viernes, 22 de marzo de 2024

"HISTORIAS PARA RECORDAR"

 "DE LA GLORIA AL OCASO" LA VIDA "DEL GIGANTE JORGE GONZALEZ"

FUENTE: INFOBAE

Era agosto de 1982 cuando Jorge González se levantó a media mañana como siempre en su precaria casa en El Colorado, desayunó y enfiló hacia el bar El Tufo. Tenía ganas de jugar al billar y sabía que allí encontraría a los mismos de siempre. Cuando llegó, se anotó en la lista y recibió un pedido: “Mientras esperás, ¿por qué no vas a comprar cigarrillos al kiosco de acá a la vuelta?”. Jorge accedió.





Todavía no había cumplido 17 años, pero ya medía 2m16 y pesaba 160 kilos. Sin embargo, en esta pequeña ciudad del sur de la provincia de Formosa, ubicada a 150 kilómetros de la capital, no llamaba la atención por su exuberancia física. Jorguito era el gigantón bueno del pueblo, en ese momento de 5.000 habitantes… Así y todo, hubo una persona que quedó asombrada cuando se lo cruzó y decidió pararlo. Era Oscar Rozanovich, un viajante chaqueño allegado al club Hindú de Resistencia. Le preguntó si jugaba al básquet y, aunque recibió un no, se animó a consultarle si le gustaría hacerlo… El Gigante, inocente aunque inteligente, se dio cuenta de que podía ser una oportunidad para cambiar su vida y mostró cierto interés. Rozanovich le pasó el dato a Carlos Lutringer, gloria chaqueña que al mes siguiente se encargó de viajar a Formosa para buscar a ese diamante en bruto.

Días después, González estaba alojado en Resistencia, sin entrenar con el equipo principal solo porque no tenía zapatillas para su talle (56 y medio). Apenas usaba unas sandalias que le habían hecho a medida y lo único que podía hacer con ese calzado era practicar los fundamentos del juego. Cuando una marca de ropa le fabricó especialmente el primer calzado, el Gigante aprendió rápido. A tal punto que un año después estaba jugando en Gimnasia LP (83), a los tres debutaba en la Selección argentina (Sudamericano 85), a los cinco brillaba en la Liga Nacional con Sport Club de Cañada de Gómez, a los seis era elegido en el draft de la NBA, a los ocho debutaba como luchador profesional en Estados Unidos y a los nueve actuaba en películas y series de TV, como la famosa Baywatch de David Hasselhooff y Pamela Anderson.

En el medio de ese periplo con guión hollywodense se encontró con barreras insalvables que transformaron su sueño en pesadilla: sus problemas de alimentación y de peso (superó los 200 kilos), los consecuentes dolores físicos por su altura (sin precisiones, se cree que medía entre 2m24 y 2m32), los vaivenes emocionales y las enfermedades graves que se desataron con el tiempo (diabetes y acromegalia) y derivarían en su muerte, a los 44 años, tras varias temporadas de estar en la bancarrota y postrado en una cama.

Infobae dialogó con siete protagonistas directos –incluido un coach de la NBA- de cada paso que dio para reconstruir una historia digna de Hollywood: un gigante de pueblo que tocó el cielo con las manos pero luego no pudo detener su caída hacia el final más triste.

Era septiembre del 82 cuando Mercedes y Felipe, sus padres, aceptaron que Lutringer se lo llevara a Resistencia con la condición de cuidar bien a su hijo. “Acá lo adoptamos enseguida. Era un chico muy sano, bueno, obediente. Extrañó un poco su familia, el pueblo, pero se fue adaptando y dejó un gran recuerdo. No tenía ni idea de básquet, pero de a poco le fuimos enseñando. Al principio no tenía ni zapatillas pero le mandamos a hacer unas a Buenos Aires. Yo llegué a jugar con él, era inmarcable cuando le tirábamos la pelota cerca del tablero. Casi tocaba el aro con sus brazos en alto…”, recuerda Alejandro Pirota, hoy de 75 años, desde su casa a una cuadra del club Hindú. En ese momento, asegura, cree que medía 2m20, pero lo que recuerda bien es que ya tenía problemas con la comida y su cuerpo. “Se comía todo lo que le ponían enfrente y le dolían bastante sus rodillas”, detalla. Y con sus medidas, claro. “Tenía una camioneta F100 y le tuvo que hacer retoques, en la puerta para poder sacar su pie y subir el techo porque no entraba… También le hicimos una cama especial porque no entraba en las comunes”, explica el Puma.

León Najnudel, el creador de nuestra Liga Nacional, un tipo que vivía pensando en el futuro del básquet argentino, se enteró de su existencia y lo fue a ver antes de emigrar a España para dirigir al Zaragoza. Rápidamente, soñando con tener al futuro pivote de la Selección, le recomendó su contratación al Lobo platense, animador metropolitano en los años 70. Allí Jorge jugó un año con los juveniles (83) y al siguiente fue pieza valiosa en la conquista del ascenso a la segunda división nacional (84).

Ángel Cerisola, el base de aquel equipo, recuerda el paso del Gigante por LP y Gimnasia. “Su juego progresaba día a día. Pasaba bien la pelota, entendía los sistemas y tenía muy buena mecánica de tiro. Su gran pelea ya era con su físico, con las rodillas, con el peso...”, comenta. Y cuenta una historia que refleja lo que le pasaba con la comida. “Todo el mundo estaba alrededor de su peso. Recuerdo que, cuando hicimos una gira de una semana, nosotros veíamos que cumplía bien el plan de alimentación. Pero lo extraño era que no bajaba de peso. El día que nos íbamos del hotel, al hacer el check out, el conserje nos dice ‘¿qué van a hacer con lo que comió el grandote?’. Ahí nos contó que Jorge se levantaba de madrugada y pedía hamburguesas. Luego se volvía a acostar y cuando se levantaba, claro, desayunaba sin problemas las cinco tostadas con café que tenía ordenadas”, relata Pichi.

Desde ese primer momento, los compañeros empezaron a ver, a repetición, las cosas que marcarían su vida, como las situaciones risueñas que se vivían por su estatura. “Era gracioso verlo, por caso, esperando que todos subiéramos al colectivo, apoyando su brazo en un toldo de un negocio. Otro día entró a la cocina de un restaurante y las cocineras empezaron a los gritos. Parecía el Yeti del Himalaya”, describe.

Justamente la mirada del otro fue todo un tema en su vida y Cerisola recuerda cuando empezó a ser desconfiado de todos. “Ni bien vino de Resistencia le hicieron una entrevista. De una revista. Casi toda la nota le preguntaron de deporte y al final, en la última parte, la consulta fue sobre su vida sexual, cómo hacía con su altura… Y Jorge respondió: ‘Las mujeres piensan que mi pene es proporcional a mi altura y me tienen miedo. Pero es normal’. Para qué… Cuando salió la revista, el título y casi toda la nota era sobre su vida sexual y casi nada del deporte. A partir de ese día estuvo siempre a la defensiva”, precisa. Sin embargo, Cerisola remarca por último algo que todos recordarían como una característica del Gigante. “Ojo que no era ningún boludo. Un tipo muy piola, con buena cabeza. Era inteligente y sabía lo quería”, rescata.

En 1986, cuando Najnudel volvió de España y firmó con Sport Club, empezó a insistir por la contratación de Jorge, su debilidad. “Acordamos el pase con Gimnasia y lo fuimos a buscar a La Plata en un 128 verde que tenía yo. Lo que nos costó para meterlo en el auto… recuerdo que lo fuimos a buscar a su departamento y estaba pintando el techo. Sin escalera… Era una bestia, nos impresionó su corpulencia. Una cosa era verlo en fotos y otra personalmente”, cuenta Eduardo Bazzi, principal dirigente cañadense que luego sería, durante 22 años, el presidente de la Asociación de Clubes.

Ya en Santa Fe, González debió adaptarse a una ciudad más chica y los ciudadanos a él. En una fábrica de muebles le hicieron una cama a su medida, reforzada, y en el único cine que había le construyeron una plataforma especial para que pudiera ir a ver películas sin tapar a los de atrás, ya que sentado medía 1m17. Aquella fue una época muy recordada en el básquet nacional, porque Sport tenía la mejor cantera del país. Najnudel había reclutado a buena parte de las mejores joyas del país, lo que sería una constante durante casi una década. En esa época había un grupo de 15 talentos jóvenes del cual, por caso, salieron Marcelo Nicola y Hugo Sconochini, de brillante carrera en Europa.

Los chicos vivían en una casa compartida y la convivencia con el formoseño no fue fácil. “Y sí, Jorge era un poco egoísta y eso generó problemas. Un día se comió la torta de cumpleaños que le habían hecho a César Bernard. Al año siguiente lo mudamos a un departamento, porque los otros pibes lo querían matar”, detalla Bazzi para Infobae. El directivo revela que Jorge tenía dos caras. “Podía ser muy simpático y entrador. O muy odioso. Era vivo, pícaro”, aclara. Y cuenta una anécdota que relaciona esa viveza con su problema con la comida y va en línea con la anécdota de Cerisola. “Cuando viajaban y el colectivo paraba en algún lugar para comer, Jorge bajaba primero y, mientras el resto se acomodaba, pedía y se comía tres o cuatro alfajores. Y luego comía con el resto. Cuando le pregunté al jefe de delegación por qué se gastaba tanto en comida me contó. ‘Lo de González es tremendo’, me dijo”, explica Bazzi.

Las historias de comida, algunas quizás exageradas, se suceden. Aseguran en Cañada que era usual verlo ingerir seis empanadas en el mostrador de una pizzería mientras pedía otra docena, que consumía tres kilos de fruta por día, que podía terminar dos docenas de medialunas en una tarde, tomar tres sifones de soda en un almuerzo o cenar cuatro bifes de chorizo. Así fue que, en esa etapa, llegó a superar los 200 kilos. Con el menor kilaje que lo tuvieron fue 172, aunque saben que lo mejor, 165, fue cuando hizo la dieta de Alberto Cormillot que le consiguió Najnudel.

“Le duró poco. Dicen que quiso coquetear con la hija del médico, cuando estuvo en Capital”, cuenta Bazzi. En Cañada lo llevaban a pesar a la balanza de camiones Helvética y sus kilos llegaron a tener tanta importancia que el contrato firmado en 1989 al que accedió Infobae tenía incentivos dependiendo del peso. “Incluso tenía un incentivo especial: Jorge estaba enloquecido con una Chevy que habían restaurado en la ciudad y nosotros le dijimos que se la regalaríamos si superaba los 170. Nunca lo logró”, reconoce.

Incluso, durante su paso por la lucha libre, él mismo admitió haber llegado a los 210 kilos. Sobre la altura hay más dudas que nadie ha podido despejar con pruebas. Algunos hablan de 2m29, otros de 2m31, en la lucha libre informaron oficialmente 2m24 (aunque lo promocionaban por más) y algún atrevido se animó a asegurar que eran 2m34. Lo cierto es que, si rondó los 2m30 como se cree, fue uno de los diez basquetbolistas más altos de la historia.

Para colmo, al poco tiempo de haber llegado a Cañada y tras apenas cuatro partidos disputados, el Gigante debió operarse de los meniscos de la rodilla derecha y estuvo afuera casi nueve meses. “Recuerdo que el menisco que le extrajeron lo llevaron a la UBA para evaluarlo. Era enorme”, precisa Bazzi. Julio Lamas, en ese momento flamante asistente de León con apenas 23 años, se hizo bastante cercano a Jorge. Solía comer con él y tener largas charlas. “Era un chico tranquilo, curioso, le gustaba escuchar radio, ver deportes por TV y, sobre todo, conversar y reírse”, es lo primero que le cuenta a Infobae.

En lo basquetbolístico encontró a un joven con talentos a potenciar. “Tenía buen tiro, buenas manos, definía bien con entradas a canasta y sobre todo en el poste bajo, donde era contundente. Ofensivamente fue un jugador importante en esos dos años de Liga que siguieron, desequilibrante diría. Su problema era defensivo. Le costaba llegar a algunas rotaciones. Cuando estuvo en su mejor peso, lo hizo bien. Luego ya no…”, analiza quien fue asistente de Najnudel en el 88 y luego entrenador en el 89.

En la primera temporada completa, González brilló y terminó con un doble doble, en puntos (22.3) y rebotes (10.9), además de un impactante 68% en dobles. Una figura de la Liga. Sport finalizó 10° en aquella temporada y Jorge llegó al All Star. En la siguiente, con menos partidos por un viaje a Estados Unidos que ya comentaremos, sus medias fueron de 18 y 10, con 72% en dobles. Sport se salvó del descenso en un agónico quinto juego ante Boca en la serie por la permanencia. González mandó a suplementario un partido que luego definió Jorge Rifatti, otro reclutado, en el último segundo para que el club siguiera en la A y enviara a Boca a la B.

Fue una época donde Jorge ya había entendido que la altura “era algo positivo, que le podía cambiar la vida, luego de mucho tiempo de sufrirla por la enorme cantidad de incomodidades que le ocasionaba”, según Lamas. Pero, a la vez, había algo que no podía superar: lo que pensaban los otros. “No le gustaba nada si le hacían bromas o le preguntaban mucho del tema. Ni hablar si era una mujer. Recuerdo que, en un viaje, estábamos en un hotel y se lo cruzó una moza. Cuando lo vio, se asustó tanto que voló su bandeja que traía en la mano. Eso a Jorge lo reventó. Estuvo días sufriendo por la situación”, explica el coach.

“Sólo quería que lo trataran como una persona común”, resume Bazzi. En el ambiente del básquet, en general, se sentía más cómodo. Sobre todo cuando pasó a ser un jugador cotizado. Así lo hizo sentir León y luego Flor Meléndez, cuando lo llevó a la Selección para la Copa Navidad del 87, en Madrid. Allí lo vio Richard Kaner, un agente que llevaba jugadores a España y jefe de scout de los Hawks en Europa. Fue él quien se lo recomendó al entrenador Mike Fratello y así empezaron a seguirlo. Gracias a las posibilidades tecnológicas de la CNN, la cadena televisiva de Ted Turner, dueño de los Hawks y Braves (béisbol), pudieron captar la señal del Preolímpico del 88 en Montevideo. Jorge se destacó, sobre todo ante el duro Puerto Rico, que tenía a dos pivotes de alto nivel como Piculín Ortiz y Ramón Rivas (ambos pasarían por la NBA). El Gigante anotó 27 puntos y los Hawks tomaron una decisión histórica para el básquet argentino: elegirían a Jorge en el draft, puesto 54 de la tercera ronda, convirtiéndolo en el primer argentino en ser seleccionado. Tres lugares después caería Hernán Montenegro, la otra gran esperanza argentina de esos momentos.

Fernando Bastide, dirigente y agente de jugadores, entró en la vida de González en 1988. Hasta ahí sólo lo conocía de verlo jugar. Un día, mientras estaba en Nueva York, recibió una llamada de Kaner, su amigo y scout de Atlanta, que a los pocos minutos se transformó en una charla con Fratello. “Me empezó a preguntar cosas de Jorge y me pidió una descripción sobre su juego. Yo le dije que sabía jugar y, sobre todo, que era muy grande. Al poco tiempo, semanas antes del draft, tuve una reunión en Nueva York con el general manager Stan Kasten. Pero nunca me confirmaron nada sobre la elección”, recuerda Bastide.

La sorpresa impactaría en Argentina. El mismo 27 de junio del draft, el canje de Randy Wittman a Sacramento por Reggie Theus les dio un extra a los Hawks: una elección en tercera ronda que usaron para escoger a González. Estaba claro: en Atlanta pensaban que podían tener un as en la manga, un diamante en bruto al cual pulir para potenciar un equipo que, en breve, podría competir por el título del Este.

El más entusiasmado era Kasten. “Imaginate que, cuando entré a su oficina, en el cuadro que estaba detrás de su escritorio tenía fotos de Dominique Wilkins, Bird, Jordan, Magic y de Jorge. Sí, aunque no lo puedas creer. Stan pensaba que había descubierto algo especial. En ese momento se buscaban torres así que podían cambiar el juego, algo así como después pasó con Yao Ming en Houston”, precisa Bastide.

Kasten, hoy presidente y dueño minoritario de Los Ángeles Dodgers (franquicia mítica del béibsol estadounidense), no era un dirigente cualquiera de aquella NBA de los 80. En el 86 y 87 había logrado el máximo premio (Ejecutivo del Año) gracias al armado de un muy equipo que tenía a Wilkins como figura, pero también un reparto muy valioso: dos buenos bases (Doc Rivers y Spudd Webb), un alero con potencial como Cliff Levingston, un muy interesante pivote como Kevin Willis y a un veterano Moses Malone que seguía siendo una figura. Kasten tenía muy buen ojo para reclutar y miraba mucho hacia afuera del país, algo que se comprobó cuando sorprendió en el draft con las elecciones del lituano Sabonis en el 85 y al ruso Aleksandar Volkov en el 86. A González le tenía tanta confianza que al poco tiempo envió al país a uno de los asistentes, Brendan Suhr, para verlo en persona. Nada menos que alguien que, meses después, se convertiría en asistente de Chuck Daly en los bicampeones Pistons de Detroit y luego tendría la experiencia de ser ayudante de Daly en el mítico Dream Team del 92.

Bastide recuerda haber ido a buscar a Suhr a Ezeiza y luego llevarlo en auto hasta Cañada, donde Najnudel armó un entrenamiento especial para que el Gigante se luciera. Lamas lo recuerda bien porque dirigió esa práctica mientras León y Suhr se sentaron en la cabecera del estadio Florencio Varni. “Lo curioso fue que los compañeros empezaron a darle todas las pelotas para que Jorge definiera cerca del aro pero él recibía y la sacaba para los tiradores. Los chicos no podían creerlo y León me miraba serio. Me daba cuenta de que se estaba poniendo loco. Entonces, de forma disimulada, paré la práctica, junté al equipo y le dije a Jorge que empezara a tirar. Así lo hizo, se lució bastante y cuando terminó la práctica nos juntamos los cuatro en la mitad de la cancha. Suhr le habló directamente a Jorge y fue muy directo. Le dijo que tenía las condiciones física y técnicas para jugar en la NBA, pero que debía moverse más rápido en la cancha y que eso era directamente responsabilidad suya, que dependía de su entrenamiento y la alimentación”, rememora Lamas. Suhr se volvió a Estados Unidos con un informe favorable y un recuerdo para impactar a sus jefes: una zapatilla 56 y medio de González.

Cuando leyó el informe de Suhr, Kasten y Fratello quisieron verlo en persona y lo invitaron en febrero del 89, mientras la franquicia iba camino a la segunda mejor fase regular en la historia (marca de 52-30). Infobae se comunicó con el coach de aquellos Hawks para conocer sus opiniones sobre el Gigante, como Fratello lo llamó en castellano desde su casa en Cleveland. “Obviamente que Jorge era un especimen físico. Pero también estábamos fascinados por su tiro. Tenía distancia y un buen toque, podía salir a tirar. Hoy se adaptaría tan bien a esta NBA en la que los grandes salen a lanzar de afuera… Vimos, además, que tenía problemas en la trasición, en correr la cancha, por su corpulencia y peso. Sabíamos que debía trabajar en eso, ponerse en mejor forma para poder tener sus minutos. Por eso decidimos traerlo a la ciudad para tenerlo cerca y hablar con él. Lo veíamos como un proyecto que tal vez en uno o dos años podía ayudarnos”, cuenta a los 75 años.

En esos días, Bazzi se fue de vacaciones a Estados Unidos con su familia y aprovechó para viajar a Atlanta y ver cómo le estaba yendo a Jorge en aquella prueba. “Vi un partido contra los Knicks en el estadio Omni y observé que Jorge estaba muy contento con todo lo que le estaba pasando”, relata el dirigente. Lo mismo que notó Bastide cuando regresó a la Argentina tras casi un mes. “No hablaba inglés, pero incluso se hizo algunos amigos entre los jugadores, como Kevin Willis. Además, lo que más le gustaba era que salía a caminar por la calle de la ciudad y la gente lo felicitaba sin saber quién era. La altura, ahí, era algo positivo, no lo veían como un ‘fenómeno raro’ como pasaba acá”, explica.

Atlanta le avisó a Sport que resarciría el acuerdo vigente que González tenía (por 30.000 australes) y para que pudiera entrenar le extendió el contrato mínimo para los novatos (100.000 dólares). El problema: no era garantizado. Es decir, los Hawks podían cortarlo cuando quisieran y le habían puesto una condición sinequanon: bajaba de peso o se rescindía.

González volvió al país con un plan de entrenamiento y alimentación que debía cumplir. La meta era clara: debía llegar a los 140 kilos. Una misión casi imposible, teniendo en cuenta que en ese momento debía bajar casi 40. “No recuerdo con precisión cuánto pesaba y cuánto le pedimos que bajara, pero sí teníamos claro que debía perder peso para ganar movilidad. Era necesario que tuviera una mejor condición física para aguantar el ida y vuelta que requiere el juego NBA”, relata Fratello. “En Atlanta le hicieron un estudio donde encontraron que, pese a su peso, Jorge era débil porque su cuerpo, en su mayoría, está formado por grasa. Tenía poco músculo. Por eso le pidieron cambiar su alimentación y pesar menos para poder ponerlo en cancha”, explica Bazzi.

En eso, los Hawks avisaron, serían terminantes. “Sabíamos que para él no sería fácil lograr lo que le pedíamos. Pero era necesario”, agrega Fratello, quien cree que además el contexto no lo benefició. “Era una época distinta a la actual. Sólo tenías un roster de 12 jugadores. Hoy son 15 lugares, con dos jugadores que pueden ir y volver de la GLeague. Encima nosotros teníamos un gran equipo en esa época, no era nada sencillo hacerse un hueco. Tampoco existían otras cosas que podían haber ayudado: la analítica y la gran cantidad de colaboradores que vemos hoy. En los Hawks teníamos al entrenador de fuerza que hacía de PF, vendaba a los jugadores, sacaba los pasajes, reservaba hoteles y les pagaba a los jugadores. Hoy los equipos tienen personas separadas para cada una de esas cosas. Parece que es un detalle, pero eso también conspiró contra Jorge. No era una misión sencilla pese a que lo considerábamos”, analiza.

A los seis meses, en Atlanta se dieron cuenta que lo exigido no iba a suceder. Jorge volvió a jugar sin problemas en la Liga Nacional e incluso estuvo en el famoso partido a beneficio que disputó el presidente Carlos Menem en el Luna Park y cuya foto al lado del Gigante recorrió el mundo por la diferencia de altura entre el primer mandatario y el pivote formoseño (casi 70 centímetros). Pero lo cierto es que de peso no bajó nunca y los Hawks desistieron. Bastide no se sorprendió. “Un día, cuando estuve allá, estábamos en las oficinas y entró Kevin Willis. Lo pesaron y como estaba excedido de peso, lo mandaron de vuelta a la casa y le dijeron que le descontarían el día de entrenamiento. Por eso no me llamó la atención la decisión que tomaron con Jorge. La condición física era y sigue siendo hoy determinante en la NBA. No tengo dudas que si hubiese tenido una mejor, Jorge hubiese jugado”, asevera su ex agente.

“La NBA se fijó por su talla, pero él tenía herramientas interesantes. Su problema siempre fue el físico”, asume Lamas. Fratello cierra con un lamento, sobre todo por la calidez humana que notó en el Gigante. “Era un gran persona, te dabas cuenta de sólo hablar con él. Y aunque no se quedó con nosotros, siempre quise que le fuera bien. Sé que no continuó con el básquet, lo seguí en su nueva profesión. A veces prendía la TV para verlo, porque acá se volvió una personalidad. Me gustó que pudiera tener la perseverancia de querer triunfar en una actividad luego de no poder con la NBA. Eso habla bien de él”, relata.

Fratello se refiere a la nueva y sorprendente etapa en la que incursionó el Gigante a partir de la frustración NBA. A la historia en Estados Unidos, que parecía que terminaría sin final feliz, aún le quedaba un capítulo, a partir de que a Kaner se lo ocurrió una idea y se la comentó a Bastide por teléfono.

-¿A Jorge le interesaría hacer wrestling?

-¿Wrest qué?

-Son como luchas pero no son reales. No se pegan, no pasa nada.

Bastide no sabía de qué le hablaban. Pero enseguida se dio cuenta que debía ser la versión estadounidense de Titanes en el Ring.

-¿Pero se paga por hacer eso?

-Claro. Para que te des una idea, Hulk Hogan, la estrella de acá, ganó 1 millón de dólares en la última temporada. Le haríamos un contrato a prueba por tres meses y si la pasa, firmaríamos uno definitivo por tres años, con muy buenas cifras.

Bastide colgó y le trasladó la sorprende inquietud a Jorge, quien de entrada hizo las mismas dos preguntas que su representante. Claro, viendo el dinero que podía ganar sólo en la prueba (30.000 dólares por tres meses), tomó una decisión, dejar el básquet de la Liga y hacer un intento en Estados Unidos. “Un día de invierno de 1989, luego de salvarnos del descenso, Jorge se sube a mi Peugeot 504 y me tira un cassette VHS. Yo le pregunté si era de la NBA, si tenía novedades… ‘No, es de wrestling’, me dijo. Yo no sabía de qué me hablaba y me explicó que era de lucha libre, que tenía una propuesta y lo iba a intentar”, recuerda Bazzi.

Jorge no sabía qué le depararía destino. “Era muy ingenuo. Cuando íbamos en el avión me preguntó si creía que le podrían dar los 2.000 dólares que le faltaban para terminar la casa de sus padres en El Colorado. Le dije que los pasajes en primera clase que estábamos usando ya valían el doble que eso…”, describe Bastide. La prueba la pasó sin dramas, aprendió rápido los trucos y hasta le pusieron un asistente que hacía de todo, desde traductor hasta chofer. “Estaba sorprendido, contentísimo, se sentía una estrella… Pasó de responderle a la gente en Argentina cómo hacía para ir al baño a que lo felicitaran por ser alto en Atlanta. Eso hizo que se adaptara bien. Jorge era un tipo sin preparación, pero de gran inteligencia. Preguntaba todo, cómo seguir, y se preparó para esa nueva oportunidad”, cuenta su ex agente.

González entendió que la vida le estaba dando una nueva gran oportunidad y la aprovechó hasta firmar el contrato con la World Championship Wrestling (WCW) por tres años que Bastide confirma en sus cifras: 90.000 dólares para el primer año, 150.000 para el segundo y la friolera de 350.000 para el tercero. “Algo imposible de creer para esa época”, opina.

Debutó el 19 de mayo del 90, tras seis meses de entrenamientos especializados, en una lucha en Washington DC, bajo el nombre El Gigante y como parte de la troupe de los “luchadores buenos”. Eran eventos importantes, del sistema Pay Per View (Pagar para Ver), y su exposición lo convirtió en una figura mediática de Estados Unidos. Incluso hizo peleas en otros países, sobre todo en Japón.

Fueron cientos de luchas, muchas usando un traje especial con un cuerpo escultural dibujado. Incluso aseguran que estuvo a punto de enfrentar a Hulk Hogan, la máxima estrella de la lucha. Jorge tenía varias tomas con su sello, la principal era la Garra. “Les ponía la mano en la frente y les apretaba la sien. Era irresistible, todos se terminaban arrodillando”, le contó ya retirado a la revista de Fox Sports. Su status de popularidad creció tanto que protagonizó videojuegos, se crearon muñecos con su figura y lo llamaron para participar de episodios de series de TV, como la famosa Baywatch en California (1993), Hércules en Australia (1994) y Thunder in Paradise (1993 y 1994). “Hasta tomé un café con Pamela Anderson. Fue en un alto de la grabación de Baywatch. Ella pasó, me vio, me dijo que había escuchado hablar de mí y nos tomamos un café. Estuvo bien”, recordaría años después. Jorge admitió haber tenido una novia en aquella época y aseguró haber “tenido todas las chicas que quise”.

Desde el Colorado, donde ejerce como docente, el escritor entrerriano Orlando Van Bredan denunció en un texto del portal El Furgón que algunas cosas no fueron como muchos creen. Asegura que Jorge no tuvo representante, que nunca firmó contrato con la empresa Turner y acusó de explotación laboral y social -asegura que González vivía y comía mal en Atlanta- a Ted Turner, a quien describe como un “empresario ladino y desalmado”. El también docente, quien contó que el Gigante lo buscó para escribir sus memorias, se apoya en una entrevista de seis horas que hizo con González en el 2001.

Batiste escucha las “acusaciones” y rebate cada uno de los puntos de Van Bredan. “Yo lo acompañé y doy fe de lo bien que lo trataron. Hasta que abandonó su trabajo, él cobró cada centavo, igual que yo, que en mi caso tenía un 10% de comisión. ¿Vos creés que una empresa así de grande va a tener en negro a un luchador famoso?”, asegura. Incluso prometió enviar el contrato que unió al Gigante con Turner Sports durante tres temporadas.

Lo cierto es que, un día, el sueño dejó de ser perfecto. “El primer año estuvo muy feliz y pero en el segundo, cuando se enferma y fallece su madre, ya dejó de ser lo mismo. Pidió permiso para volver al país, le dieron una licencia pero no cumplió en su regreso… A mí me llamaron varias veces para ver cuándo volvería”, recuerda Bastide. Deprimido, con problemas de salud (diabetes), ya no quiso volver pese al dinero que le quedaba por cobrar.

“También pasaron otras cosas, según me contaron desde Atlanta. Me admitieron que Jorge no había entrenado lo suficiente en el segundo año, quizá por la comodidad económica que disfrutaba... Por eso lo pasaron de personaje bueno a malo y eso tenía como consecuencia andar más por el suelo y recibir más castigo. A Jorge no le gustó. También es cierto que reaparecieron los problemas de salud. Se juntaron varias cosas y terminó perdiendo ese contrato increíble que tenía firmado”, detalla. El Gigante volvió a la Argentina y a los pocos meses, ya en 1993, lo llamaron de la otra competencia de lucha, la World Wrestling Federation. “Lo acompañé hasta la sede de Connecticut y firmamos contrato, aunque por un monto mucho menor a los anteriores. Yo me volví y creo que luchó un año más, más que nada porque el cuerpo ya le dolía bastante”, explica Bastide, quien asegura también haber vivido una época muy especial junto a González. “Fue una gran experiencia. Conocí mucha gente, gané dinero. Y bueno, duró lo que debía durar”, dice. Así se cerraría la etapa en USA, aunque le quedarían algunas luchas más en Japón, hasta diciembre del 95, cuando aseguran haberle descubierto la diabetes que se complicaría años después.

Era fines de 1996, cuando Jorge llamó nuevamente a Bastide. Quería volver a jugar al básquet y sabía que su ex agente era quien armaba el equipo de Andino de La Rioja en nuestra ascendente Liga Nacional. “Lo hablé con el presidente Italo Palazzi y quedamos en reservarle una ficha. Pero, primero, le pedimos que se sometiera a estudios para saber si estaba bien para practicar deporte de alto rendimiento”, reconoce. En Capital fueron a ver a un médico amigo de Palazzi al Hospital Argerich, quien ni bien lo vio notó que no caminaba bien, como arrastrando la punta del pie. Tras dos días de estudios, descubrieron lo peor. “Que la glándula Hipofisis funcionaba mal y que no sólo no podía jugar más sino que debía operarse con urgencia si quería tener alguna expectativa de vida. Había que suprimir la glándula para que el diabetes no siguiera avanzando”, detalla Fernando. Se lo explicaron al Gigante y lograron convencerlo de someterse a la intervención. Incluso estuvo internado en el Argerich. Pero cuando Bastide volvió a su casa, recibió una llamada de Jorge. “Me volví al hotel, Fernando. Acá no me voy a operar. No me gusta. Lo haré en Estados Unidos”, le dijo sin dar más explicaciones.

González no se operó de la glándula, poco se cuidó de la diabetes y nunca trató la acromegalia. A los pocos años, como había adelantado aquel médico del Argerich, ya no podía caminar y tenía que trasladarse en silla de ruedas. “Todo el mundo lo vio como un potencial fenómeno para el básquet y casi nadie se preocupó por la persona, por su salud”, es la autocrítica que hace Bazzi. Los años finales fueron en bancarrota, postrado en una cama, inundado por la tristeza y buscando ayuda y dinero, de donde fuera. El resumen fue aquella triste nota en el programa de Susana Giménez por un cachet. Haciendo lo que no quería, responder sobre cosas frívolas y sobre su costado de “fenómeno de la naturaleza”. El ambiente del básquet trató de ayudarlo, la Confederación Argentina realizó una campaña solidaria y el gobierno formoseño le dio una mano, pero la pelea ya era desigual. Y, a esa altura, ya estaba perdida. “El promedio de vida de quienes sufren mi enfermedad es de 45 años y el que más vivió llegó a los 50. ¿Qué puedo esperar entonces de mi futuro? Nada”, admitió el mismo González, con crudeza.

Jorge falleció el 22 de septiembre de 2010, a los 44 años, en un hospital del distrito bonaerense de San Martín, en la más absoluta soledad. Ni en el velorio ni en el entierro en su pueblo formoseño hubo demostraciones de afecto que no fueran de su círculo íntimo. Murió como él se sintió en los últimos años, olvidado hasta por los suyos, como un “monstruo”, como él mismo se llamaba irónicamente, al que todos habían usado para su conveniencia. “Es así, cuando sos exitoso y tenés dinero, estás lleno de amigos. Hasta te ven lindo. Pero cuando eso se termina te quedás solo, nadie se acuerda de vos”, admitió. Un final muy triste para una vida que tuvo los puntos más altos y, a la vez, los más bajos que uno puede imaginar.

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