martes, 26 de mayo de 2020

MITO,LEYENDA,HISTORIA

GIORGIO CHINAGLIA UNA HISTORIA QUE VALE LEER

Por Juan Chino Lirman.-

Giorgio Chinaglia ha muerto a los 65 años, pero en Italia dicen que esto no es más que el comienzo de una leyenda. O la continuación de un mito que, en sí mismo, representa este ex jugador, principalmente para los tifosi de la Lazio, donde fue ídolo indiscutido.






Chinaglia muere en Florida, Estados Unidos, donde se estaba tratando de un problema cardiaco que no ha podido solucionar. El fútbol italiano está de luto porque este jugador ha representado como pocos el espíritu guerrero y corintio del Calcio, el del aguerrido Calcio de la década de los setenta.


Le conocían como Long John, por su tremenda estatura y sus condiciones de delantero centro tanque, al mejor estilo de un Bobo Vieri o un Luca Toni, por citar dos casos más recientes en Italia. Chinaglia ayudó con sus goles a la Lazio a lograr su primer Scudetto, en 1974, y así entró en la leyenda de los biancocelesti.


No sólo por eso. Chinaglia era mundialmente célebre por su mal genio y por convivir con un revólver Magnum 44. Era aficionado de las pistolas y se enorgullecía de comandar lo que el llamaba "el grupo salvaje", es decir, la parte más ruda del vestuario de la Lazio.


En aquel vestuario había dos clanes y Chinaglia no era el único al que se le solía ver armado. "En aquel equipo llevábamos pistola más o menos todos", desveló alguna vez el portero laciale de aquellos tiempos, Felice Pulici.



Dos años después de ganar el Scudetto, Chinaglia se embarcó en un exótico proyecto: abandonó Italia y se marchó a Estados Unidos para jugar en el Cosmos, aquel equipo en el que jugó también Pelé. Y no fue un fichaje anecdótico, pues Giorgio se convirtió en el máximo anotador de la Major League Soccer durante cuatro temporadas seguidas.



Se retiró en 1983. Volvió a Italia, y a la Lazio, pero esta vez para dirigir al club como presidente, y con resultados espantosos: se endeudaron hasta los dientes y el equipo descendió a la Serie B. Tras aquel fracaso, Long John regresó a Estados Unidos y lo adoptó definitivamente como su país de residencia. Allí terminó sus días.



FUENTE: GOAL

sábado, 23 de mayo de 2020

EL MAESTRO ZEN DE LA NBA

PHIL JACKSON EL HOMBRE QUE CONSTRUYÓ LA VICTORIA DE LOS BULLS


Cuando haces cosas desde el alma, sientes un río, un gozo que fluye en tu interior”. Así comienza Phil Jackson su libro titulado Once Anillos, en el que repasa toda una vida ligada al básquet, que lo llevó a convertirse en el entrenador más laureado de la NBA con la misma cantidad de títulos que el nombre que llevan sus memorias de un pasado marcado por la religión, el consumo de drogas y la gloria deportiva gracias a su apoyo en la filosofía budista.



Antes de convertirse en un personaje exitoso, Jackson atravesó una infancia repleta de restricciones. En el pequeño condado de Powell, en el estado de Montana, a unos pocos kilómetros de la frontera con Canadá, Phil fue uno de los tres hijos que tuvieron Charles y Elisabeth, dos pastores religiosos que criaron a sus niños bajo estrictas normas de convivencia.

En la casa de los Jackson no se podía ver televisión. Tampoco bailar. Estaba prohibida la distracción como factor de diversión. Tal vez será que por esas decisiones de sus padres que el afamado ex entrenador de la NBA forjó una personalidad sumisa, sin demasiadas pretensiones. “Las multitudes me producen fobia. Nunca me ha gustado ser el centro de atención. Tal vez se relaciona con mi timidez intrínseca o con los mensajes contradictorios que de pequeño recibí de mis padres”, cuenta en su libro.

Pero mientras Phil se criaba en un ambiente religioso, casi sin darse cuenta, se gestó un ser competitivo. Según la opinión de sus papás, ganar estaba bien, pero regodearse en el éxito obtenido era considerado un insulto a Dios. “Me decían, ‘la gloria corresponde al Señor’”. Su madre fue una de las persona más competitivas que conoció en su vida. Tal vez la influencia materna con la que creció en su interior lo llevó a protagonizar situaciones como la de ponerse a llorar cuando perdía con algunos de sus hermanos jugando al ajedrez.

Una vez que la familia Jackson se mudó a Dakota del Norte, Phil comenzó a desarrollar su camino en el deporte. Más allá de practicar múltiples disciplinas, la oportunidad de seguir su carrera universitaria fue gracias al básquet. Aprovechó sus poco más de 2 metros para graduarse y utilizó su estadía en un espacio donde pudo relacionarse con público de diferentes creencias para alejarse de la religión impuesta por sus padres.

Un viaje que realizó mientras cursaba el segundo año universitario fue decisivo para el futuro de su vida. En Malibú, California, Jackson probó todo tipo de estupefacientes, entre ellos el LSD. Más conocido como ácido, los efectos alucinógenos que dicha ingesta le provocaron a Phil lo transportaron a otro plano

Es más, de dicho acontecimiento surgió una filosofía que con el tiempo la llamó baloncesto iluminado, una teoría basada en la convicción de que con la mentalidad correcta y espíritu grupal, un equipo podía conseguir las claves para triunfar.

Además de comenzar a explorar sobre el libre pensamiento y la libertad sexual, esos tiempos fueron claves para que Jackson desarrollara una relación íntima con la cultura aborigen estadounidense y su capacidad unificadora del círculo, que luego desarrollaría como entrenador en ligas menores hasta su desembarco en la NBA. “El anillo de campeonato simboliza el estatus y el poder. A nivel psicológico, el anillo representa algo muy profundo: la búsqueda de la identidad en pos de la armonía, la interrelación y la integridad”, cita Phil en Once Anillos.

Ya graduado y sin ser un jugador atlético, se probó en los New York Knicks para jugar en la NBA. Y lo logró. No tenía el perfil de superestrella, pero sí el de esos valores que un equipo necesita: sabía leer el juego y se transformó en un buen basquetbolista defensivo especializado en los rebotes. Después de dos temporadas tuvo que ser operado de la espalda y se perdió todo el año, que terminó con el primer campeonato para la franquicias neoyorquina.

Pero fue antes de ser una pieza importante en el segundo campeonato de NY que Jackson hizo un viaje que volvió a poner su vida en la dirección indicada. Se unió a uno de sus hermanos en una travesía en moto por la costa oeste de los Estados Unidos y dejó de lado una época salvaje, en la que se había transformado en un hippie en pleno Central Park: se vestía con vaqueros, tenía el pelo largo y probó todas las formas posibles para autodescubrir su personalidad oculta en su niñez por un mandato familiar.

Su hermano Joe fue el que lo introdujo en el sufismo, una mística islámica en el que las personas intentaban conectar con lo divino a través de la meditación y el recogimiento. Con el tiempo, Jackson se convirtió en fanático de la cultura zen.
A principios de la década del 80 y tras 12 temporadas, Phil se retiró como jugador y se transformó en entrenador. Tras una experiencia en el básquet de Puerto Rico, en la CBA -liga de desarrollo de la NBA- y un breve paso como asistente en los New Jersey Nets, el hombre que siguió sus primeros pasos como director técnico se decidió a incorporarlo a la franquicia en la que era el gerente general: Jerry Krause, el personaje clave en la formación de los exitosos Bulls, lo llevó a Chicago como entrenador alterno.

El hombre del bigote tuvo que esperar dos años para tomar el control de un equipo que tenía al mejor jugador de la liga, pero que no podía llegar a la definición por el título. Ni bien pisó el vestuario como entrenador en jefe, Jackson tomó dos decisiones: la primera fue darle rienda suelta a la ofensiva triangular de Tex Winter, uno de sus asistentes. Pero para que aquella acción funcionara, era clave que la superestrella repartiera más el balón. 

Así fue como Phil se juntó con Michael Jordan para intentar hacerle comprender lo que necesitaban aquellos Bulls.

Con los lineamientos que le inculcó Red Holzman, su entrenador en los Knicks cuando fue jugador, Jackson le cambió la mentalidad al número 23, que pudo continuar dominando el juego, pero aceptó el rol clave de sus compañeros para construir un equipo campeón. Aquella primera temporada terminó con otra dura derrota en manos de los Detroit Pistons de Isiah Thomas en las finales de la Conferencia del Este. “Michael estaba tan furioso que se echó a llorar en la parte de atrás del micro”, recuerda el coach.

Siguiendo con su orientación en la cultura indígena, para Phil aquella dolorosa caída convirtió a Chicago en una tribu. El equipo logró una unión casi perfecta que, sumado al idílico momento de Jordan y Pippen, llevó a la franquicia a ganar tres campeonatos consecutivos. El éxito se detuvo con el primer retiro de Su Majestad en 1993, pero Jackson sabía que ese no iba a ser el final de MJ“Por alguna razón percibí que ese no era su final”, cuenta en su libro.

Sin el ya legendario 23 en el equipo, el entrenador aplicó todos los métodos posibles para concentrar a la nueva versión de los Bulls. Llevó a un psicólogo deportivo y a un profesor de meditación en la antesala de la primera temporada con Jordan ausente. A pesar que Pippen se puso al hombro a Chicago, el equipo no pudo defender el título. La temporada siguiente fue muy inestable, el equipo no encontraba el rumbo camino a los playoffs hasta que en marzo del 95 se consumó el regreso más esperado.

Volvió Jordan. Y a pesar que por segundo año consecutivo los Bulls terminaron sin ser contendientes al campeonato, lo mejor estaba por venir. Dennis Rodman era el último en una lista de cinco candidatos para reforzar la zona interna del equipo. Finalmente, el Gusano desembarcó en la ciudad de Chicago y su llegada sacudió el vestuario. Según cuenta el propio Phil, una reunión en su estancia de Montana sentó las bases de una relación perfectamente imperfecta.

La explosión mediática que había generado su relación con la cantante Madonna lo impulsó a cansarse de su estadía en San Antonio. Una vez que acordó las normas de convivencia con su entrenador, Rodman le contestó a su nuevo líder. “No van a tener problemas conmigo y van a ser campeones de la NBA”. Como el propio Jackson expone en su más reciente publicación, el número 91 de los Bulls se transformó en el heyoka de Chicago: la denominación que la cultura aborigen tenía para el bufón del grupo. Fue uno de los pocos que supo lidiar con el excéntrico personaje. Supo domarlo, dándole la libertad necesaria y haciéndose cargo de situaciones como las mini vacaciones que tuvo Dennis con su novia de por entonces Carmen Electra a Las Vegas.

Aquella fue una época gloriosa para Jackson. Inculcó la meditación en sus jugadores, que optaron por ese método antes que las otras ofertas de Phil de hacer yoga o tai chi. Fue una temporada histórica para los Bulls, que ganaron 72 partidos de 82 en la fase regular y ganaron su cuarto título en seis años después de vencer a los Seattle Supersonics en las finales de la NBA.

Y cuando el equipo entraba en una racha perdedora, tenía la solución al alcance de sus manos. “Recuerdo cuando perdíamos un par de juegos, Phil quemaba incienso en la sala de cine. Siempre nos preguntamos si tal vez estaba quemando algo más”, dijo Steve Kerr a en diálogo con el programa The Jump, de la cadena ESPN.

Tras el quinto título en la temporada 96-97, Phil se preparó especialmente para lo que sería su última campaña al frente de los Bulls. Jerry Krause ya se lo había anticipado. “Aunque ganes los 82 partidos de la temporada regular y el campeonato, no vas a seguir el año próximo”, le dijo el dirigente. La intención de la franquicia de reconstruir el equipo fue el efecto negativo que Jackson y compañía utilizaron como combustible para cerrar una dinastía gloriosa.

En una carpeta diagramó lo que necesitaba aquel conjunto para repetir el campeonato. Bajo el rótulo de The Last Dance, la última campaña de Chicago tuvo de todo. Los conflictos internos entre Pippen y la dirigencia, los altibajos de Rodman y el cansancio de Jordan ante la necesidad de tener que jugar más de 40 minutos para que los Bulls no descarrilaran del objetivo principal. 

A pesar de los vaivenes emocionales y deportivos, Chicago superó todos los obstáculos, incluíio perder el quinto partido de las finales ante Utah en casa cuando la celebración estaba preparada. A los pocos días, Jordan se puso la capa, anotó 45 de los 87 puntos de su equipo y dejó una imagen final memorable para el sexto anillo de la NBA.

“Dios mío, eso fue hermoso”, le dijo Phil a Michael cuando se estrecharon en un abrazo en el medio del estadio, rodeados de decenas de camarógrafos, rivales y compañeros. Ya de regreso en Chicago, Jordan invitó a todos a uno de sus restaurantes para festejar. Después de la comida y los habanos, llegó la hora del brindis. Pippen le agradeció a MJ y le dijo que nada de todo lo que sucedió hubiera sido posible sin él.

Para Jackson, ese final de película fue como una sanación. Y así lo explica en el epílogo del capítulo definitivo de su historia con los Bulls. “La sanación procede de dejar espacio para que todo ocurra: espacio para el dolor, para el alivio, para la desdicha y para la alegría”. Aquella fue la última actuación del Maestro Zen de la NBA en la ciudad que Jordan hizo famosa en todo el mundo. Al poco tiempo, su filosofía se mudó a Los Ángeles con el objetivo de domar a dos fieras opuestas. Una potencia llamada Shaquille y un joven talento de nombre Kobe. Pero esa es otra historia para contar.

FUENTE: INFOBAE

viernes, 22 de mayo de 2020

ROBERTO MOURAS

UN GANADOR FUERA Y DENTRO DE LAS PISTAS 


Hay ídolos populares que trascienden a su actividad. Roberto José Mouras fue más allá del automovilismo. Pero no solo por sus méritos arriba de un auto de carrera donde sobresalió por su tricampeonato en el Turismo Carretera. Es cierto que aún eriza la piel cuando se ven algunas competencias en las que nunca dio por perdida una batalla. Sin embargo, fue una persona que sigue siendo muy recordada por sus buenas obras. Su historia es la de uno de los mejores pilotos que dio la Argentina y la del campeón solidario. El que no vivió en una burbuja y tuvo compromiso social para ayudar a los que más necesitaban.

Nació un 16 de febrero de 1948 en Moctezuma, un pueblo del partido bonaerense de Carlos Casares. Luego se mudó a la ciudad homónima y realizó sus estudios secundarios. Fue un gran amigo, vecino y como vivió en una localidad de la provincia de Buenos Aires, donde el TC siempre pisó muy fuerte, mamó su amor por las carreras. A los 18 años se inició en los zonales gracias a la peña “El platino roto” con un coche de la marca de sus amores: un Chevrolet 400 Súper Sport y no tardó en ganar su primera carrera.
Pronto se hizo conocido. Le gustaron los desafíos y en 1966 hasta se le animó a un mano a mano contra una avioneta. Fue en una estancia llamada La Manuela de Mensi Hermanos, en Moctezuma. Roberto con su Chevrolet 400 y enfrente tuvo a un representante del aeroclub local, Héctor Campins, a bordo de la aeronave, un PA 11. Mouras patinó y derrapó en su salida. Perdió terreno, pero en los últimos 400 metros ganó la pulseada.
En 1968 llegó al ámbito nacional y lo hizo en la categoría Turismo Anejo J, hoy llamada Turismo Nacional. Fue con un Torino, misma marca con la que dos años más tarde debutó en el TC. Fue el 30 de agosto de 1970, en la Vuelta de Chivilcoy y finalizó octavo en la carrera que ganó Luis Rubén Di Palma (Torino), quien llevó como acompañante a Palito Ortega.
El “Príncipe de Carlos Casares” (uno de sus apodos), en poco tiempo se ganó el respeto de sus colegas. Entre ellos Carlos Marincovich que lo ayudó a sumarse al equipo oficial de General Motors (GM). En 1974 el sueño se hizo realidad ya que pudo competir en una de las escuadras más importantes y con una de las cupé Chevy de color rojo. La marca del Moño Dorado tuvo dos corredores de primer nivel para pelear por el título.

Mouras tuvo un estilo de manejo agresivo que en ocasiones lo llevó a superar los límites y sufrir fuertes accidentes. Pero también supo ser muy preciso y cuando tuvo un buen auto se lució. En GM forjó una gran relación con el preparador preponderante de Chevrolet, Jorge Pedersoli, quien atendió el impulsor del Trueno Naranja, el coche con el que Carlos Alberto Pairetti fue campeón en 1968. Junto a Omar Wilke fueron los artífices del mítico “7 de Oro”, en base a los colores que llevaba por su auspiciante. Fue el coche con el que logró seis triunfos consecutivos en 1976. Un récord que aún no fue batido y que en que las condiciones actuales por las penalizaciones de 30 kilos al ganador de una final (20 y 5 kg. más en caso de repetir), es imposible que se repita. Pero no pudo ser campeón. Por un accidente en la Vuelta de Salto donde fallecieron tres espectadores, la temporada se cerró con tres fechas en el Autódromo de la Ciudad de Buenos Aires Oscar y Juan Gálvez. Allí el equipo oficial Ford fue superior y dos victorias de Héctor Luis Gradassi le aseguraron su cuarta corona.
Hacia 1980 el “Toro” Mouras (otro de sus apodos) metió el cambio. Pedersoli recogió el guante por una modificación en el reglamento técnico de la Asociación Corredores Turismo Carretera (ACTC). “Hubo una discusión porque quisieron homologar a toda costa un block pesado que se usaba en las camionetas. Me levanté y les dije a los miembros de la comisión directiva ‘con ese motor, yo les gano’. Volví al taller y le dije a Wilke que armemos un Dodge. Él me preguntó ¿quién lo va a correr? Le respondí ¡Roberto!” Los preparadores la vieron venir y no la pifiaron. En la temporada 1980/1981 Antonio Aventin le dio el primer título de la historia a la marca del Carnero.
En ruta y en autódromos con rectas largas como el de Buenos Aires, las cupé Dodge GTX mostraron un gran rendimiento por su impulsor, pero en particular por su aerodinámica. Con este modelo Mouras volvió al triunfo en 1981 y ganó un total de 27 carreras. Se quedó con los títulos en 1983, 1984 y 1985. Fueron los años de aquellas luchas épicas con Oscar Roberto Castellano, su rival más fuerte en la popular categoría.
Cada vez que ganó cumplió con su rito de volver a Carlos Casares. Siempre festejó con los suyos. Su costumbre era detenerse en una imagen de la Virgen de Luján que estaba en el ingreso a la ciudad. Sus recibimientos fueron una fiesta y saludó a todos sus vecinos arriba de un camión de bomberos. Era y es el gran orgullo de los casarenses. Ya consagrado, se multiplicó el idilio con el público en todo el país y comenzaron a trascender sus primeras historias en las que ayudó a la gente. Por ejemplo en una carrera un señor se le acercó a pedirle un autógrafo para su hija y le contó:
Ella discapacitada y las pocas veces que se pone feliz es los domingos cuando usted gana, le dijo el hombre.
-Uy, qué lindo señor, ¿cómo se llama la nena?, le preguntó Roberto.
-Nadia, y somos de Azul. Yo solo vine para verlo a usted, y llevarle este regalo, le respondió.
-Está bien, acá está la firma. Pero, ¿me da su dirección?, se interesó Mouras.
- ¡Cómo no, Roberto! Y por favor gane, así cuando vuelvo la encuentro a ella contenta, concluyó el padre que cumplió con su misión.


El Toro hizo lo suyo, ganó y alegró a Nadia. Aquel padre jamás se imaginó que una semana más tarde el mismo Mouras se iba a aparecer en su humilde casa de Azul. Fue un respiro. Una caricia al alma para la dura situación que atravesó esa familia, por una operación que necesitaban hacerle a la niña y que no tenían los recursos suficientes para afrontarla. Entonces Roberto les pidió que le hicieran todo lo necesario, sin reparar en costos, y les aseguró que unos “amigos suyos” se ocuparían de todo. Desde ya la plata la puso él.
Hubo otra historia similar con un joven de Neuquén. Fue en una carrera en Viedma en 1985, donde también venció Roberto. El papá del chico le pidió un autógrafo, le contó que su hijo estaba por operarse y luego Mouras también ayudó a esa familia.
Pero esas anécdotas no fueron casos aislados. Cada vez que Mouras vino a Buenos Aires para visitar el taller de Pedersoli en San Martín, compró zapatillas, alimentos y juguetes para el hogar “Mi Casa Grande”, un centro para chicos de la calle de Carlos Casares. Lo hizo solo, para que nadie se entere.
También en Carlos Casares ayudó a un hogar de ancianos y a un grupo de mujeres que conformaban una comisión de enfermeras. No se olvidó del pueblo en donde nació y le dio una mano a una escuela de Moctezuma. Siempre estuvo cuando la gente de su pueblo lo necesitó.

Aunque también fue solidario con sus colegas y con el TC. Cuando promedió 1985 era cuestión de tiempo para que lograra su tercera corona. Incluso tuvo el margen para dejar por algunas carreras el Dodge ganador e intentó probar con un Chevrolet. El auto no anduvo como esperó. Y para abrochar su nuevo título volvió a la cupé GTX. Se consagró otra vez. Entonces la ACTC le pidió si podía cambiar de marca para 1986, así la mayoría de la gente renovaba sus expectativas con los otros pilotos. Él aceptó a pesar de que supo que era muy difícil que pudiese revalidar el cetro. No obstante, más allá de su gesto para ayudar a la paridad, el desafío de ser campeón con Chevrolet pudo más.
Le costó volver a ser ganador con la marca de sus amores. En esa temporada logró apenas un triunfo. En 1987 sumó tres. Recién en 1988 volvió a estar en la conversación de la lucha por el título. Obtuvo dos victorias, pero fue más regular y culminó tercero en el campeonato. Un solo festejo en 1989 lo dejó sin chances por la corona. Fue por más en 1990 y plasmó cuatro éxitos, pero tuvo seis abandonos y ese año fue campeón otro gran baluarte de Chevrolet, Emilio Salvador Satriano. Tras una solitaria celebración en 1991, para la temporada siguiente fue por todo…
En 1992, ante el reciente retiro del Pincho Castellano, muchos se preguntaron si Mouras seguiría su camino a fin de año. Tal vez lo pensó, pero no quiso colgar el casco sin ser campeón con Chevrolet. Fue la bandera de la marca. Ganó en el arranque corrido en Santa Teresita y a mitad de temporada se impuso en un carrerón en Buenos Aires. En la recta final del campeonato, él, Oscar Raúl Aventin (Ford) y Juan Manuel Landa (Dodge), fueron los principales candidatos.
El 22 de noviembre en el circuito semipermanente de Lobos (penúltima fecha) lideró la carrera ante el ataque de José María Romero (Dodge). El Chevrolet de Mouras empezó a doblar de costado. Y faltando seis vueltas sufrió el accidente que le costó la vida. Se le rompió la goma delantera izquierda y golpeó de su lado contra un talud. El impacto fue letal para él y su acompañante Amadeo González. Hubo dos hipótesis sobre la rotura de la goma, nunca confirmadas. Una que afirma que estaba muy gastada. Para sacarle el dibujo se torneaban esas cubiertas y en velocidad se adherían al asfalto por el calor, pero también se degradaban. La otra conjetura es que se habrían roto los anclajes del elástico de la suspensión.
Tenía 48 años. Fue declarado ganador post mortem. Esa fue la victoria número 50 del Toro. Corrió 259 finales, es decir que festejó en una de cada cinco disputadas. Hoy el más ganador en actividad es Guillermo Ortelli (también referente de Chevrolet) con 32 triunfos. Mouras todavía es el segundo más vencedor en la historia del TC, superado solo por Juan Gálvez, con 56 éxitos, el más campeón de la octogenaria categoría con nueve campeonatos.
Su muerte fue impacto. Era uno de los últimos grandes ídolos que estuvo en actividad en aquellos años junto al Obispo Satriano, el Puma Aventin, Juan Antonio DeBenedictis y Osvaldo Eduardo Morresi, cuyo fallecimiento, que también fue por un accidente en la ruta, el 27 de marzo de 1994 en La Plata, promovió que la ACTC termine con las carreras en esa clase de escenarios. Por eso convocó al Flaco Traverso para que vuelva a la categoría ese año e intentar promover las carreras en autódromos. El 16 de febrero de 1997 en Santa Teresita fue la última competencia en ruta.
Si bien se dedicó a atender su campo, la gran pasión de Mouras fue el automovilismo. Era muy humilde. Mantuvo un perfil bajo y evitó las polémicas. Su hidalguía dentro y fuera de la pista fue reconocida por sus rivales“Tuve poca relación con él debajo del auto. Éramos muy ásperos corriendo, pero siempre tuvo unos códigos admirables. Lamenté mucho su partida”, aseguró el Pincho Castellano, tricampeón en 1987, 1988 y 1989.
“Nunca integró la Comisión Directiva de la ACTC, pero todos los martes estaba en nuestra sede. Se tomaba su te y siempre participaba dando su opinión”, recordó el Puma Aventin, bicampeón en 1991 y 1992 y presidente de la ACTC entre 2002 y 2013. “Fue el hijo que me dio la vida”, confesó Pedersoli.
Realmente fue un grande y un ídolo mío. Era el que más apreciaba de todos los colegas de mi época. Le debo muchas sensaciones fuertes y favores, ya que era una persona que ayudaba mucho. En un momento llegó a darme un auto para correr. Tuvo gestos realmente invalorables que nunca los voy a olvidar”, afirmó otro gran ídolo como “Jhonny” DeBenedictis. “Tuvimos varias carreras donde anduvimos juntos a fondo. Era muy difícil ganarle porque Roberto no podía perder y murió en su ley, dando la vida por la victoria”, agregó el ex piloto de Necochea.
Infobae habló con José Luis Riga, quien fue su acompañante durante varios años. “Era muy pensante, arriba y abajo del auto. Él se sentía responsable de los accidentes cuando nos pasaba algo a nosotros. Buscaba la forma de ir lo más rápido posible y explotar el coche al máximo. Era muy suave para manejar. Muy fino, con una sensibilidad única para llevar el auto. Tenía tiempo hasta preguntarte algo o decirte lo que pasaba atrás”.
En lo personal Roberto tuvo tres hijos con diferentes parejas. Natalia, Roberto y Robertino. Los tres están muy orgullosos de su padre. Natalia, quien es actriz, pudo conocerlo y tenía siete años cuando falleció: “Recuerdo que jugábamos juntos jugando. Tengo muchas muñecas que me regaló él, y le mostraba cómo les daba la mamadera, cómo las cuidaba y hacia dormir y les cambiábamos la ropa”.
“También los paseos en auto con mamá y papá, escuchando música en la cupé Renault Fuego roja que conservamos al día de hoy. Y las compras mensuales en el supermercado, jugando con los changuitos, como si fueran autos”, agrega.
“En cada salida, era común que se acercaran personas a pedirle un autógrafo a papá. Él era muy amable con ellos. Y también con nosotras en casa. Era cariñoso, tranquilo, siempre sonriente. También era muy prolijo, nunca estaba desalineado, ni de ‘entre casa’. Le gustaba tomar té. Y si me portaba bien, me daba ‘un marrón’ (como le decía yo al billete de $10) por semana”, recuerda.
“Me enseñó, junto con mi mamá por supuesto, la empatía. Y pudo transmitirme sus valores con el ejemplo. El cariño, amor y respeto ante todo. Jamás me gritó. Incluso cuando estaba en casa atendiendo llamados importantes o complejos, siempre tenía buenas respuestas hacia mí, o buena forma de explicarme que quizás ese no era el momento para jugar o distraerlo. También con su ejemplo me enseñó que se puede ser apasionado y competitivo, y al mismo tiempo humilde y centrado”, concluye.
En tanto que hay un culto por Mouras. Está su museo en Carlos Casares y hay otro lugar muy especial. Una semana después de su fallecimiento un vecino de Lobos comenzó un tributo que hoy sigue. Fue al punto del accidente ubicado en la ruta 205 en el kilómetro 101, cerca del cruce con la ruta 41 donde hay un santuario en el que los fanáticos le rinden homenaje. El alma mater de esta obra es Fernando García de la Vega. “Soy hincha de Chevrolet y tengo devoción por Roberto. Empezamos con mucho sacrificio poniendo unos ladrillos y un mármol. Luego un herrero hizo una cruz. Más tarde gente de todo el país empezó a golpear la puerta de mi casa y me quería dejar las cosas. Entonces les dije que las dejaran en el lugar del accidente. Luego le hicimos el piso. Le pusimos los troncos mirando hacia la ruta. Todo se hizo gracias a los empresarios de la ciudad como por ejemplo un comercio de la construcción que hizo el quincho”, le cuenta a Infobae. Otra persona clave en esta historia es Oscar Galetto quien se ocupa de su mantenimiento.
Por su parte ACTC le rindió su homenaje con el autódromo que lleva su nombre en La Plata, inaugurado en 1996. También con dos de sus categorías promocionales, el TC Mouras y el TC Pista Mouras. La mayoría de sus pilotos no habían nacido cuando Roberto partió.
“Un piloto nace, pero también se hace”, afirmó Roberto José Mouras en una de sus tantas “tiraditas” en la ruta, en las que solía probar con zapatos y con el cronómetro en su mano derecha. Pero él también nació para ser campeón y hacer historia. Para dejar su sello arriba y abajo del auto. Como corredor y hombre solidario. Fue admirado por sus propios rivales. Es querido y respetado por las hinchadas de todas las marcas. Y es ídolo de muchos jóvenes que nunca lo vieron correr. Por todo esto el Toro es resistente al olvido y a cada segundo se agiganta su leyenda.

FUENTE: INFOBAE

viernes, 8 de mayo de 2020

EL DIA QUE UN TAL CARLOVICH BAILO A LA SELECCIÓN ARGENTINA

CUANDO EL SELECCIONADO DE ROSARIO LO DERROTO 3-1 

Ser de Rosario es ser de una manera exagerada argentino. Se llegaba hasta las últimas consecuencias”

Jorge Valdano







Para hablar de fútbol en Argentina no solo hay que centrarse en Buenos Aires y su dualidad Boca-River, existe otra ciudad donde el fútbol es la parte más importante de la vida cotidiana, esa ciudad es Rosario. Cuna de personajes ligados a la historia del fútbol argentino como Menotti o “El Trinche” Carlovich e ídolos actuales como Lionel Messi o Marcelo Bielsa. Rosario ha dado a la historia del fútbol muchas paginas gloriosas, su clásico esta considerado como uno de los partidos más fervientes del calendario futbolístico argentino, Rosario Central contra Newell’s Old Boys, o lo que es lo mismo, Che Guevara contra Maradona, Canallas contra Leprosos.

La página más gloriosa del fútbol rosarino nunca traspasó las fronteras argentinas, poco se sabe de este evento debido al ocultismo de la AFA y su intento de borrar esta humillante derrota.

En vistas al Mundial ’74 que se disputaría en Alemania meses más tarde, la selección argentina decidió jugar un partido de preparación en Rosario contra un combinado rosarino, equipo compuesto en su mayoría por jugadores de los dos grandes equipos de la ciudad el Central y Newell’s y un jugador rosarino olvidado por el paso del tiempo, el Trinche Carlovich que jugaba en el Central Córdoba (tercer equipo de la ciudad). Todos en ese partido querían verle contra la selección nacional, era una leyenda, el mismo Maradona al ser recibido en Rosario cuando fue presentado como nuevo jugador de Newell’s, un periodista dijo que era un honor tener al mejor jugador del mundo, y este respondió: “El mejor jugador del mundo ya ha jugado en Rosario, era un tal Carlovich”

El Flaco Menotti, entrenador de Argentina campeona del mundo en 1978, hablaba de un cierto “estilo rosarino” y ese día se fue su consolidación, el combinado rosarino “dio un baile”[1] a la selección nacional. Una noche en que toda Argentina vio como Rosario se convertía en el centro del futbolístico del país. Un fútbol elegante y estético, de posesión y juego colectivo, de ataque y técnico, pero sobre todo un trato exquisito al balón, así era el “estilo rosarino”.

El 17 de abril de 1974 sería el día D para los habitantes de Rosario, 30.000 personas inundaron el estadio de Newell’s, el Coloso del Parque. Por primera vez dos aficiones enfrentadas se abrazaron y animaron juntas en el mismo escenario y al mismo equipo. Toda la ciudad vivió una jornada histórica.

Juan Carlos Montes entrenador del Newell’s, antes del partido dijo a sus jugadores “Bueno muchachos, hoy tenemos una gran ocasión de mostrar al país lo que es el fútbol rosarino. Lo único que les vamos a pedir es que se entreguen al máximo y jueguen el fútbol que más les gusta. Dejen fluir el potrero y no se preocupen tanto por la marca. Acá la obligación la tienen los otros, que son los mejores del país, así que no nos enloquezcamos y juguemos como más nos gusta”

El partido no podía comenzar mejor, el primer balón que tocó el Trinche lo convirtió en una obra de arte para quien lo vio, recibió el balón de Aimar, se plantó delante de Pancho Sá, defensa de Independiente, y le hizo un gran túnel, no contento con esto, se paró y cuando Sá se dio la vuelta le volvió a meter el balón entre las piernas, túnel de ida y vuelta que fue aplaudido por todo el estadio.

Comenzó el show rosarino, Kempes, quién más tarde seria campeón del mundo con Argentina en 1978,  sirve un balón a Jorge Gonzalez para marcar el primer gol del partido. Corría el minuto 25 y Carlovich levantó de nuevo al público cuando con un balón preciso, dio una asistencia de lujo al Mono Obberti para marcar el segundo. De nuevo sería Kempes quien enloquecería a los hinchas ya que a pocos minutos del final del primer tiempo batió a Santoro, guardameta de Independiente, y cerró el partido poniendo el 3-0 en el marcador. Carlovich estaba siendo la estrella del partido, hacia malabarismos con el balón, zafó a Brindisi con dos sombreros, pases precisos y asistencias de lujo.

Era solo el primer tiempo y la selección argentina estaba siendo humillada por un equipo de provincias. En los vestuarios tuvo lugar una airada discusión, en la que Cap, seleccionador argentino, enfurecido pedía calma al equipo de Rosario y exigió a Griguol y Montes que sacaran del campo al número 5, Carlovich.

En el segundo tiempo el equipo de Rosario mantuvo el resultado y se tranquilizó, disfrutó jugando y deleitó a los presentes. La despedida del Trinche fue triunfal, un verdadero clamor popular acompañó a Carlovich en su salida del terreno de juego, temblaron los cimientos del Coloso. Desde ese momento hasta el final del partido solo destacó el gol de Cocco para Argentina, que maquilló un poco el resultado.

La ciudad de Rosario derrotó al combinado nacional de Argentina demostrando lo valioso que es su fútbol que tantos días de gloria ha dado al país y a la albiceleste.

Esa selección de Argentina no ganó más que un partido en el Mundial ’74. En la primera fase sumó una victoria, un empate y una derrota, clasificándose por delante de Italia gracias al mayor golaverage. En la segunda fase fue destruida 4-0 por la Holanda de Cruijff, perdió contra su rival histórico, Brasil y sumó un punto gracias al empate con la Alemania Democrática de Sparwasser.
Quizás Rosario lo hubieran hecho mejor.

Ficha del partido:
ARGENTINA: Miguel Ángel Santoro (Independiente); Enrique Wolff (River Plate), Néstor Togneri (Estudiantes), Francisco Sá (Indepediente), Alberto Tarantini (Boca); Miguel Ángel Brindisi (Huracán), Roberto Telch (San Lorenzo), Aldo Pedro Poy (Rosario Central); René Houseman (Huracán), Osvaldo Potente (Boca), Daniel Bertoni (Independiente)
Cambios: Carlos Squeo (Racing) por Brindisi, Victorio Cocco (San Lorenzo) por Houseman, Rubén Cano (Atlanta) por Potente, Enrique Chazarreta (San Lorenzo) por Bertoni. Entrenador: Vladislao Cap
ROSARIO: Carlos Biasutto (RC); Jorge José González (RC), Pavoni (NOB), Capurro (NOB) y Mario Killer (RC); Carlos Aimar (RC), Tomás Felipe Carlovich (Central Córdoba) y Mario Zanabria (NOB), Sergio Robles (NOB), Alfredo Obberti (NOB) y Mario Kempes (RC). Cambios: Rebotaro (NOB) por González, José Berta (NOB) por Carlovich, Roberto Carril (RC) por Robles, Daniel Aricó (RC) por Obberti. Entrenador: Carlos Timoteo Griguol (RC) y Juan Carlos Montes (NOB)
GOLES: PT: González (Rosario), Obberti (Rosario), Kempes (Rosario); ST: Cocco (Argentina)
Titular del periódico Crónica – Jueves 18/04/74 “Que baile compañero”
FUENTE: CALCIOROMANTICO.COM/VICTOR

jueves, 7 de mayo de 2020

UNA HISTORIA QUE VALE LA PENA LEER

LA HISTORIA DEL "LOCO" CAMINOS":

Muchos dicen que no volvieron a ver un “10” igual en las canchas del fútbol argentino. Hoy se cumplen 29 años del último partido en Primera División de unos de los jugadores más emblemáticos de la historia del fútbol argentino: Ricardo Bochini, en cuya extensa carrera vistió sólo la camiseta de Independiente de Avellaneda.


En efecto, el domingo 5 de mayo de 1991, durante el partido que Independiente jugaba con Estudiantes de La Plata, Bochini sufrió una violenta infracción del defensor Pablo Erbín y fue retirado en camilla.

Expulsado el agresor y con el insigne futbolista en los vestuarios, ni los hinchas ni los periodistas imaginaron que en realidad habían asistido al último de los más de 700 partidos que había jugado en una trayectoria iniciada en 1972.

Cuando se estableció que la rodilla lesionada sería un obstáculo insalvable para continuar en la alta competencia, el talentoso número 10 nacido en la ciudad bonaerense de Zárate tenía 37 años cumplidos el 25 de enero de ese 1991.



Sin embargo y en contraposición a lo que muchos pensaban, esa no fue la infracción más violenta que sufrió “el Bocha” a lo largo de su carrera.

“A la peor patada me la dio Miguel Camino, un arquero de Unión San Vicente de Córdoba. Por el Nacional ´82 hice una pared con Brailovsky, fui a buscar la devolución, se la quise pasar por arriba y fue con las dos piernas para adelante. Me rompió los dos tobillos. Estuve cuatro o cinco meses sin jugar”, recordó Bochini en diálogo con El Gráfico.

La otra campana

A Miguel Caminos todos los conocían como “el Loco”. El arquero había llegado a USV desde Lavalle y antes había tenido pasos en el ascenso del fútbol cordobés en Villa Azalais y Las Flores.

Se retiró a los 36 años y también tuvo pasos por Instituto, Belgrano y Universitario, donde estuvo una década. Hoy tiene 70, es simpatizantes de la Gloria y está jubilado tras haber sido varios años chofer de la empresa Suquía. “Generalmente estaba en coches de la línea 10 u 11. Después me compré una chapa de remis y en eso ando todavía”, recordó Caminos.

Sobre su famosa patada a Bochini, contó de arranque que “no fue tan así como él dice, incluso ni siquiera me echaron por esa falta y eso que estábamos jugando en la cancha de Independiente”.

En diálogo con Mundo D, agregó: “No hubo mala intención de ninguno de los dos. Sé que le pegué, pero yo había salido a taparlo y se habrá enganchado con alguna de las piernas mías. Él tendrá su visión, yo tengo la mía. Si fue así como él dice, yo le pido disculpas. Soy más famoso por lo que dijo él que por mi carrera”.

Luego llenó de elogios al ídolo del “Rojo”: “Mirá que vi jugar a muchos, pero él nada que ver. Era un genio, tenía en la mente todo lo que iba a pasar. Él sabía dónde iba a poner cada pelota, leía el partido de una manera impresionante”.

Y aportó más detalles de aquel partido en Avellaneda: “Me acuerdo también que nos anularon un gol sobre la hora, perdimos 1 a 0. Teníamos muy buenos jugadores, fue un partidazo”.

Aunque para todos el retiro de Bochini fue en 1991, mucho después (el 25 de febrero de 2007), aceptó la invitación a jugar de forma oficial y así lo hizo durante 42 minutos para Barracas Bolívar en un cotejo de la Zona 57 del llamado "Torneo del Interior".

En 2009 incursionó de manera fugaz en el torneo de veteranos "Súper 8" con media hora en la cancha en el partido que su Independiente perdió 2-0 a manos de Boca Juniors.

Pero del verdadero adiós de quien es parte de la iconografía dorada de Independiente y del fútbol argentino (de hecho, Bochini integró el plantel que ganó el Mundial de México 86), se cumplen este martes 29 años.

FUENTE:MUNDO D 

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