ALEJANDRO LAVORANTE, EL BOXEADOR GAUCHO
En los ’60, Alejandro Lavorante, el ‘boxeador gaucho’, escaló a la fama maratónicamente. Fue la promesa más grande de la región. El negocio valió más que su vida y continuó subiendo al ring, aunque su cuerpo y cabeza se lo impedían. En El Furgón te invitamos a hacer un recorrido por su historia y su evitable final.
“lavorante está que arde / la soga salta en el pecho
al cuadrado va derecho / mete y mete su detalle”
Informe sobre Lavorante, Grupo Barrilete, 1963
Por Juan Agustín Maraggi/El Furgón –
Gringo fue el apodo que su familia le puso en su Godoy Cruz natal. A fuerza de un físico prodigioso y una desenfrenada búsqueda por conquistar el boxeo internacional, Lavorante se transformó -en poco más de dos años de actividad- en el “gaucho” en el que depositaban las esperanzas del futuro en ese deporte.
Su padre, Alejandro, lo introdujo en el mundo del boxeo desde muy joven. A los diecisiete años se entrenaba en el club Justo Suárez y, midiendo 1.94 con un peso de 98 kilos, debutó en el ámbito amateur con un rendimiento descomunal. Como en ese momento no había peleadores de su categoría en Mendoza, su familia decidió mudarse a Rosario porque su hijo no paraba de noquear contienda tras contienda.
Al año siguiente, debió cumplir el Servicio Militar Obligatorio y fue designado al Regimiento de Granaderos a Caballo en la Ciudad. Su porte sorprendió y fue llevado a hacer el servicio como seguridad en la Casa Rosada, en ese momento tomada por Pedro Eugenio Aramburu. Dentro del Regimiento obtuvo el título de campeón de boxeo del Ejército con una racha que hasta hoy no fue batida: cero caídas. El gimnasio donde entrenaba hoy lleva su nombre.
Después de catorce meses en el Servicio y liberado de su yugo, se mudó con el multicampeón Pascual Pérez a Venezuela con la promesa de guantear profesionalmente. Pequeña gran decepción fue desembarcar en tierras bolivarianas y enterarse que la propuesta no existía y, en realidad, les estaban ofreciendo incorporarse en negocios poco claros de venta y compra de autos. Lavorante se quedó en Caracas y consiguió trabajo como mecánico, mientras sus tiempos libres los pasaba entrenando en el gimnasio público de la ciudad. La visita sorpresa al gimasio del histórico campeón de peso pesado -y en ese momento agente descubridor de talentos- Jack Dempsey fue la que inició una rápida y efectiva movilización de contactos para profesionalizarlo en el país del Norte.
Unos meses después, ‘Che Argentino’ Lavorante se subió al cuadrilátero para noquear a Dean Bogany en su primera pelea profesional. La locura por Lavorante en Estados Unidos se presentó de manera automática, los diarios se empezaron a llenar de sus imágenes y el argentino respondía con nocauts. Su físico y rostro lo transformaron rápidamente en un ícono del boxeo, siendo invitado por el mismísimo Frank Sinatra a abandonar los rings y unírsele en el mundo de la actuación.
En un mes derribó a tres contrincantes y ganó por puntos una cuarta contienda. Sólo en un mes, cuatro peleas, descomunal. Una semana después cayó por puntos ante Roy Harris. Pero la mecha ya estaba encendida.
Lavorante viajó a los cuatro meses a La Habana para enfrentarse a Ray López. Ante la presencia de Fidel Castro el boxeador argentino desplomó a López en el primer round. Ese combate terminó de catapultar su fama a nivel internacional, siendo declarado en el ’61 boxeador del año por la Asociación de Periodistas de Boxeo de Los Ángeles, mientras ocupó el cuarto puesto en el ranking mundial en su peso.
Incesante fue su ascenso y, por lo tanto, también su poco descanso físico y mental. La desidia de su representante, la federación de boxeo y las luces de los flashes empezaron a pasar factura en Lavorante. Desde su debut el 22 de noviembre de 1959 a su última pelea, el 21 de noviembre de 1962 pasaron tres años en los que se subió al cuadrilátero veinticuatro veces; es decir, un promedio asesino de una pelea y media por mes.
El ’62 fue un fatídico año para él, peleando en tres oportunidades en un lapso de seis meses. La primera derrota por KO en su recorrido se dio contra el veterano Archie Moore, el nocaut técnico llegó en el tercer round y debió salir en camilla del Sport Arena en Los Ángeles. Tres meses después le organizaron una pelea contra un joven y desconocido Cassius Clay que venía haciéndose notar en los rings, noqueando a diestra y siniestra a todos sus contrincantes. Clay pronto cambiaría su nombre y pasaría a ser conocido como Muhammad Ali, uno de los mejores boxeadores de la historia. En esa contienda, Lavorante cayó redondo en el quinto round.
No pasaron ni seis meses después de haber sido noqueado dos veces que Lavorante se enfrentó en el cuadrilátero por última vez. El estadio Olympic en Los Ángeles fue la sede seleccionada para su pelea con Johnny Riggins. En el sexto round el gaucho se desplomó en la lona y no volvió a pararse. Cuando levantaron su brazo cayó en seco, Lavorante entró en coma y tras varias operaciones retomaba su conocimiento de manera esporádica, estando sordo y mudo.
Veintiseis años tenía el mendocino cuando entró en coma. En el ’63 su padre consiguió un permiso especial para traerlo en camilla al país. Tras diecisiete meses de agonía, el primero de abril del ’64 Alejandro Tomás Lavorante, el peleador gaucho, cerró los ojos de manera definitiva. Un futuro que auguraba la conquista del mundo púgil terminó arrebatado por quienes se olvidan del deporte en pos de la ganancia.
En junio de ese año, el poeta desaparecido por la última dictadura militar, Roberto Jorge Santoro, decidió homenajear a Lavorante y bastardear los negocios que desencadenaron su muerte. Junto al Grupo Barrilete editó “Informe sobre Lavorante”, el primero de varios cuadernillos armados por diversos artistas.
En la primera edición participaron ocho poetas –Santoro incluído– y significó el inicio de una experiencia que terminó con más de 25.000 ejemplares por tirada. En ese primer número se puede leer el siguiente poema, que sintetiza la importancia del mendocino:
LLEGÓ LA PRIMAVERA
lavorante viene y va
su brazo baila en el aire
su cuerpo baila en el baile
con el cross
o con el jab
salta su risa con onzas
con su loca manera de golpear
por arriba una cuerda
por el pecho
su corazón del ring hasta el techo
y la cuerda que algún día no da más
lavorante sube y baja
baja
cintura que sube
esquiva el sudor
se agacha
su pierna mueve
la deja que ande
o la baila
desabrocha o endereza
su guante
que su silueta alocada
toca su mano
y se viene
aire del aire que tiene
su bata
bota saltando
y el golpe que está pegando
en la tribuna se mete
lavorante cierra y abre
su puño llega
despega
desenrosca su coraje
por el juego de la lona con las piernas
después enreda la cara
traba el músculo
lo saca
pone su nombre en el ranking
pega y pega
nocaut le lleva a las venas
sueña su sueño en el golpe
y hasta el norte se lo lleva
lavorante está que arde
la soga salta en el pecho
al cuadrado va derecho
mete y mete su detalle
le dice arriba y abajo
le dice izquierda
el manager
le dice
grito en inglés
la tribuna que lo mira
que no entiende
que no sabe
lavorante está que acusa
con derechas
le tocan con izquierdas
el hígado y la boca
le dan a la cabeza
y él se para
y otra vez cae de cara
de boca contra el aire
que se abre con las mañas
que fractura
que el corazón no carbura
y el manager tan feliz
pugilea el púgil gil
y el gringo se cae y cae
y el cerebro no respira
ni respira su nariz
abajo que por arriba
un guante muy elegante
le desarma por el cuerpo su país
y el nocaut está tan cerca
que tan cerca se ve la operación
se ve un vaso de agua con limón
lo que no dicen
la vieja
el mate que no va para la pieza
la maceta donde se cae un malvón
el patio donde se grita un carajo
con lo que da el corazón
y hasta el fin gringo muchacho
adentro
y fuera del ring
tu nombre como metralla
que te vas
se fue
lo sacaron por la cara
por el dólar
la cabeza la mortaja
si te vas
Alejandro Lavorante
a dios le tiramos la toalla
chau hermano
no te vayas
FUENTE: Por Juan Agustín Maraggi/El Furgón –
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