domingo, 20 de octubre de 2019

"UN SUEÑO DE BARRILETE"

LA NOTA DE PAGANI PARA CLARÍN CON DIEGO ARMANDO MARADONA


Esta nota es una ilusión. Y como es una ilusión estará sometida a todos los riesgos. Porque podrá confundirse la realidad con la ficción, estará latente el peligro de la exageración. Será juzgada de apresurada y hasta atentatoria contra las futuras posibilidades del protagonista. Pero el fútbol argentino –este fútbol anémico de cada domingo- está necesitado de ilusiones. Hay que soñar para retomar la fe. Entonces nos meteremos sin miedos en el mundo de la adolescencia. En la magia de los “caños”, las pisadas, las gambetas y el atrevimiento futbolísticos.




Entrenamiento de Argentinos Juniors, en el Club Comunicaciones. Toda la modestia de un equipo chico. Ni curiosos solapados, ni cazadores de autógrafos. Apenas el utilero y un reducido grupo de allegados. Nada más que ellos para el diálogo mientras los jugadores corren en torno de la cancha.
–¿Viene a ver al fenómeno?
–Queremos hablar con el chico Maradona…
–Es una barbaridad, usted no sabe lo que hizo en Mar del Plata. Este pibe es un elegido del destino. Pero, por favor… convénzalo de que siga jugando así. Que no se le suban los humos, es muy jovencito…
Hace una semana debutó en el seleccionado juvenil que dirige Ernesto Duchini en un partido contra un combinado de pibes de la Liga Rosarina.
Fue el preliminar del enfrentamiento entre Argentina y Perú. Cada vez que tocaba la pelota Maradona el estadio de Vélez se estremecía con un murmullo interminable. El último domingo entró en el segundo tiempo del encuentro que Argentinos Juniors le ganó 5 a 2 a San Lorenzo de Mar del Plata. Hizo dos goles y propició otros dos. Un par de días antes César Menotti lo había incluido en la lista de jugadores intransferibles para el exterior. Nada del otro mundo. Pero este chico tiene 16 años recién cumplidos. Todavía podría jugar en la séptima división…
Ya terminó la práctica. Trae un diario de Mar del Plata bajo el brazo.El titular lo responsabiliza del triunfo de Argentinos Juniors. Lo guarda como una reliquia. Los ojos chiquitos y estirados están escondidos por un montón de rulos. Casi no tiene historia. Lo suyo es una aventura de chiquilín… Se llama Diego Armando Maradona. Nació en Lanús, el 30 de octubre de 1960. Es el quinto hermano de una familia compuesta por ocho. Cinco mujeres y tres varones. Desde la semana pasada habita –por gestión del club- un departamento en el barrio de Villa del Parque junto con sus padres y sus cinco hermanos solteros. Hasta entonces, todas sus correrías habían tenido como escenario los potreros de Fiorito, en las cercanías de su modesta vivienda.
¿Cómo empezó todo?

Desde que me acuerdo, siempre tuve una pelota en los pies. Empecé a los seis años a jugar en Fiorito. Mi viejo nació en Corrientes y en sus tiempos jugaba muy bien. Siempre me alentó. Una vez mi amigo, Gregorio Carrizo, se vino a probar a Argentinos Juniors. A la semana me llevó a mí. Teníamos diez años y empezamos en el baby. Al año siguiente (71) se formó el equipo de los Cebollitas. Todos juntos pasamos a la Novena de Argentinos y ganamos el Campeonato de 1973. Ese mismo año perdimos la semifinal contra Santiago –por penales- en un campeonato infantil. Pero al año siguiente salimos campeones en Río Tercero. En el 74 y 75 jugué en la Octava de Argentinos. Siempre de diez y siempre haciendo lo mismo que en los potreros de Fiorito. Yo creo que tengo habilidad. Francisco Cornejo era nuestro entrenador. El nos decía: “El fútbol no se puede enseñar. Yo sólo puedo darles consejos y ayudarlos para que sepan jugar en equipo”. Me ayudó mucho…


Pero empezaste a hacer funciones de malabarismo con la pelota…

No. Yo alcanzaba la pelota en los partidos que jugaba Argentinos. En el entretiempo me ponía a hacer jueguito porque quería. No había nada planeado al principio. Como la gente se entusiasmaba, la cosa quedó como costumbre. Eso habrá sido en el 72 y 73…


Quiere decir que todo lo demás ocurrió este mismo año…

Claro. Yo tengo edad de Séptima pero empecé en la Quinta. Una vez me vio Tino Rey (falleció hace muy poco) que era el delegado de Montes en las inferiores y me llevó a la tercera. Jugué algunos amistosos y las cosas me salieron bien. Juan Carlos Montes me dijo que iba a quedar en el plantel de Tercera. Un día fuimos a La Plata a jugar un amistoso contra Estudiantes y cuando bajaba del micro el técnico me avisó que iba a estar en el banco de Primera. Jugué cinco minutos. Después estuve media hora en otro contra Atlanta. Como la séptima jugaba un partido decisivo contra Vélez, me pusieron. Yo tengo la costumbre de hablar demasiado en la cancha. El referí me echó después del final y me dieron cinco fechas de suspensión…


¿El debut oficial?

Fue contra Talleres. En el segundo tiempo. Contra Newell’s estuve de entrada. Después un rato en otros tres partidos…


¿Y qué pensás?

Que no lo puedo creer. Todo sucedió demasiado rápido. Y además, esto de la Selección… Me lo tomo con soda, porque si me pongo a pensar me puedo enloquecer…


¿Es peligroso llegar tan rápido…?

Sí, ya lo sé. Pero no me voy a marear. Lo digo en serio. Tengo mucho gente que me aconseja bien. Estoy en tercer año del comercial pero tal vez no pueda seguir por los entrenamientos. Yo quiero jugar a la pelota. Es algo que me sale de adentro…


Pero te van a golpear mucho. Siempre sucede con los habilidosos…

Nunca tuve miedo. Yo no me dejo llevar por delante y la sé meter calladito. No voy a cambiar mi manera de jugar. Me gusta gambetear pero no me considero egoísta. Si veo a un compañero bien colocado, le doy la pelota…


¿Tenés algún ídolo?

Claro, Bochini. El Bocha es un jugador fuera de serie…


¿Cuál fue tu mejor partido?

Uno en la Octava contra Estudiantes en el 74. Me salían todas y no me podían parar. Ganamos 5 a 1…


¿Cómo anduviste en Mar del Plata?

Creo que bien. Hice dos goles y metí un “caño”.


¿Cómo? ¿Contás los caños?

En la Primera sí, porque llevo pocos partidos. Le metí uno a Cabrera, de Talleres, en el debut. Otro a Gallego. Pero él me lo devolvió. El domingo le hice uno lindo a Mascareño…


Tiene 16 años y la franqueza de un adolescente. Su historia es, todavía, la aventura de un chiquilín. Lo esperan todos los peligros. Pero es una ilusión. Y el fútbol argentino está necesitado de ilusiones.

POR HORACIO PAGANI/ DIARIO CLARÍN


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