martes, 25 de agosto de 2020

CUANDO CONQUISTO LA CIMA

LA HORA MÁS GLORIOSA DE PEDRO DECIMA 

Faltaban alrededor de 30 segundos para que terminara el 4º round, y la derecha del retador Pedro Décima se clavó contra el pómulo de Paul Banke, quien cayó por tercera vez en ese asalto y perdió así de manera automática. Fue un 5 de noviembre de 1990: hace 20 años, un boxeador de Del Viso se ponía el cinturón y llegaba a lo más alto.



Pedro Rubén Décima nació en 1964 en Benjamín Aráoz, Tucumán, pero es vecino de Del Viso desde hace más de 35 años. Su padre, un fanático del boxeo, prometió hacer todo lo posible para que su primer hijo fuese pugilista y cumplió, llevando a Pedrito a un gimnasio para tirar sus primeros golpes. “Yo siempre fui muy tranquilo, nunca un peleador”, dice ahora Décima.

“Empecé a los 16 años en la Federación y gané el Campeonato Aptitud, el de Novicios y el Argentino de Novicios, tres títulos seguidos en un año”. Convertido en una promesa, participó de los Juegos Olímpicos Los Ángeles 1984, llegando hasta cuartos de final. Precisamente, Estados Unidos sería un lugar muy especial en su carrera: entre 1987 y 1989 registró victorias que lo posicionaron.

“Vivía en Las Vegas –recuerda-, en la casa de mi entrenador, Miguel Díaz, que para mí era como un padre. Estando en la Argentina no tenía rivales, entonces ‘Tito’ Lectoure me mandó para EEUU, porque acá no me quería pelear nadie”.

“La oportunidad de pelear por el título mundial ya se venía hablando, pero me esquivaban. Hasta que salió la chance contra Paul Banke”, recuerda Décima, definiendo a su oponente como “un guerrero que iba al frente y tiraba. Era un noqueador”. Y agrega: “Yo siempre estuve bien entrenado, pero un mes antes me fui a EEUU y seguí la preparación allá. Mentalmente estaba tranquilo”.

La pelea se realizó en Inglewood, California, donde Banke era totalmente local. Sin embargo, el argentino no se amilanó en ningún momento, tomando las riendas del combate desde un principio. “Lo boxeé bien y sintió mi mano ya en el primer round. Ahí me di cuenta que lo tenía, ya sabía que iba a ganar porque me sentía fuerte”.

Décima comenta que “de entrada empecé bien, con izquierda y derecha, tenía todo controlado desde el principio. Yo sabía que iba ganando, hasta que se definió en el 4º, cuando lo tiré tres veces. Fue una alegría tremenda para mí y para todos los que estaban conmigo. Mi familia la siguió desde Argentina, por televisión”.

En ese entonces, Pedro ya estaba casado con Miriam, mientras que su primer hijo (Miguel) tenía pocos meses de vida. Con los años llegaron Marisol, Camila y los mellizos Julián y Rosario. De vuelta en el país, la gente lo acompañó desde que llegó al aeropuerto de Ezeiza hasta Del Viso. “Llegué de día y durante toda la tarde la localidad festejó”, recuerda, afirmando que “salir campeón no me cambió para nada mi manera de ser –asegura-, soy una persona muy corta para hablar. No soy el típico boxeador bocón, se habla arriba del ring. No me gusta lo otro, siempre fui controlado. Lo mismo con el entrenamiento”.

El reinado de Pedro Décima duró apenas tres meses, ya que en febrero de 1991 resignó el título del CMB ante el japonés Kiyoshi Hatanaka, en Tokio. “Me hubiese convenido, como primera defensa, pelear de local contra alguien accesible, pero no tuve suerte”, afirma.

La pelea fue tremenda. Tanto que El Gráfico tituló “Fue sangrienta y terrible”. El boxeador tiene una teoría sobre lo que sucedió: “En Japón no pude dar bien con el peso, si no, no me ganaba. Hace un tiempo, Miguel Díaz vino al país y me dijo ‘la culpa la tuve yo’. Si hubiese estado bien físicamente no me ganaba. Si lo corté todo, lo tiré en el primer round... Pero fue más fuerte y me ganó, por nocaut técnico”. El campeón había muerto de pie.

El último tren para volver a pelear por el título pasó por Las Vegas, en 1992, ante Rudy Zavala. Con 44º de temperatura, Décima cayó por nocaut técnico en el 6º, luego de complicarse por un cabezazo artero del rival que le produjo un corte que no paró de sangrar. Al año siguiente disputó otras tres peleas en Argentina, la última de ellas el 23 de octubre, ganando por nocaut ante el brasileño Almir Fernandes de Oliveira. Luego de esa pelea, Décima colgó los guantes. Tenía 29 años.

“Luego de retirarme empecé a trabajar en la Ford, y ahí sigo. Además, hace un año y medio el Municipio me puso al frente de la Escuela de Boxeo, en Presidente Derqui”. Allí se entrenan desde chicos de 10 años hasta adultos de más de 40, incluyendo mujeres. “Es un buen ejercicio –asegura-, se saca a los chicos de la calle, se les dice que sean buenos, que no peleen, que se descarguen pegándole a la bolsa todo lo que quieran”.

Sobre el temprano retiro, expresa: “Cuando no peleás y tenés chicos para mantener, no queda otra... No podía sentarme a esperar varios meses por una chance. Me iba todos los días en colectivo a entrenar al Luna Park, y era un gasto. Siempre me costó conseguir peleas, ahora veo que cualquiera consigue una chance con muy pocos combates”.

Además, se lamenta porque “no hice diferencia económica, gané todo pero no pude ganar plata. No tengo como para estar bien. Es muy mal pago el boxeo, el jugador de fútbol cobra fortunas, pero el boxeador pelea, le pagan poco y después está como cinco meces sin pelear. Y algunos hasta quedan mal por las trompadas que reciben, yo tengo compañeros de mi época que no pueden ni hablar...”.

Pasaron 20 años del día más glorioso para Pedro Décima. Hoy, sus compañeros de la Ford lo agasajarán con un asado. Además, a cada pibe que entre al gimnasio le seguirán diciendo: “Ese que está ahí, de bigotes, salió campeón del mundo”.

La posibilidad de entrenar y pelear en los Estados Unidos le dio a Pedro Décima la chance de estar cerca de sus ídolos, monstruos del boxeo de todas las épocas.

“Me crucé con Tommy Hearns, Sugar Ray Leonard y ‘Mano de Piedra’ Durán, entre otros. Además, a Mike Tyson lo conocí en el ’90, entrenando en el mismo gimnasio de EE.UU: lo ví hacer guantes y era increíble, pero si te dedicas a la bebida, la droga, la joda, terminás como terminó él”.

por Alejandro Lafourcade

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sábado, 15 de agosto de 2020

EL PRIMER GRANDE EN DESCENDER

UN 15 DE AGOSTO DE 1981 PERDÍA LA CATEGORÍA SAN LORENZO DE ALMAGRO

La popular que da sobre la avenida Avellaneda está colmada de agitación, nervios y desesperanza. El sol brilla a pleno en la tarde de sábado en Caballito. Miles de almas sufren, otras lloran, algunas pocas maldicen la fortuna. El sábado 15 de agosto de 1981 tiene dos hitos inolvidables en la historia del fútbol argentino: la desazón que se vive en el estadio de Ferro contrasta con la alegría que, lejos de allí, se vive con la consagración del fabuloso equipo de Boca, de Diego Maradona y de Miguel Brindisi. Dicen que la historia la escriben los que ganan. 




Pues San Lorenzo, aquella gris jornada en la memoria de los hinchas azulgranas, escribió la suya desde la caída y el ocaso; ese día, el club de Boedo se convirtió en el primer equipo grande que descendió a la segunda categoría del fútbol argentino en 50 años de profesionalismo. Una historia que, desde 1931, estuvo siempre cargada de suspicacias y acuerdos tácitos en beneficio de los equipos más populares; un mito que sostenía que un grande nunca iba a jugar en la B. 


Es la última fecha del torneo Metropolitano de ese año. San Lorenzo, conducido por Juan Carlos Lorenzo, se enfrenta con Argentinos, al que le lleva un punto de ventaja. La igualdad sería la salvación para el conjunto azulgrana. La sensación es que sólo un desastre determinaría el descenso de San Lorenzo. Y el comienzo del encuentro pareció darle la razón al imaginario futbolero. A los 17 minutos de la primera etapa, el árbitro Carlos Espósito señala penal en favor del conjunto de Lorenzo. 



Emilio Delgado se para frente a la pelota y cruza la mirada con el arquero uruguayo Mario Alles; piensa en el partido que los enfrentó por la primera rueda, cuando el delantero vulneró, también desde los doce pasos, al uruguayo, en el empate 1 a 1. Ahora sólo tiene que repetir, aunque la responsabilidad sea mayor. Pero no; Alles le contiene el penal. 




La igualdad, empero, todavía lo favorece. Sin embargo, cerca del final de esa etapa, Espósito marca otro penal, esta vez para el equipo de Paternal. Mendoza no adivina el remate de Carlos Salinas y Argentinos pasa al frente. Ya en el segundo período, San Lorenzo no puede torcer lo que parece ser un destino inexorable. Lo intenta todo, hasta cambiarse la camiseta original por la blanca suplente, con vivos rojos y azules, en busca de un amuleto que cambie los designios de la Providencia. 



No hay caso; gana Argentinos por 1 a 0. San Lorenzo, el primer grande que pierde la categoría. Un amargo privilegio al que, luego, se le sumaría Racing. Hay dolor en las tribunas. Hay lágrimas en algunos jugadores dentro de la cancha. Así lo demuestra el uruguayo Sergio Villar, símbolo de San Lorenzo, que jugó durante trece temporadas en el club y obtuvo cuatro títulos. 



"Aquello lo viví con mucha tristeza. Todos pensábamos que el equipo no se podía ir, pero estaba relacionado con no querer ver los errores que se habían cometido. El descenso era merecido por la actuación de San Lorenzo; si el año anterior ya nos habíamos salvado", recuerda, con la voz apagada por el sombrío recuerdo, el jugador que tiene más presencias (445 partidos oficiales) en el club. "Yo era un pibe en ese entonces, tenía 19 años -rememora Walter Perazzo-, y lo viví con mucha intensidad. Todo aquello fue el resultado de muchos años de hacer mal las cosas por parte de los dirigentes, de traer jugadores que no estaban a la altura del club.




" Aquella temporada, San Lorenzo se despidió de primera jugando el Nacional. Al año siguiente, el 6 de noviembre, llegaría esa suerte de refundación del club, que fue su paso por la B, con una campaña arrolladora que lo devolvió a la primera división. Sin embargo, aquel equipo no entró en la historia por su ascenso. Es que fue en 1981 cuando San Lorenzo marcó un hito desde la derrota y terminó con aquello de que los grandes no podían perder la categoría.


FUENTE: LA NACIÓN 

jueves, 13 de agosto de 2020

GLORIA Y TRAGEDIA DE KID PAMBELÉ

EL HOMBRE MÁS IMPORTANTE DE COLOMBIA 

Contaba el expresidente colombiano Belisario Betancur que, en cierta ocasión, se celebró una reunión de compatriotas en Madrid. Al hacer acto de presencia Gabriel García Márquez, alguien exclamó: “¡Acaba de llegar el hombre más importante de Colombia!”. El escritor movió la cabeza, simulando buscar a alguien en la sala. Después dijo: “¿Dónde está Pambelé?”.

¿Quién es Antonio Cervantes Reyes, alias Kid Pambelé? Es un excampeón mundial de boxeo -custodió siete años el título- que salió del infierno, tocó el cielo y no supo -o no pudo- mantener el vuelo. Una historia que es la de tantos otros que no tenían nada, lo lograron todo y regresaron a la casilla de salida con la penitencia añadida de haber probado el sabor, el respeto y los lujos que acompañan al éxito.
En El oro y la oscuridad (Aguilar), el periodista colombiano Alberto Salcedo Ramos ofrece una magnífica biografía del púgil. Levanta, a través de una historia personal, una historia universal. Aplicable al deporte y a la vida. Y lo hace con la técnica que cimenta las grandes crónicas: acudiendo a las fuentes, preguntando, volviendo a preguntar, con un ojo siempre dispuesto para los detalles, y la voluntad de guiar y acompañar al lector en la trayectoria vital y profesional de Pambelé.
La del boxeador colombiano es, también, la historia de tantos otros pioneros que levantan la autoestima de un país. “Antes de él éramos un país de perdedores. Nos consolábamos conjugando el verbo casitriunfar. Vivíamos todavía celebrando el empate con la Unión Soviética en el Mundial de fútbol del 62. Pambelé nos convenció de que sí se podía y nos enseñó para siempre lo que es pasar de las victorias morales a las victorias reales”, explica en el libro el periodista Juan Gossaín.
Pambelé se retiró en 1983. Tenía 38 años. Comenzó entonces una vida de excesos que lo llevaron por el camino del alcohol y las drogas, y también a dilapidar las ganancias obtenidas a lo largo de su carrera. Convertido en un personaje al que casi todo el mundo dice haber visto hace cinco minutos, vive anclado en sus años de gloria, a los que regresa mentalmente con una precisión milimétrica. Quizá sea esa la única forma que tienen los héroes de afrontar la tragedia que protagonizan.
FUENTE: EL PAÍS

domingo, 9 de agosto de 2020

EL DE LOS BOTINES BLANCOS

"LULU" SANABRIA UN PERSONAJE INOLVIDABLE 


No es por haber jugado en 17 equipos que Jorge Armando Sanabria se sienta y empieza a responder. Tampoco por haber sido goleador y menos aún por su llamativo sobrenombre, ese Lulú que se ganó por el pelo largo, los pantalones ajustados y los botines blancos allá por los 70.

Jorge Sanabria,  guarda una historia personal fascinante. Hoy la cuenta con gracia, pero hasta él admite que en algún momento lo aterrorizó.
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Actuó en Colombia, en Sudáfrica y en El Salvador. En Colombia, el presidente de su primer club (Unión Magdalena) estaba sospechado de ser un poderoso narcotraficante. En Sudáfrica jugó para un conjunto de zulúes. Era el único blanco en la peor época del apartheid. Y en El Salvador cayó en medio de una zona tomada por la guerrilla. Por las noches dormía debajo de la cama.
El lo cuenta mejor.
-Empecemos por Colombia.
-Fui en el 77. Ahí había un tipo que siempre llevaba un revólver encima. "Hola panita (es como decir amigo)", me decía. "Tú me ves todos los días con un revólver". Sí, le decía yo. "¿Sabes qué pasa, panita? Yo ahora salgo acá a la esquina y me encuentro con una familia y nos matamos a tiros". Claro, había familias rivales. Te estoy hablando del año ´77. Allá iban y te hacían pum en la cabeza por 100 dólares.
-Según el libro "Los amos del juego", por aquella época la dueña del Magdalena era la familia Dávila, sospechada por narcotráfico...
-Yo eso no lo sé, pero recuerdo que el presidente vivía en un cuarto piso. El resto del edificio estaba custodiado por unos grandotes armados hasta los dientes.
-¿No te provocaba miedo?
-Y... sí. Lo mismo cuando le pegué a un jugador que era amigo de un traficante. Fui a jugar contra el América, en Cali. De marcador central tenían a un tal Reyes. El tipo me decía te vuá matá, juep... Me pegó, me escupió, me insultó, hasta que en una jugada se cae y la pelota le queda acá (se señala el tórax). Yo vengo corriendo y le pego una patada con la que no lo maté de casualidad. Se me vinieron todos al humo. Después, en el vestuario, un compañero me dice:"Pero qué hiciste, le pegaste a un traficante. Ahora te van a mandar a los muchachos".
-¿Nunca te pasó nada?
-No, pero me preocupé. Yo después le expliqué al presidente que el negro me había matado a patadas todo el partido. Por las dudas...
-¿Sabías qué era el presidente?
-Te digo: yo soy un loco por las armas. Tiro desde chico. Una vez lo vi al presidente con una campera. Abajo le colgaba una Magnum impresionante. Le pregunte qué era eso. Me la mostró y me dijo: "¿La quieres? Si se clasifican para el octogonal te la regalo". No nos clasificamos, era imposible.
-Entonces, tenías una relación bastante cercana.
-Los presidentes de los clubes, con los extranjeros que andan bien, siempre tienen una relación especial. A mí hasta me consultaba a quién traer y a quién no.
-¿Alguna vez le preguntaste por su ocupación?
-No, pero hoy lo hablaría.
-¿Te asustaba el entorno?
-No, para mí era una aventura. En El Salvador sí tenía miedo. Tendrías que ver las cartas que le mandé a mi novia. Eran todas testamentos: dejale el coche a éste, la casa a aquel...
-¿Pensabas que te iban a matar?
-Sí, pensaba que me mataban en cualquier momento. Yo vivía a 280 kilómetros de la capital, en San Miguel. Para ir a la capital tenías que atravesar la selva por un camino de montaña, donde estaban escondidos los guerrilleros. ¿Sabés qué hacían?
-¿Qué?
-Paraban el ómnibus. "Colaboración para la causa...", te decían y te pedían guita. Eran del MLN. Nosotros teníamos un brasileño en el equipo. Y una vez se lo quisieron llevar. "Vos, brasileño, te venís con nosotros a la montaña". El tipo se puso a llorar, pero nada. "Te venís". Y nosotros, en aquel momento, teníamos al jugador que había hecho el único gol de El Salvador en el Mundial de España: Zapata. El habló con el guerrillero para que no se llevaran al brasileño. Y lo dejaron. A partir de ahí no se viajó más en ómnibus, sino en avión. Pero, ¿qué pasó?
-¿Qué?
-El avión era un Fiat 600 con alas. Y los guerrilleros se ponían en una montaña y lo bajaban. Entonces, llegaron a un acuerdo con la compañía. Todos los meses había que darles un dinero a los guerrilleros para que no les bajasen los aviones.
-¿Cómo lo tomaban tus compañeros?
-Algunos iban armados.
-¿Por protección o porque eran guerrilleros?
-Más por protección. Ahí, a las seis de la tarde, había toque de queda. Todo apagado. Y empezaban: ra-ta-ta-ta-ta. Yo me tiraba debajo de la cama.
-¿A vos nunca te quisieron llevar?
-No, si después de lo que pasó con Ferreira (el brasileño) yo no decía ni loco que era argentino. No sabés la tensión que te causa una situación de ese tipo. El miedo era real.
-Después fuiste a Sudáfrica.
-Sí, un tal Marcelo Houseman se hizo pasar por el hermano de René y se metió en el fútbol de Sudáfrica. Me llamó cuando yo estaba en Armenio y me ofreció ir para allá.
-Fuiste a un equipo de zulúes en la peor época del apartheid.
-Sí, (Nelson) Mandela estaba preso todavía. Yo voy a un equipo en el que eran todos negros. El fútbol allá, en general, era de los negros. Yo llego y, primero, la mirada..., cierto rechazo..., yo intentaba tocarlos y ellos se alejaban como si uno fuese un animal. Se corrían. Cuando me acercaba a un chiquito, él pensaba que le iba a pegar. ¿Te cuento una?
-Dale.
-Zutu, en zulú, es libertad. El líder de ellos, Yabo Paghatti, pasaba en su auto y los negros le gritaban "zutu". Y por un pedido de él, yo entraba en la cancha y me ponía así (se para y gesticula como si estuviera de frente a una tribuna) y gritaba: "Zutuuu". Y toda la gente de esa tribuna lo repetía. Después giraba y me ponía de frente a otra tribuna. Y otra vez: "Zutuuu". Y la gente lo repetía. Un argentino, blanco, en un país con un problema racial..., recién hoy tomo conciencia de lo que hice.
-¿Se palpaba el apartheid?
-Sí, claro. Los negros no podían estar en el hall de mi edificio. No los dejaban. Un día fui a un boliche y no me dejaron entrar porque era para negros. Y que no te encuentren con una negra...
-¿Cómo era la relación entre negros y blancos en el fútbol?
-No se hablaban.
-¿Cuánta era la influencia de Yabo Paghatti?
-Total. El no era el dueño del equipo, sino el líder de la raza. Pero igual dominaba todo. Tenía un medallón de oro colgando del cuello. Yo le dije que en un próximo contrato quería el medallón. Y todo iba bien hasta que pasó lo de este muchacho Houseman. Yo lo llamé y le dije que me debía una plata. Es un bandido. El me prometió que me la iba a dar, pero yo le contesté que si no me pagaba, me iba. Y me fui. Un amigo mío me contó después que Yabo Paghatti, cuando se enteró, se tiró al piso y se puso a llorar.
-¿Todos los equipos tenían una especie de jefe racial?
-Creo que sí. Mirá, una vez entré en una habitación. Había 5.000.000 de dólares en efectivo, en billetes sudafricanos (rands), todo alrededor de las paredes. A mí me mostraban todas sus cosas. ¿Te cuento otra?
-Contá.
-Un día estábamos en el hotel. Me llaman y me dicen que a las 4.15 tenía que estar en el lobby, porque a las 4.45 salía un avión para Johannesburgo. Firmado: Yabo Paghatti. Fui. Bajé en Johannesburgo. Me estaban esperando en un Mercedes tapizado tigre, tipo película. Estaba Yabo Paghatti en el auto, y al costado había tres negras. Yo pensaba que en cualquier momento algo me iba a pasar, no sabía qué pensar. Llegamos a un lugar, entramos en una habitación -yo ya estaba asustado-, abre un placard y me dice: "Come on, Lulu... (Vamos, Lulu)". Tenía como 70 trajes de los mejores modistos del mundo. Me dijo que eligiera uno. Yo elegí uno, tome un café y me llevaron al aeropuerto para volver. ¡Me habían llamado para darme un traje!
-Menos mal que después volviste a la Argentina y dejaste las aventuras...
-Sí, pero de acá también tengo una. Yo integré el Equipo de las Estrellas. Ibamos por las cárceles del país a jugar, y ahí hablé con los delincuentes más duros que te puedas imaginar.
-¿Como quiénes?
-Robledo Puch. Yo pedí hablar con él. Mis compañeros me decían que estaba loco.
-¿Y no lo estabas?
-Noooo...

PERFIL

Nombre: Jorge Armando Sanabria.
Fecha y lugar de nacimiento: 9/8/1952, en Paso de los Libres (Corrientes).
Trayectoria como jugador:
Excursionistas, Huracán, Unión Magdalena (Colombia), Huracán, Vélez, Independiente, Varta Caldas (Colombia), Argentinos, Central Norte (Salta), Quilmes, Armenio, Ama Zulú (Sudáfrica), Rivadavia (Baradero), Aguilas (El Salvador), Sportivo Baradero, Ledesma (Jujuy), Casino Iguazú (Misiones) y Mercedes.
Trayectoria como entrenador: Hyogo Kakogawa (Japón) y Muñiz.

Por José Ignacio Lladós/   La Nación

viernes, 7 de agosto de 2020

SINÓNIMO DE GOL

DECIR ROQUE AVALLAY ERA DECIR GOL



Si confeccionáramos una lista con los grandes artilleros del fútbol argentino, seguramente no podríamos obviar la figura de Roque Avallay, un centrodelantero que brilló en el Independiente que logró el bicampeonato de la Libertadores en el 65, y en el vistoso Huracán que se consagró campeón en el 73, de la mano de Cesar Luis Menotti.



Roque Alberto Avallay nació el 14 de diciembre de 1945 en Maipú, provincia de Mendoza. Se crió en un hogar muy humilde, en una familia que se dedicaba a trabajar la tierra, en una localidad característica por su gran actividad frutícola y vitivinícola, considerada el principal centro bodeguero mendocino.


En ese ámbito creció este gran futbolista, aprendiendo desde pequeño el valor del sacrificio.

A los 10 años, Roque trabajaba con su familia en la cosecha de la vid. Desde entonces, su cuerpo flaco y espigado (1,80 m) se fue haciendo duro y fuerte, llenándose de músculos. Cargaba en su espalda más de cien tachos por día, repletos de uva. Después hizo lo propio con las aceitunas, y hasta trepaba a los árboles, para cosechar duraznos y cerezas. De vez en cuando, también lo mandaban a pisar mezclas de adobe.

Tiempo después, ingresó a la Bodega Giol, donde trabajaba su padre. Allí se calzaba unas botas larguísimas e ingresaba en piletones para enjuagar la borra del vino.
Mientras tanto, el muchacho de espalda ancha y piernas fibrosas jugaba en el Deportivo Maipú, donde a medida que crecía, iba sacando chapa de goleador.

A los 16, ya alternaba con la tercera y a los 18 deslumbraba a todos con sus goles en primera, brillando en la liga mendocina.

En diciembre del 64 viajó a Mar del Plata para disputar un torneo de selecciones de provincias, donde salió goleador. La gira era una verdadera vidriera y Roque tenía la esperanza de que algún club se fijara en él. Y así fue. Lo contactaron dirigentes de Newell’s, de Gimnasia y Esgrima La Plata y de San Lorenzo. Pero los contactos quedaron en la nada y el joven Avallay volvió a su provincia, sin perder la calma.

«Mi viejo, que había sido jugador (un gran nro. 2), me decía que si me iba a Buenos Aires tenía que ir definitivamente, nada de ir a prueba o a préstamo. Y fue en enero del 65, una tarde como cualquiera, que llegó hasta mi casa el presidente de Deportivo Maipú para anunciarme la gran noticia: me habían ido a buscar de Independiente», recordó Roque, sobre aquel momento mágico en el que le llegó la oportunidad de su vida.

De inmediato su padre Manuel dialogó con los dirigentes y forzó la compra definitiva del pase. Al día siguiente, Roque se subía por primera vez a un avión y comenzaba el despegue de su carrera profesional en el fútbol grande de la Argentina.
«Venir del interior y jugar de titular en un club tan grande como Independiente, significaba que yo era bueno, ¿No?», dijo sonriente el mendocino, que una vez instalado en Avellaneda se afincó definitivamente en nuestra ciudad.

Roque llegó al rojo con solo 19 años, para consagrarse Campeón de la Copa Libertadores de América. «Salí campeón de la Libertadores… Y me caí al foso», resumió en una carcajada, la anécdota que quedó en la historia. Fue en un partido con Boca, por semifinales, en el que llovía a cántaros. Aún hoy, a 47 años de aquel risueño suceso –que pudo terminar en tragedia-, Roque lo relata como si fuera ayer. Pavoni para Savoy, que pone un pelotazo largo para el pique en diagonal de Avallay. Éste le gana en el salto a Roma, -que reclamaba el balón al grito de ¡Mía!- y se la baja de cabeza a Rodríguez, para que selle el empate definitivo. La inercia del salto hizo que Roque derrapara más allá de la línea de fondo, donde lo esperaba un alambrado bajo que lo catapultó de cabeza al foso. Todavía guarda entre sus recortes la foto de una revista boquense que titulaba: «Avallay, sobre llovido mojado».

«Es el día de hoy que hinchas que me cruzan para saludarme me aseguran que estuvieron aquella noche en la popular de la doble visera. A esta altura, son como un millón y medio de personas que dicen haber estado ahí». (Risas)


Avallay jugó 15 años en primera división y convirtió 185 goles. Era el típico centro atacante, referente de área, pero que también se tiraba unos metros más atrás para construir paredes con los volantes. Su personalidad se trasladaba al juego, porque peleaba cada pelota como si fuera la última pero nunca se ponía nervioso a la hora de definir. Los que lo vieron jugar afirman que era un centroforward ligero, ágil y oportunista, que cabeceaba muy bien, y dotado de un remate potente.

Luego su paso fugaz por Independiente, Roque continuó su carrera en Newell’s Old Boys, donde estuvo cuatro años y logró la Reclasificación. En 1970 arribó a Huracán, para integrar el glorioso equipo que ganó el Metropolitano 73, con jugadores de la talla de Babington, Brindisi, Larrosa, Houseman, Basile y Carrascosa. Al Globo llegó en un mal momento, cuando el cuadro de Parque Patricios deambulaba por la mitad de la tabla. El primer año fue difícil, porque al artillero se le había mojado la pólvora y atravesaba una mala racha. Los dirigentes querían cederlo a Racing, pero el técnico Menotti lo bancó en el equipo, porque «el flaco» decía que lo había visto en «la Lepra sacarse dos jugadores de encima en una baldosa».

«En el 72 me maté en la pretemporada y ahí fue mi gran explosión en Huracán», reconoció el ex – delantero. «Arranqué en el banco, pero cuando tuve la oportunidad la aproveché y no salí más del equipo titular», agregó.

Pero jugando la copa Libertadores para «El Globito», se rompió los meniscos en un cruce con un defensor de Unión Española de Chile y debió ser operado.
Fue entonces que en Huracán lo dejaron libre, aduciendo que su lesión en la rodilla era un impedimento para que siguiera jugando. Esa misma lesión lo marginó del mundial de Alemania 1974. Pero lo cierto es que Roque se había recuperado bien y quería seguir jugando.

Fue a Atlanta una temporada y después pasó a Chacarita, donde logró salvarlo del descenso.

Con 33 años, los goles de Avallay todavía cotizaban en bolsa, y Boca y Racing se disputaban su continuidad. La academia ganó la pulseada y se lo llevó. Y el 9 le respondió con goles a la parcialidad racinguista, como en aquel inolvidable partido contra River, con un triplete al mismísimo Pato Fillol, el día que debutaba «El Beto» Alonso.

En 1979, Roque regresó a Huracán para concluir su carrera como futbolista, jugando 45 partidos y convirtiendo sus últimos 11 goles oficiales.

Sin embargo, cuando dejó de jugar, siguió ligado al fútbol. Puso escuelitas que se llenaron de pibes, una en Avellaneda, en 12 de Octubre y las vías, otra en Quilmes y otra en Berazategui.

En el 96, hizo el curso de técnico en La Plata, junto al gran central del rojo, Hugo Villaverde, y de ahí en más siguió dirigiendo. En el 99 llegó a Huracán, donde dirigió las inferiores durante varios años y fue testigo y promotor de de la aparición de jóvenes promesas como Daniel Osvaldo, Joaquín Larrivey, Mariano Andújar, Pablo Migliore y Cristian Sánchez Prette, entre otros.

Como técnico, siempre ha transmitido sus valores como persona y jugador: «A los chicos siempre los aconsejo para que no protesten y para que jueguen limpio», destacó el entrenador.

Casado con Mónica, formó su familia en Avellaneda, aunque en algún momento añoró la vuelta a su Maipú natal. «Tengo a mi hermana, allá. El año pasado fui por trabajo y aproveché para visitarla. La gente del barrio, cuando se enteró que estaba, vino a saludarme, a sacarse fotos conmigo. Es muy lindo el cariño de la gente», reconoció el entrevistado, que por apego a sus seres queridos, alguna vez rechazó una oferta millonaria del Barcelona de España.

Actualmente, Roque es un «cazatalentos» en Independiente, viajando por las provincias y captando nuevas promesas para «el Rojo», repitiendo sin querer aquella linda historia que vivió en carne propia.

Este querido vecino avellanedense, que siempre responde con un cálido saludo a conocidos y extraños, reivindica a los goleadores de antes. «Artime, Bianchi, Curioni… En mi época había varios goleadores – goleadores». (Repite la palabra, acentuando la cualidad). No se nombra, porque su humildad no lo deja, pero él era un goleador de aquellos.

FUENTE: LACIUDADDEAVELLANEDA.COM

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