EL DÍA QUE SE FUE UN GRANDE
—La pucha que lo hiciste bien, muy bien, le dijo Tito Lectoure, mientras unos veinte argentinos, bajo la nieve de aquel 7 de diciembre del 70', lo esperaban en la calle. Fue el día en que la televisión alcanzó su segundo mayor ráting histórico con 79.3 de audiencia, solo superado por Italia-Argentina, semifinal del 90' con 82 puntos.
—¿Qué pasó señor? ¿se sabe por qué?
—No sé, parece que hay una bomba. Se da cuenta a lo que ha llegado ésta sociedad enferma, ¡una bomba en un avión!
—Pero, perdóneme, ¿quién lo dijo?
—La chica del uniforme, la empleada que está en el mostrador.
—No sé, parece que hay una bomba. Se da cuenta a lo que ha llegado ésta sociedad enferma, ¡una bomba en un avión!
—Pero, perdóneme, ¿quién lo dijo?
—La chica del uniforme, la empleada que está en el mostrador.
Ezeiza era menos de la mitad de lo que es hoy. El avión era un "Comet 4" que voló hasta los 70'. Y la seguridad, entendida como tal, no existía. En 1963 no había scanners, ni revisión de equipajes de mano, ni tecnología digital en la ventanilla de inmigraciones. Ezeiza era un edificio "ministerial" hecho a ladrillos y mármol, donde los pasajeros eran despedidos o recibidos por sus familiares emocionados con pañuelos en mano, desde la terraza.
¿Una bomba?, ¿Quién podría pensar en tamaño atentado en 1963 en la Argentina? Se iba José Maria Guido y asumía Arturo Humberto Illia, la presidencia de la Nación…
Un pasajero corrió al teléfono público color anaranjado que se apoyaba en una de las columnas interiores.
—Hola, hola, ¿Crónica? ¿hablo con Crónica? Ah, bueno, mire yo soy un pasajero de Aerolíneas que iba para Nueva York y no salimos porque dicen que hay una bomba a bordo. Vengan rápido si quieren tener la foto del avión explotando. ¿Cómo? ¿Qué quien habla? Mire mi nombre es Oscar Bonavena, soy boxeadory estoy aquí con mi hermano José. Estoy en el hall, pregunten por mí, cuando lleguen con el fotógrafo.
En menos de una hora estaban allí Crónica y La Razón, 1.200.000 ejemplares entre los dos vespertinos (los diarios por entonces se leían más en la noche, cuando la gente regresaba a su casa y la televisión era "paleozoica").
El testimonio del pasajero Oscar Natalio Bonavena, boxeador amateur sancionado por haberle mordido la tetilla derecha a su rival Lee Carr en los Juegos Panamericanos de San Pablo, sería la tapa. Su primera tapa de diarios explicando sobre una bomba en un avión que jamás existió. Su objetivo de salir en los medios se había cumplido.
Suspendido por la Federación Argentina de Box –un año-, se iba a probar suerte a Nueva York, donde le darían la licencia profesional. Una gestión de Tino Porzio, manager numero uno del Luna de la época ante Charlie Goldman, su nuevo co-representante.
El chico nacido en la calle Gibson y criado, crecido y realizado como hombre en la calle Treinta y Tres -Parque Patricios-, a quien su madre Doña Dominga cargaba en brazos cuando tenía ocho años para llevarlo al hospital Rawson donde le corregirían los pies planos, ya era un profesional del boxeo. Aquello que empezó siendo "fierros" o "complementos de pesas" como se denominaba a lo que hoy es musculación, le había expandido la caja torácica, los bíceps, triceps, piernas y abdominales a tal punto, que su figura resultaba tan estética como armoniosa.
—¿Te juego a que meo desde el trampolín?, le propuso a su hermano José, después de entrenarse en San Lorenzo, donde aprendía a boxear con el maestro Rubén Tabarly.
—Estás loco, está lleno de gente, como vas a orinar desde el trampolín, nos van a rajar.
—Estás loco, está lleno de gente, como vas a orinar desde el trampolín, nos van a rajar.
Subió la escalerilla, alcanzó el trampolín, caminó por él hasta el extremo, se bajó la malla y comenzó a hacer pis.
Lo echaron. Y fue al club de sus amores, a su segundo hogar, Huracán para siempre y por siempre. Allí se puso las ordenes de los hermanos Juan y Bautista Rago, sus maestros.
Uno de ellos, Juan, algunos años después viendo cómo nevaba en Nueva York en la vigilia de la pelea contra Floyd Patterson (1972) me convidó un mate y mientras la voz de Gardel emergía de la cinta desde un grabador, en el piso 32 del hotel Statler Hilton, dijo: "¡Qué lindo sería ver nevar en verano…!".
Bonavena fue producto de su esfuerzo. Fui comentarista de la mayoría de sus peleas. Lo acompañé por todo el Mundo. Nunca supe si realmente tenía vocación por el boxeo. Muy pocas veces hablábamos técnicamente de boxeo. Como que no le atraía el tema. En cambio, se apasionaba por el marketing de las peleas que él mismo se inventaba.
La de Cassius Clay es un ejemplo. Luchó hasta ser tenido en cuenta. La sacó sin resultados merituales. Pero se paseó por la 5ta Avenida con un toro, lo iba a ver pelear y lo desafiaba, lo trató de cobarde o "chicken" (gallina) por no ir a combatir como soldado a Vietnam.
Lo acosó de tal manera que Cassius primero preguntaba quién era ese loco blanco de apellido italiano que lo seguía a todas partes para provocarlo, y luego terminó dándole una chance que resultó epopéyica. Más aún, cerca estuvo de noquearlo, pues hubo un cruce en el último round, el 15°, que definió dos destinos. Apenas por milímetros llegó antes la derecha de Cassius que provocó la primera de las tres caíidas. Atribuible a la mayor velocidad de partida, el enorme Clay, quien ya había recibido la pesada izquierda de Ringo, logró anticiparse.
Fue durísima esa pelea. Tanto que el gran Muhammad, nunca se despegó del cuerpo caído de Bonavena. El referí Arthur Mercante se lo permitió, cada una de la dos oportunidades en que Bonavena quiso pararse, estaba allí Clay para seguir peleando sin dejarle armar la guardia. Y después de la segunda, Ringo, fue quien comenzó a retroceder para quedar lejos de la descarga, pero fue inútil. Apenas lo tocó con el gancho abierto de derecha, volvió a caer y eso significó la derrota por nocaut técnico.
Bonavena, quien estába manifiestamente abajo en las tarjetas, realizó en el último asalto aquello que hacen los verdaderos guapos: se fue a jugar. Tomó todos los riesgos buscando un golpe de suerte –lucky punch– y cayó en la ley de quienes quieren ganar, antes que realizar "una digna actuación".
—¿¡Pero guapié o no guapié!?, exclamaba Ringo extenuado, arrastrando sus pies en agonía, sin potasio, ni aliento mientras lo llevábamos en vilo para cruzar la 9na. Avenida hasta alcanzar el hotel de enfrente, hoy Pensylvania.
—La pucha que lo hiciste bien, muy bien, le dijo Tito Lectoure, mientras unos veinte argentinos, bajo la nieve de aquel 7 de diciembre del 70', lo esperaban en la calle. Fue el día en que la televisión alcanzó su segundo mayor ráting histórico con 79.3 de audiencia, solo superado por Italia-Argentina, semifinal del 90' con 82 puntos.
Bonavena hizo todo por ganar, pero su rival, como en casi todos los casos de su historia, fue mejor. Quería ganar por el tamaño del triunfo. Pero, en el fondo, sentía envidia de Monzón que se había consagrado Campeón del Mundo un mes antes frente a Nino Benvenuti en Roma.
Bonavena no perdía la oportunidad de burlarse de Monzón. Y un poco menos de Nicolino Locche. Les disputaba el cariño de la gente, el carro de Bomberos desde Ezeiza hasta el Luna Park paseándose por toda la ciudad hasta bajar por Corrientes. Y, obviamente, también la ponderación de la prensa.
Pero les ganaba en exposición mediática en épocas en que salir en Gente era consagrarse. Bonavena iba a cualquier evento y se destacaba. Daba la mejor producción fotográfica. Y era capaz de todo. En una fiesta en Reviens tiró a la pileta a todos cuanto pudo, para regocijo de los fotógrafos.
Actúo en teatro de Revistas y cantó el famoso "Pio-Pio". Y hasta grabó con los Shakers, una de las primeras bandas de rock. En Nueva York una señora algo corta de vista, lo confundió con Ringo Starr, se lo preguntó, le dijo que si, que era él . Le gusto y pasó de llamarse Titi a llamarse Ringo.
—A que meto el auto en ese Supermercado, le dijo a su esposa Dora Raffa en vísperas de un gran triunfo frente a Karl Mildenberger en Frankfurt.
—Por favor te lo pido Oscar, no hagas eso, estamos en Alemania, vamos a ir presos, le rogó Dora.-
—Dejame a mi…
—Por favor te lo pido Oscar, no hagas eso, estamos en Alemania, vamos a ir presos, le rogó Dora.-
—Dejame a mi…
Y ante el asombro de todos subió la vereda, bajó la velocidad y se metió con un Mercedes Benz alquilado en un Supermercado.
El hecho dejó atónitos a los policías que llegaron en menos de un minuto. Ringo les explicó con dificultoso inglés: "Perdón, perdón, ví que decía Entrada y entré".
Peleó con verdadero monstruos: Cassius Clay, Joe Frazier, Jimmy Ellis, Floyd Patterson, todos campeones o ex campeones mundiales. Y le ganó a unos cuantos súper calificados: Leotis Martin, Zora Folley, Alvin Lewis, Lee Carr -aquel a quien mordió de amateur-, Luis Faustino Pires, Roberto Dávila, Pulgarcito Ramos, Amos Johnson, en fin… Hoy Ringo Bonavena sería una estrella entre los pesos pesados y ganaría millones de dólares de bolsa, de publicidad y por los derechos de televisión. Más aún, podría ser campeón del mundo. Las Vegas se rendiría a sus pies.
No obstante esos nombres, quien lo elevó a ídolo fue Gregorio Peralta.
Esa noche pagaron 25.230 personas para verlo. Récord de asistencia en la historia del Luna Park.
Bonavena vendió un discurso del que no pudo salir: "Peralta no puede conmigo, lo voy a matar". Fue tal el automarketing que después de la pelea, ya vencedor, en las duchas, una al lado de la otra, intentó disculparse: "Che, dije todo en joda, era para vender entradas…, todo mentira".
Peralta, quien ayudó a Palito Ortega en su época de vendedor de café con termos por San Telmo, haciéndolo cantar y llevándolo a todos los lugares donde hubiera ejecutivos de la televisión, no aceptó las disculpas.
Ringo insistió: "¿Querés venir mañana a la casa de mi vieja a comer 'Los ravioles de Doña Dominga'? ". Almuerzo convertido más tarde, en programa creado por Héctor Ricardo García (maestro e innovador en la historia de los medios de Argentina), amigo, padrino de su hijo Ringuito, el Contador Natalio Bonavena, y ex dueño de Crónica, Así, Así es Boca, Radio Colonia y Leoncio, que ahora es Telefe.
—No gracias, nunca iré a tu casa, dijo Goyo, amargado y distante.
Ringo, en esos casos, era sincero. Lo hacía de corazón. Había llorado como un niño sobre el ring después del fallo favorable. Realmente quería cerrar la disputa oral previa a la pelea. No hubo caso, Peralta siempre lo rechazó.
—Ringo, ésta pelea no es nada para vos, pero para Goyo, es una salvación.
—Si es para ayudarlo hacela, pero que no sepa que yo sé, le dijo al promotor Héctor Mendez..
—Ah, una cosa más Ringo, dijo el promotor.
—Si, decime.
—No podés ganarle por nocaut, evita darle adentro, livianito Ringo, livianito. Es para que se gane unos mangos.
—Está bien, entiendo, dijo Bonavena.
—Si es para ayudarlo hacela, pero que no sepa que yo sé, le dijo al promotor Héctor Mendez..
—Ah, una cosa más Ringo, dijo el promotor.
—Si, decime.
—No podés ganarle por nocaut, evita darle adentro, livianito Ringo, livianito. Es para que se gane unos mangos.
—Está bien, entiendo, dijo Bonavena.
Empataron. Fue muy desagradable. Quedó a la vista de todos lo que allí había ocurrido.
Así era él. No se lo puede definir tipologicamente de una sola manera. En pocos minutos podría pasar por diferentes estados: amable, huraño, eufórico, depresivo, componedor, agresivo, sensible, amigote, histriónico, transgresor, insensible, generoso, egoísta, envidioso, proveedor…
Algunas de sus célebres frases: "La experiencia es un peine que te dan cuando te quedas pelado". O " todos te alientan, todos te dicen vamos eh, vamos eh, pero cuando se apagan las luces y te quedas enfrente de tu rival, te sacan hasta el banquito…", o "¿Qué cuántos hermanos somos? Ocho vivos y yo, que soy el que labura"
En los almuerzos de Doña Dominga, se produjeron grandes anécdotas…Cierta vez Ringo invitó a su amigo Juanito Belmonte, productor de artistas, quien nos dejara hace cuatro años, a almorzar. Juanito se acostaba tarde los sábados de teatro y no fue por algunos domingos. Pero, como suele ocurrir, un día apareció.
—Mucho gusto Doña Dominga yo soy Juanito Belmonte, se presentó .
—Ah si, qué suerte que vino a almorzar, mi hijo me dice siempre que usted es un gran comilón… (Mandaron corte).
—Ah si, qué suerte que vino a almorzar, mi hijo me dice siempre que usted es un gran comilón… (Mandaron corte).
Fueron doce años de boxeador profesional. Fueron 68 peleas (57 ganadas,9 perdidas y 1 empatada). No disfrutó todo lo que debió de su extraordinaria familia: Dora, su mujer, Ringuito y Adriana, sus hijos. No, no tomó lo mejor de la vida para permitirle que le llegue, que lo sorprenda. Siempre se adelantó al destino.
Peleó antes de tiempo con Joe Frazier y con Muhammad Alí. Aceptó el traspaso de su contrato firmado con el empresario puertorriqueño Joe Montana para que lo usufructué el siciliano Joe Conforte, miembro de la mafia, dueño del prostíbulo Mustang Ranch en Reno, Nevada, donde trabajaban entre las 53 máquinas tragamonedas, 6 barras y 100 habitaciones, 73 chicas. Se apuró. Y conoció a la mujer de Joe, una sexagenaria minusválida llamada Rally Burguess de Conforte, quien le ofreció contención y ayuda pues el contrato, por razones legales, estaba a su nombre. Creyó en su capacidad de determinación y volvió a equivocarse.Rally le anticipaba dinero y lo ayudó a casarse Cheryl Anne Rebideaux, una joivend e 20 años, cuyo nombre de cabaret era Daisy, sólo para obtener la residencia e iniciar un trámite de pasaporte norteamericano (matrimonio anulado diez días más tarde, por la situación marital de Bonavena en la Argentina). Bonavena estaba amenazado y Sally no tenía la última palabra, no podia salvarlo.
Conforte quería que peleara con Howard Smith en el Olympic de Los Angeles, en la misma velada en la cual se enfrentarían George Foreman y Joe Frazier. Era una manera de comenzar a recuperar dinero por la inversión en el contrato comprado a Montana. Ringo le dijo que no al promotor Don Chergin.
Conforte, quien hoy vive en Brasil, preparaba el escarmiento mafioso para Ringo. Ross Brymer, boxeador sparring y guardaespaldas de Conforte, apostado en el piso superior, le apuntó con una escopeta, le tiró y le traspasó el corazónen la madrugada del 22 de Mayo de 1976, cuando Bonavena, tras haber jugado en el casino Harra's volvía a su casa rodante estacionada frente al prostibulo. Allí vivía con su amigo Julio Morales. Tenía 33 años. Claramente, esa es otra historia. La historia trágica del niño que dejó el barrio y los sueños para convertirse en mito…
Los años felices duraron lo que la luz de un fósforo. Atrás habían quedado los sueños juveniles de una consagración mundial desde la "Meca del Boxeo", los Estados Unidos. La batalla con Joe Frazier, a quien le propinó dos caídas en el viejo Madison –primer encuentro-, el regreso a Buenos Aires para reventar al Luna Park como nunca y como nadie ganándole al ídolo Gregorio Peralta ante 25.000 espectadores. El insoportable "Pio-Pio" –una canción primaveral que le escribióPalito Ortega- y que aún desde su finita voz convirtió en hit en una cartelera de la calle Corrientes entre las mejores vedettes de la revista porteña. "Los ravioles de Doña Dominga", aquellos almuerzos televisivos de cada domingo al que asistían los famosos del final de los 60 por Canal 11 "Leoncio", (hoy Telefé). Las tapas de la glamorosa revista Gente con lo mejor de la farándula y el jet set. La osadía para declarar intimidando a sus rivales con el "lo voy a matar". La simpatía de sus incesantes desfiles mediáticos… Todo, todo se había terminado tan rápido como su frescura.
El autor de esta nota había cubierto para El Gráfico su última presentación en los Estados Unidos. La recuerdo de manera imborrable. Dos patrulleros de la Policía de Denver, Colorado, trasladaron a su rival desde la Penitenciaría del Estado hasta la arena. Un gigante negro, hosco e inamistoso, dentro de su indumentaria enteriza de un anaranjado fosforescente, engrillado y esposado, fue acompañado hasta su camarín. Allí, en presencia de un fiscal, le quitaron los grilletes, las esposas y le permitieron comenzar el calentamiento para enfrentar a Bonavena. Esa noche de 1974, Ron Lyle condenado a diez años de prisión por homicidio simple le ganó por puntos y junto con la derrota a Ringo también lo abandonaron los sueños.
Todos ya habían pasado por su carrera. Cassius Clay, Jimmy Ellis, Joe Frazier, Ron Lyle, entre los más destacados. Hizo un combate más hacia fines del 75 frente a Raúl Gorosito, "un amigo" y le ganó por puntos en un Luna siempre lleno con grandes afectos y enormes odios, tal como corresponde a un ídolo.
Sin rivales aquí y habiendo enfrentado ya a los mejores en los Estados Unidos, ¿qué le quedaba? Intentar la revancha contra Muhammad Alí o medirse con el calificadísimo Ken Norton, quien le había partido la mandíbula al mismísimo Alí. Fuimos a Caracas donde peleaban George Foreman y Ken Norton. Allí estaba el inolvidable Cassius como invitado especial. Ringo lo provocó, se quitó el saco en pleno ring side, lo invitó a pelear, lo insultó, le dijo "gallina", cobarde, subió al ring del Poliedro pero no hubo caso. Su intento marketinero se convirtió sólo en una anécdota… Y para colmo, Foreman arrasó a Norton en dos asaltos.
Joe Montano, un puertorriqueño radicado en Nueva York, manejador de boxeadores, apareció por Buenos Aires a fines del 75 después del combate de noviembre frente a Gorosito. Y logró que Bonavena le firmara un contrato de representatividad, a cambio de una "prima" de 20.000 dólares. Según su promesa, Ringo haría la revancha con Alí.
No resultó cierto. Joe Montano le transfirió el contrato que tenía con Bonavena a Joe Conforte. Y Ringo viajó a Reno, Nevada, el 1 de febrero de 1976. Joe Conforte era un siciliano de 57 años, casado con su paisana Sally Burgess, doce años mayor que él. Hacía más de cuatro décadas que vivían en los Estados Unidos. Primero habitaron en Nueva Jersey y después se trasladaron a Reno. Allí abrieron el Mustang Bridge Ranch en el condado de Storey. El capo mafia de Nueva Jersey, Lou Bonanno, cuya organización criminal se dedicaba al juego y la prostitución, le había dado el "placet" para que Conforte explotara el Mustang Ranch. Por entonces la idea era que Reno se tornara de a poco en un serio competidor de Las Vegas y por ello la mafia comenzaba a invertir
Joe Conforte era el dueño del más calificado prostíbulo del Estado de Nevadadisfrazado de Casino con unas cincuenta máquinas tragamonedas. Su estilo era colonial mexicano, de fuerte influencia prehispánica. Tenía 54 habitaciones de un lujo obsceno. Dentro del edificio con galerías, mayólicas y altos arcos colombinos, vivían las 60 mujeres cuyos servicios "regulares" se pagaban cien dólares por un tiempo no superior a la media hora. Pero Conforte también ofrecía "orgías romanas de Calígula"-el lujurioso y sanguinario Emperador de Roma-, cuyo costo ascendía a 500 dólares por huésped. Para entrar, cada persona debía demostrar a los corpulentos e insobornables porteros que llevaba consigo un mínimo de 200 dólares cash. La mitad de lo recaudado era para la casa. Y con el otro 50 por ciento se pagaba al "personal" los gastos, impuestos y el consabido porcentaje a la "Famiglia Bonanno".
Joe Conforte fue sentenciado a cinco años de prisión por querer sobornar a un fiscal cuando su prostíbulo era ilegal. Tras recuperar su libertad bajo fianza, veintidós meses después, el negocio quedó a nombre de su esposa, la señora Sally Conforte. En esa transferencia de bienes figuraba también el contrato de Oscar Ringo Bonavena. Junto a su amigo Julio Morales, quien lo acompañó desde Buenos Aires, compraron un "trailer" de 12.500 dólares para vivir en lo que aquí se conoce como "camping", a unos cuatro kilómetros del Mustang Ranch.
Ringo realizó una sola pelea bajo la obligación de ese contrato: fue el 27 de febrero de 1976 ante Billy Joiner, a quien desganadamente le ganó por puntos, negándose a ponerlo nocaut. En nuestra última charla telefónica después del combate me confesó: "Esto es un circo, viejo. Alrededor del ring hay mesas con faisanes, champagne, putas hermosas vestidas de gala, millonarios con guardaespaldas, camareras prácticamente en bolas sirviendo, risotadas, todo el mundo fuma habanos o cigarrillos o marihuana. Es una cagada, un desastre. ¿Quién puede pelear así? Ah, -recordó azorado- te tiran comida al ring si algo de lo que estás haciendo no les gusta. Pan y circo, viejo. Yo aquí no peleo más…".
Sally Conforte fue la primera en enterarse sobre esta queja de Ringo y su amenaza de romper el contrato y no pelear más en el Mustang Ranch. Y trató de calmarlo. Le regaló 7000 dólares de su bolsillo y le facilitó lograr documentos de identidad como residente definitivo de los Estados Unidos, algo muy difícil y valorado. Para ello lo hizo "casar" con una de sus chicas: Cheryl Anne Rebideaux, de 24 años. Una mujer rubia, de amplia y sistémica sonrisa. Paso grácil, cuyas medidas se aproximaban a los 90-70-90 y cuyo nombre "artístico" era Daisy. Esta despampanante criatura era además – y nada menos- la novia de William Ross Brymer, el guardaespaldas personal de Joe Conforte. Brymer había sido boxeador profesional, visitó levemente algunas prisiones por "amenazas a una mujer", "tenencia de narcóticos" y "asalto a mano armada". No veía del ojo derecho a raíz de un desprendimiento de retina, siempre estaba armado, odiaba a Ringoy una vez haciendo guantes quiso sobrepasarse hasta que Bonavena le metió un cross de izquierda y lo puso nocaut. Esto aumentó su rencor.
La Libreta de casamiento firmada por el juez John Gabrielli databa del 19 de febrero del año 1976 y fue recibida por Sally Conforte en su domicilio del 3115 del Sullivan Lane de Reno, Nevada. Ella misma, en el marco de una gran fiesta, se la entregó a Ringo como prueba de afecto y protección. Joe Conforte, el verdadero dueño del casino-prostíbulo, no pensaba lo mismo. Y se lo hizo saber a Ross Brymer y a John Coletti, su segundo guardaespaldas. "No quiero ver a este imbécil con Sally, no quiero que frecuente este lugar, no quiero que coma mi comida, no quiero que se acueste con mis chicas. Díganle que se acabó", ordenó el mafioso, preso de un verdadero ataque de ira.
Brymer y Coletti cumplieron con la orden del jefe. Pero Ringo se lo contó a Sally. La noble sexagenaria, con limitaciones para caminar en su pierna derecha a raíz de un accidente automovilístico, madre de tres hijos, cada vez más lejana sentimentalmente de su esposo Joe y a cuyo nombre estaba todo el "reino", trató de consolar a Ringo. "Se le pasará, él es muy temperamental", le dijo refiriéndose a su marido, "il capo".
El 15 de mayo de 1976, se inauguró el Mustang Ranch 3. En esta nueva "sucursal" trabajaban 72 chicas y la fiesta de inauguración fue sorprendente. Muchos políticos, hombres de negocios de Reno y de Las Vegas. Los shows eróticos no cesaban y Joe pasaba por las mesas con su habano encendido agradeciendo la presencia de "amigos" tan importantes.
Ringo Bonavena, el pibe de Patricios, el esposo de Dora, el papá de Nancy y de Natalio, el hijo de doña Dominga, el que batió todos los récords de audiencia televisiva cuando enfrentó a Muhammad Alí con insuperables 79.1 puntos de rating, pidió la palabra y bajo los efectos burbujeantes del champagne dijo, abrazando a Sally: "Gracias a todos por venir a nuestra casa, etc, etc, etc". Joe Conforte le hizo una inequívoca seña a John Coletti y a Ross Brymer, sus "culatas", para que procedieran, al tiempo que acercándose a un Ringo algo mareado por el alcohol que jamás ingería le dijo al oído: "Con mi mujer hacé lo que quieras. Con mis negocios, no. Y ahora, fuera de aquí…"
Esa noche, en el trailer donde vivían Oscar y su amigo el "Gordo" Julio Morales, apareció una mancha negra en el piso. Sobre ella, cenizas de algo que se había quemado recién. Y a un costado del trailer, los documentos de Ringo y casi todas sus pertenencias aún humeantes. Una clara señal mafiosa.
Dora Raffa, quien es hoy la viuda de Bonavena, sabía todo cuanto ocurría ya que Ringo la había llamado para preguntar por los chicos y anticiparle que viajaría a Buenos Aires para llegar el 23 de mayo, día del cumpleaños de Dora. También le pidió que rezara por él, que rezara mucho. Pues aunque la relación matrimonial no pasaba por su mejor momento, Bonavena nunca dejó de acudir a su esposa en las circunstancias críticas. Y esa lo era. Amenazado, intimidado por un mafioso, a punto de romper unilateralmente el contrato, sin posibilidades ya de una pelea digna en un marco normal, sin dinero y con la sola protección de una venerable anciana con quien solo sostuvo una relación amistosa, había decidido regresar.
Alberto Oliva, corresponsal de la Editorial Atlántida, y Juan Larena, corresponsal de la Editorial Abril, fueron los primeros dos periodistas argentinos en arribar a Reno después de la tragedia. De ambos relatos surge la reconstrucción de los hechos:
Pasada la medianoche del 21 de mayo de 1976, Bonavena estaba jugando en el Casino Harrah's. Recibió un llamado telefónico, se trataba de una provocación. Finalmente, de una trampa. Tenía todo programado para regresar a Buenos Aires la noche siguiente, la del 22 de mayo de 1976 en Aerolíneas Argentinas, vía Los Ángeles. No obstante, e increíblemente entre las 6:15 y las 6:30, según el Sheriff Bob De Carlo, tras aquella llamada Ringo salió velozmente en su auto Chevrolet, modelo Montecarlo Coupe 75' color caramelo, desde el Harrah's hacia el Mustang Ranch. Su amigo Morales había desaparecido de "los lugares que solía frecuentar" después de la señal mafiosa que dejaron sus objetos personales incinerados. Había quedado solo.
.-Eh, oigan bien ustedes, estúpidos guardaespaldas de cuarta, voy a entrar de cualquier manera- amenazó Ringo desde la calle frente a la puerta del Mustang Ranch, sabiendo que alguien le apuntaba desde lo alto.
.- Te conviene irte amigo- le respondió John Coletti, desde una amplia mirilla de la puerta principal.
No hubo tiempo para más. William Ross Brymer, con una escopeta Remington 30-08, le disparó desde lo alto y una de las seis balas descargadas atravesó el corazón de Ringo.
Simultáneamente, cuando en Johannesburgo eran las 16:30 hs, una veintena de argentinos, conmovidos por tan trágica noticia, nos juramentamos no decirle nada a Víctor Emilio Galíndez. Esa noche, después de una de las peleas más tremendas y sangrientas que recuerda la historia del boxeo mundial, Galíndez ponía nocaut en el último minuto del 15° asalto a Richie Kates, reteniendo su corona mundial de los medio pesados.
Recién cuando el doctor Clive Noble le cosía una profunda y longitudinal herida en su arco superciliar derecho sin anestesia, nos animamos a contarle que su amigo e ídolo, Oscar Ringo Bonavena había sido asesinado en la puerta del Mustang Ranch de Reno, Nevada. Ese dolor fue el verdadero e insoportable dolor de Galíndez. Y el de todos.
Mañana por la noche, 41 años después, en el Salón Diquint de José Cubas 3474, en el marco de la entrega de los Premios Firpo a las mejores boxeadoras y boxeadores del año, la UPERBOX (Unión de Periodistas de Boxeo) evocará los "grandes clásicos" del boxeo argentino y rendirá un emocionante tributo a estos dos hechos con los hijos de ambos sobre el proscenio.
Se les podrá contar a ambos muchas cosas sobre los corazones de sus padres. Lo difícil será explicar que Ringo jamás creyó que algo podría traspasar su pecho. Ni siquiera una bala…
FUENTE: INFOBAE
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