martes, 26 de octubre de 2021

HISTORIAS QUE VALE LA PENA CONOCER

LOTHAR MATTAHUS EN EL NEW YORK/ NEW YERSEY METROSTARTS

FOTO: KODRO MAGAZINE

Lothar Matthäus se incorporó al New York/New Jersey MetroStars un 12 de marzo del 2000, el considerado por aquel entonces peor equipo de la MLS a pesar de haber alineado a Roberto Donadoni la 1996-1997. Con 38 años el Balón de Oro de 1990 dejó la disciplina del Bayern, y puso rumbo al Giants Stadium en el que sería el último reto de su carrera antes de colgar las botas en octubre de aquel mismo año conquistando contra todo pronóstico el campeonato la Conferencia Este (MLS).


 

En lo alto de la Torre Trump, en el 721 de la Quinta Avenida, vivía un alemán enfadado. Lothar «Terminator» Matthäus se quejaba de que los apartamentos de Nueva York eran diminutos, las cocinas aún más pequeñas y las calles estaban atascadas de taxis amarillos.

Solamente hacía seis semanas que se mudó para jugar en los MetroStars de Nueva York/Nueva Jersey, y el jugador reconocía en una entrevista a Bild que se había equivocado. Matthäus era el primer futbolista alemán de la MLS y estaba, como dicen en Estados Unidos, en un mal lugar, viviendo una extraña inversión del sueño americano: llegar a ser millonario, trabajar muy poco y acabar sin nada. Todo ello se tradujo en una terrible noticia para Alemania.

Justo antes de dejar el Bayern de Múnich, Matthäus se preguntaba cómo se las arreglaría en un equipo de jugadores «no muy buenos». La temporada anterior a su llegada, los MetroStars registraron el peor récord de la historia de la Major League Soccer, con siete victorias y 25 derrotas, y se ganaron el apodo de «el peor equipo del mundo». Matthäus respondió que, «aunque no fueran los futbolistas más dotados, mientras trabajaran duro, no había problema».

Matthäus en cada partido chillaba como un loco. Cada vez que un compañero tocaba el balón, agitaba los brazos y gritaba sin parar con desesperación. Cuando los MetroStars marcaban, sus compañeros, comprensiblemente, se animaban, pero Matthäus simplemente se enfadaba más.

Las cosas empeoraron de mala manera con el partido ante los Wizards, en los que participaba el prácticamente moribundo escocés de 37 años Mo Johnston. Marcaron dos goles y Matthäus lanzó el brazalete de capitán al juez de línea, un individuo de aspecto duro llamado Chip Reed, que se limitó a devolverlo. Unos minutos después, Matthäus corrió hacia la línea de banda para mirar a Reed, pero este le devolvió la mirada. Matthäus pasó la mayor parte del resto del partido deambulando por el campo y murmurando para sí mismo.

Cuando el partido terminó con el resultado de 1-2, tiró el balón, arrojó su camiseta a la veintena de jóvenes que estaban detrás de la portería y que constituían el núcleo duro de los MetroStars, y se marchó.

Después del partido, explicó que su rabieta había sido una táctica para motivar a sus compañeros. Su entrenador, Octavio Zambrano, demostró a la superestrella alemana quién era el jefe: «Si realmente creía que estaba intentando despertar a los chicos, ¿qué puedo decir? No puedo castigarlo por eso’. El portero del equipo, Mike Ammann, veterano del fútbol inglés, dijo que entendía el punto de vista de Matthäus: si ciertos chicos del equipo eran demasiado tontos para escuchar, ¿qué se podía hacer?»

Sus números finales fueron 16 partidos de la liga regular, 4 de play-off y 2 en la Open Cup, haciendo un total de 23 apariciones, 3 asistencias de gol, y sin ver portería (jugando como líbero). Lo mejor fue la consecución del título de campeón de la Conferencia Este de la MLS, aunque en los MLS Cup Playoffs los MetroStars fueron derrotados en semifinales por el Chicago Fire de Hristo Stoichkov.

lunes, 25 de octubre de 2021

SI DE AVENTURAS SE TRATA

ALEXIS LALA EN EMELEC DE ECUADOR

ALEXIS LALA EN EMELEC DE ECUADOR:


FUENTE: KODRO MAGAZINE

Panayotis Alexander Lalas, más conocido como Alexi Lalas, posiblemente el jugador más popular del fútbol en Estados Unidos durante la década de los 90, recordó este 2020 su breve y pésimo paso por el fútbol ecuatoriano en su cuenta de Twitter, refiriéndose a él como una «aventura».




Posteriormente unos días después en un «live» de Instagram añadió lo siguiente sobre los «eléctricos»: “Pasé un tiempo interesante. Fue una locura, fue una aventura y lo mejor que fue depósito directo, en mi cuenta bancaria norteamericana, eso salió bien. Solo estuve pocos meses”.

Para aquellos que no lo conozcan, en el currículum del defensa central de ascendencia griega, con look a lo Buffalo Bill, destacan tres datos: su participación en las Copas del Mundo de los años 1994 y 1998, el hecho de haberse convertido en el primer jugador de Estados Unidos en jugar en la Serie A italiana, y tener corazón de músico de rock and roll. Tres logros que no le sirvieron de nada para demostrar ningún tipo de talento durante su breve paso por Ecuador.

El 1 de noviembre de 1997, el New England Revolution cede a su estrella Alexi Lalas, incluido en el último MLS All Star, al Emelec ecuatoriano «para ganar experiencia», según palabras del propio técnico americano Thomas Rongen.

El torneo ecuatoriano permitía reforzarse para la liguilla final, compuesta por 10 partidos, y Lalas junto al también norteamericano Max Moore, fueron contratados por el dirigente Omar Quintana Baquerizo para hacerse con el título de campeones.

La afición del «bombillo» depositó todas sus esperanzas para conseguir la corona nacional en ambos fichajes, aunque finalmente el título acabó siendo para el Barcelona de Guayaquil.

La tremenda decepción provocó el enfado de los «eléctricos» que centraron su frustración por la no consecución del título en ambos fichajes, y aún a día de hoy son recordados como dos de los peores fichajes de la historia del club.

Tal fue el «paseo» del defensa central Alexi Lalas por la liga ecuatoriana durante los casi seis meses de su periplo, que acabó siendo caricaturizado como Alexis Jalas en el programa «Ni en vivo ni en Directo», como podemos ver en el siguiente vídeo. Toda una «aventura» sí.

 

viernes, 22 de octubre de 2021

HICIERON HISTORIA

NIGERIA EN EL MUNDIAL DE 1994 

FUENTE: KODRO  MAGAZINE


La selección de Nigeria vivió por primera vez la fase final de un Mundial gracias a una generación irrepetible de jugadores que conquistaron Estados Unidos por su carisma, humildad y entrega. «Las Águilas Verdes» fueron una de las 24 selecciones participantes en la Copa Mundial de Fútbol de Estados Unidos 1994, un bloque con una gran calidad humana liderado por el entrenador holandés Clemens Westerhof, que llevó al país al momento más especial de su historia deportiva. Fueron dignos herederos del orgullo africano mostrado por el Camerún de Roger Milla en Italia 90 y en el propio Mundial celebrado en tierras de Norteamérica.




Es fácil recordar la magistral actuación en el primer partido del grupo D contra Bulgaria, con la icónica celebración de Rashidi Yekini al agarrar la red. Aquel partido mostró todo lo que hizo aquel equipo de forma soberbia: el desvío de Daniel Amokachi hacia la zona ancha, que permitió a Finidi George «colarse» en el espacio entre el central y el lateral para asistir el primer gol, fue espectacular.


En el segundo partido en el Foxboro Stadium fueron arrollados por la Argentina de Maradona, aunque el marcador reflejó una mínima diferencia de 2-1. Siasia fue el autor del gol de los nigerianos a los 8 minutos, que encontró doble réplica a cargo de Caniggia en menos de 7 minutos.


En el tercer partido de la liguilla volvió la inspiración, esta vez contra Grecia, tanto Yekini como Amokachi abrieron un sinfín de espacios en el corazón de la defensa griega arrastrando a los marcadores. Emmanuel Amuneke y Finidi se combinaron en una zona central para abrir el marcador en aquella ocasión; ambos eran los extremos nominales del equipo. Finidi aportó su granito de arena en la otra banda. Nigeria se impuso por 0-2 curiosamente con goles de gran carga psicológica, ya que fueron anotados en el tiempo extra de cada parte gracias a George y Amokachi.


En la siguiente ronda esperaba la Italia de Roberto Baggio, que vivía una guerra interna en la Arrigo Sacchi jugaba el papel de protagonista. Si «Il Divin Codino» no hubiera sacado a los «azzurri» del abismo de inseguridad en el que habían caído… no cabe duda que Nigeria hubiera llegado como mínimo a semifinales. Pero la realidad fue otra distinta.

El instinto goleador de Amunike a la salida de un córner en el minuto 25 puso por delante a las «Águilas Verdes», aunque 10 minutos después Amokachi tuvo que retirarse lesionado. Los nigerianos sufrieron todo el resto del partido hasta que Baggio en el 88 puso el empate en el marcador, y en el 102, ya en la prórroga, marcó un penalti que dejó desarmados a los nigerianos. Jay-Jay Okocha, que jugaba por delante de Adepoju y Sunday Oliseh, hizo un partido tremendamente pobre, en parte porque no estaba seguro de su papel en el planteamiento del equipo. Se encontraba en una fase de su carrera en la que carecía de verdadera destreza física, y tampoco era un corredor nato, por lo que conectar el centro del campo con Yekini era una carga demasiado grande. Acabó aportando poco.

Al final, este equipo africano se ganó el aplauso por su estilo aguerrido y vertical, aunque Westerhof, a pesar de su carisma y su buen hacer, falló al equipo en su incapacidad para encontrar el equilibrio entre las estrategias. En última instancia, esto le costó a las «Súper Águilas» el pase a cuartos de final.

Entre los protagonistas de la Nigeria del Mundial de Estados Unidos de 1994 encontramos a Peter Rufai, Finidi George, Rashidi Yekini, Jay-Jay Okocha, Emmanuel Amunike, Daniel Amokachi, Sunday Oliseh, Victor Ikpeba y Wilfred Agbonavbare entre otros. El jugador más beneficiado del buen papel de Nigeria fue Amunike que fue traspasado al Barcelona de Bobby Robson con el que había coincidido previamente en el Sporting de Lisboa.



 


miércoles, 20 de octubre de 2021

UN JUGADOR DE RAZA

FRANCO OSSOLA EL 9 DEL TORINO

Franco Ossola nació en Varese el 23 de agosto de 1921, un inolvidable delantero del Grande Torino, el histórico equipo de fútbol italiano del Torino Calcio en la década de los 40. Un conjunto demoledor hasta cinco veces campeones de Italia, y cuyos jugadores fueron la columna vertebral del equipo nacional de Italia.  El 4 de mayo de 1949 en el accidente aéreo conocido como el desastre aéreo de Superga acabó con él, a excepción del lesionado Sauro Tomá.



El nacimiento del Grande Torino está asociado con el verano de 1939, cuando el empresario y antiguo jugador del club, Ferruccio Novo asumió la presidencia del AC Torino sucediendo a Giovanni Battista Cuniberti.​ Para Novo fue un regreso al pasado: jugó de hecho en las categorías inferiores del Toro en 1913, pero nunca logró llegar al primer equipo.

Los primeros movimientos fueron los de reorganizar la sociedad inspirada en la política deportiva-comercial establecida con éxito considerable de Edoardo Agnelli en la Juventus durante la primera mitad de 1930​. Cuniberti se rodeó de exjugadores como Antonio Janni y Mario Sperone (campeones de Italia 1928) y Giacinto Ellena (aún en activo en aquel periodo), además de Rinaldo Agnisetta, por aquel entonces director de una empresa de transporte, al que se le otorgó el cargo de director gerente. Roberto Copernico fue llamado a la función de asesor; el inglés, Leslie Lievesley desempeñó el papel de entrenador juvenil, mientras que la guía técnica se le dio a Ernest Egri Erbstein, quien durante mucho tiempo colaboró ​​de incógnito debido a las leyes raciales vigentes, ya que era judío.

Franco Ossola fue la primera gran compra hecha por Novo, el delantero de tan solo dieciocho años fue transferido por 55.000 liras del Varese, siguiendo el consejo de Janni. «Il bomber» debutó el 4 de febrero de 1940 en un Novara-Torino con 0-1. Ossola podía ocupar todos los puestos en el ataque y era un excelente goleador, hasta el punto de que todavía ostenta el récord de partidos consecutivos con gol (8) en la historia del Torino. Comenzó su carrera en el Varese, en la Serie C, y luego fue comprado por 55.000 liras por el Torino de Ferruccio Novo. Debutó con la camiseta del Granata en febrero de 1940 y cuando se convirtió en titular del Grande Torino marcó 85 goles en 181 partidos. Este fantástico promedio goleador permitió a Ossola ocupar el décimo lugar en la lista de goleadores de todos los tiempos del Torino. Desapareció en la tragedia de Superga el 4 de mayo de 1949 junto con sus compañeros de equipo.


sábado, 16 de octubre de 2021

QUERIDO EN TODOS LADOS

"EL LOBO FISCHER"

FUENTE: PROYECTO BOEDO

Hay jugadores que quedan en la historia por distintos motivos. Puede ser por la capacidad de hacer muchos goles, la calidad de juego, goles claves en partidos definitorios, características que los hacen únicos, personalidad, y otras muchas cosas más. Cuando se reúnen varias situaciones de éstas en una sola persona, entonces se convierten en leyenda, en ídolos eternos, en personajes amados por quienes los vieron jugar.




Ese es el caso de Rodolfo José Fischer, “El Lobo”, el misionero que llegó de Oberá para convertirse en uno de los máximos ídolos de la historia azulgrana. Y no fueron fáciles los comienzos porque cuando llegó a “El Ciclón”, tenía características muy distintas al juego habilidoso y lleno de talento, que mostraban las figuras de aquél San Lorenzo, Veira, Doval, Areán, por citar a los más notables. Pero se ganó su lugar, se comenzó a destacar y en poco tiempo pasó a ser figura indiscutida de San Lorenzo y del fútbol argentino. Porque Fischer fue de esos jugadores que admiran, reconocen y recuerdan los hinchas de cualquier club.


Su trayectoria en San Lorenzo habla de 144 goles en 276 partidos, cifras que se incrementan con sus actuaciones en Botafogo de Río de Janeiro y Vitoria de Bahía, en las tierras de Pelé (a quién Fischer admiraba) donde llegó casi al centenar de goles y en su paso por el fútbol colombiano, considerando solo sus participaciones en clubes de primera división. Pero la idea de ésta nota es resaltar sus características y los hechos inolvidables que lo colocan en ese pedestal reservado para pocos, el de ser parte de los grandes de la historia de nuestro querido San Lorenzo y del Fútbol Argentino todo.

El Lobo era pura potencia. Arrasaba con su vértigo y su fuerza. Sus mejores producciones eran cuando se proyectaba ofensivamente por la franja izquierda del ataque azulgrana donde desplegaba a pleno sus características ideales para el contragolpe. De tranco largo, fuerte, alto, tenía la virtud de realizar con extraordinaria eficacia su jugada preferida, la famosa “bicicleta”, esa que le pedía la hinchada, y que provocaba una sensación de admiración y estupor cada vez que encaraba. Porque cuando Fischer tomaba la pelota para lanzarse en ofensiva, la tribuna estallaba, porque El Lobo no la iba a defraudar.

Si a esto le sumamos, su tremenda capacidad de gol, sus grandes asistencias, y el prodigarse siempre dejando hasta la última gota en un despliegue inclaudicable de ir siempre a todas, sin dar ninguna pelota por perdida, con una capacidad física admirable, hizo que su figura cobrara dimensiones de ídolo.

Dueño de una fuerte personalidad, con un gran amor propio y confianza en sus condiciones, sabía de su importancia en la formación azulgrana y los rivales sabían que había que neutralizar al alto misionero para disminuir las posibilidades de “El Ciclón”. Era preocupación permanente para los rivales. Defensores de distintas características y verdaderos cracks del fútbol argentino, tenían grandes dificultades a la hora de intentar anularlo. Se puede citar al peruano Julio Meléndez, excelente zaguero de Boca Juniors o al mejor “Mariscal” Perfumo del gran Racing Club de aquellas épocas. Es que El Lobo no se rendía nunca y exigía los 90 minutos, por abajo, por arriba, metiendo desbordes, diagonales o remates furibundos desde afuera del área. Sin ser un notable cabeceador, iba bien arriba, y complicaba permanentemente. Una virtud de El Lobo era bajar pelotas en el área para que algún compañero definiera. Hizo goles de todos los tipos, de notable factura a pura potencia ó pateando desde ángulos imposibles o arrastrando o empujando pelotas que parecían perdidas. Tuvo un gran asistidor en el “Tano” García Ameijenda. Talentoso jugador que habilitaba a Fischer con precisión, poniéndole pelotas que El Lobo explotaba en beneficio del equipo. Solía en sus desbordes llegar hasta el fondo de la cancha y tirar unos centros que eran medio gol o meter las diagonales que terminaban con la pelota en el arco contrario por su gran efectividad.

Hoy en día, hay quienes sostienen que era zurdo. Pero no, su pierna hábil era la derecha. Ocurre que sus grandes desbordes los generaba por la izquierda. Había logrado producto de su perseverancia, de quedarse practicando después de los entrenamientos, de darle una y otra vez con la pierna izquierda, un dominio de la misma que le permitía ser eficaz también al utilizarla. En la final del Metro de 1968, el día de la consagración de “Los Matadores” como primer campeón invicto del profesionalismo argentino, fue el Lobo quién definió el partido con tremendo e inmortal zurdazo desde fuera del área. Con ese gol alcanzó a Obberti de Los Andes en la cima de los goleadores del torneo. También iba a ser el máximo goleador del campeonato Nacional de 1969.

Hizo varios “hat trick”, memorables goles a todos los grandes de nuestro fútbol. Porque en las paradas más bravas, ahí aparecía en todo su esplendor. Son muchos los recuerdos de partidos donde su figura fue decisiva. La mencionada final del Metro 68, aquella semifinal del 71 con Independiente donde anotó de cabeza a los 90 minutos el 2 a 2 y forzó al alargue y la posterior definición por penales, que nos depositó en la final, los 3 goles a River en Abril de 1972 en el Monumental de Núñez en un histórico 4 a 0 que terminó con el ciclo de Didí como entrenador millonario. Los grandes goles a Boca y River y muchos otros partidos. Recuerdo nítido un partido televisado de 1971, cuando vencimos a Colón 4 a 2 y ese día hizo 3 goles y le atajaron un penal. Siempre peleando los primeros puestos entre los goleadores del campeonato, en épocas de Bianchi, “Pinino” Mas, Yazalde, Morete, Obberti y otros notables. Cuando se fue al Botafogo en 1972, se despidió con el gol sobre la hora para ganarle a Lanús 1 a 0 y dejar a San Lorenzo en la punta de la tabla de posiciones. Se iba con la marca en ese torneo, de haber anotado 11 goles en 12 partidos y ser el máximo goleador del campeonato.

Volvió a vestir nuestra camiseta en 1977 y en el debut marcó un gol de penal a Ferro en una lluviosa jornada. Además le marcó muchos goles a Huracán, siendo sus dos primeros tantos en primera, al eterno rival.

A nivel de selección, cómo olvidar el orgullo qué me hizo sentir cuando en 1971 y por la Copa Roca, le anotó 2 goles al Brasil campeón del Mundo en un partido que terminó 2 a 2 en cancha de River. Uno de ellos un golazo espectacular desde fuera del área al arquero Félix. Y todavía nadie volvió a marcar 4 goles en un partido oficial de la Selección desde que Fischer le hizo 4 al seleccionado de la Concacaf en la Copa Independencia de Brasil en 1972. Fue el primer jugador en ser convocado a la Selección Nacional jugando en un club extranjero (Botafogo de Río de Janeiro – Brasil). Justamente, hechos como consagrar al primer campeón invicto del fútbol argentino marcando el gol del campeonato, mantener esa marca de 4 goles desde 1972, ser el primer convocado desde el extranjero a la selección, son hitos que graban a fuego su nombre entre los grandes del fútbol argentino de todos los tiempos.

Pero más allá de los hechos históricos, de los números y los récords, Fischer fue un futbolista valorado por sus condiciones de jugador fundamental en cualquier formación azulgrana y preocupación permanente de los rivales. Esa indescifrable “bicicleta” que desconcertaba a sus marcadores y lo proyectaba en velocidad (a pesar de tener un físico atlético, pero pesado por su contextura y altura) tenía una ferviente obsesión de terminar con la pelota en la red.

También supo jugar de delantero central, aunque siempre con esa tendencia a desplazarse hacia la franja izquierda del ataque, y lo hacía con mucha eficacia. Mucho se dice de la habilidad de un futbolista. Yo considero que hay distintas habilidades. ¿O no era hábil un tipo que se cansaba de hacer goles, aunque no fuera un prodigio de la gambeta? Fischer era de esos goleadores natos, con el talento y la habilidad de concretar en la red, los avances ofensivos de El Ciclón. Nada menos.

Una característica de Fischer era que jugaba con las mismas ganas, fuerza y despliegue sea un entrenamiento, un amistoso o un partido oficial. El iba fuerte a cada pelota, claro que iba fuerte, pero de frente, leal, como se debe jugar al fútbol. Es un ejemplo a imitar. Hay muchas anécdotas que definen a El Lobo. Lo más importante es que fue un futbolista que por sus características, su presencia, su poder goleador, su empuje, sus ganas, su entrega, su potencia y su célebre “bicicleta” se convirtió en un jugador inolvidable.


El Lobo Fischer, ídolo eterno de San Lorenzo, goleador implacable.

Por Adrián Pullés, autor del libro “Goleadores históricos de San Lorenzo”





OCURRIO EN UN ENTRENAMIENTO

EL DIA QUE ASPRILLA DISPARO UNA PISTOLA

FUENTE: KODRO MAGAZINE

El 26 de mayo de 2003 Faustino Asprilla sorprendió a todos sus compañeros del Universidad de Chile al utilizar una pistola en mitad de un entrenamiento. El colombiano, que estaba lesionado y observaba sus compañeros desde la banda, sacó su arma e hizo varios disparos al aire para, según sus palabras, motivarlos en su trabajo.



Dos meses más tarde, el Tino volvió a hacer gala de su afición por las armas. Estando de vacaciones en el Caribe (concretamente en la Isla del Rosario, cerca de Catartagena de Indias), el futbolista disfrutaba de la compañía de varias acompañantes en su yate privado cuando empezó a realizar disparos al aire. Los trabajadores de un balneario cercano le recriminaron la acción, y tras una discusión acalorada, llamaron a la policía. A su llegada, el jugador ya se había ido mar adentro…

Estos no fueron los únicos casos protagonizados por el internacional colombiano, ya que en 1995 protagonizó otro gran escándalo… El futbolista cumplía su primer entrenamiento del año con el equipo italiano del Parma, mientras en Bogotá los servicios de inmigración del aeropuerto Eldorado intentaban averiguar por qué la salida del jugador no aparecía registrada en los ordenadores, pese a que Asprilla había subido a bordo de un avión de Alitalia con rumbo a Europa, ya que la Fiscalía 33 de Tuluá, su ciudad natal, lo requería para una investigación judicial. 

El lunes de la anterior semana a los hechos, todavía un poco ebrio por el alcohol y las celebraciones de fin de año, Faustino Asprilla y un grupo de amigos llamaron la atención de la policía, que los requisó y decomisó dos armas al jugador. La policía indicó que el jugador estaba borracho y había molestado a varios clientes de un bar. Según la emisora, de radio Caracol, el comandante de la policía de Tuluá, Eriberto Núñez, dijo que las armas incautadas son de fabricación italiana, del calibre 7.65, de marca Sigsawre y Bernardelli para las que Asprilla no mostró ninguna licencia.


viernes, 15 de octubre de 2021

MAGIA Y TALENTO

UN JUGADOR INMENSO RUI COSTA 

FUENTE: KODROMAGAZINE

Rui Manuel César Costa es considerado uno de los mejores centrocampistas ofensivos de la historia del fútbol y uno de los mejores jugadores portugueses de la historia reciente. Apodado «El Maestro» e «Il Musagete», era especialmente conocido por su excelente técnica, capacidad de creación de juego y olfato de gol.




En una carrera de 17 años compitiendo en la élite, ganó varios trofeos, entre ellos una Primeira Liga, una Taça de Portugal, una Serie A, tres Coppa Italia, una Liga de Campeones y una Supercopa de la UEFA. Como internacional portugués, acumuló 94 partidos y marcó 26 goles con la Seleção y representó al país en tres Eurocopas y una Copa Mundial de la FIFA.

Rui Costa, nacido en 1972, jugó con la camiseta roja del Benfica SL desde 1977, donde se formó como persona y jugador hasta conquistar el Estádio da Luz. Prácticamente nacido en el club, el Benfica y el mayor héroe de Portugal, Eusébio, se fijaron en él por primera vez a la edad de cinco años, y continuó desarrollándose en su cantera durante 13 años, antes de marcharse cedido durante una temporada al Associação Desportiva de Fafe donde disfrutó de 38 partidos en los que pudo marcar 6 goles.

Tras su gran rendimiento volvió al Benfica SL inmediatamente, donde se convertiría por méritos propios en el favorito de la afición con actuaciones estelares en competiciones europeas que le dieron a conocer a los grandes clubes del momento.

La influencia de su pasión por el futsal se manifestó desde sus primeros días como profesional de fútbol 11. El balón parecía pesado cuando llegaba a sus pies y ligero cuando salía, se perfilaba como uno de los jugadores más excitantes y prometedores que había producido Portugal. De 1990 a 1994 sumó 78 goles y 13 goles.

En Italia, la Fiorentina estaba construyendo un equipo formidable, en su retorno a la Serie A tras un injusto descenso. Rui Costa firmó en 1994 con Claudio Ranieri en el banquillo para armar un conjunto capaz de estar a la altura de su gran estrella, Gabriel Omar Batistuta.

En una liga repleta de números 10 de talla mundial, Costa no tardó en erigirse en el más destacado junto a Zinedine Zidane. Con una gracia seductora y un arte fascinante, era el creador de juego total en un equipo que carecía de defensa y que no se desenvolvía mucho mejor en el centro del campo sin él. Junto a Batistuta formaron una dupla en ataque extremadamente eficaz que incluso podía suplir el resto de mancanzas del equipo.

Su vínculo casi telepático los consolidó rápidamente como el dúo más formidable e icónico de la Serie A, los números 9 y 10 completos. Su asociación no era muy diferente a la de Dwight Yorke y Andy Cole en el Manchester United. Eran hermanos de armas, con el instinto de un killer y la calidad hipnótica de dos virtuosos del balón. El fútbol italiano era tradicionalmente conservador y defensivo, pero el equipo toscano construyó su éxito de mediados de los noventa sobre la fuerza arrolladora de su ataque.

Juntos, no solamente ganaron dos Coppa Italia y una Supercoppa Italia, sino que se lucieron ante el mundo. Costa será recordado tanto por lo que consiguió como por la forma en que lo hizo. Su forma de jugar parecía fácil, y en cierto modo lo fue con el tiempo, pero fue su ritmo de trabajo y su formación eran la base de su talento.

Los italianos lo llaman «sprezzatura», término que significa hacer algo sin que parezca que se haya pensado o hecho ningún esfuerzo, cuando en realidad sí se ha hecho. Antes de un partido, todo tenía que estar bien: el aceite en el pelo, la cinta adhesiva bajo la rodilla, los calcetines remangados y la camisa medio metida por dentro. Era la encarnación del estilo del fútbol italiano, lo que le daba el aire temerario de un auténtico inconformista que recorría el campo. Su estilo influiría en toda una generación de chavales que veían religiosamente sus actuaciones cada fin de semana, pegados a sus pantallas y tratando de emularlo en su parque local.

Su estilo servía para algo: cuando todo iba bien, lo que ocurría en el campo se convertía en algo instintivo. Sus rituales antes del partido liberaban su mente, permitiéndole operar en lo que a menudo parecía un nivel subconsciente en el campo. Esta despreocupación, combinada con su pasión, lo convirtió en un jugador enigmático, con un culto devoto en la Fiorentina, y cuando Batistuta se marchó a Roma en 2000, fue el lógico heredero del trono de capitán.

Cada vez que Rui Costa tenía el balón, daba la sensación de que podía pasar cualquier cosa, tal era el carácter imprevisible de su juego que sus pases llegaban un segundo antes de lo previsto, confundiendo a muchos defensores y guardametas con su sincopado ritmo. El mejor ejemplo fue cuando Portugal se enfrentó a Inglaterra en la Eurocopa 2000. Con una desventaja de 2-0 al principio del partido, Costa se animó con su magia de física esférica y asistió a tres goles que dieron la victoria. El tercer pase en profundidad que puso en bandeja a Nuno Gomes fue de una visión y una precisión pocas veces vistas en una cita de tanta exigencia.

En 2001, el entonces entrenador del Fiorentina, Fatih Terim, se hizo cargo del AC Milan, trayendo consigo a Costa por algo menos de 44 millones de euros, una oferta que la Fiorentina no pudo rechazar dadas sus propias dificultades financieras. Costa cambiaría a Batistuta por Filippo Inzaghi, e Inzaghi cambiaría a Zinedine Zidane por Costa, quien comentó al firmar por su nuevo club que Costa era un jugador superior a Zidane, un eterno debate en el fútbol italiano, similar al de Cristiano Ronaldo y Lionel Messi ahora. Costa y Zidane desempeñaban papeles similares, y no se puede cuestionar la genialidad de Zidane a lo largo de su carrera, pero en su época de esplendor en la Serie A, era Costa el que parecía emocionar y atraer a un nivel más visceral. Mientras Zidane jugaba con la cabeza, Costa lo hacía con el corazón, y eso caló hondo en los aficionados italianos.

El fútbol italiano vive y muere por su defensa, una filosofía desarrollada desde tiempos inmemoriales por entrenadores como Helenio Herrera y alabada por escritores clásicos del calcio como Gianni Brera, del Gazzetto dello Sport. El Milan era sólido en la defensa con Paolo Maldini y Alessandro Costacurta, pero el trabajo de Costa era añadir un poco de talento ofensivo a la famosa garra de la defensa. El norte de Italia ya tenía Ferrari, Lamborghini, Maserati, y ahora tenía a Rui Costa. Él era la pintura reluciente, el rugido del motor y el desenfoque sin esfuerzo ante los ojos de los defensores.

En Milán recibió otro apodo, «Il Maestro», en alusión al director de un conjunto de música clásica o de una ópera. El caso es que no era tanto el director de orquesta clásico como el músico de jazz espontáneo. Se movía con libertad, sin restricciones, sin respetar el compás ni la escala, ocupando un papel de número 10 que ha ido disminuyendo en la última década, dejando paso a un papel más ofensivo para el número.

El paso de Rui Costa por el club «rossonero» no llegó a alcanzar las cotas que se esperaban de una superestrella que entraba en una plantilla sobrecargada, pero no fue en absoluto una aventura fallida. Durante su estancia, consiguió añadir más títulos a su colección personal, incluido un trofeo de la Liga de Campeones en 2003.

Rui Costa se enfrentó a Zidane, como parte de los Galácticos del Real Madrid, en la fase de grupos del torneo. El Milan ganó gracias en parte a una victoria por 1-0 en casa que contó con el pase favorito de Rui Costa. Antes de llegar al descanso, y detrás de su propio círculo central, su escogió a un solitario Andriy Shevchenko con un pase que buscaba el calor por el suelo, dividiendo a los cuatro defensores en su propio campo que nunca podrían haber anticipado la jugada. Su aparente clarividencia de los movimientos de sus propios compañeros y de los contrarios le convirtió en un personaje único: en su momento fue el mejor pasador de fútbol del mundo.

Desgraciadamente, su impacto global en el club se vio limitado por una lesión y por la llegada de Kaká, que se vio favorecido por encima de Costa para situarse por detrás del ataque, lo que le empujó a un papel más profundo en la creación de juego con Andrea Pirlo. Aun así, dejó huella cuando tuvo la oportunidad, pero la regularidad fue difícil de conseguir en un equipo milanés especialmente fuerte. Aunque dejó el club con 65 asistencias de gol, él mismo admitió que no era lo suficientemente eficaz ante la portería y que no era tan natural como Pirlo en el papel.

Ser eficaz ante la portería requiere un equilibrio y un enfoque metodológico que no encajan con el estilo de Costa. Era poco convencional y despreocupado, lo que no suele traducirse en consistencia, pero es estimulante ver cómo se desenvuelve. Su cuerpo se movía en posiciones imposibles, como una ágil gacela tratando de evitar las garras del león. Hasta que se presentaba la oportunidad de que el cazado se convirtiera en cazador. Hacía un pase imposible o, cuando le pegaba bien al balón, marcaba un gol de un calibre que muy pocos jugadores podían presumir.

El verano de 1991, las exhibiciones de Rui Costa en el Fafe habían impresionado tanto al seleccionador de Portugal sub-21, Carlos Queiroz, que fue llamado a la selección para representar a Portugal en el Mundial Juvenil. La selección portuguesa sub-20 se proclamó campeona del mundo juvenil en 1991. Su penalti decisivo contra Brasil en la final ayudó a ganar el título en casa y anunció a Costa como uno de los miembros más brillantes de lo que se conocería como la «Generación Dorada». Costa formó parte de los años más dulces de la absoluta de Portugal, ya que el equipo alcanzó los cuartos de final de la Eurocopa 1996, las semifinales de la Eurocopa 2000 y la final de la Eurocopa 2004.

En la semifinal, Portugal llegó a la prórroga contra Inglaterra con el marcador empatado a uno. Costa recogió el balón un par de metros dentro del campo de Inglaterra en un rápido contraataque, buscando hacer un pase, pero no había opciones viables. Mantuvo el balón cerca de sus pies y se lanzó hacia el borde del área inglesa, mirando rápidamente a Simão, que estaba demasiado marcado.

Costa levantó la vista una última vez y soltó un derechazo sin concesiones, que se estrelló en la parte inferior del larguero en la trayectoria ascendente del disparo, batiendo a David James. Portugal ganó en la tanda de penaltis, pero cayó en la final ante Grecia, y lo que podría haber sido un momento cumbre en la carrera internacional de Rui Costa terminó con un desengaño. Una derrota que solo fue olvidada gracias a la consecución de la Eurocopa de 2016, con Cristiano Ronaldo como gran líder y tomando el relevo de la generación de Rui Costa y compañía.

Costa prometió en su día volver a Lisboa y al Benfica. En 2006 cumplió esa promesa, renunciando a un contrato de 4,6 millones de euros anuales en Milán para volver a casa. Los jugadores del estilo particular de Costa tienen una cualidad efímera que caracteriza su carrera por los fugaces momentos de magnificencia, en comparación con una construida sobre la consistencia. Así que, después de haber hecho vibrar a Italia durante más de 10 años, ¿será capaz de causar algún impacto en el Benfica?

En términos puramente futbolísticos, los mejores años de Costa quedaron atrás en Florencia, pero al regresar al Benfica su presencia fue incandescente. Esto no quiere decir que no haya aportado nada a la calidad del juego, sino todo lo contrario. En su primera temporada de regreso, fue constante y ayudó al Benfica a alcanzar el tercer puesto, por detrás del Oporto y del Sporting.

Al comienzo de la temporada 2007-08, su contribución con dos goles contra el FC Copenhague permitió al Benfica acceder a la Liga de Campeones, rompiendo su reciente racha de mala suerte. Por desgracia para los aficionados, sabían que su tiempo juntos era limitado; al principio de la temporada había anunciado su retirada del club al final de la campaña, y después de cada gol o partido, se acercaba a sus seguidores para darles las gracias, cada vez más sagaz en sus últimos años.

Tras su retirada, Rui Costa se convirtió en Director de Fútbol del Benfica, cargo que dejó el 10 de octubre de 2021 para convertirse en el presidente número 34 del Benfica.


jueves, 14 de octubre de 2021

HISTORIAS QUE VALEN LA PENA RECORDAR

MARADONA-CASTRILLI-CHILAVERT 

FUENTE: KODRO MAGAZINE

José Luis Chilavert, Javier Alberto «El Sheriff» Castrilli y Diego Armando Maradona protagonizaron el 16 de junio de 1996 una de las trifulcas más recordadas de la historia del fútbol argentino, en un partido que acabó con la última expulsión del 10 y derrota de Boca Juniors por 5-1 ante Vélez en Liniers.




Por la fecha 13 del torneo Clausura de 1996, los xeneizes dirigidos por Carlos Salvador Bilardo visitaban el estadio José Amalfitani en una noche fría de domingo del otoño porteño. El partido empezó muy bien para Boca cuando Claudio Paul Caniggia abrió el marcador a los 15 minutos de juego. Sin embargo, cinco minutos después, el equipo conducido por Carlos Bianchi igualó el partido gracias a un polémico gol de Patricio Camps con un cabezazo que no llegó a traspasar la línea de gol.


El arquero paraguayo José Luis Chilavert fue el encargado de dar vuelta el resultado con dos goles memorables ante Carlos Navarro Montoya: uno de tiro libre y otro de penal. Sobre el final del primer tiempo, se produjeron incidentes en la tribuna popular visitante que ocupaban los bosteros enardecidos por las polémicas decisiones arbitrales del árbitro, quien además de cobrar un gol ilícito había expulsado a Néstor Fabbri.

Maradona, capitán de Boca, reprochó al árbitro, y lo responsabilizó por los incidentes, y «El Sheriff» Castrilli decidió sacarle la tarjeta roja directamente por «incitación a la violencia», según reveló años después en una entrevista. Mientras se dirigía al túnel para ir al vestuario, Diego cambió el rumbo y se acercó hasta la popular para intentar calmar a los hinchas que intentaban romper el alambrado y a la vez recibían los gases de la policía y los chorros de agua de los bomberos.

Indignado por la situación, el «10» encaró hacia el centro del campo de juego donde todavía estaba Castrilli para exigirle explicaciones. «La gente no se va a comer este garrón», fue lo primero que esbozó Maradona ante la consulta de los periodistas, que le preguntaban por su expulsión. «A mí no me dijo nada, ahora voy a verlo», agregó un Diego enfurecido. 

En medio del tumulto, Maradona se puso cara a cara con Castrilli y lo que siguió después fue un monólogo que quedó grabado en los fanáticos del fútbol. «Soy jugador, tranquilo. Explíqueme ¿por qué? Maestro ¿usted está muerto? No está muerto. Explíqueme, por favor se lo pido», imploró Maradona. «Estamos hablando como hombres, como seres humanos», siguió hasta la aparición de Navarro Montoya, quien intercedió: «Vamos, Armando, no te va a contestar». «Si no me va a contestar, es un ¡botón!», gritó Maradona, enajenado; el «Mono» le pidió: «Armando, no te enojes conmigo» y Diego se alejó propinando una serie de insultos hacia un inmutable «Sheriff».

El partido siguió y en el segundo tiempo, el Fortín, que unas fechas después se proclamó bicampeón, amplió la ventaja para coronar una memorable goleada por 5-1, que se mantiene como su mejor resultado ante Boca en la historia.


miércoles, 13 de octubre de 2021

LEYENDA DE COLECCION:

LA ELEGANCIA DEL FUTBOL: ANDREA PIRLO

FUENTE: KODRO MAGAZINE 

“Hay que ser una obra de arte o llevar una encima”, expresó alguna vez el dramaturgo británico Oscar Wilde y en esa medida, Pirlo cumplía las dos facetas dentro y fuera del campo de juego.



Cuando a Andrea le llegaba la pelota a los pies, lo podías acompañar con unas notas de Mozart y en el momento que disponía a tirar un pase, era como ver servir el vino más añejo por un clásico burgués, prestancia pura. Este volante italiano es sinónimo de la tan alabada elegancia de su país, caracterizada por la dosis de audacia y un gusto exquisito por el detalle, aquel detalle que inmortalizó en su pegada.

Hablar de Andrea Pirlo es hablar del buen fútbol, aquel que no se ve reflejado en las portadas de los grandes periódicos deportivos, pero del cual el gran Johan Cruyff glorificó con declaraciones de esta índole “Pirlo puede hacer que sus pies hagan lo que sea”. Y es que estaba lleno de magia, el deporte rey lo disfrutó en su máxima expresión cuando defendía la casaca del Milan, donde ganó dos Champions League, al lado de otros cracks, por supuesto. Kaká, Shevchenko o Maldini son algunos de los genios que componían a «I rossoneri» de la temporada 2005/2006.

Esa plantilla dio fruto a grandes referentes del título de la ‘Squadra Azzurra’ en tierras alemanas, contra la grandiosa selección de Francia. Pero su historia no comienza en la ciudad de Milán, su paso está marcado por el Brescia y el Inter de Milan, en este último no tuvo tanta importancia.

Pero volvamos atrás, como decía Jaime Garzón, enfocándonos en lo que la elegancia del ‘Metrónomo’ del fútbol  provocaba; respeto, admiración o en palabras más explícitas, un orgasmo colectivo, causado por la filosofía de juego de este señor, que si le buscamos nombre, la podemos asociar con el epicureísmo. Quienes lo vimos jugar, podemos decir que ningún fanático del balompié mundial lo odiaba, no había manera de parar el sortilegio que causaba su mística y tranquilidad que invadió cada círculo central que pisó y del cual se hacía dueño, rompiendo barreras sin importar credo, raza o nacionalidad.

Cuánto te extraña la caprichosa, aquella que sedujiste y la trataste de la mejor manera, dejando claro la inédita frase de Diego Armando Maradona “la pelota no se mancha”, pero que si se mancha, que sea en los pies del mayor arquitecto que parió este amado deporte.



martes, 12 de octubre de 2021

UNO DE LOS GRANDES PORTEROS DE LA HISTORIA MUNDIAL

UNA LEYENDA QUE JAMAS SE OLVIDARA 

Este corpulento portero charrúa de 1,84 de alturas y 94 quilos fue uno de los símbolos de la mítica conquista de la selección de Uruguay en el Mundial de 1950, derribando el favoritismo de Brasil en la final ante 200 mil estupefactos hinchas en el Maracaná.





Roque Gastón Máspoli fue dueño de una inigualable longevidad de 64 años dedicados al fútbol. De los primeros saltos -con 16 tiernos años- en el legendario estadio Centenario en los años 30, con la zamarra del Nacional de Montevideo, hasta el último partido de la selección uruguaya en la fase de clasificación del Mundial del 98, cuando a los 80 años dirigía el combinado celeste contra Argentina, en Buenos Aires.


Dos realidades directamente opuestas y dramáticamente distantes pocos experimentaron con tanta intensidad...


El portero del "Maracanazo" defendió la portería del Nacional hasta los 22 años, cuando fue fichado por el Liverpool uruguayo, quedándose un año con los negriazules.


Pero sería al transferirse al Peñarol, cuando empezara a destacar. Con el equipo aurinegro sería seis veces campeón uruguayo al lado de vacas sagradas del fútbol charrúa como Obdulio Varela, Juan Schiaffino y Alcides Ghiggia. Principalmente en el equipo del 49, llamado certeramente "La Máquina".


"El gran portero" dejaría los guantes a los 38 años, un año después de conducir a la "Celeste Olímpica" a la cuarta plaza en el Mundial de 1954 en Suiza. Más tarde, construiría una sólida trayectoria como entrenado destacando especialmente a su amado Peñarol.


Una de las últimas apariciones públicas de Máspoli fue en la final de la Copa Amércia de 1999, en Paraguay, cuando fue entrevistado por el periodista uruguayo Jorge Barraza. Máspoli dijo que Brasil no era tan superior en aquella fatídica tarde del 16 de julio de 1950 para los brasileños. "Casi no nos habíamos preparado. Un mes antes, jugamos tres partidos ante Brasil. El primero lo ganamos 4 a 3. Anotaron un gol en fuera de juego y otro de forma media extraña. En el segundo, ellos ganaron 2 a 1 con un gol en propia puerta de Matías González. En el tercero ganaron 1 a 0 con un gol a los 42 de la segunda parte. Éramos muy parejos", recordó.


El legendario arquero uruguayo también dijo que después de que ellos recibieran el gol del empate, el equipo brasileño se vino abajo, no por culpa de los jugadores, pero sí de la presión del público que hacía un ruido ensordecedor durante el partido que desgastó mentalmente a los futbolistas brasileños. Entonces Ghiggia trató de hacer el segundo gol y consolidar el bicampeonato mundial de la Celeste Olímpica. "Al fnal del partido, hubo una jugada donde un jugador brasileño cayó al suelo, y cuando fui ayudarlo a levantarse, estaba pálido, helado... aquello les mató!", declaró el antiguo guardamento, a los 81 años.


Roque Gastón Máspoli murió en la noche del 22 de febrero de 2004, doce días después de ingresar en el hospital debido a una infección pulmonar. Quien lo acompañó en los últimos instantes fue Julio César Abbadie, antiguo compañero en los tiempos de selección, en 1954. Emocionante también fue el homenaje que recibió de los aficionados aurinegros en el partido de la Copa Libertadores de 2004 entre Peñarol y Sao Caetano. "Ole, ole, ole, ole, Roque, Roque", gritaba la hinchada.


Tras la muerte de Omar Míguez en el 2006, ahora el verdugo de la 
canarinha Alcides Ghiggia es el único superviviente entre los que fueron titular del histórico combinado celeste de 1950.

FUENTE: TRIVELA

lunes, 11 de octubre de 2021

UN CUENTO DE EDUARDO SACHERI:

"NO SE, SEÑORA" de EDARDO SACCHERI: 

FUENTE: EL GRAFICO


¿Por qué nos gusta tanto el fútbol? Acá, digo. En la Argentina, digo. En realidad me quedo pensando en el verbo que usé. Eso de “gustar”. Y no, me estoy quedando corto. “Gustarte” te puede gustar una actriz en una película, o te puede gustar el helado de pistacho (hay gente a la que sí, a la que el helado de pistacho le gusta, qué quieren que le haga).





Y en Argentina el verbo “gustar”, aplicado al fútbol, parece quedarse chico. Seguro que nos gusta. Pero va más allá, lo que nos pasa con el fútbol. Nos cautiva. Nos enamora. Nos enceguece. Podría agregar que nos “apasiona”, pero, por motivos estrictamente personales, prefiero evitar todos los derivados de la palabra pasión. No porque no la sienta, y no porque no la viva. Pero me da la impresión de que hemos convertido a la dichosa “pasión”, sobre todo aplicada al fútbol, en una bolsa de gatos en la que cabe, además de gatos, cualquier cosa: energúmenos profesionales, publicidades estúpidas, locuras inútiles, crueldades alevosas. Por eso, si me permiten, dejemos a la pasión y a todos sus derivados (apasionar, apasionante, apasionada, pasioncita -qué feo diminutivo, dicho sea de paso-) a un costado de esta columna. ¡Cucha, pasión, cucha, salga de ahí!

Perfecto. Retomemos el asunto, suponiendo que exista, en este texto, el tal asunto. Ah, sí: que el fútbol tiene para nosotros, los argentinos, una importancia muy profunda. Ese es el asunto. Y sí, tiene razón el que lee esto y dice: “Momentito, señor Sacheri, yo soy argentino y el fútbol no me interesa”. Concedido, señor mío. Tiene razón. Aunque si no le gusta el fútbol, no entiendo muy bien qué hace leyendo la revista El Gráfico. Pero es cierto, ese es asunto suyo y no mío. En las dos cosas usted está en lo cierto. Bien. Corrijamos: el fútbol tiene, para muchos argentinos, una importancia muy profunda.

Es así, y no está ni bien ni mal. Momento. Vuelvo a corregirme: no sé si está bien o está mal que así sea.

A veces me gusta la idea de que el fútbol nos importe tanto. Me parece un gesto gratuito, en una época en la que casi todo tiene un precio. Que nos importe algo tan ingenuo, tan primario, tan inconsistente como un juego, tiene algo de antiguo y trasnochado y noble. Una especie de mueca carnavalesca que se burla del espíritu práctico y de las buenas costumbres de la civilización burguesa.

Otras veces, no. Otras veces se me chifla el moño y siento que somos una manga de inmaduros, una murga de chiquilines extraviados en los vapores de una ficción. Podríamos estar abocados al trabajo duro y a la investigación científica. Podríamos tener los ojos alzados hacia el norte seguro del desarrollo económico sustentable y del bienestar con equidad social, cultural, educativa y de género. Y en lugar de eso nuestros ciudadanos dilapidan horas de sueño preocupados por si se van o no se van al descenso, horas de trabajo haciendo una fila para comprar una entrada que, cuando lleguen a la ventanilla, ya estará vendida, horas de charla discutiendo si hay que comprar a Saturnino Chamingoti o a Demóstenes Amestizábal para el puesto de volante central de Deportivo Chispitas. Y es eso: dilapidar, malgastar, tirar a la basura una energía que podríamos usar para las antedichas nobles metas.

Para colmo de males, el planeta entero parece estar dándonos la razón. En las últimas ¿dos décadas, digamos? los asiáticos, los africanos, los melanesios se han sumado a la vieja costumbre latinoamericana y europea de jugar al fútbol. Eso tiene un lado bueno y un lado malo. El lado malo es que, cuando te quieras acordar, tarde o temprano, tu selección nacional se va a comer una derrota jugando contra Mozambique o Camboya. No sucederá mañana, no sucederá pasado, pero tarde o temprano te la van a mandar a guardar, acordate de lo que te digo.

El lado bueno es que nuestra inseguridad encuentra cobijo en ese amor global por el fútbol. Al razonamiento, casi temeroso, de “Che, capaz que deberíamos darle menos bola al fútbol” se contrapone la constatación de “Mirá cómo el mundo entero está como loco con la pelotita, chabón”. Y entonces quiere decir que hacemos bien, que nunca estuvimos equivocados (cosa que los argentinos tendemos a sospechar siempre, pero nos encanta confirmar dos o tres veces por hora). Fútbol televisado hasta los confines del planeta, jugadores convertidos en celebridades globales, el mundo parece crecientemente contagiado de este virus al que los argentinos hemos sucumbido mucho antes. Desde hace…

¿Cuánto hace que los argentinos somos así? Décadas y décadas. Estos días estuve leyendo Así jugamos, de Vignone y Borinsky, que incluye una crónica lindísima del Mundial de 1930. Uno repasa los escándalos de ese mundial, las actitudes desmedidas y las vendettas prometidas que se generaron a partir de la final contra Uruguay y descubre –tranquilizado o desolado, no sé- que hace 84 años las cosas eran parecidísimas por estos pagos.

Calculo yo que debemos llevar un siglo largo, ya, de semejante amor desencajado. Guarda que en esta parte de la columna me pongo el saco de profesor de Historia, cazo la tiza y recorro los pasillos del aula. De modo que ni se les ocurra distraerse, hablar con el compañero ni, mucho menos, sacar el teléfono celular.

Esto del fútbol, todos lo sabemos, nos lo trajeron los ingleses. Más o menos para la misma época en la que desembarcaban los ferrocarriles, los telégrafos y los préstamos bancarios, para embarcar a cambio el trigo, la lana, la carne y alguna otra menudencia del sector primario. Modelo agro-exportador, que le dicen. El asunto es que, con el barco ahí estacionado en el puerto (por unos pocos años Puerto Madero, pero enseguida el Puerto Nuevo, porque el otro les quedó chico apenas inaugurado, pero mejor no acordarse porque se me vuelan los patos) y para matar el tiempo, los marineros pelaban un balón para armarse un fulbito. De ahí habrá pasado a los changarines, a los obreros de la carne, a los peones del ferrocarril… y así sucesivamente hasta llegar al vago de su hijo, señora.

Los “niños bien”, por otro lado, lo aprendían en los colegios secundarios con sus profesores británicos. O en los clubes de gente paqueta. Claro que de ahí pasó a espacios menos exclusivos y más amplios, y así sucesivamente hasta la canchita de fútbol cinco en la que malgasta sus tardes el vago de su hijo, señora.

Según algunos, esas décadas finales del siglo XIX, las primeras del siglo XX, fueron buenos años porque la Argentina crecía, se poblaba, se modernizaba y se enriquecía. Según otros, no fueron tan buenos porque la torta estaba pésimamente repartida, y unos pocos la juntaban en pala mientras otros muchos corrían la coneja. Pero como este es un foro deportivo y no científico, no vamos a detenernos en esta disputa de historiadores. Dejémoslos ahí, en la biblioteca, fajándose a librazos, y volvamos.

El asunto es que, con más o menos razón para hacerlo, los argentinos soñábamos con un futuro de grandeza. Nos ilusionábamos con la inminencia de una “Argentina potencia”. Y entreteníamos nuestros ocios con la pelota de fútbol. Una sociedad que se mezclaba, que mutaba, que se volvía a mezclar, encontraba en las camisetas de los clubes un ámbito de seguridad y de pertenencia.


Claro que, como bien sabe cualquier hincha de fútbol, lo bueno dura poco. Estábamos ahí, en plena prosperidad, para pocos o para muchos, y nos sacudió la crisis del año 30. Que la Bolsa de Wall Street, que la crisis europea, que no te compro más trigo ni más carne, lo cierto es que la Argentina quedó con el culo apuntando al Norte y el futuro devastado. Nuestros sueños de grandeza se torcieron. Me gustaría poder escribir ahora que, por suerte, en unos pocos años nos acomodamos y recuperamos el terreno perdido, y ahí sí nos convertimos en una potencia de la gran flauta. Pero ¿para qué mentir, no?

Ya llevamos una ponchada de años intentando reflotar aquellas esperanzas. Prometiéndonos un futuro de grandeza que nunca llegó. Todavía hoy, casi un siglo después de aquellos vaivenes, seguimos poco menos que exigiendo que el mundo se acomode a nuestra gloria en ciernes. Pero lo hacemos con una mezcla de solemne indignación e incrédula jactancia. ¿Qué ocurrió con el mundo, que nos ha desperdiciado de este modo? ¿Nos hacen el vacío de pura envidia que nos tienen?
Pero no nos vayamos por las ramas, me cacho. Porque algo nos quedó de aquellos tiempos, además de viejos pergaminos y trasnochadas esperanzas. Nos quedó el fútbol. Mientras la Historia nos olvidaba, mientras nuestras glorias en ciernes se desbarataban, seguimos jugando. Se multiplicaron los clubes y las ligas. Jugar a la pelota pasó a ser la clave de cualquier infancia digna de tal nombre, la llave de acceso a la calle y al grupo de amigos.


Tomamos al fútbol y lo moldeamos a nuestro estilo. El que creamos acá, en el último patio del mundo. Lo llenamos de gambetas, picardía, temeridad, desequilibrio. Y de individualismo, anarquía, insolencia, indisciplina. Un fútbol de estetas y compadritos. Un fútbol de luces individuales y desmadres colectivos.

Creo que así jugamos al fútbol los argentinos. Y alguna vez hemos discutido, en estas páginas, si es verdad o no esa afirmación de que “al fúbol se juega como se vive”. Y apunté que no estoy seguro de si eso es cierto. Pero hoy, mientras escribo esto y mientras pienso, no puedo evitar encontrar algunos parecidos. En una de esas, cuando vivimos, los argentinos tendemos a ser ávidos, insolentes, insolventes, temerarios. Lo mismo que cuando jugamos, que se nos da por presentarnos impulsivos, inocentes, caóticos, agonísticos. Tal vez viviendo seamos bastante petulantes, inseguros, vivaces, engreídos. Del mismo modo que jugando nos evidenciamos individualistas, capaces, desconfiados, facciosos.

Pero atención. Una cosa es cómo jugamos al fútbol, o cómo me permito creer que lo jugamos. Y otra cosa es pensar por qué lo queremos tanto. Y acá me viene otra idea. Me parece que el fútbol es, tal vez, una de las pocas cosas que los argentinos sabemos que hacemos bien. Con todo a cuestas, empezando por nosotros mismos. Nos enorgullece que nuestros jugadores paseen su talento por las ligas más exigentes del mundo. Nos desvela, una vez y otra vez, la posibilidad de pasarles el trapo a todos en un Campeonato Mundial. Nos entusiasma porque es un paraíso que sentimos ahí, cerquita, próximo, posible, mucho más tangible que otros paraísos tal vez más definitivos, pero para los que no nos da el piné.

Por eso jugamos, miramos, discutimos y padecemos fútbol. Por eso, también, nacieron y trabajaron acá escritores como Roberto Fontanarrosa y Osvaldo Soriano. Ambos inventaron historias en las que usaron al fútbol como telón de fondo, o como puerta de entrada para desplegar personajes tangibles, certeros y cercanos. Conmovedora y aterradoramente parecidos a nosotros. Por eso, también, tuvimos periodistas como Dante Panzeri y Roberto Santoro, que supieron usar al fútbol como una mirilla, para ver y entender la sociedad que se movía por detrás. Me parece que si el fútbol nos importa tanto a los argentinos, no es porque sí. Nos importa porque nos desnuda, nos representa, nos evidencia.

Pero todavía falta algo más. Una virtud adicional que tiene el fútbol: nos aproxima, nos acerca, nos pone más o menos a tiro del afecto entre nosotros. Pavada de cualidad, a fin de cuentas, en esta tierra donde tolerarnos los unos a los otros parece más complicado que salir campeón invicto.

No sé, son ideas mías. Pero antes de hacerle una escena a su hijo, señora, porque otra vez llegó a cualquier hora de la canchita, o porque se pasó dos días haciendo fila para conseguir una entrada para un clásico, tenga en cuenta estos argumentos. No digo que me dé la razón. No digo tanto. Pero no sé, señora, sopese estos argumentos antes de lanzarse a correrlo, alpargata en mano.

Eduardo Sacheri (2014)

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