PABLO VICO "EL DT DEL CONURBANO"
FUENTE: CLARIN
Pablo Vico no tiene WhatsApp. Se palpa los bolsillos, mira hacia atrás, busca por el costado, hasta que encoje los hombros y muestra las dos palmas. No sabe dónde está su teléfono celular.
Su habitación, su living, su comedor, su sala de análisis de video, su lugar de descanso y su cocina están en el mismo ambiente. Una cama cucheta contra el wing izquierdo, otra de una plaza desbordando por abajo, la mesa redonda en el círculo central y un televisor en la otra banda. “Flaco, yo soy así, eh. Ya está, no voy a cambiar. Y no es que te digo esto para hacerme el humilde o para querer, no sé, decir 'uy, mirá lo que hace este tipo'. No, nada que ver. A mí me gusta esto”.
—¿Qué es eso que te gusta?
—Vivir acá, estar acá. Brown es mi casa.
Y lo es literalmente.
Vico no necesita la doble ve del nombre del club. Y mucho menos la a que aparece con la pronunciación en inglés. Vico dice “Bron” y acentúa en la o. Vive en Bron y para Bron. Es su familia, su casa y su empleo. Está ahí desde hace casi veinte años, cuando el presidente Juan Vairo lo invitó a dejar la pensión en la que vivía para mudarse a la pieza que estaban terminando de construir al costado del campo de juego.
—Para mí era ideal: qué mejor que vivir en el lugar de trabajo. Mucho más cómodo, acepté enseguida. Yo en ese entonces trabajaba en las inferiores. Y me quedé.
Es el entrenador con mayor permanencia en su cargo de todas las categorías argentinas. Algo así como el Alex Ferguson del Conurbano. O mejor que sea Vico quien elija la etiqueta.
—Una vez me pasaron un Facebook. Yo la verdad no entiendo mucho esas cosas, pero la gente arma grupos, me saluda, me manda mensajes. Y cada tanto me lo hacen ver. Cuestión que el Facebook dice “Pablo Vico, el técnico del pueblo”. Y es lindo que digan eso, flaco. A uno lo pone bien. Porque mirá que yo pasé cosas jodidas. Pasé y sigo pasando, mejor dicho. Y que la gente te muestre cariño... No sólo los de Bron, eh. Los de Morón, de Boca, de River, de todos los clubes. Es lindo.
—¿Y sos el técnico del pueblo?
—No sé, flaco. Yo te digo lo que dice el Facebook.
Alrededor de 70 pasos dividen la cocina de la casa de Pablo del campo de juego de Brown de Adrogué. Todo acá es a pulmón. No falta ni sobra nada. Para eso, los roles se desdibujan en pos del bien común. El preparador físico le aclara al médico que lo puede levantar por Yrigoyen a las tres menos cuarto de la mañana así a las tres en punto llegan al club. Es la hora señalada para iniciar el viaje rumbo a Puerto Madryn donde Brown jugó la primera fecha de la B Nacional y se trajo un triunfo valioso.
Pero antes de pensar en el partido hay que pensar en otras cosas.
Pablo le dice al profe que convenza al médico y que se deje de joder con eso de que un jugador se levantó con fiebre y podría bajarse del viaje. “El domingo no va a tener fiebre”, sentencia Vico con la seguridad de un Premio Nobel de Medicina. Son las 12.40. Tiene que responderle unas preguntas al cronista de TyC Sports que lo espera contra el alambrado. Y salir rajando para estar en el centro de Adrogué antes de la 13, horario en el que cierra la fábrica de Il Ossso Deportes.
—A ver si alcanzo a comer un cacho de carne antes de ir—, suelta al pasar.
Habla con TyC, busca la billetera, mira el reloj y se produce otro momento mágico: Pablo Vico entra al buffet Pablo Vico. Ahí, al lado de su casa y al lado de la cancha, los jugadores del plantel comen el asado semanal que se transformó en un ritual desde que el hombre de bigotes es el entrenador.
—¿Qué es más raro: vivir en el club o dirigir en Argentina AÑOS (15) seguidos al mismo club?
—Yo me siento cómodo acá, me siento bárbaro. Este es mi hogar. Los muchachos a veces se sorprenden cuando llegan a entrenar y estoy pasando un trapo, barriendo, haciendo la cama, haciendo las tareas que tengo que hacer. Limpiando el baño... Para mí no es nada del otro mundo, quizá para otros podrá ser. Para mí no.
Sale del buffet que lleva su nombre y encara al asiento de acompañante del auto que maneja el profe. Tienen que ir a la fábrica de indumentaria a buscar “la ropa de viaje”, unas camperas que les preparó la marca para usar en invierno. Y que en Puerto Madryn serán de mucha utilidad. Aunque antes de arrancar Pablo vuelve tras sus pasos. Saca 300 pesos de la billetera, se los entrega a un ayudante y pega el grito por la ventana.
—Ahí les dejo, compren helado.
La persona y el personaje conviven con naturalidad. Y en su camino se va topando con escenas inverosímiles.
Un hincha se tatuó medio rostro de Don Ramón y medio de Pablo.
Otros exigen que estampen las iniciales PV en la campera rompevientos del equipo.
Una calle de San Clemente del Tuyú lleva su nombre.
Un billete de dos pesos (o Vicoins, mejor dicho) intervenido con la imagen del DT se viralizó en las redes.
Y una canción lo vitorea en las tribunas de Adrogué desde hace años. Al ritmo de la lambada, la prosa invita al consumo de pepa, merca y flor para salir campeón, de la mano de Pablo Vico.
—¿Qué fue lo que más te sorprendió del trato con hinchas que no son de Brown?
—Uh, de todo: estar de pretemporada, por ejemplo, que venga un señor a sacarse una foto conmigo y que me diga que estaba escribiéndome una poesía. O caminar por el centro de Gesell y charlar con todo el mundo... Hinchas de Platense, de Boca de River. Cuando tuve el infarto salí de la Favaloro y tres hinchas de River me vieron y me dijeron “por favor, nos queremos sacar fotos con vos”. Yo me pongo a charlar con todo el mundo. Mi vida no cambió, debe ser por eso. Sigo siendo la misma persona.
—¿Y aquel famoso abrazo con la mascota de Morón?
—No lo podía creer. Venía de sufrir la muerte de mi hijo. Y fue todo muy emocionante: logramos el ascenso en el último minuto. Y si vos ves la tranquilidad mía en ese último córner... Yo sabía que mi hijo me iba ayudar desde arriba. Había tal paz en mi cuerpo. Sabía que si me daban esa oportunidad ganaba el partido. Y cabeceó Juan (García) y se lo agradezco a él (a su hijo fallecido). En medio de los festejos veo que me llama la hinchada de Morón. Y yo dudaba: “¿voy o no voy?”. Y fui. Lo que me dijeron no me lo voy a olvidar más: “Nosotros no aplaudimos a ningún técnico que viene a jugar contra Morón, pero vos te merecés eso y mucho más”. Y me terminan aplaudiendo. Y el Gallo me da un abrazo.
El 5 de febrero de 2015 a las 13:10 Cristian Gabriel Vico iba manejando su camioneta Renault Kangoo blanca por el cruce de Retiro y Soler, en el centro de Adrogué, cuando un Peugeot 207 lo chocó de lleno. En el auto iban seis asaltantes que integraban “La banda de Curly”, una organización delictiva que se dedicaba a realizar entraderas y robo de vehículos. Venían de asaltar una vivienda y escapaban a alta velocidad. Cristian, de 40 años, fue trasladado con graves heridas a un hospital de la zona. Y cuatro días más tarde falleció.
Ahora Cristian está en dos cuadritos que cuelgan al costado de la cama de Pablo. Desde la muerte de su hijo ya nada fue igual. Ahora sobre la almohada de la cama hay una bolsa de supermercado con 12 cajas de medicamentos adentro.
—Acá está: mi hijo. Es muy duro, flaco, muy duro. Producto de eso a mí me agarró un infarto. Estuve cinco días en terapia. Yo no me daba cuenta pero todo el mundo que venía a verme sabía de la gravedad de la situación... Tuve un infarto acá y estuve 12 horas infartado. Yo sabía que estaba infartado. Pero viste cuando vos decís “ya está, quiero estar con él”... Hasta que el profe me llevó al hospital de la zona. De ahí me trasladaron de urgencia a El Cruce de Florencio Varela. Y de ahí a la Fundación Favaloro donde hice la recuperación. Estaba muy grave. Fue algo muy duro lo de mi hijo, muy difícil de superar. Psicólogo, psiquiatra... Mi cama está llena de remedios: tomo 12 pastillas por día. Pasé cosas muy duras.
—Volviendo al fútbol, ¿te imaginás en otro lado que no sea Brown?
—Y, se hace difícil. La prioridad siempre la va a tener Brown. Primero Brown, segundo Brown y tercero Brown. Pero bueno, si no llegan a aceptar nuestra propuesta veremos. Ojalá eso nunca pase.
—¿Cómo fue el momento en el que te juntaste con el presidente para decirle que te ibas?
—Uh, fue un momento muy triste. Muy triste. Tanto para mí como para el presidente. Nosotros somos una familia. Y no es de la boca para afuera, es así, flaco. Los resultados no se me daban, habíamos perdido la motivación tras el descenso en 2014 (a la B Metro) y decidimos dar un paso al costado. El que se lo tenía que comunicar al presidente era yo. Nos sentamos los dos, nos miramos y los dos llorábamos. Él me dijo: “Vos de acá no te vas”.
—¿Aquel triunfo en 2013 (2-1 al Rojo en la B Nacional) fue el más importante de tu vida?
—Hemos dejado una huella. Le hemos ganado a Talleres en Córdoba, a Huracán en su cancha, a Unión en su cancha, a Independiente en su cancha. Fueron partidos muy importantes no sólo para mí, sino para la institución. Y lo más importante es que los rivales saben que Brown de Adrogué no es fácil. Que es un equipo que siempre intenta. Que no nos vamos a colgar del travesaño a ver qué pasa. En calidad de jugadores pueden llegar a superarnos, pero nosotros también tenemos lo nuestro.
Son 5479 días, más de 500 partidos y casi UN TERCIO de los años de vida del Tricolor. Sí, el ciclo MÁS LARGO de un DT en un mismo club en la historia del fútbol argentino. Vive a unos 30 pasos de la cancha, tiene un buffet, una calle y una tribuna a su nombre. Lo ascendió dos veces a la Primera Nacional y casi lo lleva a una final por el ascenso a Primera División.
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