lunes, 18 de marzo de 2024

HISTORIAS DE VIDA

"UN LOCO CUERDO: HORACIO NARCISO DOVAL"

FUENTE: LA NACION

Los estudiosos del medievo afirman que juglares, cuentacuentos y demás personajes que se ganaban la vida animando las plazas pueblerinas con relatos de historias siempre atrapantes solían ir modificando los contenidos de sus relatos en función de la reacción del público. Agregaban o quitaban detalles o escenas para ampliar el efecto de sus narraciones (y asegurarse una mejor recaudación), sin preocuparse por deformar más o menos la realidad en la que estaban basadas.




Muchas centurias más tarde, estos parámetros apenas se han modificado. La tecnología mejoró el acceso a los relatos, sus protagonistas se popularizaron y los difusores se multiplicaron. Pero aun así, las versiones de los hechos tienden a diferir según quién los cuente; a veces en detalles, otras en el fondo de la cuestión.

La noche del 12 de octubre de 1991, Narciso Horacio Doval tenía apenas 47 años cuando un infarto masivo lo fulminó en la puerta de New York City, la discoteca de la avenida Álvarez Thomas que durante mucho tiempo fue epicentro de la noche porteña. En los días previos había jugado (y ganado) un torneo amistoso de futsal y celebrado el triunfo de su amado Flamengo sobre Estudiantes, en La Plata, por la Supercopa de ese año. O dicho de otro modo, en un puñado de horas había conjugado todas sus pasiones: el fútbol, la práctica deportiva sin límite... y la noche. No consta en los archivos ni en las narraciones, pero es imposible descartar que también haya habido alguna compañía femenina en esas jornadas con final trágico. La pinta que causaba furor en los años juveniles permanecía intacta en la proximidad de la cincuentena.

El Loco Serenata, como lo apodó la hinchada de San Lorenzo que adoró su modo explosivo, exquisito y diferente de jugar al fútbol; O Gringo, como es conocido en tierras cariocas, no fue un productor inagotable de anécdotas, como sí ocurría con su amigo de correrías y socio futbolístico Héctor Bambino Veira, pero tampoco le hizo falta. Las anécdotas iban floreciendo a su alrededor, construyéndole el camino hacia una idolatría que superó fronteras y hasta rivalidades ancestrales. Por eso, e incluso con el riesgo de la incontrolable deformación, nada mejor que sean esas historias las que ayuden a recorrer la vida de un personaje cuya huella fue imborrable en Boedo, Parque Patricios, Gávea y Laranjeiras, los barrios de Buenos Aires y Río de Janeiro en los que se disfrutó más que en ningún otro lado de su alegría y de sus goles.

Los rebusques de Palermo

El hipódromo de Palermo era en los años 60 una especie de Meca. Atraía cada fin de semana a miles de aficionados que no dudaban en atar el destino de sus ahorros a las patas de los pura sangre de carrera; el dinero corría en cantidades considerables casi a la misma velocidad que los pingos y generaba otro tipo de magnetismo, el que llevaba al Paddock o la Popular a pícaros que habían encontrado la manera de sumar unos pesos a sus -por lo general- magros ingresos.

Doval había nacido en Palermo un 4 de enero de 1944 y ahí seguía viviendo, en la casa que su hermana Lilia habitaba en la calle Godoy Cruz. Había quedado a su cuidado, y el de los otros integrantes de la familia, tras perder sucesivamente a sus progenitores. Siendo todavía un niño, una asistente social recomendó su internación como pupilo en un colegio donde el aprendizaje de la técnica para escaparse a jugar picados en los potreros vecinos fue una de las materias en las que obtuvo las mejores notas. De regreso al barrio natal sumó una asignatura más a su legajo: el oficio que practicaba su tío en el hipódromo.

“Había muchos rebusques. El preferido del tío de Narciso era la venta de vales de la apuesta triple. En eso trabajaba junto al padre del Gordo [Jorge] D’Alessandro”, cuenta José Pepe García, amigo íntimo, compañero inseparable y biógrafo aficionado de la vida del Loco.

Para los no entendidos, la triple -actualmente triplo- consiste en acertar los ganadores de tres carreras diferentes previamente seleccionadas por los organizadores. El negocio del tío, al filo de la ley, consistía en comprar vales de esas apuestas con diferentes probables ganadores en la primera de esas carreras y revender aquellos en los que hubiera acertado el caballo ganador. De esa manera, el comprador ya partía con el 33 por ciento de la tarea en su haber. Otro método de ganar dinero era encontrar un lugar que permitiera ver con nitidez la llegada de los caballos al disco y así tener la “primicia” del triunfador en caso de bandera verde. Con ese dato, y mientras se esperaba que los jueces definiesen al ganador con la fotografía, se desplazaba hacia la lejana tribuna popular para participar en las apuestas que los aficionados se cruzaban entre sí para acertar el vencedor. Haber visto la llegada en primera fila garantizaba el éxito.

“Doval no tenía nada de loco. Era muy vivo, muy despierto, muy pillo. Y cuidaba mucho la plata”, asegura Miguel Ángel Brindisi, quien compartió con el rubio de ojos azules un año de vestuario en el Huracán de 1971.

Los rebusques palermitanos de aquel tío nunca abandonaron al jugador que, desde el momento en que se asentó en la primera de San Lorenzo, deslumbraba por sus gambetas, su velocidad y sus frenos imprevistos. Vendía camisetas Lacoste entre sus compañeros de equipo –”Tenía una costumbre muy graciosa. Si alguien le pedía colores lindos, en el cuadernito donde anotaba todo escribía el nombre del que hacía el pedido y al lado ponía: colores lindos”, rememora Brindisi-, llevaba y traía de Brasil bikinis, jeans o lo que fuese que podía dejarle algún beneficio: “Tengo que aprovechar ahora, el día que deje de jugar nadie más va a hacerme caso”, decía.

El afán comercial acabaría jugándole una mala pasada. El lanzaperfume, un aromatizador de ambientes que tiene éter y cloroformo en su composición, estaba considerado una droga en Brasil, pero no en la Argentina. El Loco vio que ahí se escondía un negocio rentable y comenzó a viajar a Río con un buen cargamento cada vez que volaba desde Buenos Aires. “Un frasco ya pagaba el costo de una caja entera”, apunta Pepe García. Doval le iba pasando el cargamento a un comerciante local que se ocupaba de la venta, pero todo el mundo conocía el origen de la mercadería.

En 1976, el Loco ya jugaba en el Fluminense, después de dar el salto nada menos que desde el archirrival Flamengo, a principios de ese año. Al Mengão había llegado en 1969, llevado de la mano por Elba de Padua Lima, Tim, el técnico de Los Matadores de San Lorenzo, campeones del Nacional 68, y ya había cautivado a los torcedores (y a las garotas en las playas, pero eso pertenece a otro capítulo). A finales del 75 en el club rojinegro, eran muchos los que pujaban porque el máximo ídolo de la institución volviese a ser un brasileño, y tenían un candidato que prometía: Arthur Antunes Coimbra, Zico, a quien opacaba la presencia de Doval.

Al doctor Francisco Horta, abogado, juez y presidente del Fluminense, le encantaba la idea de “robarle” el crack al eterno rival. Su entidad no tenía el dinero para hacerlo, pero sabía de los movimientos internos en el Fla y de la predisposición de O Gringo a cruzar de vereda. Propuso un triple trueque: ceder a Toninho, Zé Roberto y el arquero Roberto al equipo de Gávea, a cambio de la llegada de Rodrigues Neto, Renato y Doval a Laranjeira. La operación fue un auténtico boom que se conoció como “troca”, y hasta el célebre músico Jorge Ben la convirtió en samba con el título de Troca, Troca.

A Doval le llevó poco tiempo alcanzar la idolatría de la hinchada tricolor, sobre todo después de que el Flu le ganara la final del campeonato carioca al Vasco da Gama con un gol suyo en el minuto 119 del alargue. En octubre, el equipo fue invitado a disputar la Copa Viña del Mar, en Chile, y la policía aprovechó la ausencia de O Gringo para allanar su casa. Habían recibido el soplo de que en ella se guardaban cajas con lanzaperfume. Encontraron algunas pocas, aunque fue suficiente. Para su fortuna, Horta manejó la situación en la Justicia y dos años más tarde el Loco fue absuelto, “pero en la cancha la cosa se puso densa; le gritaban de todo”, dice García. Incluso la hinchada del Flamengo, que todavía no había digerido la “traición” lo insultó al grito de “maconheiro” (fumador de marihuana, todo un pecado en esos años). “Lo pasó muy mal. Creo que fue la única vez que lo vi llorar”, se conmueve su amigo.

Tiempo antes, en 1972, el tío del hipódromo le había dado la oportunidad de otro rebusque a Doval, en este caso puramente marketinero. Molesto porque la llegada a Botafogo de Rodolfo Lobo Fischer, su ex compañero en San Lorenzo, amenazaba con restarle popularidad en diarios y revistas, el Loco recurrió a su curioso familiar para transformarlo en un lejano y desconocido pariente italiano que le habría dejado varios millones como herencia: “Hacían cola en la puerta de la casa para entrevistarlo”, recuerda entre risas García.

Mitos, leyendas y realidades

Existen equipos que quedaron para siempre en la memoria de un club sin haber ganado títulos. Pero hay otros que reúnen un mérito todavía mayor: conquistaron su lugar en apenas un puñado de partidos. Ocurre con la célebre Máquina de River. Todo hincha que se precie recita de corrido el Muñoz, Moreno, Pedernera, Labruna y Loustau, aunque solamente hayan jugado los cinco juntos en 18 encuentros oficiales y 4 amistosos. En ese sentido, Los Carasucias de San Lorenzo le llevan mucha ventaja.

En 1964, el Ciclón armó una delantera con pibes que venían de las inferiores: Doval, Fernando Areán, Veira y Victorio Casa. Todos tenían edades entre los 18 y los 21 años. Desinhibidos, alegres, habilidosos, atrevidos, con un toque de irresponsabilidad y también discontinuos –”En una buena tarde podíamos hacerle cuatro goles a Alemania, pero en otras nos íbamos del partido y salía todo mal”, aceptó alguna vez el Bambino-, enamoraron a su gente y fueron una brisa de frescura en medio del fanatismo por las tácticas defensivas que asolaba al fútbol argentino en los años posteriores al desastre en el Mundial de Suecia 1958.

Pero, ¿cuántos partidos jugaron juntos aquellos cuatro pibes? Tres en ese año, con un único triunfo sobre Vélez; y otros seis en 1965, con tres victorias y otros tantos empates. No hubo más. En los restantes encuentros de esas temporadas siempre faltó alguno, o más de uno, pero el mito de equipo maravilloso perdura hasta hoy. Las historias sobre la conducta de esos chicos resuenan 60 años más tarde.

Fue en ese período cuando, en días de mucha lluvia, el conjunto que dirigía José Barreiro solía entrenar en el gimnasio Salón San Martín, adyacente al viejo Gasómetro de Avenida La Plata. Un inmenso mural cubría una de las paredes laterales del recinto. Lo había realizado el pintor de Juan Carlos Lerena y recreaba la escena en la que el general San Martín permanecía atrapado por su cabalgadura durante la batalla de San Lorenzo y el Sargento Cabral acudía a rescatarlo. Los viejos socios del Ciclón que andaban siempre por el club afirman que Doval y Veira se entretenían compitiendo entre ellos para ver quién le acertaba más pelotazos en la cabeza al Libertador de media América, hasta que acabaron deteriorando la pintura.

La anécdota se enlaza con otra. Durante una gira por México los azulgranas perdían por 4 a 0, con el Bambino y el Loco sentados en el banco. Barreiro los llamó para que entraran. Veira se cuadró, hizo la venia y dijo: “El General San Martín a sus órdenes”; Doval remató: “Y también el Sargento Cabral”. El técnico los miró con gesto interrogador: “Usted debe creer que somos los salvadores de la patria”, le explicó el Bambino.

Otras leyendas surgen porque las circunstancias las elevan a esa condición. Se trata de historias mucho más palpables y fáciles de contrastar. Sucede, por ejemplo, con los partidos que atraviesan los tiempos y en los que algún protagonista brilló por encima de la media.

El Loco Serenata fue figura estelar en uno de esos duelos vistiendo la camiseta de Huracán. Se disputaba la última fecha del Metropolitano de 1971, Vélez llegaba puntero con una unidad de ventaja sobre Independiente y recibía en Villa Luro al Globo, que no se jugaba nada. “Teníamos las valijas hechas para irnos de vacaciones”, asegura Brindisi.

Al minuto, Héctor Lamberti puso el 1-0 para el local y todo parecía definido, pero no fue así. Después, según el comentario de Juvenal en El Gráfico, “Doval la rompió, Babington y Brindisi fueron un espectáculo, Basile fue un bastión, Avallay explotó su velocidad en los contragolpes y Maidana caminó la media cancha con su reconocida sapiencia”. En el siguiente párrafo fue todavía más explícito con la tarea del rubio de Palermo: “Que Doval es hábil y rápido ya lo sabemos. Pero también sabemos que es discontinuo, y a veces caprichoso. Esta vez, Doval tuvo un rendimiento casi perfecto”. En la síntesis del partido fue elegido como el mejor con una calificación de 9, y si no recibió un 10 tal vez fue porque se le negó el gol. “Les dimos un baile bárbaro. Si no fuera por el Gato [Miguel] Marín, que se atajó todo, les hacíamos seis”, resume Brindisi. Huracán ganó por 2-1, Independiente cumplió con su papel, venció por 2-0 a Gimnasia y se quedó con el título.

Apenas once meses después, el Loco repetiría la gesta. Había regresado al Flamengo porque ya no estaba en el club Dorival Knipel, un entrenador conocido como Yustrich, por su parecido con Julio Yustrich, arquero de Boca en los años 30, que se hizo cargo del plantel un año antes e impuso un nivel de conducta que acabó hartando al Loco. Entre otras cosas, le obligó a quitarse su larga melena (la foto de Pepe García cortándola con la tijera en la mano mereció una foto en el diario Jornal do Brasil). El episodio acabó con Doval en Parque Patricios durante un año.

La final del campeonato carioca 1972 tendría lugar el día que el país conmemoraba los 150 años de su independencia y enfrentaba en Maracaná a Flamengo y Fluminense. Pagaron entrada 136.829 personas y unas cuantas decenas de miles más entraron sin pagar. O Gringo abrió el marcador de cabeza (una especialidad que iría perfeccionando cada vez más a lo largo de su carrera) y fue una pesadilla para la defensa rival. El Mengão ganó por 2-1 y Doval elevó su celebridad hasta el infinito para comenzar a ser legendario.

El último eslabón del mito se confeccionó a partir del pase al Fluminense para completar la Máquina Tricolor, uno de los equipos más recordados de la historia del fútbol brasileño. El Loco compartió equipo con Roberto Rivelino, Marco Antonio, Paulo César Lima, Carlos Alberto Torres y el arquero Félix, todos ellos campeones del mundo en México 70; pero también con otros futbolistas de selección: Edinho, Dirceu, Gil, Pintinho y Paulo César Cajú. De hecho, en la citada final del Carioca 76 contra Vasco da Gama solo uno de los titulares del Flu no había jugado nunca con la camiseta verde-amarelha brasileña: Doval.

Mujeres, la gran debilidad

“¿Salieron bien? Las mujeres miran mucho”. Pepe García le atribuye la pregunta al Loco, que solía realizarla después de alguna sesión de fotos para la prensa. Doval no era especialmente alto (1,78 metros), pero la cabellera rubia, los ojos azules y la sonrisa carismática siempre llamaron la atención de la población femenina. Era así ya en Argentina, aunque el vigor y la fortaleza física que fue ganando en las tardes de Ipanema o Copacabana lo convirtieron en irresistible una vez afincado en Río de Janeiro. Las conquistas amorosas del Loco corrieron siempre en paralelo con sus éxitos sobre el césped.

En un tiempo en el cual la tapa de la revista Gente cotizaba muy alto, Doval mereció dos veces ese sitio de privilegio. Por supuesto, la aparición de su figura en las publicaciones brasileñas fue mucho más numerosa y frecuente. “Tenía un glamour increíble para las mujeres”, subraya García, que todavía recuerda cuando se sentaban juntos en la playa, le iba señalando las garotas que pasaban caminando y el Loco le marcaba con cuál de ellas había tenido algún tipo de romance: “Con esa sí, con esa no, sí, sí, sí, no…, una cosa tremenda”.

El éxito con el sexo opuesto, sin embargo, le ocasionó más de un inconveniente, incluso futbolístico, porque la fama de indisciplinado y poco profesional lo persiguió durante toda su carrera. La falta de una pareja estable, su presencia constante en la prensa rosa y la imagen transgresora no lo ayudaron a alcanzar logros todavía más altos. “Es cierto que le gustaba mucho la noche, pero nunca lo ibas a ver con problemas con el alcohol. No se lesionó nunca y jugó todos los partidos en el año que estuvo con nosotros. El apodo de Loco siempre es dañino”, lo defiende Brindisi, y agrega: “Fue una pena que cuando el Flaco [César] Menotti llegó al club, él ya no estuviera. Le hubiese encantado un jugador de ese tipo”.

Pepe García, en cambio, apunta al técnico campeón del mundo 1978 como el responsable del paso fantasmal de Doval por la selección argentina: un sólo partido oficial, contra Chile en Santiago en 1967; y otros cuatro con un combinado B en una gira por Italia ese mismo año, donde marcó su único gol vestido de celeste y blanco, contra la Fiorentina. Después, cuando expuso sus mejores años a mediados de los 70, Menotti nunca lo tuvo en cuenta. Peor aún, García lo acusa de haber frustrado el pase del delantero al Atlético de Madrid, al darle malas referencias del jugador al club colchonero.

Sin embargo, nada de esto puede compararse con uno de los hechos que marcó la trayectoria de Doval: el célebre episodio con la azafata de un vuelo de Austral que le costó un año de sanción y, entre otras cosas, quedarse afuera de Los Matadores en 1968.

El 8 de octubre de 1967, el plantel de San Lorenzo volvía de perder contra San Martín de Mendoza un partido del primer torneo Nacional. Días más tarde, Doval fue acusado de “posar su mano sobre ‘la parte trasera’ de la azafata María Concepción Salegui y darle tres palmadas”, según el testimonio de Guillermo Nimo, el árbitro que había dirigido aquel encuentro. En tiempos de dictadura militar, la AFA fue contundente: se acogió al artículo 222 del Reglamento de Transgresiones y Penas, que se refiere a “hechos inmorales o reprobables” por parte de los jugadores, y decidió una sanción desmedida: lo suspendió por 365 días.

Qué sucedió arriba de ese avión, si es que efectivamente ocurrió algo, es un misterio sin solución que depende del juglar que lo relate. La versión más extendida es que el Loco, soltero y sin compromisos, se ofreció a pagar los platos rotos para salvar al compañero casado que había sido el responsable del abuso. Pero como mínimo hay tres versiones más.

Por un lado, se dijo que todo fue una venganza de Nimo, ya que Doval lo habría increpado de manera vehemente por su actuación en el partido. Por otro, se aseguró que en realidad habían sido varios los integrantes del plantel implicados en el maltrato a las azafatas. La tercera apunta a un altercado durante la escala técnica que el avión hizo en San Luis, donde el equipo aprovechó para cenar. Un grupo de jugadores le habrían enviado mensajes provocativos a través del mozo a una mujer que ocupaba otra mesa junto a cuatro hombres, hasta que uno de ellos se levantó, se dirigió donde estaban los jugadores y prometió un “castigo ejemplar”, asegurando “tener influencias”. Por fin, Pepe García sintetiza un par de ellas: “El conflicto durante esa escala técnica fue entre los jugadores y un brigadier, y alguien pronunció el nombre de Doval como responsable. Entonces el hombre fue a la AFA y pidió que lo sancionaran”.

Los dirigentes no tenían ningún motivo para hacerlo, pero la voluntad de quedar bien con el gobierno de facto de Juan Carlos Onganía los empujó a buscarlo. Los antecedentes poco limpios de Nimo les habría servido entonces de coartada: lo obligaron a aportar su testimonio para evitar ser expulsado del arbitraje, y así surgió lo que García califica de “invento de la azafata”.

El Loco siempre negó haber tenido participación en la cuestión. “Me ha jurado por la madre que nada de lo que se le acusa es cierto. Y cuando Doval jura por la madre, no miente”, lo defendió en su momento Veira. Sin embargo, en el informe que Austral hizo llegar a la AFA, se hacía hincapié en que el mal comportamiento de los jugadores había comenzado en el momento de embarcar. Estela Boeri, comisaria de a bordo afirmaba allí que “uno de ellos me colgó una percha con ropa en el cuello del tapado”, y agrega que “los jugadores se comportaron groseramente y toquetearon a la señorita Salegui”. La implicada, en cambio, nunca hizo declaraciones. El misterio seguirá sin develarse, pero fue una mochila que Doval nunca pudo quitarse del todo.

Una vez cumplida la suspensión, el Loco alcanzó a disputar un puñado de partidos en San Lorenzo a fines de 1968. En ese verano, Tim fichó por el Flamengo y cuando le preguntaron quién era el mejor futbolista del equipo campeón contestó: “El que no jugó”. Unos días después, Doval aterrizaba en Río de Janeiro.

Récords y números que no admiten discusión

Así como las anécdotas pueden ser modificadas y hasta manipuladas a gusto de quienes las relatan y las consumen, los datos concretos ofrecen una medida mucho más exacta de quién fue el Loco Doval, o mejor dicho O Gringo, en la historia del fútbol brasileño.

Campeón carioca en 1972 y 1974 con Flamengo y en 1976 con Fluminense. Máximo goleador en los torneos del 72 y el 76, año en el que también fue elegido mejor centrodelantero de Brasil (con 95 tantos todavía hoy es el máximo goleador extranjero en la historia del Fla). Elogiado y querido por las dos torcidas más populares de Río de Janeiro, ciudadano honorario de la ciudad y nacionalizado brasileño en 1976, su nombre ha aparecido cada vez que a alguna publicación se le ocurrió realizar encuestas sobre “grandes” de todas las épocas.

En 2001, la revista Placar promovió una votación para elegir el mejor futbolista foráneo que había pasado por Brasil. El chileno Elías Figueroa quedó en primer lugar, segundo fue el uruguayo Pedro Virgilio Rocha y Doval, el tercero. Once años más tarde, cuando los duelos entre el Mengão y los tricolores cumplieron cien años, O Globo montó un equipo con ídolos que ambos tienen en común y los atacantes elegidos fueron Doval y Romario. Zico, que fue su suplente en el Fla durante todo el año 73, reconocía que “nadie se convierte en ídolo por casualidad. Tienes que haber hecho algo muy bueno para serlo”.

Doval, por supuesto, retribuyó tanto cariño con fútbol. Aceptaba que fue en Brasil donde ganó potencia y resistencia para correr los 90 minutos. “Me hice un jugador más serio, con mucha más continuidad y capacidad para resolver”, dijo en una entrevista concedida a El Gráfico un par de meses antes de su fallecimiento. Pero también se hizo querer con su absoluta integración a la sociedad carioca. Amaba jugar al vóleibol o al fútbol-tenis en la playa, muchas veces en agotadores partidos de uno contra uno que utilizaba para fortalecer su musculatura y su potencia de salto. Le encantaba pasar las horas con sus amigos frente al mar en la Rúa Montenegro (actual Vinicius de Moraes) o en el bar Veloso, hoy conocido como Garota de Ipanema.

Uno de esos “parceiros”, el músico Marcos Valle, lo incluyó en una de sus canciones, y propuso la realización de un documental que por ahora los problemas financieros impidieron concretar. Su título, O Gringo mais Carioca do futebol, indica con claridad el significado del paso de Doval por la vida de Río de Janeiro.

“Una mañana me despertó para que lo acompañara a correr al Corcovado. Ya se había retirado, éramos un poco mayores para esos esfuerzos. Pero me prometió invitarme a desayunar en un hotel de lujo que hay arriba y fui. Narciso vivía haciendo deporte y no se cuidaba ni le hizo caso a algunas señales que le fue dando su cuerpo, porque sabía que era hipertenso y su corazón tenía más tamaño que el normal. Sinceramente, no sé si hubiera servido para ser viejo”, reflexiona Pepe García, cuya página en Facebook con el nombre del Loco es una colección interminable de fotos y recuerdos de quien fue casi su hermano.

La muerte, la postrera y más triste de las anécdotas en torno a Narciso Horacio Doval, mantuvo la misma línea que el resto de su vida. Lo sorprendió después de unos días a puro frenesí, alegría y diversión. Ocurrió hace más de 32 años, pero no pudo apagar la llama de un recuerdo que permanece ardiente, como una melena rubia que sigue volando libre por Buenos Aires y Río de Janeiro.

CLUBES QUE HICIERON HISTORIA

LOMA NEGRA DE OLAVARRIA:

FUENTE: INFOBAE:

“Todas nuestras fábricas tienen su club: Barker, Zapala, Neuquén… Y yo quiero que cada uno de ellos sea manejado por los obreros. En Olavarría siempre tuvimos los mejores jugadores, no se olviden que aquí salieron los hermanos Alves, por ejemplo. A mí el fútbol me gusta de toda la vida y sé bastante. Quizás por eso en enero vino gente de la fábrica a verme, para pedirme colaboración porque querían reforzar un poco el equipo. Y lo hemos hecho a través de la Fundación Fortabat”. Las palabras pertenecen a Amalia Lacroze de Fortabat, la dueña del imperio “Loma Negra”. Las pronunció en agosto de 1981, a escasas horas del debut de su equipo en el torneo Nacional de primera división, donde sería la gran revelación. Era el punto de partida.




Tal como mencionaba Amalita, desde comienzos de año, el plantel había comenzado a reforzarse con buenos elementos de diferentes equipos de primera división. Una de las figuras que sobresalía era Mario Husillos, quien tendría un reenfoque de su carrera tras pasar por el cuadro de Olavarría. Desde Málaga, donde actualmente reside, evoca aquellos momentos:

“Había debutado en la primera de Boca muy joven e hice varios goles. Fui al fútbol español, donde actué en el segundo equipo del Real Madrid y al regreso, estuve nuevamente en el cuadro xeneize, pero sin mayor continuidad. Ir a Loma Negra en 1981 era una apuesta arriesgada, porque si bien había muy buen dinero, en principio era para disputar el Regional con el objetivo de llegar al Nacional. Me animó el hecho que también iban para allá hombres como Carlos Squeo, que había sido compañero mío en Boca, Luis Barbieri y Jorge “Gallego” Vázquez de Atlanta y Ricardo Lazbal de San Lorenzo, entre otros”.

Sin mayores apremios, el anhelo se había alcanzado y Loma Negra sería parte del Nacional 1981, en tiempos de un fútbol argentino de apellidos ilustres, donde la mayoría de las figuras e integrantes de la selección actuaban aquí. Un mes antes, Boca se había consagrado campeón con la estrella fulgurante de Diego Armando Maradona.

“Nos tocó debutar nada menos que contra el Ferro de Griguol -continúa Husillos- que venía de ser subcampeón y era un gran equipo. Yo era el capitán y antes del partido vino ‘Amalita’ a preguntarme qué premio habíamos arreglado. Cuando le dije la cifra, dijo que no, que de ninguna manera. Si ganábamos, teníamos el triple y un mexicano de oro para cada uno. Tuve la suerte de hacer el gol con el que ganamos 1-0 y el Negro Lemme, que había llegado desde Tigre y era un personaje divertido, me consultaba: ‘¿De verdad esto lo pagan Mario?’ (Risas). Por supuesto que al día siguiente cobramos sin inconvenientes. En ese aspecto, era increíble el respeto y el orden. Y la motivación, por supuesto”.

La gran incógnita era saber cómo iba a responder Loma Negra en las grandes ligas. Y estuvo sobradamente a la altura, en una zona compleja, donde no solo estaba Ferro, sino también el nuevo River dirigido por Alfredo Di Stéfano con sus recientes incorporaciones de fuste, como Américo Gallego y Julio Olarticoechea, que se sumaron a la constelación de estrellas que disfrutaba el plantel de Núñez.

El cuadro de Olavarría estuvo desde el inicio en los primeros puestos del grupo, con buenos rendimientos y un destacable invicto en la primera rueda. Llegó a la última fecha un punto por sobre River y el sueño de la clasificación se escapó por poco: “Se había conformado un equipo muy interesante y fuimos una sorpresa. Nos faltó solo la puntada decisiva en la fecha final donde debíamos ganarle a Talleres en casa para avanzar a los cuartos de final y eliminar a River. Empatamos 0-0, ellos ganaron en Junín y luego fueron los campeones, superando en la final a Ferro, el otro equipo de nuestra zona que se clasificó”. Loma Negra había hecho la misma campaña que los “Millonarios”, con 7 victorias, 5 empates y apenas dos derrotas, pero la diferencia de gol (14 contra 5) los postergó. Sin embargo, la huella había quedado firme y el plantel se mantuvo casi en su totalidad.

Abril de 1982 es un mes marcado con dolor en el almanaque de los argentinos. En medio de las noticias lacerantes que llegaban desde Malvinas, tanto Olavarría como el fútbol argentino tuvieron un remanso en el mediodía del sábado 17 de abril, cuando la poderosa selección de la Unión Soviética, en plena preparación para el Mundial, visitó la ciudad para caer derrotada ante Loma Negra. Ostentaban un extenso record invicto, ya que no perdían desde 1979. En ese lapso habían logrado empatar con Argentina en Mar del Plata a fines de de 1980, vencer a Francia en Moscú y a Brasil en el Maracaná. El cachet que obtuvieron fue de 30.000 dólares para un encuentro disputado en horas de la mañana/mediodía, con televisación en directo de canal 11 hacia todo el país. Unos días antes se había presentado en el estadio Monumental dejando una grata impresión.

“Llegaron con mucho ruido, luego empatar 1-1 con Argentina en la cancha de River, partido al que fuimos para poder verlos. Olavarría fue una locura en esas horas y más aún cuando terminó con la victoria nuestra por 1-0, hecho que es recordado hasta nuestros días como algo histórico y considerado como el momento cumbre del deporte para la ciudad”, evoca Husillos, autor del único gol.

En el transcurso de ese año, Loma Negra volvió a competir en el torneo Regional y consiguió la clasificación para el Nacional de 1983. Casi no había habido bajas en el plantel y si varios refuerzos como recuerda Husillos: “En 1983, a esa muy buena base, se agregaron excelentes futbolistas como José Luis Gaitán, Pedro Magallanes, Luis Galván y la “Pepona” Reinaldi. Era un cuadro realmente poderoso”.

En la misma sintonía se estacionan las evocaciones de la Pepona Reinaldi, que venía de Talleres de Córdoba: “Fue muy lindo jugar allí. En el plantel éramos 23 futbolistas de los cuales 22 veníamos de afuera y solo uno pertenecía al club, algo bastante particular. Era una ciudad chica y debíamos trasladarnos varios kilómetros para entrenar. De la mitad de cancha en adelante, compartí con muy buenos compañeros como Orte, Husillos y Magallanes. Teníamos todas las comodidades imaginables y jamás un problema para cobrar ni premios ni sueldos. El día 30 siempre estaba (risas)”.

Una caída tan temprana como inesperada, con Racing en los octavos de final, marcó el comienzo del fin, como cita Reinaldi: “Al quedar eliminados, el plantel se fue disolviendo: Osvaldo Rinaldi, Pedro Magallanes y Félix Orte se fueron a Racing, Mario Husillos a San Lorenzo, Jorge Pellegrini y Carlos Squeo a Instituto y yo a Rosario Central. En lo personal me fue bárbaro y el único problema fue no haber podido llegar a las finales”

También se había dado un salto de calidad en cuanto a la dirección técnica, donde asumió Roberto Marcos Saporiti, entrenador del excelente equipo de Talleres de fines de los 70, colaborador de César Menotti en la selección campeona del Mundo y que un año más tarde daría la vuelta olímpica como DT de Argentinos Juniors: “Loma Negra fue una experiencia extraordinaria. Me encontré con una gran organización que había dejado don Valentín Suárez. El contacto me lo había hecho el Coronel Luis Prémoli, que era la mano derecha de Amalita. Tras la charla con él, quedamos de acuerdo y me dijo: ‘Mañana va a conocer a la Señora’. Así fue, al día siguiente fui a las oficinas en Diagonal Norte, porque ella quería saber cómo era yo en la faz personal. Una mujer increíble, muy culta, con mucho mundo. Otro nivel”.

Precisamente con ella, se produjo una anécdota muy particular: “Solía ir a ver las prácticas y llegaba en helicóptero, que lo aterrizaban en medio de la cancha donde estábamos entrenando. Algo poco habitual y que no me simpatizaba demasiado. Me contaron que el Coronel Prémoli una vez le dijo: ‘Mire que eso a Saporiti no lo gusta demasiado’. Y la señora respondió: ‘Entonces está perfecto, hagamos como dice él, que me cae bien y además, habla francés (risas). Con Amalita solo hablábamos en ese idioma’. El tema es que a la vez siguiente, la nave bajó, pero en la cancha de al lado. Ella se quedó mirando desde atrás del alambrado. Yo hice lo que correspondía. Paré y les dije a los muchachos que vayan a saludarla. Ella nos seguía desde donde estuviese. Si de casualidad se encontraba en Europa, buscaba la manera que le hagan llegar la transmisión de radio para escucharla”.

“En el torneo del ’83 debutamos contra River en el Monumental y después del partido nos invitó a todos a uno de sus departamentos sobre Avenida del Libertador. Increíble lugar, parecía un museo. No vivía allí, sino que lo tenía para recibir gente. La relación con ella fue extraordinaria. Creo que el proyecto terminó porque se había cansado un poco del tema fútbol, pero si ese equipo duraba un año más y con tres incorporaciones, estoy convencido que podíamos pelear el título en cualquier campeonato argentino”, remata Saporiti.

El equipo era gran candidato en ese Nacional, donde transcurrió a paso firme la primera fase de grupos, donde fue el vencedor, dejando en el segundo puesto a River Plate y lo mismo aconteció en la segunda. Allí ganó invicto su zona, con tres puntos de ventaja sobre Argentinos Juniors. Los octavos de final marcaban el inicio de los encuentros a partido y revancha y en la previa, Racing no se asomaba como un rival demasiado complicado. En Olavarría lo superó 2-1 con gol de Varales sobre la hora y pocos días más tarde llegó la eliminación, con estruendo de catástrofe, al ser goleado por 4-0 en cancha de Huracán.

Para Mario Husillos, a la hora del balance de dos años y medio vistiendo esos colores, el resultado no puede ser más satisfactorio: “Haber ido allá fue espectacular, fue un paso sensacional en mi vida. La estancia en la ciudad fue extraordinaria, porque nos acogieron de manera increíble. Ni hablar del plano económico, porque Loma Negra estaba mejor que muchos clubes grandes. En lo deportivo, mejor imposible para mí, porque a mediados de 1983 fui transferido a San Lorenzo y de allí nuevamente a Europa. En el Nacional de ese año, me consagré como el goleador del campeonato”.

Sobre el cierre de la charla, Husillos deja una reflexión que puede ayudar a comprender el final: “El gran objetivo de la señora de Fortabat era que Loma Negra sea un habitué de los campeonatos de Primera, del viejo Metropolitano y no solo del Nacional. Creo que hubo alguna promesa al respecto que finalmente no se concretó. El único dirigente real de fútbol que tuvimos fue Valentín Suárez, que había sido Presidente de AFA. Él hizo las gestiones para lograr aquello, pero por algún tema político no pudo ser y por ello el plantel se desmembró. No tenía sentido mantenerlo para solo disputar el Regional y el certamen local de Olavarría”.

Y en la medianoche del 19 de mayo de 1983, como si fuera una cenicienta futbolera, el encanto de Loma Negra quedó allí, perdido en las misteriosas calles de Parque Patricios. Un sueño que tuvo un origen de cemento, un sustento de dinero y un imborrable recuerdo de tardes con sabor a hazañas y a buen fútbol.

viernes, 15 de marzo de 2024

HISTORIAS DE OCASO

LA HISTORIA DE CESAR ABEL  ROMERO

Los cuatro cuerpos estaban tirados en el pasto humedo del invierno en Isidro Casanova, a las 11 de la mañana del martes 24 de julio de 1984. Los oficiales de policía los observaban, pistola en mano, para evitar que alguno de ellos haciera un gesto sorpresivo. Pero no. Eran cuatro cadáveres que, pocos minutos atrás, habían intentado hacer un raid delictivo que incluyó el robo de un auto como el asalto a dos oficinas de transportes. Los oficiales los revisaron, les levantaron las ropas y les quitaron las armas: una Itaka 12,70, un fusil 7,65, una pistola 45, otra 9 mm, un pistolón de dos caños, un revólver calibre 32 largo





A uno de ellos algo le llamó la atención mientras revisaba un cadáver: este tenía en su pecho un tatuaje inmenso de un águila con las alas desplegadas. Lo había visto hacía poco tiempo en otro lugar, por la televisión: "Che, ¿este no es Romero, el boxeador?", preguntó. Los otros oficiales se acercaron y lo vieron. Efectivamente ese cuerpo de casi dos metros de altura pertenecía a César Abel Romero. Cerca de él yacía otro de los cadáveres: el de su hermano Mario Saúl. 

Apenas diez días antes, en Montecarlo, ese muchacho de 29 años había perdido por puntos la pelea más importante de su vida ante el venezolano Fulgencio Obelmejías, que no le permitió aspirar al título mundial contra el campeón Michael Spinks

¿Qué pasó durante esos diez días, entre el final de la pelea y el final de su propia vida?    

César Abel Romero nació en Merlo, provincia de Buenos Aires, el 25 de enero de 1955, y era hijo de un chapista y ferrocarrilero, y de una ama de casa. La familia estaba conformada por siete hermanos (cinco varones y dos mujeres) y desde pequeño tuvo que aprender distintos oficios para poder llevar un plato a la mesa, como repartidor de vinos o sodero. Pero a los 11 años el mundo de la delincuencia juvenil ya lo había empezado a formar: asaltaba con revólveres de juguete, robaba cobre de los talleres del ferrocarril o mármoles del cementerio de Santa Mónica. A los quince años cayó preso por portación de armas y a los 17 casi lo matan en Liniers tras robar en un depósito de quesos. En vez de eso, lo condenaron a pasar 3 años y medio en prisión, que se redujeron solamente a seis meses dado que en aquel momento era menor de edad. 

Salió pero poco tiempo después tuvo que volver porque su nombre apareció vinculado a una banda que robaba autos. Para ese entonces ya ostentaba su vigorosa aguila en el pecho, hecha a sus doce años con agujas y tinta china, para sentirse "más grande" como los patovicas que estaban en el Club El Ancla, de Olivos, y que él observaba cuando llegó a ser caddie.

Desde 1972 hasta 1978 César no sólo había adquirido una personalidad respetada en la cárcel de Mercedes, también había practicado box con un tal Gigena: imitaba los golpes y los movimientos de sus ídolos Ringo Bonavena y Carlos MonzónSu cuerpo también tenía otros 31 tatuajes más. 

En una entrevista hecha para El Gráfico y publicada una semana después de su muerte, Ernesto Cherquis Bialo le consultó sobre su pasado cacerlario y Romero dijo que aprendió "a pelear para que no me violaran. No podía dormir porque me la tenían jurada. Y no tenía más remedio que defenderme". 

En marzo de 1978, con 24 años, salió solo y sin documentos de la cárcel y en su casa lo esperaba su madre, a quien le pidió de rodillas que lo perdonase, y a la que le juraba que jamás volvería a hacer todo lo que hizo.

Sólo tenía sus puños para llevar adelante su vida. Con sus padres se fue a vivir al Chaco, donde se entrenaba en el gimnasio de don Pili Baret para hacerse boxeador. 

Desde junio de 1978 hasta marzo de 1981 realizó 33 peleas como amateur: perdió sólo 2. Su debut como profesional llegó cuando le ganó por puntos a Victor Robledo en Pergamino el 20 de marzo de ese año. Para entonces su entrenador era Héctor Rodríguez. Tuvieron que mediar 14 peleas (entre ellas, una contra Juan Domingo Suárez el 6 de agosto de 1982, en la que peleó con una fractura de tibia y peroné) para que el boxeo mundial lo mirase con otros ojos: el 30 de julio de 1983 derrotó en el segundo round al uruguayo José María Flores Burlón en el Luna Park. 

Este boxeador tenía pautado pelear con el mismo campeón mundial de peso medio Michael Spinks, pero aceptó el reto con Romero porque era su sparring. Nadie esperó semejante derrota. 

Uno de los presentes esa noche en el Luna Park fue el mismo Carlos Salvador Bilardoquien pocos meses atrás había asumido como director técnico de la Selección Nacional. El Narigón era amigo de un grupo de simpatizantes de Romero que iban a verlo al Luna Park y vivió la pelea contra Flores Burlón como nunca a pesar de que "hacía como 10 años que no iba". "Desde entonces", declaró Bilardo a la revista Gente, "lo fuimos a ver en todas las peleas. Andaba bien. Andaba al pelo. Yo era su padrino deportivo. Yo sabía que él había estado en la 'mala' pero ahora llevaba una vida normal. Entrenaba todos los días, se llevaba bien con la esposa y con los hijos". 

En al menos dos peleas estuvo presente el técnico campeón del mundo de México 86: en esa y en la que disputó contra el paraguayo Juan Carlos Gímenez, en el mismo escenario, el 9 de junio de 1984. Esa misma jornada, a pesar de haber ganado por puntos, una de sus costillas le generó una mala pasada que le afectó por varios días. 

En su vida profesional otro cambio fue especial: Héctor Rodríguez ya no era más su entrenador. En una declaración para la revista Mística, del año 1998, comentaba que Romero "era un chico muy noble y respetuoso, que me juraba que no volvería a robar. Pero lo rodeaba un grupo que lo perjudicaba, y que a mí no me gustaba. Finalmente lo encaré al hermano, Mario Saúl, que vivía con él, y le dije que eligieran: o se iban todos del gimnasio, o se iba el grupo, y lo dejaban a César para que siguiera trabajando conmigo. No me contestó...Días después me enteré que estaban en el Luna Park entrenando con Carlos Martinetti, un ex colaborador mío"

 Después de la victoria ante Flores Burlón, le siguieron seis peleas más, todas ganadas (5 por KO). Su fama y su respeto crecieron en el mundo del deporte incluso tras llegar al 6º puesto en el ranking del Consejo Mundial de Boxeo con apenas veintiún peleas, hasta que el 14 de julio de 1984 se presentó la gran oportunidad.

En Montecarlo, como previa a la pelea entre Davey Moore y Wilfrido Benitez, tuvo la chance de retar al campeón norteamericano, pero antes debía ganarle al venezolano Fulgencio Obelmejías, quien tenía un récord de 40-2 en peleas disputadas.

Si bien la expectativa era alta, el resultado no fue el esperado porque Obelmejías dominó de cabo a rabo toda la pelea ante un Romero que no supo defenderse, además de haber peleado con una molestia en la costilla lastimada por el paraguayo Gimenez. Bilardo dijo que aquel sábado no fue a la cancha sólo para ver la pelea por televisión. 

La mencionada crónica de Cherquis Bialo comenta que, además de la comitiva que acompañaba a Romero (que incluía a Tito Lectoure, su apoderado Eduardo Omar Buchacra, el vicepresidente de los alfajores Guaymallén Hugo Basilotta y el por entonces empresario inmobiliario y posterior presidente de Vélez Raúl Gámez), dos personas más se sumaron al viaje: su hermano Mario Saúl y su amigo de toda la vida Daniel Cabezón Rodríguez. Uno de esos viajes fue pagado por el mismo boxeador como parte de la bolsa que cobraría por la pelea (U$S 5.000 como mínimo). Quería que ellos estuviesen presentes. Estos nombres serían importantes para su destino. No le importaba el dinero: "A mi la guita de esta pelea no me importa; vine a ganarle a Obelmejías y por la chance del título". 

En otro fragmento de la entrevista el boxedor decía: "Una piña lo define todo. Si la recibo, estoy liquidado; si la pego, soy el dueño del mundo". Y sobre el final de ese mismo encuentro le contestó al enviado de El Gráfico sobre si podría jurar que nunca más iba a ir en cana: "Como está mi vida ahora, imposible. Totalmente imposible. Ahora, eso sí; si hago una macana, prefiero la boleta antes que volver..."

  El peso de las palabras puede tener carácter premonitorio o bien de advertencia: en este caso las de Romero parecían inclinarse por la segunda opción. Perdida la pelea, volvió el día 16 de julio a Buenos Aires, mientras que su hermano y Daniel Rodríguez regresaron el jueves 19.

A partir de ahí comenzó la oscuridad: cobró los U$S 2.400 que Tito Lectoure le debía por la pelea en Montecarlo y en una casa del barrio Libertad, del partido de Merlo, los hermanos Romero, Rodríguez, un tal Carlos María Centurion y dos personas más decidieron que harían un "reviente", es decir el robo de una caja de caudales, para pagar viejas deudas. Pensaba pagar con la bolsa de la victoria ante Obelmejías, pero todo se echó a perder. 

La condicíón económica del boxeador no era la peor: cobraba una mensualidad de los alfajores Guaymallén y de los Seguros Vigencia, además de tener pactadas varias peleas, entre ellas una con Martillo Roldán en el Luna Park, pero necesitaba pagar esas deudas de sus viejos tiempos.

Eduardo Buchacra, su apoderado, dijo a la revista Gente el 26 de julio de 1984 que "el que le llenó la cabeza con esas ideas fue su hermano Mario Saúl, que lo tenía dominado. Porque César era así, un tipo bueno pero sin voluntad. En los últimos meses lo noté cambiado. Como vacío. Casi sin vida interior. Todo le daba igual. El sábado, incluso, vino a verme. Sí, el sábado, dos días antes de que lo mataran". 

El propio Bilardo dijo que ese último fin de semana lo habían invitado a cenar para comer con un grupo de amigos en el que iba a estar Romero, pero no pudo ir porque estaba en Montevideo con Argentina para disputar dos partidos amistosos contra la Selección local. 

Decidieron en principio que, para lograr ese robo, debían conseguir armas: el mismo boxeador las compró con el dinero que le quedaba. Una de las utilizadas fue una 9 mm que pertenecía a la Policia Federal. Después debían empezar con robar un auto que sirviera a otro de campana por si venía la policía. 

Ese martes salieron a las 7.40 desde Paraguay al 200, en Merlo, para buscar los hermanos Romero a Daniel Rodríguez en un Dodge 1500, que también ocupaba Carlos María Centurión. A las 9.50 de la mañana Carmelo Affatato denunció en la comisaría de Ramos Mejía que dos sujetos le habían robado su Volkswagen Gacel en la avenida San Martín al 2900, en Lomas del Mirador. Esos sujetos eran Centurión y Rodríguez.

Ambos coches hicieron un viaje de 17 minutos hasta la Oficina de Transportes Automotores La Plata, en Monseñor Bufano al 4600 de donde se robaron 2.475.200 pesos argentinos (25 centavos actuales). Con el dinero recaudado siguieron viaje otros diecisiete minutos más hasta la Empresa de Transporte Almafuerte en la avenida Brigadier Juan Manuel de Rosas 7849, entre Settino y Almeira, en el partido de Isidro Casanova. En ese lugar pensaban recaudar algo parecido pero el dinero ya había sido retirado por lo que apenas obtuvieron 34.216 pesos argentinos del segundo botín. 

 La crónica de El Gráfico del ocaso de este segundo atraco, escrita por Carlos Irusta y Victor Hugo Candi, dice que un detalle cambiaría todo: "La irrupción de dos ejecutivos de la empresa en un Ford Falcon gris. Confundiéndolos con policías, dos de los maleantes los recibieron a golpes haciéndolos entrar a la oficina, despertando, seguramente, la atención de algún vecino que llamó al 625-0474, la comisaría de Isidro Casanova, que está a solo 15 cuadras  (...) Llegaron al lugar a las 10.33". 

-¡Ahi vienen, muchachos! ¡Agarren los fierros que si no, nos matan a todos!-gritó César Romero, acaso en un grito que anticiparía el trágico destino de todos sus hermanos varones: Miguel Angel y Jorge Antonio, que fueron asesinados por la policía, y José Luis, que se encontraba preso en Mercedes

Las balas se intercambiaron durante más de 40 minutos, en un cruce que también dejó heridos al comisario Rodolfo Alcántara y al sargento Alberto Giot. 

Pasadas las 11 de la mañana todo había terminadoLos cuatro cuerpos estaban tirados en el húmedo pasto de Isidro Casanova, en el conurbano bonaerense.

Cuatro cuerpos, iguales ante la muerte

Hasta que llegó la voz de un oficial: 

-Che, ¿este no es Romero, el boxeador?

Y, justamente ahí, comienza la historia. 


 

HISTORIAS DE VIDA

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