jueves, 30 de septiembre de 2021

EN EL RECUERDO

LUIS RUBEN DI PALMA:

FUENTE: INFOBAE/DARIO CORONEL 

Por Darío Coronel


Un deportista puede trascender por sus éxitos y popularidad. Pero estar presente en la memoria también por sus valores lo enaltece, tal es el caso de Luis Rubén Di Palma. El recordado arrecifeño es uno de los máximos ídolos del automovilismo nacional, aunque también se destacó por sus gestos solidarios y ética con sus colegas, priorizando en casos una relación de amistad o camaradería a lograr un título. Tuvo golpes, pero siempre supo rehacerse. 





Fue el primer representante de un clan con tres generaciones de pilotos cuyo bien de familia parece interminable.


El Loco Luis, como se lo conocía a Di Palma, nació el 27 de octubre de 1944. De aquél chico que casi tuvo que criarse solo, que fue mecánico de su vecino Carlos Alberto Pairetti, a competir contra éste en el TC, donde debutó en 1963.


El 31 de mayo de 1964 logró su primer triunfo con 19 años, siete meses y cuatro días, en la VL Vuelta de Arrecifes, ante su gente. "Ganar justo en Arrecifes fue algo increíble. Pensar que hay mucha gente que nunca pudo ganar cerca de su ciudad y a mí se me dio a meses de mi debut. Eso me ayudó a conseguir publicidad. No nos sobraba plata, pero sí teníamos para presentar el auto bien armado en todas las carreras", recordó Luis. Durante 54 temporadas mantuvo el récord de ser el ganador más joven de la popular categoría, que recién batió Juan Tomás Catalán Magni (otro arrecifeño), con 18 años, seis meses y 30 días, pero siendo piloto invitado de Juan Manuel Silva en los 1.000 Kilómetros de Buenos Aires en 2017. Además, Luis se dio el gusto de ganar con las cuatro marcas en el TC.


Su época más gloriosa fue sin dudas en la década del setenta. Con autos construidos por Oreste Berta, nada menos, logró cinco campeonatos: TC (1970 y 1971), Sport Prototipos (1971 y 1972) y Fórmula 1 Mecánica Argentina (1974). En ésta categoría repitió campeonato en 1978, pero ya no estaba con el Mago de Alta Gracia. Luego llegaron otros dos títulos nacionales, ya con su propio equipo, en el TC 2000 (1983) y el Supercart (1993). Además formó parte de la Misión Argentina en las 84 Horas de Nürburgring en 1969, con los Torino que pusieron a la industria argentina bien arriba. De hecho, de los tres "Toros" que largaron, el que terminó la carrera fue el auto que más vueltas dio (334) en la clasificación general y terminó en el puesto cuarto.

Luis era intenso, con mucha adrenalina y corría con lo que fuese. Entre 1970 y 1972 participó de los 1.000 Kilómetros de Buenos Aires con el Berta LR, un prototipo argentino que se midió a los Porsche y Ferrari que eran referencias del Mundial de Endurance. Tuvo buenos parciales, pero sin poder concretar en aquellas carreras en el Autódromo Oscar y Juan Gálvez. 


También en las 24 Horas de Le Mans en 1973, Di Palma compitió junto a su amigo Néstor Jesús García Veiga. Con una Ferrari 365 GTB/4 fueron 29° en la clasificación general y 10° en su clase. Sumó dos ediciones del Rally de la República Argentina con un Audi Quattro en 1983 (abandonó por un despiste) y en 1984 (desertó por una falla en el motor), fechas válidas por el Mundial de la especialidad.


Sin ser un técnico o ingeniero y sin haber cursado el colegio secundario, supo prepararse sus autos y hasta fue uno de los pioneros con las energías alternativas al punto de poner en pista un Torino con motor impulsado a GNC en una carrera del Supercart, en Buenos Aires en 1990. El auto tuvo fallas mecánicas en carrera, pero su apuesta fue un hito.


Quiso mucho a su Arrecifes donde llegó a ser precandidato a intendente para las elecciones de 1999. Era un apasionado por los motores y la velocidad. También le gustaban las motos y lanchas. "Corro porque me gusta y lo siento. Aunque me gusta más volar. Soy mucho más feliz arriba de un avión que de un auto de carrera", aclaraba y por eso piloteaba ultralivianos, aviones y helicópteros, donde con uno de ellos perdió la vida en un accidente en Carlos Tejedor (Buenos Aires) el 30 de septiembre de 2000.


Tenía 55 años y en sus días finales trabajaba a destajo para poner en pista otro Torino para el TC. En su epílogo dentro de la octogenaria categoría, logró su último triunfo el 13 de setiembre de 1998, en Buenos Aires. Muy emocionado en el podio dio un mensaje que sonó a despedida, pero también demostró su grandeza: "a la juventud le pido que no se apure, que todo llega". Eran los tiempos en los que cinco Di Palma largaban una carrera de TC: Luis y Andrea como acompañante y como competidores, José Luis, Marcos y Patricio.


Logró 103 victorias en total. Fue un notable piloto, entre los diez mejores de la historia de pista en nuestro país. Tenía espíritu combativo y siempre se brindó por el espectáculo. Muy áspero, pero con códigos. Nunca se puso el casete para declarar. Carismático y adorado por el público está a la altura de Juan María Traverso, aunque el "Flaco" nunca fue preparador de autos. A su vez Luis era un líder natural que arriba y abajo del auto fue clave en el nacimiento y fortalecimiento de categorías como el TC 2000 (trabajó mucho para su organización y televisación), la Fórmula 2 Codasur, el Club Argentino de Pilotos y el Supercart.


Afirmaba que "a mí me interesa ir solo una vuelta primero por carrera. Eso sí, que sea la última". También que "si vos tenés algo, como lo tengo yo, es probable que la gente te envidie un poco, pero si vos hacés que te tengan envidia, es mucho peor". En tanto que sus afectos siempre fueron lo más importante: "Más que nada me gustaría ver a toda mi familia realizada. 


Cada uno en lo suyo, pero feliz, como cuando me subí al primer auto a los 19 años y empecé a ser Di Palma, el corredor. Desde ese entonces hice lo que me gusta y viví como siempre lo soñé". Antes de partir manifestó que "yo estoy viejo, pero tengo cuatro hijos con mi sangre, con el apellido Di Palma, que darán lucha por mucho tiempo en el automovilismo. Eso me basta para sentirme satisfecho y orgulloso".



El recordado periodista Alfredo Parga contó una vez una gran anécdota: "Una vez Luis me dijo, 'si hubiese sido Reutemann, le hubiese tirado el auto encima a Piquet' (por la definición del título de la Fórmula 1 en 1981). Yo lo miré y le dije que no le creía, ya que no era una mala persona y deportista para llegar a ese extremo. El Loco sólo me lo había dicho por un impulso y ambos sabíamos que una actitud tal en pista, no era genuina en él".


Pero, para conocer más a fondo su vida qué mejor que el testimonio de sus hijos. Infobae habló con ellos: "Lo que más me marcó fue su humildad. Siempre me decía 'el día que tengas un taller saludá desde el que prepara los motores hasta el que limpia el piso'. Nos educaba con el ejemplo", sostuvo Patricio. "Chocamos varias veces porque ambos somos de fuerte personalidad y como buen Di Palma nunca nos guardamos nada. Pero nunca me cerró la puerta y cuando me equivoqué y le pedía disculpas, él estaba ahí", agregó el "Negro" Di Palma.


"Era muy laburante y antes de su muerte estaba armando un Torino para TC. Quería correrlo él, pero cuando se enteró que yo me había quedado sin auto, me dijo 'correlo vos y luego armamos otro para mí'. Cuando falleció me tuve que hacer cargo de la preparación y ahí aprendí a tener mi propio taller. También, cuando terminé de armar ese auto luego lo corrí y gané en Buenos Aires en 2003. Fue increíble porque la marca (Torino) estuvo 28 años sin ganar y la última victoria había sido con mi viejo", recordó el campeón de la Clase 3 de TN en 2005.


"Por ser el más grande agarré la época de sus campeonatos en el TC, el Sport Prototipos y la Fórmula 1 Mecánica Argentina (F1 MA). Él vivía el automovilismo de forma más amateur. Durante toda su vida mi viejo ayudó a mucha gente, incluso a colegas. Hasta llegó a perder campeonatos con tal de evitar romper una buena relación. Por ejemplo, era muy amigo del "Nene" García Veiga. 


Ambos compartían equipo y llegaron a definir un campeonato de la F1 MA en 1973. En la última fecha en Comodoro Rivadavia mi papá le dio el nuevo motor que había preparado Berta que era un Tornado con inyección, con 20 caballos más… Luego en 1980 peleaba con Maldonado en la Fórmula 2 Nacional. A Yoyo se le rompió el motor y mi viejo le dio uno de los suyos y perdió otro título. 


Y en 1986 el abuelo de Agustín Canapino (actual tricampeón de TC) le rectificaba motores de ultralivianos y le dijo que 'su hijo estaba estudiando, si le daba una chance en su equipo'. Mi viejo se la dio. Ese chico era Alberto Canapino (uno de los chasistas más importantes del país). Era su primer trabajo y le preparó el VW 1500 que ganó en la primera carrera del año del TC 2000 en Balcarce", afirma José Luis, que fue campeón de la Fórmula 2 Nacional en 1986 y de la Fórmula 3.000 Británica en 1994.



"Tuvo menos plata que la que pareció. Pero nunca ahorró. Recuerdo que nos decía a modo de broma 'para qué voy a guardar la plata, capaz que me pasa algo y no quiero dejársela a ustedes'. La disfrutó, se dio todos los gustos en vida y lo tuvo muy merecido", cuenta el padre de Josito, actual piloto de TC y Clase 3 de TN, y Stefano, que corre en la Clase 2 de TN.



"Extraño mucho sus consejos. A veces no le dábamos bola con la preparación de los autos, luego nos dábamos cuenta que estábamos equivocados y volvíamos a pedirle que nos diera una mano. Él siempre estaba", destaca.



"Era una persona muy generosa. Conmigo recuerdo que siempre me hacía regalos, pero nunca me trajo una muñeca, siempre eran autitos, ja, ja", recuerda su hija Andrea con una sonrisa. "Pero también fue muy generoso y solidario con mucha gente. En las carreras del Supercart iba y les alineaba los autos a sus competidores. A todos los empleados que tuvo los ayudó para que pudieran tener su casa propia. 


Cuando se inundó Pergamino (1995) agarró su helicóptero y se fue a ayudar a la gente (rescató a más de 70 personas). Llegó antes que las autoridades locales", cuenta emocionada.



"Pasó solo casi toda su niñez. Y mi abuela lo abandonó cuando tenía cinco años. Mi abuelo era custodio de Perón y era patrulla motorizada. No estaba nunca en casa. Aparte puso una parrilla en Arrecifes y mi papá se pasaba todo el día allí. Con el correr de los años pudo haber sido un resentido, pero nunca mostró rencores por nadie. Todo lo contrario. Mucho de ello es por haber tenido a su lado a mi mamá, una gran mujer que le perdonó todo", resalta su hija Andrea. Luis se casó con María Cayetana Lo Valvo, sobrina de Ángel Lo Valvo, el campeón de TC en 1939.



"Se fundió varias veces, pero se rehizo en lo económico porque era muy emprendedor. Como nunca dejó de correr, en los momentos difíciles, mucha de la plata que agarraba por los patrocinantes en sus autos la ponía en negocios como transporte de camiones, una fábrica de ultralivianos, concesionario de motos y hasta una empresa de volquetes. Supo reinventarse y arreglárselas para salir adelante", explica la madre de Juan Cruz Federici Di Palma, que compite en la Clase 2 del Turismo Pista.



"Era muy innovador. Fue el primer piloto que tuvo un motorhome en el país. Él viajaba mucho por las carreras y si bien la que más estaba con nosotros era mi vieja, mi viejo hizo todo lo posible para que no nos falte nada. Recuerdo con mucho amor las vacaciones en familia cuando nos íbamos a Embalse Río Tercero (Córdoba). Agarraba la casa rodante y en un tráiler llevaba cinco motos para nosotros", describió con nostalgia.



"Hoy le digo a mis hijos que su abuelo fue un ídolo del automovilismo, pero principalmente una gran persona. Nos enseñó a ayudar a los demás y ese es el mejor legado que nos dejó. La gente se lo reconoce. Por ejemplo, acá en Arrecifes usamos mucho la cuenta corriente en los comercios. Cuando falleció mi papá fuimos a pagar sus deudas y nadie nos quiso cobrar. 'Cómo te vamos a cobrar con todo lo que hizo tu viejo por nosotros', nos decían".



"Lo mejor que me dejó es el apellido, si no, yo no hubiese sido piloto", bromea Marcos, a pesar de que fue campeón del Supercart con 20 años y ganó 11 carreras en TC. El menor de los hermanos Di Palma hoy está afuera de las pistas e inserto en la política siendo diputado bonaerense por Unidad Ciudadana. "Fue un gran tipo que se hizo de abajo y lo más importante que nos dejó es su vocación por el trabajo. Fue incansable", dice Marcos.



"En la época que logró su último título (Supercart en 1993) ya corríamos con él. El sábado previo a la última carrera la gente de su rival, Hugo Olmi, empezó a entregar invitaciones para celebrar su campeonato, ya lo daban por hecho… Pero el 'viejo' Di Palma todavía tenía con qué pelear y se lo ganó", recordó. "Cuando ayudaba a otros pilotos con sus autos yo lo quería matar, le decía que 'estaba loco, que nadie iba a darle un mano'. Después me di cuenta que mi viejo nunca necesitó de ningún secreto técnico en los coches para ganarle a los demás, le sobró talento para hacerlo". A propósito aseguró que su padre "fue uno de los cinco mejores pilotos de la historia a nivel nacional, sin dudas".



Desde hace casi dos décadas Luis Rubén Di Palma no está de forma física. Pero pasó a la inmortalidad en el corazón de la gente porque es un icono popular del automovilismo y el deporte argentino. Era el de la sonrisa contagiosa, ese padre que hizo todo por sus hijos, el campeón con sobrados laureles, solidario con todos y un colega con valores de fierro. Hace 55 años el "Loco" comenzó a escribir su gran historia y sigue siendo resistente al olvido.



miércoles, 29 de septiembre de 2021

GRANDES FIGURAS PARA RECORDAR

GEORGE HAGI EL MARADONA DE LOS CARPATOS 

FUENTE: KODRO MAGAZINE 

Gheorghe Hagi, más conocido como Gica Hagi o «El Maradona de los Cárpatos», es considerado el mejor futbolista rumano de todos los tiempos y uno de los mejores centrocampistas ofensivos europeos de los años 80 y 90. Tenía una izquierda prodigiosa, un auténtico cañón especialmente efectivo a balón parado, con una gran habilidad en el regate, y un atuendo inconfundible con sus inseparables tobilleras blancas, que causaron auténticos estragos en los niños futbolistas de los años 90.




Gheorghe Hagi, nacido en Săcele (Constanţa) el 5 de febrero de 1965, inició su carrera profesional en 1982, jugando para el FC Farul Constanţa hasta 18 partidos, anotando 7 goles. Sus sorprendentes tardes de gloria le permitieron debutar con la selección rumana absoluta en 1983, a los 18 años, enfrentando a Noruega, en un partido celebrado en Oslo, y hasta disputar el año siguiente la Eurocopa de Francia.

En 1983 firmó por el Sportul Studenţesc de Bucarest, donde fue captado por uno de los hijos del dictador Ceaușescu, que ejercía como patrón del club. Allí mostró su gran potencial futbolístico, anotando 53 goles en 92 partidos de liga. En el Sportul podía permitirse continuar con sus estudios de ciencias económicas. En un partido decisivo ante el Dinamo de Bucarest, llegó a marcar 4 goles y llevó al modesto Sportul a la segunda plaza de la temporada 1984-1985 por primera y última vez en la historia. En 1985 y 1986, se proclamó máximo goleador de la liga rumana, con 20 y 31 goles respectivamente.


En el invierno de 1987, se produjo su traspaso al Steaua de Bucarest, antes de que el equipo jugase la Supercopa de Europa 1986. En principio, el contrato era por un solo partido, pero, tras marcar el gol de la victoria en la final contra el Dynamo de Kiev, hizo que el equipo no quisiese devolverlo al Sportul Studenţesc, así que le renovaron el contrato por unos años, bajo el consentimiento del clan dictatorial de los Ceaușescu. Durante su etapa en el Steaua de Bucarest (1987-1990), jugó 97 partidos y marcó 76 goles.

En 1988, llegó a las semifinales de la Copa de Europa, siendo el máximo goleador de aquella edición, y a la final al año siguiente, siendo el campeón de la Liga Rumana en 1987, 1988 y 1989 y ganando también la Copa de Rumania en esos mismos tres años. En 1989, es declarado segundo mejor jugador de la Copa de Europa (solo por detrás de Van Basten) y segundo mejor jugador joven de Europa en el premio BRAVO de la revista italiana Guerin Sportivo (el primero fue Maldini). De este modo, el Steaua se convirtió en un equipo respetado en Europa, e invicto y temible en Rumanía. Gică Hagi fue la cabeza visible del que aún hoy día es considerado el mejor equipo rumano de la historia. La derrota que sufrió en la final de la Copa de Europa de 1989, ante el AC Milan, por 4-0, fue imborrable para un Hagi acostumbrado a ganar por aquel entonces.

Llegaron ofertas de Italia, la liga más importante de Europa en aquel momento, y los gigantes de la Serie A, el Juventus y el AC Milan, parecían disputarse sus servicios. Pero Hagi no iba a ninguna parte. Con la Securitate, una de las policías secretas más conocidas del bloque comunista, fue una decisión fácil. Las repercusiones podrían haber sido graves: «Cada vez que iba a Occidente a jugar partidos fuera de casa, recibía ofertas», dijo Hagi. «Me habría encantado medirme con jugadores de Occidente. Habría sido fácil para mí desertar, pero no quise hacerlo. Probablemente no habría vuelto a ver a mi familia».

A cambio de su lealtad, Hagi recibió regalos del hijo del presidente Nicolae Ceaușescu. Un Mercedes con chófer y un chalet con piscina fueron solamente dos de las prebendas que le permitieron sentirse más igual que los demás. Para Hagi, como para tantos rumanos, se abrió un nuevo mundo con la caída del gobierno comunista de Ceaușescu. Nadie podía prohibirle salir del país en busca de una vida mejor. Después de representar a su país en la Copa del Mundo de 1990 en Italia, fue transferido al Real Madrid. Con 25 años y en la plenitud de su carrera, Hagi parecía haber encontrado un escenario propicio para mostrar su talento y cumplir su deseo de medirse con los mejores de Occidente.

Pero al entrar en el vestuario del Real Madrid, Hagi no pudo mantener la irreverencia chulesca que había cultivado en su juventud. Años de ser el pez más grande en el pequeño estanque rumano, aislado de las «verdaderas» estrellas del fútbol occidental, le habían generado un complejo de inferioridad que le hacía temblar ante personalidades de fama mundial como Emilio Butragueño y Hugo Sánchez. «He fracasado», dice Hagi. «Ante todas esas superestrellas, casi me cago en los pantalones».

Después de marcar unos míseros 15 goles en 64 partidos disputados a lo largo de dos temporadas, se encontró sentado entre ancianos jubilados a orillas del lago de Garda, en Italia, recién fichado por el Brescia, preguntándose qué había salido mal. El 20 de marzo de 1994, tres meses antes del primer partido de Rumanía en Estados Unidos 94, se alineó en Wembley ante 17.000 espectadores para disputar la final de la Copa Anglo-Italiana contra un equipo del Notts County en el que figuraban tipos con apellidos como Cherry, Draper y Legg. La redención debía parecer muy lejana.

Finalmente esa temporada consiguió el ascenso con el Brescia a la Serie A, para posteriormente volver a descender antes de disputar el Mundial. En su corta trayectoria en Italia solamente pudo sumar 31 partidos y 9 goles.

Rumanía, que se había colado en la Copa del Mundo de 1994 gracias a un penalti fallado por Paul Bodin que ha quedado grabado en la memoria de los aficionados galeses, no estaba llamada a hacer un buen papel. Su grupo incluía al país anfitrión, Estados Unidos, a una potente Suiza y a una Colombia que había completado una goleada a domicilio contra Argentina (5-0) que marcó una época en su camino hacia la clasificación.

La selección rumana logró clasificarse como primera de grupo y se midió en octavos de final a Argentina, el 3 de julio en el Rose Bowl. Los europeos vencieron 3-2 a los sudamericanos con dos goles de Ilie Dumitrescu y uno de Gheorghe Hagi. El 10 de julio se enfrentaron en cuartos de final a la selección de Suecia en el Stanford Stadium. El partido finalizó empate a dos goles tras disputar la prórroga y Florin Răducioiu anotó los dos goles de los rumanos. En la tanda de penaltis, Suecia (tercera en el podio final de la Copa del Mundo) venció por 4–5 tras el fallo final de Miodrag Belodedici y el gol de Henrik Larsson. Con este resultado, 6º, la selección de Rumania logró su mejor puesto en una Copa del Mundo. Gica Hagi fue el jugador más destacado de Rumanía, lo que le valió su traspaso al FC Barcelona de Johan Cruyff.

La marcha de Michael Laudrup al final de la temporada 1993-1994 permitió la incorporación de un nuevo jugador extranjero en la plantilla. La Supercopa de España contra el Zaragoza, de la temporada 1994-1995, fue su carta de presentación. Debutó en la ida en la Romareda con victoria del Barça por 0 a 2. A pesar de que los aragoneses se impusieron en el Camp Nou por 4 a 5, el título se quedó en Barcelona.

Después de dos temporadas en el club, las dos últimas con Johan Cruyff en el banquillo, con 7 goles en 35 partidos, fichó en 1996 por el Galatasaray de la liga turca. Allí jugó durante cinco años, consiguiendo una Copa de la UEFA como título más destacado, y sus mejores registros fuera de Rumanía con 55 goles en 132 partidos.

En la Copa Mundial de Fútbol de Francia de 1998, Rumanía salió primera de su grupo, después de ganar los partidos frente a Colombia (1-0) e Inglaterra (2-1) en el último minuto; luego empató 1-1 frente a Túnez. Hagi seguía siendo la clave del equipo, ya no tan explosivo como en el mundial anterior, pero siempre cerebral y preciso. Rumanía llegó a octavos de final, pero fue eliminada 1-0 por Croacia con un penalti de Šuker.

Tras el mundial, Hagi decidió retirarse de la selección, aunque luego volvió para disputar la Eurocopa del 2000. Más tarde, con 35 años, terminó su carrera deportiva. Hagi jugó, en total, con la selección de su país en 3 Mundiales de Fútbol (Italia, EE. UU. y Francia). También disputó 3 Eurocopas (Francia, Inglaterra y Bélgica y Países Bajos 2000). El mundial del 94 fue, por primera vez, capitán de su país; llevó el brazalete hasta que se retiró. Disputó con la selección 125 partidos y marcó 35 goles, siendo el máximo goleador rumano de la historia.

martes, 28 de septiembre de 2021

HISTORIAS PARA SER LEIDAS

CUANDO BORGHI JUGO PARA EL MILAN


FUENTE: KODRO MAGAZZINE


Claudio Borghi fue el capricho personal del presidente Silvio Berlusconi, una apuesta arriesgada para estampar su sello en el mejor AC Milan de la historia, aunque la historia no acabó bien. El jugador argentino orbitó durante tres años, de 1986 a 1989, en el equipo rossonero sin llegar a disputar ni un solo partido oficial.




“Berlusconi se había enamorado de este jugador durante la final de la Copa Intercontinental de 1985 entre la Juventus y el Argentinos Juniors, equipo en el que militaba este centrocampista ofensivo, de indiscutibles dotes atléticas, con buenos pies, fantasioso, muy espectacular en sus números, pero desde luego no un jugador entregado al juego de equipo. Por sus mágicas pinceladas a la pelota lo definieron como “el Picasso del Fútbol. En 1987, Berlusconi lo había comprado en una subasta, a la cual concurría también la Juventus. Cuando Borghi vino a entrenarse con nosotros, Vincenzo Pincolini (preparador físico) me dijo: ‘¡Mira, Arrigo, que, cuando corro, lo dejo atrás!’. A Borghi no le gustaba correr, sostener el ritmo de los entrenamientos. Pensaba que eran inútiles. ‘¿Qué sentido tiene correr durante kilómetros, si el campo tiene cien metros?’, me dijo una vez. Era perezoso y jugaba un fútbol individual, se movía poco y mal en la fase ofensiva, mientras que en la fase defensiva era inexistente. Tenía una buena técnica, pero carecía de una cultura del trabajo y del grupo. No lo quería. Además, no funcionaba bien en nuestro fútbol; no se compenetraba correctamente. Si hubiera querido contentar al presidente y nos lo hubiéramos quedado, habríamos cometido un error garrafal. Y añadí: ‘Si usted hace jugar a Borghi, yo dejo de trabajar un año. Ciertamente, resulta más espectacular un jugador que juega de rabona, que gambetea, que escapa de dos adversarios, que juega de taco pelotas imposibles respecto de uno que mantiene unido al equipo moviéndose con inteligencia. Borghi era uno de esos fenómenos, pero no se adecuaba al juego y al fútbol total que yo quería. Era un solista, no un instrumentista”, sentencia Arrigo Sacchi en su libro «Fútbol Total».

Claudio Borghi fue uno de los futbolistas más famosos sin éxito de los años 80, uno de esos jugadores que surgían con frecuencia en aquellos días, cuya posición real en el campo era desconocida. Tal vez por ello, muchos jugadores con características similares desaparecieron rápidamente sin dejar rastro. Se movía en todas las zonas del ataque, ya fuera como enganche o como primer o segundo delantero, aunque no poseía ninguna de las cualidades de un bombardero.

Nacido en Castelar (Argentina), creció en el Argentinos Junior, con el que ganó la Copa Libertadores en 1985 con solamente 21 años. Tras ese éxito, jugó la final de la Copa Intercontinental contra la Juventus el 8 de diciembre de ese mismo año, perdiendo en los penaltis tras el 2-2 del partido. El partido fue un magnífico duelo de fondo entre él y Michel Platini. Los dos parecían retarse a golpes de genio a lo largo del enfrentamiento. La Juventus se llevó el trofeo, pero Borghi se dio a conocer al mundo. Sin embargo, esa actuación seguiría siendo única para el argentino. Silvio Berlusconi, que había visto el partido por televisión, quedó encantado, así que cuando se hizo cargo del AC Milan dos meses después, uno de los primeros nombres que puso en su lista fue el de Borghi. Sin embargo, en 1986 el mercado de extranjeros estaba cerrado en Italia, por lo que no pudo ficharlo. Mientras tanto, Claudio se encontraba entre los 22 miembros de la selección argentina que participaron en la expedición mundial a México. Como todos sus compañeros, se convirtió en campeón del mundo, más que nada gracias a la magia de Diego Maradona, pero sin duda fue uno de los que menos contribuyó al éxito final.

Pasó un año y la primera temporada del Milán de Berlusconi estuvo por debajo de las expectativas. En la Serie A había 16 equipos, a mediados de mayo ya se habían entregado todos los trofeos, pero los contratos de los jugadores expiraban a finales de junio, por lo que en aquellos años se celebraban torneos de final de temporada muy tristes, caracterizados por plantillas de mala calidad y jugadores desganados. En 1987 se celebró la tercera (y última, afortunadamente) edición del Mundialito de clubes, un torneo por invitación, que solamente tenía el nombre de «Mundial». El Milán participó junto con el Inter, el Oporto, el Barcelona y el París Saint Germain. Mientras tanto, en ese verano se reabrió el mercado de jugadores extranjeros y los rossoneri ya habían fichado a dos jóvenes holandeses para la siguiente temporada, Ruud Gullit y Marco Van Basten, para sustituir a Wilkins y Hateley, que ya habían abandonado el Milan. Así, para participar en el «Mundialito», situado en la frontera entre dos temporadas diferentes, el Milan recurrió a dos extranjeros cedidos: Frank Rijkaard, del Ajax, y Claudio Borghi, del Argentinos Juniors.

El 21 de junio comenzó el torneo, que por supuesto no era más que una serie de amistosos sin sentido: el Milán y el Oporto saltaron al campo. Por fin Berlusconi pudo ver a su jugador favorito con la camiseta de su equipo. Sin embargo, en el primer tiempo, Borghi se mostró inseguro. Apareció solo ante el portero rival, pero se detuvo al oír un silbido. Miró asombrado a su alrededor cuando se dio cuenta de que no procedía del silbato del árbitro, sino de las gradas. No es un buen comienzo, se podría pensar. Pero luego jugó una buena segunda parte, e incluso marcó un gol, el segundo de los dos con los que el Milan ganó el partido. En 8 días se acabó el espectáculo, la copa de las estrellas (así anunciaba Canale 5 el evento, retransmitiendo los partidos a última hora de la tarde) quedó archivada en la vitrina de trofeos de Milán, pronto olvidada por muchos otros éxitos. Los más felices, sin embargo, fueron Borghi y Rijkaard, que tuvieron que dejar el AC Milan por el momento, pero con un contrato en mano: a partir de la temporada 88/89 en Italia se permitieron tres extranjeros en cada equipo A, y fueron ellos los que competirían por una plaza para dos en el Rossoneri. Mientrastanto, estaban aparcados en préstamo: el argentino en el Como, el holandés en el Sporting de Lisboa.

Las cosas no fueron como se esperaba para Borghi en la temporada 87/88. Jugó poco y mal en la Serie A con la camiseta del Como. En enero se enfrentó al AC Milan en San Siro, saliendo al principio de la segunda parte, pero su equipo estuvo en inferioridad numérica durante casi todo el partido y encajó 5 goles. Al mes siguiente, al no poder encontrar más espacio en el equipo de Como, el Milan decidió enviarlo de vuelta a Milanello. Aunque no podía jugar los domingos, se entrenaba todos los días con el equipo que le robaría el Scudetto al Nápoles unas semanas después. Parecía que el matrimonio con los rossoneri estaba finalmente destinado a consumarse, hasta el punto de que la Gazzetta della Sport tituló «Borghi, por fin Milán». Juega amistosos entre semana, los que los rossoneri disputan cada jueves contra pequeños equipos de la provincia de Lombardía, a la espera de jugar la Copa de Campeones la temporada siguiente. Al menos eso es lo que creen él y, sobre todo, su presidente. No han contado con Arrigo Sacchi, que entrena al Milan, y Borghi no quiere verlo ni en una foto. Probablemente lo que vio en Milanello en esos pocos meses le bastó para entender de qué no está hecho el muchacho.

Llegó de nuevo la hora de los amistosos de final de temporada para el Milán, campeón de Italia. Borghi jugó bien y marcó un doblete contra el Manchester United. A estas alturas parece evidente que el club lo elegirá como tercer extranjero en la plantilla. Llevaba unos meses entrenando con el equipo y convencía en los partidos amistosos. Sacchi parece quedarse solo, sus ideas sobre el jugador parecen preconcebidas. Pero el entrenador de Fusignano no quiso saber nada al respecto. Como contará en el libro «La copa de los inmortales», se presentó ante su presidente con el contrato en la mano, y no pudo hablar más claro: «Usted es el presidente y tiene derecho a tomar la decisión que quiera. Te digo que si conseguimos a Rijkaard ganaremos la Champions, pero si quieres a Borghi renuncio a mi contrato y prometo quedarme un año, por gratitud. Berlusconi quería al argentino en el equipo, pero no hasta el punto de renunciar al entrenador que había devuelto a su equipo a la cima. Así, en julio, Frank Riijkaard se presentó en Milanello junto con sus otros nuevos compañeros. Al final de esa temporada, el Milán ganó la Copa de Europa. Cuando se dice que toda promesa es una deuda.

 Claudio Borghi sólo tenía 24 años, pero a partir de ese momento su carrera entró en barrena. Cuando aún tenía contrato con el AC Milan, se fue cedido al Neuchatel Xamax, del que no volvió a saber nada. Al año siguiente, finalmente libre de ataduras con los rossoneri, regresó a Argentina, vistiendo la camiseta de River Plate. Luego Flamengo, Huracán, Indipendiente, Colo Colo, y así cada año, un equipo nuevo. Un peregrinaje continuo caracterizado por pocas apariciones y casi ninguna meta. Hasta 1998, cuando a los 34 años colgó las botas. Junto con Hugo Rubio, otra estrella sudamericana del fútbol que había pasado por Italia, concretamente por Bolonia, intentó ser fiscal durante unos años, pero luego, admitiendo que no tenía talento para las relaciones públicas, lo dejó. En 2002 comenzó su carrera como entrenador, que es quizás lo que mejor sabe hacer. Ganó los campeonatos de Apertura y Clausura en Chile con el Colo Colo en 2006. Ese mismo año fue elegido mejor entrenador de Sudamérica, y en 2010 ganó el campeonato Clausura de Argentina con «su» Argentinos Juniors. Al año siguiente sustituyó a Marcelo Bielsa como entrenador de la selección chilena, dimitiendo tras solamente un año. Difícilmente las cosas habrían sido diferentes para él si hubiera sido un jugador de pleno derecho del Milan, donde jugó unos 20 partidos amistosos, todos ellos bastante buenos, que yo recuerde. Tal vez habrían sido diferentes para el Milán. Lo cierto es que el encuentro/enfrentamiento con Sacchi fue el punto de inflexión de su carrera.

Paola Murrandi

 

 


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JORGE OMAR BARRERA


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