LA HISTORIA DE CESAR ABEL ROMERO
Los cuatro cuerpos estaban tirados en el pasto humedo del invierno en Isidro Casanova, a las 11 de la mañana del martes 24 de julio de 1984. Los oficiales de policía los observaban, pistola en mano, para evitar que alguno de ellos haciera un gesto sorpresivo. Pero no. Eran cuatro cadáveres que, pocos minutos atrás, habían intentado hacer un raid delictivo que incluyó el robo de un auto como el asalto a dos oficinas de transportes. Los oficiales los revisaron, les levantaron las ropas y les quitaron las armas: una Itaka 12,70, un fusil 7,65, una pistola 45, otra 9 mm, un pistolón de dos caños, un revólver calibre 32 largo.
A uno de ellos algo le llamó la atención mientras revisaba un cadáver: este tenía en su pecho un tatuaje inmenso de un águila con las alas desplegadas. Lo había visto hacía poco tiempo en otro lugar, por la televisión: "Che, ¿este no es Romero, el boxeador?", preguntó. Los otros oficiales se acercaron y lo vieron. Efectivamente ese cuerpo de casi dos metros de altura pertenecía a César Abel Romero. Cerca de él yacía otro de los cadáveres: el de su hermano Mario Saúl.
Apenas diez días antes, en Montecarlo, ese muchacho de 29 años había perdido por puntos la pelea más importante de su vida ante el venezolano Fulgencio Obelmejías, que no le permitió aspirar al título mundial contra el campeón Michael Spinks.
¿Qué pasó durante esos diez días, entre el final de la pelea y el final de su propia vida?
César Abel Romero nació en Merlo, provincia de Buenos Aires, el 25 de enero de 1955, y era hijo de un chapista y ferrocarrilero, y de una ama de casa. La familia estaba conformada por siete hermanos (cinco varones y dos mujeres) y desde pequeño tuvo que aprender distintos oficios para poder llevar un plato a la mesa, como repartidor de vinos o sodero. Pero a los 11 años el mundo de la delincuencia juvenil ya lo había empezado a formar: asaltaba con revólveres de juguete, robaba cobre de los talleres del ferrocarril o mármoles del cementerio de Santa Mónica. A los quince años cayó preso por portación de armas y a los 17 casi lo matan en Liniers tras robar en un depósito de quesos. En vez de eso, lo condenaron a pasar 3 años y medio en prisión, que se redujeron solamente a seis meses dado que en aquel momento era menor de edad.
Salió pero poco tiempo después tuvo que volver porque su nombre apareció vinculado a una banda que robaba autos. Para ese entonces ya ostentaba su vigorosa aguila en el pecho, hecha a sus doce años con agujas y tinta china, para sentirse "más grande" como los patovicas que estaban en el Club El Ancla, de Olivos, y que él observaba cuando llegó a ser caddie.
Desde 1972 hasta 1978 César no sólo había adquirido una personalidad respetada en la cárcel de Mercedes, también había practicado box con un tal Gigena: imitaba los golpes y los movimientos de sus ídolos Ringo Bonavena y Carlos Monzón. Su cuerpo también tenía otros 31 tatuajes más.
En una entrevista hecha para El Gráfico y publicada una semana después de su muerte, Ernesto Cherquis Bialo le consultó sobre su pasado cacerlario y Romero dijo que aprendió "a pelear para que no me violaran. No podía dormir porque me la tenían jurada. Y no tenía más remedio que defenderme".
En marzo de 1978, con 24 años, salió solo y sin documentos de la cárcel y en su casa lo esperaba su madre, a quien le pidió de rodillas que lo perdonase, y a la que le juraba que jamás volvería a hacer todo lo que hizo.
Sólo tenía sus puños para llevar adelante su vida. Con sus padres se fue a vivir al Chaco, donde se entrenaba en el gimnasio de don Pili Baret para hacerse boxeador.
Desde junio de 1978 hasta marzo de 1981 realizó 33 peleas como amateur: perdió sólo 2. Su debut como profesional llegó cuando le ganó por puntos a Victor Robledo en Pergamino el 20 de marzo de ese año. Para entonces su entrenador era Héctor Rodríguez. Tuvieron que mediar 14 peleas (entre ellas, una contra Juan Domingo Suárez el 6 de agosto de 1982, en la que peleó con una fractura de tibia y peroné) para que el boxeo mundial lo mirase con otros ojos: el 30 de julio de 1983 derrotó en el segundo round al uruguayo José María Flores Burlón en el Luna Park.
Este boxeador tenía pautado pelear con el mismo campeón mundial de peso medio Michael Spinks, pero aceptó el reto con Romero porque era su sparring. Nadie esperó semejante derrota.
Uno de los presentes esa noche en el Luna Park fue el mismo Carlos Salvador Bilardo, quien pocos meses atrás había asumido como director técnico de la Selección Nacional. El Narigón era amigo de un grupo de simpatizantes de Romero que iban a verlo al Luna Park y vivió la pelea contra Flores Burlón como nunca a pesar de que "hacía como 10 años que no iba". "Desde entonces", declaró Bilardo a la revista Gente, "lo fuimos a ver en todas las peleas. Andaba bien. Andaba al pelo. Yo era su padrino deportivo. Yo sabía que él había estado en la 'mala' pero ahora llevaba una vida normal. Entrenaba todos los días, se llevaba bien con la esposa y con los hijos".
En al menos dos peleas estuvo presente el técnico campeón del mundo de México 86: en esa y en la que disputó contra el paraguayo Juan Carlos Gímenez, en el mismo escenario, el 9 de junio de 1984. Esa misma jornada, a pesar de haber ganado por puntos, una de sus costillas le generó una mala pasada que le afectó por varios días.
En su vida profesional otro cambio fue especial: Héctor Rodríguez ya no era más su entrenador. En una declaración para la revista Mística, del año 1998, comentaba que Romero "era un chico muy noble y respetuoso, que me juraba que no volvería a robar. Pero lo rodeaba un grupo que lo perjudicaba, y que a mí no me gustaba. Finalmente lo encaré al hermano, Mario Saúl, que vivía con él, y le dije que eligieran: o se iban todos del gimnasio, o se iba el grupo, y lo dejaban a César para que siguiera trabajando conmigo. No me contestó...Días después me enteré que estaban en el Luna Park entrenando con Carlos Martinetti, un ex colaborador mío".
Después de la victoria ante Flores Burlón, le siguieron seis peleas más, todas ganadas (5 por KO). Su fama y su respeto crecieron en el mundo del deporte incluso tras llegar al 6º puesto en el ranking del Consejo Mundial de Boxeo con apenas veintiún peleas, hasta que el 14 de julio de 1984 se presentó la gran oportunidad.
En Montecarlo, como previa a la pelea entre Davey Moore y Wilfrido Benitez, tuvo la chance de retar al campeón norteamericano, pero antes debía ganarle al venezolano Fulgencio Obelmejías, quien tenía un récord de 40-2 en peleas disputadas.
Si bien la expectativa era alta, el resultado no fue el esperado porque Obelmejías dominó de cabo a rabo toda la pelea ante un Romero que no supo defenderse, además de haber peleado con una molestia en la costilla lastimada por el paraguayo Gimenez. Bilardo dijo que aquel sábado no fue a la cancha sólo para ver la pelea por televisión.
La mencionada crónica de Cherquis Bialo comenta que, además de la comitiva que acompañaba a Romero (que incluía a Tito Lectoure, su apoderado Eduardo Omar Buchacra, el vicepresidente de los alfajores Guaymallén Hugo Basilotta y el por entonces empresario inmobiliario y posterior presidente de Vélez Raúl Gámez), dos personas más se sumaron al viaje: su hermano Mario Saúl y su amigo de toda la vida Daniel Cabezón Rodríguez. Uno de esos viajes fue pagado por el mismo boxeador como parte de la bolsa que cobraría por la pelea (U$S 5.000 como mínimo). Quería que ellos estuviesen presentes. Estos nombres serían importantes para su destino. No le importaba el dinero: "A mi la guita de esta pelea no me importa; vine a ganarle a Obelmejías y por la chance del título".
En otro fragmento de la entrevista el boxedor decía: "Una piña lo define todo. Si la recibo, estoy liquidado; si la pego, soy el dueño del mundo". Y sobre el final de ese mismo encuentro le contestó al enviado de El Gráfico sobre si podría jurar que nunca más iba a ir en cana: "Como está mi vida ahora, imposible. Totalmente imposible. Ahora, eso sí; si hago una macana, prefiero la boleta antes que volver..."
El peso de las palabras puede tener carácter premonitorio o bien de advertencia: en este caso las de Romero parecían inclinarse por la segunda opción. Perdida la pelea, volvió el día 16 de julio a Buenos Aires, mientras que su hermano y Daniel Rodríguez regresaron el jueves 19.
A partir de ahí comenzó la oscuridad: cobró los U$S 2.400 que Tito Lectoure le debía por la pelea en Montecarlo y en una casa del barrio Libertad, del partido de Merlo, los hermanos Romero, Rodríguez, un tal Carlos María Centurion y dos personas más decidieron que harían un "reviente", es decir el robo de una caja de caudales, para pagar viejas deudas. Pensaba pagar con la bolsa de la victoria ante Obelmejías, pero todo se echó a perder.
La condicíón económica del boxeador no era la peor: cobraba una mensualidad de los alfajores Guaymallén y de los Seguros Vigencia, además de tener pactadas varias peleas, entre ellas una con Martillo Roldán en el Luna Park, pero necesitaba pagar esas deudas de sus viejos tiempos.
Eduardo Buchacra, su apoderado, dijo a la revista Gente el 26 de julio de 1984 que "el que le llenó la cabeza con esas ideas fue su hermano Mario Saúl, que lo tenía dominado. Porque César era así, un tipo bueno pero sin voluntad. En los últimos meses lo noté cambiado. Como vacío. Casi sin vida interior. Todo le daba igual. El sábado, incluso, vino a verme. Sí, el sábado, dos días antes de que lo mataran".
El propio Bilardo dijo que ese último fin de semana lo habían invitado a cenar para comer con un grupo de amigos en el que iba a estar Romero, pero no pudo ir porque estaba en Montevideo con Argentina para disputar dos partidos amistosos contra la Selección local.
Decidieron en principio que, para lograr ese robo, debían conseguir armas: el mismo boxeador las compró con el dinero que le quedaba. Una de las utilizadas fue una 9 mm que pertenecía a la Policia Federal. Después debían empezar con robar un auto que sirviera a otro de campana por si venía la policía.
Ese martes salieron a las 7.40 desde Paraguay al 200, en Merlo, para buscar los hermanos Romero a Daniel Rodríguez en un Dodge 1500, que también ocupaba Carlos María Centurión. A las 9.50 de la mañana Carmelo Affatato denunció en la comisaría de Ramos Mejía que dos sujetos le habían robado su Volkswagen Gacel en la avenida San Martín al 2900, en Lomas del Mirador. Esos sujetos eran Centurión y Rodríguez.
Ambos coches hicieron un viaje de 17 minutos hasta la Oficina de Transportes Automotores La Plata, en Monseñor Bufano al 4600 de donde se robaron 2.475.200 pesos argentinos (25 centavos actuales). Con el dinero recaudado siguieron viaje otros diecisiete minutos más hasta la Empresa de Transporte Almafuerte en la avenida Brigadier Juan Manuel de Rosas 7849, entre Settino y Almeira, en el partido de Isidro Casanova. En ese lugar pensaban recaudar algo parecido pero el dinero ya había sido retirado por lo que apenas obtuvieron 34.216 pesos argentinos del segundo botín.
La crónica de El Gráfico del ocaso de este segundo atraco, escrita por Carlos Irusta y Victor Hugo Candi, dice que un detalle cambiaría todo: "La irrupción de dos ejecutivos de la empresa en un Ford Falcon gris. Confundiéndolos con policías, dos de los maleantes los recibieron a golpes haciéndolos entrar a la oficina, despertando, seguramente, la atención de algún vecino que llamó al 625-0474, la comisaría de Isidro Casanova, que está a solo 15 cuadras (...) Llegaron al lugar a las 10.33".
-¡Ahi vienen, muchachos! ¡Agarren los fierros que si no, nos matan a todos!-gritó César Romero, acaso en un grito que anticiparía el trágico destino de todos sus hermanos varones: Miguel Angel y Jorge Antonio, que fueron asesinados por la policía, y José Luis, que se encontraba preso en Mercedes.
Las balas se intercambiaron durante más de 40 minutos, en un cruce que también dejó heridos al comisario Rodolfo Alcántara y al sargento Alberto Giot.
Pasadas las 11 de la mañana todo había terminado. Los cuatro cuerpos estaban tirados en el húmedo pasto de Isidro Casanova, en el conurbano bonaerense.
Cuatro cuerpos, iguales ante la muerte.
Hasta que llegó la voz de un oficial:
-Che, ¿este no es Romero, el boxeador?
Y, justamente ahí, comienza la historia.
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