de invierno. Adrián ceba a pedido: amargo o dulce. No obstante, apoya la pava en la mesa y se relaja en el sillón. Su rostro de felicidad se mantiene. El valor por leer seguido fluye en la continuidad de la conversación. “Un libro quizá no te cambie la vida, porque la vida la cambia uno. Pero te hará ver un montón de cosas. A partir de ahí, se encontrarán herramientas que conducirán a la superación personal”, resume. 





EL FUTBOL le dejó marcas en su corazón, para bien y para mal. De aquella alegría casi de un nene, cuando el holograma del wing derecho aparece en su mente, al desencanto del día después. Bianchi, en consecuencia, es uno de los cientos o miles que padecieron el hecho de ya no ser. Pese a sus inquietudes por cristalizar sus ideas en página, su pluma no se forjó en función del deseo, sino también por la necesidad de reciclarse. 





“Me costó muchísimo reponerme. Caí en una enorme confusión cuando abandoné el fútbol. ‘No soy nadie, no soy nada’, pensaba. No encontraba mi lugar. Tenía sensaciones negativas y no sabía para dónde salir. Pero los libros aparecieron y me hicieron ver la vida de otra manera. Y eso mismo intento transmitir desde la escritura”, se entusiasma. 




-¡El clic para ser escribidor fue ese, entonces!
-Sí, porque estaba perdido. Pensaba que no servía para otra cosa que no fuera jugar al fútbol. Cometí uno de los peores errores al creer que iba a dedicarle mi vida al fútbol. Las sensaciones de frustración, desesperación, tristeza y angustia fueron las que afloraron. Jugaba a la pelota desde los 9 años y me encontré con una realidad diferente pasados los 30. “¿Qué hago?”, me preguntaba. Y no tenía ninguna profesión. Por eso, les aconsejo a los pibes que estudien o se preparen, para lo que sea: mecánico, chef… Porque después te encontrás vacío. Yo encima no estaba capacitado para hacer nada importante, más allá de abrir un negocio. ¿Y si te va mal? ¿Cómo seguís?





-Y vos, ¿cómo seguiste?
-Escribía y no editaba nada. Luego, realicé el curso de técnico y expuse sobre táctica y estrategia. Justo me vio Juan Manuel Guerra, el Viejo Guerra, al que le gustó mi charla. Por eso, me ofreció ser su ayudante de campo tras asumir en algún club. Trabajé con él en Morón, en 1999, sólo estuve un año y después volví a escribir. Entonces, comencé a editar el material tiempo después y publiqué mi libro en 2011. 






-¿De qué se trata Una nueva oportunidad? 
-Es de superación personal. Cuento mi vida en el fútbol y cómo, de tan poco, se puede llegar a tanto. Pasé una infancia muy humilde, sin hambre ni frío, pero humilde al fin. Entonces, alcancé algo importante al venir desde tan abajo y después caí en un pozo profundo al perder todo: mi casa, mi auto, mi negocio y mi dinero. Fue bravo: hasta casi pierdo a mi familia.






-¿Por qué se te generó eso?
-No estaba preparado para dejar el fútbol. No sabía qué hacer de mi vida. Cuando abandoné la actividad, sentí como si me estuviera muriendo de a poco. Entonces, me hice un plan de autoayuda para salir. Detecté qué cosas me causaban daño y veía cómo podía vencerlas. Y escribí ocho principios que tenía que llevar adelante para cambiar mi vida. 





-¿Cuál fue el primero?
-“Hoy comienzo a vivir nuevamente feliz”, titulé. ¿Por qué? Fuimos creados para ser felices y todo está en nosotros. Segundo principio: “Despertaré cada mañana con alegría”. Yo, en cambio, amanecía triste. Luego, desarrollé los restantes. 






ADRIAN CEBA otra vez. Más sereno que cuando envolvía rivales, se muestra reflexivo a los 49 años. Se considera un “hombre nuevo” tras concretar el cambio interior, aquel mimo que precisaba su alma. El renacimiento se había concretado con su libro y el circulo terminó de completarse en mayo de 2012 cuando estrenó su programa de radio, De poetas y locos, que sale al aire los martes de 21 a 23 por la radio de la Universidad Abierta Interamericana, y que se puede escuchar por www.conexionabierta.com.ar. 





“Me interesa ayudar, en especial a la gente que la pasa mal. El programa llega ante la necesidad. Entiendo que un plato de comida y una frazada son importantes, pero un libro también lo es –sostiene–. La educación hará que los pibes puedan pensar para elegir a los gobernantes. Así no serán esclavos de políticas que conducen hacia la pobreza, la destrucción y una muy mala calidad de vida. Entonces, decidí aportar desde un programa de radio al que vienen actores y actrices, poetas, escritores y artistas; donde leemos cuentos y poemas, entre otras cuestiones”.





-Tenés un segmento que se llama “Un niño, un libro”. ¿Por qué surgió eso?
-Es una campaña para que cada pibe lea un libro en papel. Armo bibliotecas con las donaciones de libros que recibo y las llevo a escuelas de bajos recursos. Me encontré que me piden, además, de comedores infantiles y hogares. El problema no es que los chicos no leen en las escuelas, sino que no leen en sus casas. Los padres no se sientan a leer con ellos, no les dan tiempo para eso. Entonces, chicos de 15 o 16 años quieren leer cuentos infantiles porque nunca los leyeron. Insisto: la educación es fundamental, ya que por medio de ella se asciende a la libertad, y de la ignorancia se desciende a la servidumbre. 





-¿Cuánto tenés de poeta y de loco, al margen de tu apodo?
-Soy un 50% de cada uno. El poeta se manifiesta a través de la escritura. Generalmente descargo mis ideas al despertarme en el medio de la noche. En cambio, escribí buena parte de mi libro mientras manejaba. O sea: se me ocurría algo, frenaba y escribía. Y cuando me refiero al loco, hablo del soñador, del tipo que tiene utopías, que cree que el mundo va a mejorar y que entre todos construiremos ese mundo mejor. Aunque, a veces, cuando voy a hacer donaciones a barrios perdidos acá nomás, en Capital Federal, tengo la sensación de que no voy a poder cambiar nada. 






-¿Te frustrás ahí? 
-No, ni siquiera. Los gobernantes del mundo hacen muy poco para mejorar la calidad de vida de las personas. Podrían esforzarse para ayudar a los más necesitados, porque tienen la posibilidad. Pero no pasa nada.






-Si trasladamos la problemática de la educación al fútbol, ¿cómo se motiva al futbolista, en especial al de inferiores, para que termine la secundaria al menos?
-Es un problema cultural, de educación. Ni al dirigente ni al hincha les interesa que el jugador estudie. Todos quieren que rinda en la cancha.






-¿Pero al jugador le interesa?
-No lo sé. Trabajé hasta hace poco en San Miguel como ayudante de campo de Hugo Parrado en la Primera, y subimos a dos pibes que habían dejado el colegio. Y les exigimos que lo retomaran. Si no estudiaban, no jugaban. El fútbol es un gran negocio y al jugador le importa ganar dinero. Igual, cuidado: hay que saber administrarlo. 






-¿Qué enseñanza te dejó todo esto?
-Estoy en esta vida. Alguna vez escribí: “Tengo un tiempo asignado, no sé cuánto más, sólo sé que daré de mí lo mejor en favor de los demás”.





SOÑADOR INCANSABLE, desea terminar su segundo libro, en este caso sobre cuentos de fútbol, para fin de año. Pretende llevar sus cuentos al teatro, idea que ya tomó forma. Alimenta su blog (www.adrianbianchi.blogspot.com.ar) con dedicación. Se jacta de ser un “creativo” que desconoce los límites. Como su amor por el fútbol no se murió –quiere dirigir–, Adrián Bianchi todavía corre la cancha, aunque desde otro costado. Por eso, no puede desprenderse: juega con las palabras.







EL FUTBOLISTA
PADRE DE TRES hijos (Adrián, Nano y Melody), casado con Nancy, se inició en Vélez, club en el que Juan Carlos Lorenzo lo subió a entrenarse con la Primera en 1983. Como tuvo que realizar el servicio militar durante ese año, debutó bajo la dirección técnica de Alfio Basile recién en 1984. En el Fortín, jugó 90 partidos y clavó 19 goles. Pasó a Ferro a mediados de 1989, tiempo en el que Oeste priorizaba a sus jugadores de inferiores y contrataba a cuentagotas a futbolistas de otros clubes, y estuvo hasta 1992. En ese período, anotó 9 tantos en 78 encuentros. Sin embargo, su rendimiento no fue un impedimento para que se quedara en el club, sino su pelo. Como no se lo quiso cortar en tiempo y forma, Carlos Timoteo Griguol (entrenador que consiguió los únicos dos títulos de Primera que ganaron los de Caballito en su historia) lo borró. Su carrera continuó en Platense en la temporada 1992/93. Ahí metió tres goles en 14 partidos. Su recorrido siguió por el exterior en Mineros de Guayana (Venezuela) y Deportes Concepción (Chile). Regresó al país para ponerse la camiseta de Deportivo Laferrere, en el ascenso, y partió hacia tierras uruguayas para defender los colores de Rampla Juniors, donde se retiró a fines de 1996.




Por Darío Gurevich. Fotos: Emiliano Lasalvia


FUENTE: EL GRAFICO AÑO 2013

No hay comentarios:

Publicar un comentario

"HISTORIAS QUE VALEN LA PENA CONOCER"

LA HISTORIA DE LOS HERMANOS BONETI FUENTE: "KODRO MAGAZINE" Ivano y Dario Bonetti fueron los únicos hermanos de la mítica plantill...