lunes, 29 de mayo de 2023

NO PIENSA COLGAR LOS BOTINES

MIURA EL JAPONES QUE QUIERE JUGAR HASTA LOS 60 AÑOS

FUENTE: "OLE":

Kazukoshi Miura, el futbolista profesional más veterano de la historia, sigue batiendo todos los récords que existen: con 56 años, fue elegido el mejor jugador de un partido por la Segunda División de Portugal en la victoria de su equipo Oliveirense ante Leixões. Y en la entrevista post partido, declaró que tiene pensado jugar hasta los 60.




King Kazu, apodo con el que es conocido en sus tierras, le agradeció al equipo y a los fanáticos por el apoyo: "Estoy muy agradecido con todos, el club y la afición. Pero este premio no es para mí, es para el equipo. Muchas gracias. Si no tuviera la ayuda de los jugadores y del entrenador, no estaría aquí".

Aunque le puso fecha de vencimiento a su trayectoria, el japonés en el que el creador de Supercampeones se basó para crear a Oliver Atom, continuará su carrera: "Tengo la intención de jugar hasta los 60 años", blanqueó.

Nacido en Shizouka, Japón, el 26 de febrero de 1967, se mudó a Brasil para cumplir el sueño de ser futbolista y lo logró: arrancó en el Santos, luego pasó por Genoa, Dinamo Zagreb, Vissel Kobe, entre otros equipos. Además, fue internacional con la selección japonesa en 89 ocasiones, anotando 55 goles.

El delantero había declarado en 2021 su intención de retirarse del fútbol, pero afirmando que continuaría para lograr una marca imposible de superar: "Creo que nunca dejaré el fútbol. No sé cuánto tiempo seguiré jugando, aunque el retiro podría ser mañana o dentro de dos o tres años".


domingo, 28 de mayo de 2023

UNA CARRERA POR DEMAS EXTENSA

LA HISTORIA DE MUNZENBERG FUTBOLISTA PROFESIONAL DE 1925 A 1951

FUENTE: "KODRO MAGAZINE":

Reinhold Münzenberg nació en la ciudad de Aquisgrán el 25 de enero de 1909. Aficionado al deporte en general, pronto comenzó a destacar en diferentes disciplinas deportivas. Fue un gran ciclista en edad infantil, y alternaba el ciclismo con el del fútbol en los equipos base del Aachen Spelveiren, con quien empezaría a jugar durante la temporada 1920-21 en su equipo juvenil, cuando apenas contaba con once años, enfrentándose a jóvenes que le sacaban cinco o seis palmos.




En 1925, con solamente dieciséis años, jugaría con el primer equipo del club, firmando así su primer contrato profesional. Su fortaleza como defensa central era destacable, infranqueable por alto, además no rehuía el choque con el rival, por más que este tuviera más edad o un físico más potente.

Pronto llamó la atención de lo que acabaría siendo el equipo de su vida, el Alemannia Aachen, de la máxima categoría de fútbol alemán, fichando por el club «negrito» en 1927, y manteniéndose en el mismo hasta 1938. Es en este periodo cuando debuta como internacional con Alemania, y consigue el meritorio tercer puesto en el Mundial de 1934. En realidad, Münzenberg no estaba en la lista mundialista, ni siquiera estaba en la preselección de treinta y ocho jugadores que el entrenador alemán, Otto Nerz, había confeccionado para afrontar el Mundial con garantías. De los treinta y ocho preseleccionados, dieciocho irían en el Mundial de Italia, mientras Münzenberg continuaba con su vida ajena al campeonato. Hasta tal punto que el Mundial se disputaba entre el 27 de mayo y el 10 de junio, y el defensa central había fijado la fecha de su boda para el día 9 de este último mes.

El equipo alemán, que había empezado el Mundial con buen pie, decepcionó a la semifinal, perdiendo por 3 a 1 con Checoslovaquia, con algunos goles por culpa de claros errores defensivos. Otto Nerz no se lo pensó, requería un defensa con temperamento y contundencia y se acordó de Münzenberg. En aquellos tiempos, las listas no eran rígidas, y los jugadores podían cambiarse a la mitad de campeonato. Envió a casa al defensa central titular y el 5 de junio llamó a Reinhold Münzenberg que acudiera a Nápoles a disputar el partido por el tercer y cuarto puesto y salvara el honor del fútbol alemán.

Pero había un problema, el partido se disputaba en el sur de Italia un día antes de la boda, el 7 de junio de 1934. Müzemberg fue claro: «Doctor Nerz, cuente conmigo, anulo la boda, uno se puede casar cualquier día, pero no siempre se puede jugar un partido en un Mundial «. Y se presentó en Italia, jugó el partido, lo hizo de forma destacada y Alemania venció a Austria por 3 a 2, adjudicándose la tercera plaza de aquel Mundial.

Müzenberg siguió jugando al fútbol durante años, fue 41 veces internacional absoluto, a pesar de que era un hombre «sospechoso» para los dirigentes nacionalsocialistas, porque no estaba afiliado al NSDAP, el partido de Hitler, y corrió el falso rumor de que era familia del líder del Partido Comunista Alemán, Willi Münzenberg, con el que compartía apellido, pero ningún lazo sanguíneo.

Fue llamado a filas y enviado al frente, aunque durante algunos períodos siguió jugando de forma profesional al fútbol durante la guerra más cruenta. Fue futbolista del Hamburgo y del Werder Bremen, para volver a jugar las últimas seis temporadas el Alemannia Aachen, donde colgó las botas en 1951, después de veinte años de carrera profesional, solamente interrumpida durante la guerra.

Todo un récord en el mundo del fútbol profesional, especialmente si tenemos en cuenta que veinte de estos años los disputó en la máxima categoría de la liga de Alemania. El «hombre de acero», apodo por el que lo conocían, pasó a la historia por su fantástico recuerdo.

sábado, 27 de mayo de 2023

EN EL RECUERDO

A 26 AÑOS DE LA PARTIDA DE UBY SACCO

FUENTE: "INFOBAE":

La pelea más difícil de Uby Sacco no fue arriba de un ring sino en la puerta de un cabaret de Mar del Plata, en la zona de la vieja terminal de ómnibus, a fines de los 80.




Un marinero, con el que había discutido en un momento de la noche, se le abalanzó con una cuchilla y le dio tres puntazos. El corte más profundo se lo hizo en el antebrazo.

El ex campeón mundial de boxeo sacó su derecha letal y lo derribó de un cross a la mandíbula. El marinero cayó y golpeó la cabeza en el cordón de la vereda, que comenzó a teñirse de rojo. Un amigo se llevó a Uby mientras otros dos hombres intentaban reanimar al marinero.

Nunca se supo qué pasó después. El episodio no salió en ningún diario. Uby nunca supo si había matado a ese hombre.

Solo tenía una certeza: si hubiese golpeado al italiano Patrizio Oliva con ese odio acumulado, no hubiese perdido el cinturón de los welter juniors de la Asociación Mundial de Boxeo.

—Cuando perdés el ojo de tigre, como decía Rocky Balboa, perdés todo. En el boxeo y en la vida –le había dicho Uby (Ubaldo Néstor Sacco) al autor de esta nota, pocos meses antes de su partida.

Murió el 28 de mayo de 1997, a los 41 años, en Mar del Plata.

El 15 marzo de 1986, en Montecarlo, había perdido la ferocidad de su mirada. Llegó a la primera defensa del título con el peso de noches oscuras, aunque estaba confiado de retenerlo. Se entrenó menos que nunca: se lo vio más en los bares que en el gimnasio.

Su manager, Tito Lectoure, pensó en abandonarlo. Uby afrontó el compromiso como pudo, con un puñado de entrenamientos y la bendición de Diego Maradona, que hasta le pasó videos de las peleas del napolitano Oliva a través de Guillermo Cóppola.

El marplatense apenas dio el peso. Estaba desangelado, como si fuera su propia cáscara. Fue una sombra que por momentos superó a Oliva. Hasta que se quedó sin golpes ni piernas.

En un momento, en el minuto de descanso, Uby sintió que no tenía fuerzas para levantarse y salir al nuevo round. En su rincón lo abanicaban con una toalla para que le entrara aire en la boca. No escuchaba lo que le decían y los gritos de los aficionados eran como una masa sonora pegajosa. Algo así como escuchar debajo del agua.

Cuando sonó la campana, su padre y entrenador, Ubaldo Francisco Sacco, lo tuvo que levantar del brazo izquierdo. Y Lectoure, del brazo derecho.

Y ocurrió el milagro. Uby quedó de pie. Como un Cristo que es descolgado de la cruz y empujado –y hasta obligado- a la resurrección.

Le dieron la pelea perdida en un fallo dividido. Uby hizo una mueca de resignación. Entró en el vestuario en silencio. Sobre lo que pasó adentro hay una leyenda según la cual golpeó la pared con todas sus fuerzas. Con esa mano, podría haber noqueado a su rival.

Podría decirse que Uby nació boxeador. Estaba en la panza de su madre Hilda cuando su padre Ubaldo, un boxeador clásico y elegante de la década del 50 (la época del Zurdo Lausse y el Cacique Selpa), peleaba en el Luna Park. Por eso Uby nació en Capital Federal, aunque se consideraba marplatense.

Siempre fue un rebelde. Cuando su padre le aconsejaba regular, seguir una estrategia especuladora en un combate, Uby le decía que sí, pero ni bien comenzaba el primer round salía con toda su destreza y su coraje a buscar al rival. Como dos trenes que chocan de frente.

Nunca le gustó el boxeo, pero brilló en los welter junior, una categoría que tenía referentes de la talla de Roberto Alfaro, Hugo Luero, Hugo Sergio Quartapelle, Juan Antonio Merlo, Lorenzo García y Ramón Abeldaño. O el pegador Horacio "La Pantera" Saldaño, a quien Uby le ganó dos veces.

El 21 de julio de 1985 se consagró campeón mundial al derrotar por nocaut técnico al canadiense Gene Hatcher, a quien había derrotado en una anterior pelea, aunque los jurados se la dieron por perdida.

El enviado especial de El GráficoErnesto Cherquis Bialo, le preguntó al día siguiente de la consagración:

—¿Para la próxima pelea, sea contra quien fuere, vas a prepararte igual, mejor o peor?

—Si llegué hasta acá así, ¿para qué me querés cambiar?

—Para que seas un campeón por mucho tiempo, para que ganes dinero, para que asegures tu vida y la de tus hijos, para que seas un buen ejemplo, para eso, ¿te parece poco?

—Pero vos siempre con lo mismo, ¿cuándo vas a creer en mí? ¿qué tengo que hacer?

Uby volvió a Mar del Plata con toda la gloria. Lo pasearon por la ciudad en un camión autobomba.

Era el campeón. El que había aparecido en la tapa de El Gráficoarrodillado ante la gloria, cerca de su padre, llorando aunque más que llanto parecía una carcajada de felicidad.

Muchos de los que estaban ese día y fueron a recibirlo como un héroe, fueron los mismos que señalaron con el dedo de la misma mano que usaban para aplaudirlo o tocarlo.

La que creó el mito negro Uby Sacco.

"Solo él sabrá si empezó a brillar o empezó a morir, cuando se hizo campeón mundial. Su jab era artesanal y su orgullo inmenso. Lo disfrutamos casi nada", escribió una vez Osvaldo Príncipi.

Uby protagonizó 52 peleas: ganó 47, perdió 4 (ninguna por nocaut) y empató una. Atravesó con habilidad y guapeza 429 rounds. Pero en todo boxeador hay un récord que no deja huella ni queda por escrito. Son las peleas callejeras. Uby tuvo varias: el mito dice que no perdió ninguna.

La historia violenta del marinero comenzó cuando Uby fue a un cabaret a tomar unas copas. Cuando entró en el baño, un hombre se le acercó y le pidió:

—Campeón, ¿me convidás un saque?

Uby le dio la bolsa y el marinero tomó delante suyo.

Pocos minutos después, el marinero insistió, pero esta vez cuando Uby tomaba una copa con un amigo. Como Uby lo ignoró, el marinero le dijo:

—Garca, encima que me convidaste la que vos no tomás, ahora la encanutas.

El asunto pareció terminar ahí, hasta que una hora más tarde ocurrió la pelea en la calle. Una versión es que el marinero sobrevivió a la caída, pero no se animó a hacer la denuncia o a tomar venganza.

Para Uby, enfrentar a hombres con guantes no era ningún riesgo. Sobre todo después de haber sobrevivido a hombres que lo amenazaron con armas o cuchillos.

Otro combate memorable, del que tampoco hay registro, ocurrió también en las calles salvajes de Mar del Plata. Una noche le salvó la vida al Tarta Lozada, un pistolero que trabajaba como matón de políticos, sindicalistas y transas.

Aquella vez, Uby lo encontró al Tarta en un apriete: rodeado por seis hombres que le daban una paliza. Se metió, se puso espalda con espalda con el Tarta y golpeó a sus contrincantes. No quedó ni uno de pie.

El Tarta pagó el favor años más tarde.

Cuando Uby vivió un romance con una de las chicas de un proxeneta pesado, El Tarta –que era uno de los sicarios del rufián- recibió la orden de matarlo.

—Vos me salvaste la vida una vez, ahora te la voy a salvar a vos –le dijo el Tarta mientras le mostraba la pistola con la que debía matarlo.

Tiempo después, el Tarta –que manejaba varios pools-, quiso cobrarse una vieja deuda que al parecer tenía con la madama y ladrona Margarita di Tullio. Fue a su casa con dos secuaces, pero la mujer los mató a tiros. Desde ese día la llamaron Pepita la pistolera.

Hay más historias delincuenciales protagonizadas por Uby. Una de ellas se la contó él mismo al periodista Carlos Irusta. "A los quince años se entreveró en un bar con un policía. El hombre, recostado de espaldas al mostrador, iba armado y lo desafió. Es probable que los dos estuvieran borrachos. Uby se aguantó al principio, porque no podía dejar de mirar la pistola pendiendo en la cintura del otro, hasta que en un descuido, un amigo de él, desde atrás, se la sacó. Luego contaría: 'Le di tanta piña en el estómago que le doblé la hebilla del cinturón, lo desparramé -contaría luego- y después me fui. ¡Para qué! Me agarraron unos compañeros de él y me dieron una marimba en la calle que me dejaron loco. Eso sí, ¿eh? No les di el gusto de llorar'".

Le gustaba desafiar a los policías. Una vez un periodista amigo le avisó que la policía iba a allanar el hotel que regenteaba por tráfico de drogas. Uby solo consumía. Esa noche pudo haberse ido, pero se quedó a esperar a los uniformados. Cuando llegó el jefe del operativo, Uby le palmeó la mejilla y le dijo, con tono canchero:

—No queda nada, me la tomé toda.

Estuvo preso varias veces. Una fue por un mozo que lo acusó de haberlo golpeado.

Uby acostumbraba ir al club Peñarol, donde compartía veladas con Carlos Monzón y Alberto Olmedo. Es más: llegó a visitar a Monzón en la casa de la calle Luis Pedro Zanni, donde el ex campeón mundial de los medianos mató a Alicia Muñiz, y volvieron a cruzarse en la cárcel de Batán.

"Uby fue el boxeador más completo", decía el ex campeón de peso mediano del Consejo Mundial y de la Asociación Mundial de Boxeo.

Esto no es todo: en 1988, en el verano maldito de los balcones de Olmedo y Monzón, Uby también conoció a Celso Arrastía, presunto asesino serial de cinco mujeres.

Sacco vivía en un hotel céntrico junto a su esposa Patricia, donde algunas noches solían escuchar el llanto de una mujer que estuvo a punto de ser asesinada por Arrastía.  Es más, Uby conoció a una prostituta que había sido amenazada por el serial killer.

La ex mujer de Uby, Patricia, recuerda al criminal:

"A mí nunca me hizo nada, quizá porque yo no era una presa fácil. Mi pareja había sido uno de los mejores boxeadores del mundo. Mató a varias chicas, a una en un hotel llamado Los Galgos. Otra víctima fue encontrada en el hotel de la calle Salta, a la vuelta del Club Atlético Mar del Plata, adonde también iba Uby. De la cara de asqueroso y degenerado que tenía no me olvido más. Usaba bigote y vestía con elegancia".

Uby volvió a cruzarse con el asesino dos veces. La primera fue en la Brigada de Investigaciones de Mar del Plata, donde estaba detenido por presunta venta de cocaína. Allí, Arrastía le pidió una hojita de afeitar porque quería sacarse los bigotes para que no lo reconocieran. Uby se la negó. La segunda vez se vieron en Batán. "No maté a nadie, es todo verso", le dijo. Uby no le creyó.

Además estaba preocupado por otro preso, en quien sí creía. Era Monzón, con quien estuvo a punto de dar una exhibición de boxeo en la prisión. Pero Monzón estaba sin entusiasmo y cansado de que algunos presos lo desafiaran porque había matado a una mujer. "Me vienen de a cuatro muñecos a pelearme y los tumbo como papel. No me duran ni medio round".

Réquiem

Sus últimos años los pasó en bares de mala muerte. Uno de ellos era el café Los Amigos. El poeta maldito Enrique Symns frecuentaba ese lugar. Lo recuerda de esta manera: "A Uby le gustaba más la calle y los bares que el gimnasio, la llegada del dealer más que la del manager, los amigos drogones que la gente normal, las peleas callejeras más que las conversaciones convencionales. Era adicto a la cocaína pero más aún a la desgracia. Nunca lo vi pelear pero, sin embargo, fui un admirador de su desgracia. Uby estaba lesionado por el mundo. Yo también me hubiera agarrado a piñas con las docenas de imbéciles que me he ido cruzando en los boliches de rock en el transcurso de mi vida. Me drogué como él y también conocí la cárcel. Yo también viajaba por la ciudad, como un ciego, guiando un hato de extraviados en el desierto sin fin de la ciudad. No tuve su valor, murió a los 41 años y abandonó este ring side ficticio donde solo pululan las almas innobles".

La última aparición pública de Uby fue en una charla en Deportea, en Mar del Plata, invitado por el periodista Juan Carlos Morales.

Días antes había visitado la concentración de Independiente, el club de sus amores. Muchos no lo reconocieron, solo vieron que un hombre desgarbado, con el pelo lacio, de lentes, con un piloto viejo que le daba aspecto de linyera, se acercó al Flaco César Menotti, por entonces entrenador del Rojo, y se abrazaron. Cruzaron un par de palabras y Uby se fue. Su aspecto, o algo en él que era mucho más interno, parecía tan frágil que hasta daba la sensación de que el viento podía derribarlo.

Se fue sin que ninguno de los diez periodistas que estaban en el lugar le dijera algo. Tenía las manos en los bolsillos y se movía de un lado a otro, como un péndulo descalibrado. Al tiempo que lo hacía, no parecía respirar, sino aspirar profundamente el aire. Era un movimiento aparatoso, descoordinado e involuntario. Una triste paradoja para el hombre que en el ring se movía con pasos de bailarín.

Sus ojos eran tan melancólicos pero a la vez tan vacíos, como los ojos de alguien que había comenzado a despedirse de todo, hasta de sí mismo.

Tiempo después de su muerte, cuando fue a pelear a Mar del Plata ante Omar "El Príncipe" González, el mítico Roberto "Mano de Piedra" Durán llevó flores a la tumba de Uby. Lo acompañó el Karateca Medina, boxeador que estuvo preso y participó de esa velada.

"Una vez Maradona nos invitó a Uby y a mí a entrenar y vivir en Nápoles. Yo acepté, Uby no", contó el Karateca. "Mano de Piedra" pensaba lo mismo que Monzón: que Uby fue uno de los púgiles argentinos más completos y técnicos.

Uby era admirado por sus pares y los periodistas que cubrían su carrera. Sergio Víctor Palma, también campeón mundial, solía decir que Uby y Gustavo Ballas habían sido dos de los boxeadores más técnicos de la historia. El periodista Walter Nelson lo llamó el "Maradona del boxeo". Sus colegas Horacio García Blanco y Ulises Barrera también lo admiraban.

Diego le dedicó un gol jugando para Boca. Una anécdota define la personalidad de ambos. Jugando al fútbol, en un picado de amigos, allá en los 80, Uby le hizo un caño a Diego. Diego se vengó y le hizo dos. Uby estaba furioso.

Por esos días se lo solía ver en recitales. Una vez Luca Prodan, en Obras, le cantó desde el escenario mientras Uby lo miraba desde el público: "Soltá el brillo, soltá la belleza de tu pelo con Wellapon, Uby también se lava con Wellapon".

Pero como dijo Cherquis Bialo el día que murió Uby: "La fama, la gloria, el ocaso. Todo fue efímero en él, hasta su existencia".

A sus hijos Lorena y Sebastián, Uby les dejó como legado un manuscrito que pronto será libro.

Allí cuenta su infierno, relata las injusticias que sufrió cuando lo detenían muchas veces por su mala fama. Todo eso lo escribió desde una celda, cuando sentía el final cada vez más cerca.

"La muerte me tiene embrujado como un muñeco de trapo", escribió de puño y letra en un cuaderno Gloria de tapa blanda. Parte de esos textos aparecerán en Nervio, la revista cultural fundada y dirigida por Andrés Calamaro, de próxima aparición.

Los hijos lucharon para recuperar las fotos y las pertenencias de Uby. Cada uno de ellos conserva un guante y una bota, que fueron encontrados de casualidad por un cartonero que revolvía un contenedor. El cinturón de campeón también fue recuperado.

Cuando Uby quedó en la ruina, le embargaron su casa, con sus pertenencias incluidas. Sus guantes también pasaron de mano en mano.

Uby intentó salvarse. Por sus hijos, por su familia. Quizá trató de ensayar de nuevo, aceptar y retomar desde el principio, dar un volantazo y volver un poco atrás. Y ahí partir desde lo más sencillo. No pudo. Sobre el ring parecía saberlo todo. "Pero la vida es mucho más difícil", decía.

Pese a todo, sus amigos y sus hijos lo recuerdan como un niño que no supo vivir. Los escritos que dejó retratan su desesperación. En esos días en los que no le quedaba casi nada. Esa confesión desgarradora tal vez sea su réquiem -después de sus intentos por recuperar el paraíso perdido-, y a la vez su regreso definitivo al lado luminoso de la vida.




PAR CONOCERLA MEJOR

LA HISTORIA DE VANINA CORREA ARQUERA DE LA SELECCION ARGENTINA Y DE ROSARIO CENTRAL

FUENTE: "TN DEPORTIVO":

A los 38 años, Vanina Correa tiene bien en claro de qué se trata jugar un Mundial con la camiseta de la Selección argentina. La experimentada arquera es la única integrante del actual plantel que ha estado en todas las Copas del Mundo de las que ha participado el equipo nacional: dijo presente en 2003, 2007, 2019 y su gran ilusión es hacerlo también en Nueva Zelanda 2023.



No cualquiera puede decir que lleva casi 20 años vistiendo la camiseta de la Selección argentina, pero Correa puede presumir de ese mérito. Su debut en la mayor fue el 9 de abril de 2003 en un Argentina 3-Paraguay 0 por el torneo Sudamericano que se jugó en Salta.

En estas dos décadas, la arquera ha sido testigo del crecimiento que ha tenido el fútbol femenino y también ha atravesado distintas etapas en su vida personal: los pasos por diferentes clubes, los sacrificios de trabajar a la par de la actividad deportiva y hasta un retiro de varios años durante el cual pudo cumplir su gran anhelo de ser mamá.

Nacida en Villa Gobernador Gálvez, Santa Fe, “La Flaca” -como muchos la apodan- era la única nena que jugaba al fútbol entre todos los varones en la placita del barrio. Tan grande era su amor por el deporte que, a los 9 años, le preguntó a un amiguito si él le podía dar su pelota a cambio de una flamante muñeca Barbie que a ella le habían traído los Reyes Magos.

“¿Y yo cuándo entro?”, solía preguntarle al entrenador de las infantiles de Rosario Central. Ella, que acompañaba a los varones como mascota del equipo, se desvivía por estar en el campo de juego y su insistencia tendría premio: a los 13 años, empezó a participar en el equipo masculino del Canalla. Luego pasaría al conjunto femenino.

Sus buenas actuaciones llamaron la atención de los encargados de las selecciones juveniles de Argentina y así comenzó una historia de enormes sacrificios y esfuerzos de parte de sus padres para que pudiera viajar desde Gálvez a Buenos Aires para entrenar con el conjunto nacional.

Mientras transitaba una carrera que incluía pasos por clubes como Boca y Banfield, lo que se mantenía constante en la vida de Vanina era una sola cosa: la Selección argentina. Fue a los Mundiales de Estados Unidos 2003 (fue suplente de Romina Ferro) y China 2007 (atajó en la dura derrota por 11-0 ante Alemania), y a los Juegos Olímpicos de Beijing 2008. Estuvo, además, en distintas ediciones de los Juegos Panamericanos, los Sudamericanos y la Copa América.

En determinado momento de su carrera, la arquera decidió retirarse del fútbol. Una lesión ya la había alejado de las canchas y sentía que era momento para dar paso a otra etapa en su vida. Quedó embarazada y, en 2014, nacieron sus mellizos Luna y Romeo. Además, por aquellos tiempos, se había asentado en su trabajo como cajera en la Municipalidad de Gálvez.

Pero esa decisión de alejarse del deporte no sería definitiva: Correa y la pelota volverían a encontrarse tiempo después para vivir nuevas aventuras.

En 2017 la Selección argentina mayor volvió a entrenarse luego de dos años sin actividad. El entrenador Carlos Borrello la llamó a Vanina y le preguntó si estaba dispuesta a ser parte de ese proceso. Fue así como, unos años después de ser mamá, la santafesina volvió a ponerse los guantes.

Jugar en su club, entrenar con la Selección, cumplir con su trabajo en la Municipalidad, cuidar a sus mellizos y encargarse de las tareas domésticas. Hacer malabares para cumplir con todas esas tareas fue un riesgo que la arquera decidió asumir con un solo objetivo en la cabeza: jugar el Mundial de Francia 2019.

La oportunidad se le dio y Vanina llegó a la que sería su tercera Copa del Mundo. Fue una competencia consagratoria: a los 35 años, se ganó el reconocimiento de los fanáticos del fútbol argentino al atajarle un penal a Inglaterra en el segundo partido del torneo. Argentina finalmente perdería ese duelo por 1-0, pero su nombre quedaría en la historia grande del deporte. Aquel 11-0 sufrido ante Alemania en 2007 se convertiría, definitivamente, en cosa del pasado.

En Francia, la Selección tuvo su mejor actuación de todos los tiempos. Sumó los primeros dos puntos de la historia en Mundiales (a partir de los empates ante Japón y Escocia) y logró visibilidad y reconocimiento. A los 35 años, la arquera tomó ese envión para asumir nuevos desafíos en su carrera.

La semiprofesionalización de la primera división del fútbol femenino en Argentina le permitió firmar su primer contrato en San Lorenzo. Tiempo después, en medio de la pandemia, le llegó una oportunidad que en otro momento hubiera sido impensada: jugar en Europa.

Fue así como a mediados de 2020 pidió una licencia de un año en su puesto en la Municipalidad, dejó a sus hijos al cuidado de sus padres y de su familia ampliada, y partió hacia España para sumarse al Espanyol de Barcelona.

Una seria lesión y el covid, sumado a que su equipo descendió a la segunda división, le impidieron disfrutar plenamente de aquella experiencia en el Viejo Continente, pero la arquera regresó con nuevos aprendizajes y, sobre todo, con la pasión por el fútbol intacta.

El ciclón volvió a convocarla en su vuelta al país, pero luego regresó al club de sus amores: Rosario Central.

“Seguiré bajo mi arco hasta que las piernas tiemblen, hasta que el cansancio agobie, hasta que la mente quiera seguir y el cuerpo no dé más”, escribió Correa en el cuento que publicó en el libro “Pelota de Papel 4″.

La arquera, con 38 años, no se da por vencida y en la Copa América de Colombia dejó en claro que está en el pico de su madurez, con una técnica cada vez más pulida. Además, vistió la cinta de capitana, reconocimiento que la consagra definitivamente como la gran referente del plantel.

“Noto un cambio generacional. En este equipo hay jugadoras que integraron selecciones juveniles y que ya vienen preparadas para la mayor”, destacó Correa en diálogo con TN tras ser consultada sobre las diferencias que nota entre el plantel actual de la Argentina y los que integró anteriormente cuando le tocó ir en busca del sueño mundialista.

Respecto de la preparación que tenía la Selección femenina hace 20 años y la que tiene ahora a la hora de encarar sus desafíos, fue clara: “De 2019 para acá son muchos los cambios. Antes de este torneo jugamos fechas FIFA, concentramos un mes en el predio para estar bien, tuvimos tiempo de jugar juntas. Tuvimos una buena preparación para venir a Colombia”.

Para Vanina, seguir siendo parte de la Selección argentina a los 38 años es “un orgullo, un placer y también una responsabilidad”.

“Estar a mi edad en una Selección, con el sacrificio que se hace…Las que tenemos hijos los tenemos que dejar mucho tiempo. Estar acá es difícil y a la vez gratificante porque jugamos por la clasificación al Mundial”, subrayó.

La Selección argentina cumplió con el objetivo que fue a buscar a Colombia y ya tiene el boleto al Mundial de Australia-Nueva Zelanda 2023. Una vez más, el fútbol le da una oportunidad a Vanina para que las ilusiones se renueven.

jueves, 25 de mayo de 2023

TALENTO Y MAGIA PURA

LA BIOGRAFIA DE "GARRAFA" SANCHEZ

FUENTE: "SOYDEBANFIELD.COM.AR"

José Luis Sánchez nació el 26 de mayo de 1974 en Laferrere, Provincia de Buenos Aires. En el seno de una familia trabajadora, en el que su padre trabajaba en un reparto de garrafas de gas comprimido.




Desde pequeño comenzó a jugar al fútbol, ya demostraba un gran dominio del fulbo y de una pegada formidable. Fue en el club de sus amores, Deportivo Laferrere donde realizó las inferiores y debutó en Primera División a los 19 años, el 26 de noviembre de 1993, en un clásico contra Almirante Brown por un encuentro de la Primera B Nacional. Su primer gol lo hizo contra Colón en un 1-6 de Lafe. En esos tiempos nacería la leyenda: Garrafa.

En 1998 fue transferido a El Porvenir, club que con la dirección técnica de Ricardo Calabria. lograría el ascenso a la Primera B Nacional. En ese torneo Garrafa fue la figura más destacada de la divisional.

Luego del título en 1999, emigra al fútbol uruguayo al club Bella Vista. Allí consiguió la clasificación para la Copa Libertadores de América que no pudo disputar debido a una enfermedad de su padre, que lo obligó a regresar a la Argentina en el año 2000.

Después de 7 meses de estar alejado de las canchas, retorna al fútbol en el Club Atlético Banfield Allí se convierte en la figura del equipo campeón invicto de Mané Ponce que asciende a Primera División en 2001, donde desarrolla la mejor parte de su carrera. Cuatro años mas tarde logra jugar la Copa Libertadores, alcanzando un histórico 7º puesto en la competición. Luego de una serie de lesiones y una operación, es absurdamente dejado libre por Banfield. Lo que le permite en ese 2005 volver a jugar en el club de sus amores, Deportivo Laferrere.

Garrafa nos dejó físicamente el 8 de enero de 2006 a los 31 años, luego de un accidente sufrido mientras realizaba acrobacias en su motocicleta en la puerta de su casa. En total, su carrera contabiliza 261 partidos jugados y 70 goles.

Tenía un talento considerado en la jerga como de Papi Fútbol, el cual le permitía gambetearse a sus marcadores en espacios reducidos, o realizar pases inesperados en lo que se dice una baldosa.}

Fue dueño de un fuerte carácter, que le permitía agrandarse en los partidos más difíciles (“Yo no pierdo las finales”, aseguraba). Es muy conocida la anécdota de su convocatoria para jugar en el Boca de Carlos Bilardo en 1996, y que éste, al verlo conducir su motocicleta a gran velocidad, decidió descartarlo del plantel de ese club.

Alejandro Dolina es una de sus más fervientes admiradores, y lo calificó como el “Símbolo del Potrero”.

Nos hizo reir, disfrutar, soñar y llorar dentro y fuera de una cancha. Nos enseñó a ver el fútbol con sus ojos, con ojos del pibe de potrero. Sencillo, pícaro, atorrante de un barrio humilde lleno de pasión. Le dio vida a la pelota y llenó gargantas de goles. El fútbol perdió a un hijo predilecto, lejano del jet-set y el marketing que impera en estos dias.

Jamás se olvidará su nombre y los que lo vimos jugar narraremos por años sus proezas para que todos disfruten de sus andanzas. Eternamente, Garrafa.

 

Sobre este sitio

Fue creado por la producción de “El Garrafa, una película de fulbo” en 2012, y posteriormente donado a la familia de José Luis, únicos propietarios del sitio oficial de homenaje a Garrafa. Desde 2018 alojado en el servidor de SoydeBanfield.com.ar

LA CURIOSA HISTORIA DEL NACIMINETO DEL CLUB PLATENSE

EL CALAMAR ESTA CUMPLIENDO HOY 118 AÑOS DE VIDA 

FUENTE: "TyC SPORTS"/FABIO TOKMAN 

Corría el año 1905. Ya se habían fundado Independiente, Boca y Colón. El jueves 25 de mayo, Día de la Patria, quedó marcado por la creación del Club Platense ¿Cómo sucedió esto? Un grupo de jóvenes que frecuentaba las calles de Recoleta, que nada tenía que ver con las características sociales del actual barrio porteño, tuvo una corazonada para una carrera que iba a disputarse en el viejo Hipódromo Nacional, ubicado en Belgrano.




Allí fueron y apostaron, sin dudarlo, por el caballo Gay Simón del stud Platense. La alegría de estos amigos desbordó cuando se enteraron que el pingo, su pingo, cruzó el disco en la primera colocación. La historia cuenta que invirtieron el dinero en indumentaria y materiales para jugar al fútbol. Y como el stud del caballo ganador quedaba en La Plata decidieron nombrar “Platense” a su creación. 

En las primeras páginas del libro Calamar aparecen unas camisetas rojas con mangas negras, los colores que representaban al stud. Poco tiempo después, el club adopta el marrón y blanco, en homenaje al jinete que se adueñó de la carrera.

En Manuela Pedraza y Blandengues (actual Avenida Libertador), Platense tuvo su primera cancha, un lugar que solía inundarse con facilidad y se formaba mucho barro: de ahí el apodo de Calamares. En 1917 inauguró la vieja cancha de Manuela Pedraza y Crámer y en 1979 arribó a Vicente López

Es uno de los clubes fundadores del profesionalismo, construyó una epopeya ante el Milan invicto y campeón de Italia, en una gira en 1951. Desde 1913 estuvo presente en Primera, tuvo dos descensos y dos ascensos, nunca bajó los brazos y mantuvo su lugar en la elite con definiciones antológicas.


En 1999, la suerte no lo acompañó, bajó de categoría y empezó, quizá, su etapa más desgraciada: por primera vez tuvo que jugar en la tercera divisional del fútbol argentino. Fueron casi 22 años rondando en el ascenso, apagando fuegos y crisis institucionales. Sin embargo, Platense resurgiódos ascensos en dos años y medio, el básquet en la Liga Nacional, mejora de instalaciones, fútbol femenino y más. El club recuperó su imagen, su identidad y su sentido de pertenencia. 


De Recoleta al Hipódromo de Belgrano. Del barrio de Saavedra de Goyeneche a Vicente López. Del Beto Alfaro Moreno a Trapito Vega. De Julio Cozzi y el Gringo Topini Jorge De OliveraPlatense festeja 118 años, su aniversario más feliz en mucho tiempo.



martes, 23 de mayo de 2023

MAGIA PURA LLENA DE HABILIDAD

 A 47 AÑOS DEL GRAN GOL DE BOCHINI DE INDEPENDIENTE DE AVELLANEDA A PEÑAROL:

FUENTE: "LA NACION"

El 27 de mayo de 1976 los hinchas de Independiente que acudieron a la Doble Visera fueron testigos privilegiados de la obra cumbre de un genio del fútbol. Esa noche, Ricardo Bochini tomó la pelota cerca de la mitad de la chancha y gambeteó a ocho jugadores de Peñarol (a uno dos veces) para luego definir ante el arquero y marcar el 1 a 0 definitivo.




Fue por las semifinales de la Copa Libertadores de ese año, y ante Peñarol, que en ese entonces era uno de los rivales más duros del continente, y contaba con varios jugadores internacionales en su equipo.

En su libro autobiográfico Yo, el Bocha, el ídolo de los rojos hace referencia a esta conquista. "Todo el mundo se acuerda del gol que le hice a Peñarol en 1976, porque gambeteé a 7 u 8. Yo lo valoro porque sirvió para ganar. Era un partido muy difícil, duro, de mucha marca y al final terminamos 1 a 0. 

Lo que es un crimen es que no esté el video de ese gol. Gonzalo Bonadeo tiene un filmación, pero es un pedacito final de la jugada. Hay que buscarlo en Uruguay porque allá lo dieron en los noticieros. 

Creo que Astegiano me dio la pelota justo en la mitad de la cancha, me salió uno y lo eludí, agarré velocidad y en un instante pensé: ‘Hasta el área no paro’. 

Me salió otro, también lo esquivé, y luego la jugada me fue llevando, al final gambeteé a siete o a ocho, porque a uno lo eludí dos veces, creo que era el Pelado Acosta, el que después fue técnico de Chile. 

Por último, pasé entre dos que se me tiraron con todo pero no llegaron a tocar la pelota, y cuando el arquero Corbo me quiso tapar, se la toqué rápido, bajo y cruzado, al segundo palo. Me corrí toda la cancha. Para hacer ese tipo de goles hay que estar muy bien físicamente y tener velocidad, yo de joven era rápido. Y aparte, llevar la pelota bien pegada al pie, porque apenas se sale de eludir a un rival, ya está el otro encima. Creo que es el mejor gol de mi vida, la jugada que uno siempre sueña de chico".


lunes, 22 de mayo de 2023

COSAS QUE PASAN EN EL FUTBOL

CUANDO HRISTO STOICHKOV PISO A UN ARBITRO

FUENTE: "KODRO MAGAZINE"

El pisotón de Hristo Stoichkov al árbitro Ilbon Urízar Azpitarte tuvo lugar un 5 de diciembre de 1990, en el primer Clásico disputado por el delantero búlgaro perteneciente a la Supercopa de España. Aunque Stoichkov ha declarado alguna vez que no se arrepiente de aquello, realmente sí lo ha hecho y ha reconocido ante su víctima, a la que también ha pedido disculpas, que aquella imprudencia le marcó para el resto de su carrera. Desde entonces intentó controlar su volcánico carácter.




“Todo empezó con una entrada fuerte de Chendo a Hristo cerca del banquillo del Barça. Chendo fue fuerte, pero no lo tocó. Y él empezó a protestar y Cruyff salió del banquillo braceando y pidiendo tarjeta. Aquel día Johan había puesto a dos chavales en la defensa (Alex y Herrera) y no le salió bien. 


Perdían por 0-1 y era el minuto 39. Con sus protestas me quiso echar al público encima para sacar partido. Yo le dije que Chendo no había tocado a Hristo y que no protestase más o lo echaba. Y me dijo que yo a él no me iba a atrever a echarlo en el Camp Nou. Y lo eché, expulsado. 


Y entonces Hristo se puso a protestar más fuerte. Me insistía en que Chendo le había pegado y yo le decía que no. Y le amonesté. Entonces me dijo que tenía mucha cara. Y le saqué la segunda amarilla y lo expulsé. Se me encaró y avisé a Rodolfo Peris, delegado del Barça, el mejor de los que conocí con Calzón (Espanyol) y Herrerín (Madrid). 


Le dije que se llevase al búlgaro, que la iba a liar. Y de forma inesperada, me pisó en el empeine. Al principio no me lo quería creer, pero cuando empezó a dolerme ya me lo creí. 


Acabé la primera parte como pude y en la caseta, Ángel Mur me atendió. Tenía una herida porque los tacos eran de aluminio. Después del partido, Bakero vino a verme y me dijo que me había pasado, que Hristo les decía que no me había pisado. Y yo le dije a José Mari que sí, pero que creyese lo que quisiese. Al día siguiente me llamó para pedirme perdón después de ver las imágenes en televisión… Con Bakero en el campo, Hristo no me hubiese pisado, seguro. Era su jefe en el césped”, asegura Urízar Azpitarte.


“Aquello fue una bomba mundial. Yo tenía siete tíos en Venezuela y todos me llamaron para saber qué me había pasado. Me llamaron de la Federación para declarar. Vara de Rey me preguntó que cómo veía el caso. Yo le dije que Hristo se había equivocado, pero que era buen chaval. 


Venía del Este y allí los jóvenes se tenían que hacer duros muy pronto. Y le dije que me había pedido perdón, que no era verdad, pero lo dije porque yo creía que fue un pronto y que no había que machacarle… Le cayeron doce partidos. Y lo que es la vida, con el tiempo nos juntamos en un evento y nos caímos bien. 


Hasta me regaló las botas con las que me pisó junto a su libro dedicado. Incluso ha estado en mi casa comiendo y dando una charla en mi club, el Urdaibai. Y a mí y a mi mujer nos invitó hace dos años a Sofía, tres días a gastos pagados y en avión en Business, a presentar su libro. Y en un acto ante 2.500 personas me pidió perdón. 


Hablamos a menudo porque él es comentarista de TV y me consulta temas arbitrales. Somos amigos. Y con el Barça, ningún problema después de aquello. Cuando pitaba en el Camp Nou, Núñez bajaba a saludarme tras el partido y tomábamos una copa de cava brut. Y cuando perdían, me decía: ‘Urízar, y eso que te tengo alquilado un local para tu empresa…’. Y era verdad, en una esquina de la calle Balmes. Fue un gran presidente y buena persona. Ah, por cierto, tengo en mi casa tres premios de Mundo Deportivo al mejor árbitro que me entregasteis en vuestra gala. No debía ser tan malo…” concluye Urízar.



domingo, 21 de mayo de 2023

FUE UN 22 DE MAYO DE 1976

LA SANGRE DE LA VICTORIA Y LA SANGRE DE LA MUERTE: COMO GALINDEZ SE ENTERO DE LA MUERTE DE SU AMIGO "RINGO BONAVENA"


FUENTE: "AGENCIA SAN LUIS

Fue el secreto más grande de la historia del boxeo argentino, el 22 de mayo de 1976, “Ringo” Bonavena era asesinado a las 6 de la madrugada en los Estados Unidos, a las afueras del “Mustang Ranch”, un burdel de Reno, Nevada. El país entero amaneció con la noticia pero en Sudáfrica, su gran amigo, Victor Emilio Galíndez, no debía enterarse. Esa noche defendía el título AMB de los semipesados ante Richie Kates, en la pelea más sangrienta que se recuerde. Se cumplen 47 años de aquel día de emociones tan opuestas para el deporte nacional.




Galíndez y Bonavena, el baño de sangre los unió aquél 22 de mayo de 1976.

22 de mayo de 1976, el país entero ya conocía la noticia de que esa madrugada habían asesinado a Oscar Natalio “Ringo” Bonavena. Entre las dudas del por qué lo habían matado y qué hacía el boxeador en Nevada, la gente lloraba la muerte de aquella figura mítica del imaginario popular nacional que fue ultimado por los hombres de la mafia. Pero existía un argentino que aún no sabía sobre el deceso. Porque nadie se lo quiso revelar. No podía enterarse.

Después del pesaje en el Rand Stadium de Johannesburgo, las personas que rodeaban al campeón mundial de los medios pesados, Víctor Emilio Galíndez,  no quisieron dejar solo al boxeador en ningún momento: no querían que tuviera contacto con nadie porque había que mantener el mayor secreto de la historia del boxeo argentino. Esa noche de sábado, el púgil de Vedia -provincia de Buenos Aires- tenía que defender su corona y no podía enterarse de la muerte de “Ringo”, su gran amigo.

“Había muerto Bonavena y nosotros nos enteramos en la mañana. Estuvimos todo el día en sigilo, manteniendo el misterio. No se lo quisimos informar, porque de saber la noticia, Víctor no hubiese querido pelear esa noche”, contó el doctor Roberto Paladino, médico de Galíndez y testigo de aquel combate.

Todo ocurrió en la misma jornada. A las seis de la mañana, “Ringo” arribó al Mustang Ranch, en Storey, a veinte kilómetros de Reno, Nevada. Un laberinto de doscientas hectáreas que albergaba canchas de tenis, piscina, 102 habitaciones y hasta una pista de aterrizaje. Era el prostíbulo más grande del mundo, lucrativo negocio de Joe Conforte, hombre fuerte de aquel pueblo donde la prostitución era legal y esposo de Sally Conforte, una mujer de 59 años que por esos días se había convertido en la pareja inseparable de Bonavena.

En Sudáfrica, ante 42 mil personas, Galíndez subía al ring para defender su corona ante Richie Kates, el oriundo de Nueva Jersey que estaba segundo en el ranking y tenía 31 victorias (16 por KO) y sólo una derrota. En el tercer round, un choque casual de cabezas le produjo a Galíndez un gran corte en la ceja derecha en forma de L. Los espectadores, espantados, se tapaban el rostro por la sangre que corría y que empapó tres toallas; estaban temblorosos, desesperados y boquiabiertos. El hermano de Galíndez, arrodillado al borde del ring, pedía piedad mirando al cielo.

En sus últimos días en Reno, Bonavena había sido amenazado por Conforte en más de una oportunidad. Le comunicó que abandonara esa ciudad por su bien porque no iba a permitir que “Ringo” lo humillara públicamente. El argentino no sólo había empezado a tener una relación amorosa con Sally -quien tenía a su nombre los papeles de los negocios de Conforte-, sino que acudía a las fiestas del Mustang a fanfarronear que era dueño del lugar y denigrar a los empleados; incluido Willard Ross Brymer, quien en aquel amanecer se convirtió en su verdugo, cuando la bala del rifle de caza que portaba perforó la espalda de “Ringo”, dejándole un enorme agujero en el pecho.

Las revistas deportivas de la época reflejaron el combate con visos de hazaña por parte de Galíndez.

A 16.358 kilómetros de Nevada, el cabezazo de Kates técnicamente terminó la pelea. La hemorragia era insostenible. Galíndez estaba herido, casi ciego, maltrecho y con mucho dolor. Las luces se encendieron y la gente invadió el ring pensando que todo había terminado; mientras el argentino utilizaba la camisa del juez para limpiarse la sangre que tenía en toda la cara. Fue la pelea más sanguinaria del boxeo mundial que se recuerde.

“Yo acostumbraba a quedarme en el vestuario -recordó el doctor Paladino- porque sufría de nervios y me fueron a llamar cuando Víctor tuvo el corte. Para mí no podía seguir porque tenía el tajo en una arteria, que era la que le producía la hemorragia. Era imposible continuar así, porque podía perder el ojo. Pero entre “Tito” (Lectoure), el referí y el médico asignado para la pelea, acordaron que siga una vuelta más. “Tito” sabía que a Galíndez le gustaba pelear así: ir de abajo lo motivaba más”.

“Ringo” estaba desencantado con su vida en el último tiempo. Lo desilusionaba que la revancha con Alí estuviera cada vez más lejos; en un momento había llegado a tener una oferta de medio millón de dólares para volver a pelear contra él en Guatemala, pero se canceló por un terremoto. Ya no era lo que había sido: su mano izquierda tenía una lesión aguda que no mejoraba y además, de pelear en el Luna Park y en el Madison Square Garden, ahora peleaba en un prostíbulo, con enanos que hacían malabares entre cada round. Le había escrito una carta a su esposa: “La gente cenaba, se reía y nosotros peleábamos; parecía el circo romano. Yo no quiero esto, no sé qué hago acá”. Había anunciado alguna vez a sus hermanos que -como Jesús- quería morir a los 33, la edad que tenía en ese momento. “Muerto estaré enterrado dentro de ti”, decía otra carta que encontraron en el tráiler donde vivía, en Reno.

En una de las esquinas del cuadrilátero del Rand Stadium, Clive Noble -el médico asignado para la pelea- hundía sus dedos llenos de cicatrizante en la herida de Galíndez y le comunicaba al juez que el argentino podía continuar. Tras parar el combate por dos minutos y 45 segundos, el campeón regresó -casi sin ver nada- en el cuarto round y aguantó hasta la última vuelta, ante el estupor del público.

Las crónicas de la época no se olvidan de la emotiva transmisión de Ricardo Arias por LR4 Radio Splendid, en Buenos Aires, que combinando sus lágrimas con algunos pasajes de la vida de Bonavena, realizó uno de los relatos más fabulosos que se hayan escuchado en la radiofonía deportiva del país.

Las caras de horror de los espectadores por ver así a Galíndez se transformaron cuando -segundos antes del final del último round- el argentino se apoyó en el pie izquierdo y lanzó, acompañado por el torso, un uppercut de zurda que desplomó a Kates. El knock out en esa última vuelta fue algo imaginado sólo por directores de cine; la epopeya se convirtió en leyenda y entró en la historia grande del boxeo.

Pero la angustia no terminó con la pelea. Aún faltaba que alguien le contara a Galíndez lo que había sucedido. En medio de toda la euforia, el campeón, totalmente extenuado y ocultando el llanto se dirigió al camarín en los hombros del público sudafricano que gritaba: “¡Vic-tor, Vic-tor!”. Lo acompañaban “Tito” Lectoure, Ernesto Cherquis Bialo y Roberto Paladino. El doctor decidió que había que llevarlo rápidamente a un hospital para que le curaran la herida y que también era el momento de informarle sobre lo que había ocurrido unas horas antes, en Reno.

“Lo llevamos al hospital para que le hicieran la sutura. Galíndez se tiró a la camilla y cerró los ojos. Él quería mucho a ‘Ringo’ porque era el hombre del boxeo que más importancia le daba y el único campeón con el que Bonavena se llevaba bien. Ya sin el murmullo del estadio y Víctor recostado, el cirujano le comenzó a coser la ceja. En ese momento le dije a ‘Tito’: ‘Hay que contarle a Víctor lo que ocurrió’. ‘Tito’ dudaba; no sabía si era la circunstancia adecuada. Galíndez abrió los ojos y comenzó a mirarnos con desconfianza…”.

-Lectoure: Mmm, tuvimos una mala noticia con ‘Ringo’…

-Galíndez: ¿Qué pasó?

-Lectoure: Viste donde él estaba, en Estados Unidos… le pegaron un tiro.

-Galíndez: ¡No!

-Cherquis: Mataron a Ringo.

-Galíndez: ¡¡¡Noooooooo!!!

El hombre que había soportado más que ninguno arriba de un ring y que tenía el cuerpo molido, la mano derecha traumatizada, un dolor de cabeza terrible y que acababa de recibir una suturación sin anestesia se tiró al piso y rompió en llanto. “Era imposible consolarlo”, expresó con nostalgia Paladino. El testimonio del doctor y la camisa ensangrentada del referí -que hoy se exhibe en un museo de Johannesburgo- son lo único que quedan del pugilato de aquel sábado de mayo de 1976.

Paladino (83) evocó a Bonavena y reveló que el boxeador de Parque Patricios le cambió la vida. “Nos conocimos en Huracán, donde yo era médico y él entrenaba. En ese tiempo no solía haber doctores personales, pero ‘Ringo’ me preguntó si quería atenderlo y comencé a viajar con él”. Paladino, que después fue médico de campeones como Nicolino Locche, Carlos Monzón o el mismo Diego Maradona cuando apenas era un ‘Cebollita’, contó detalles de la preparación de Bonavena para aquel histórico enfrentamiento ante Muhammad Alí en Nueva York: “Esa pelea fue la única en la que ‘Ringo’ estuvo diez puntos. Para el entrenamiento le propuse que no tenga relaciones sexuales por casi un mes antes y cumplió. El acto sexual no le desfavorecía, sino la trasnochada. Porque a una mujer linda, una vedette, le gusta mostrarse, entonces hay que sacarla a cenar, a bailar y hasta eso se hace las siete de la mañana y a las nueve ya tiene que estar corriendo”.

Además de amigo, Víctor Galíndez era gran admirador de Bonavena. Estuvo atento cuando “Ringo” subió al ring ese 7 de diciembre de 1970 y aguantó hasta la última vuelta ante la leyenda de Alí en el Madison Square Garden. Paladino aún recuerda ese momento con asombro: “Yo estaba en el vestuario, no lo quería escuchar ni por radio. Me ponía a fumar como un loco escuchando el ruido de la gente. Calculé cuándo podía terminar la pelea y cuando salí lo vi tirado en el ring. Esa imagen me causó mucha impresión. Sabía que había hecho una gran pelea porque, nene, ¡aguantarle 15 rounds a Clay es un espectáculo!”.

Esa noche Buenos Aires se paralizó: la transmisión obtuvo 79.3 puntos de rating y marcó un hito en la historia argentina, sólo superado por el encuentro entre Italia y Argentina por el Mundial de 1990. Algo similar ocurrió la noche en la que se apoderó del título argentino de los pesados, cuando venció a “Goyo” Peralta: los 25.236 boletos vendidos conservan el récord de asistencia para una pelea de boxeo en el Luna Park.

Aunque fue el boxeador que más le pegó a Alí, Bonavena había desperdiciado su cuarta y última chance de ser el número uno. “Le afectaron los pies planos para ser campeón y sus problemas en la mano izquierda. Tuvo la mala suerte de ser contemporáneo de Jimmy Ellis, Joe Frazier y el propio Alí”, se resignó Paladino. Aún así, su figura adquirió una estatura mítica que ninguno de los boxeadores argentinos -incluso siendo campeones mundiales- logró emparejar. Su carácter pícaro, desfachatado y audaz convocaba multitudes y lo llevó más allá de las fronteras deportivas.

El 28 de mayo, seis días después del asesinato, su cadáver llegó a Buenos Aires y ni la lluvia ni la cruel dictadura militar que se había instalado dos meses antes pudieron contener a las 150 mil personas que acompañaron el féretro desde su velatorio en el Luna Park hasta el Cementerio de la Chacarita. “A Bonavena fue a llorarlo más gente que a Perón”, llegó a comentar Jorge Luis Borges.

Aquella historia de mayo del 76 parece, en varios de sus pasajes, desbordar los límites de la crónica e incursionar en los de la ficción. Tres días antes del entierro de Bonavena, el avión de un Galíndez afligido había aterrizado en Ezeiza y fue recibido por una multitud que lo acompañó hasta el Luna Park. Ya en Bouchard y Corrientes, y ante la algarabía del público, el campeón se puso a llorar recordando a su amigo: “Hemos perdido a un grande, por eso pido un minuto de silencio”.

Bonavena y Galíndez eran amigos incondicionales, unidos por el sudor, la noche y el boxeo. La sangre que hermana los unió definitivamente aquella noche del 22 de mayo de 1976. Con tristeza, los cometarios de la épica batalla de Johanesburgo comenzaban con la frase: “La sangre a los amigos ha juntado esta noche”.

 

Fuente: www.elequipo-deportea.com.

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