miércoles, 6 de marzo de 2024

DE COLECCION

SUKER Y MARADONA LA DUPLA DE FANTASIA DEL SEVILLA 

FUENTE: "KODRO MAGAZINE"/PAOLA MURRANDI

Davor Šuker y Diego Armando Maradona llegaron a compartir 22 partidos oficiales durante la temporada 1992-1993 y conectaron a la perfección desde el primer momento. El ex del Napoli encontró en el balcánico, en su segunda temporada en el club procedente del Dinamo de Zagreb, a su mano derecha en el juego de ataque del conjunto sevillista.




La presencia de Maradona en la plantilla ayudó a Davor a mejorar sus registros goleadores en su segunda temporada en el club, de 6 a 13 dianas. Šuker, fichado un año antes dl Dinamo de Zagreb, había promediado más de un gol cada dos partidos en su país, donde su característico estilo lánguido llamó la atención de los ojeadores de todo el continente. El Sevilla acabó ganando la carrera por su fichaje, y parecía haber dado un golpe de efecto después de que este marcara dos goles en su debut en la Liga contra la Real Sociedad. Sin embargo, el resultado fue un falso amanecer, ya que el croata solamente marcó cuatro veces más en el resto de la temporada 1991-92.

Estaba claro que Šuker necesitaba algo que impulsara su carrera en España, pero pocos podrían haber predicho que un Maradona con sobrepeso y fuera de forma sería quien se lo proporcionara. En realidad, el nuevo entrenador del Sevilla, Carlos Bilardo, fue el catalizador. Llegó al club después de una temporada en la que los andaluces habían decepcionado, terminando en el 12º puesto de la Liga, y señaló el fichaje de Maradona como crucial para la recuperación del equipo.

No era difícil entender por qué Bilardo quería a Maradona a bordo. Juntos habían cosechado un éxito sin precedentes como entrenador y capitán de la selección argentina, ganando un Mundial y llegando a la final de otro. Pero Maradona estaba muy lejos de ser el jugador que era entonces, ya que acababa de cumplir una sanción de 15 meses por dopaje tras dar positivo por cocaína.

El presidente del Sevilla, Luis Cuervas, se comprometió en un principio a traer a Bilardo a su hombre, pero pronto se opuso a la idea después de que se rechazara una oferta inicial de 2,5 millones de libras. Sin embargo, Bilardo se mantuvo firme e incluso amenazó con dejar el club si no se fichaba a Maradona. Al final, fue necesaria la intervención de uno de los grandes baluartes de la integridad en el fútbol, Sepp Blatter, para que se cerrara el trato.

Deseoso de que Maradona se pusiera en forma a tiempo para el Mundial de 1994 en América, Blatter medió en una reunión entre representantes del Sevilla y del Nápoles en la sede de la FIFA. Tras cinco horas de negociaciones, se llegó a un acuerdo por el que el club español aceptaba pagar 4,5 millones de libras para hacerse con los servicios de Maradona. En un giro singular, se supo que gran parte de los honorarios habían sido cubiertos por la empresa de radiodifusión Mediaset, de Silvio Berlusconi, con la condición de que Maradona jugara una serie de amistosos en todo el mundo.

Por su parte, Maradona rechazó el interés del Olympique de Marsella, y dijo a los periodistas a su llegada a España que había venido a ganar la Liga. Llegó con la temporada ya en marcha, y recibió el brazalete de capitán y se esperaba que predicara con el ejemplo. Sin embargo, cuando Bilardo ordenó que las sesiones de entrenamiento pasaran de la mañana a la tarde, muchos empezaron a sospechar que la estancia de Maradona en España se vería empañada por el tipo de infames estancias nocturnas que caracterizaban su etapa en el Nápoles.

Maradona no hizo nada para disipar esas ideas. A menudo se le fotografiaba con un gran séquito, e incluso se vio envuelto en un problema con la policía local tras estrellar su Mercedes a las 2 de la madrugada. Sin embargo, aún quedaba algo del Maradona de antaño, un hombre que vivía según el mantra «trabaja duro, juega duro». Deseoso de volver a su mejor nivel, se llevó a Sevilla a su preparador físico personal y alquiló un chalet de Juan Antonio Ruiz Román, uno de los toreros más famosos del mundo, que competía bajo el nombre de Espartaco. El torero posteriormente lo invitaría a presenciar una de sus actuaciones en la Maestranza.

Maradona se puso entonces a trabajar para recuperar la forma física necesaria para utilizar eficazmente su gran habilidad con el balón y su olfato de gol. Maradona lució una figura algo más recortada cuando saltó al campo con el Sevilla. Para Šuker, la llegada de «El Diego» fue un sueño hecho realidad. Un sueño que nunca pensó que se haría realidad. «Era uno de mis ídolos de chaval y cuando empezó a rumorearse en Sevilla que podía llegar, yo pensaba: ‘Hasta que no le vea en el vestuario no me lo creo’. Gracias a Luis Cuervas y Del Nido pude disfrutar de ser compañero suyo, de jugar con él. Pero es que Maradona, además de ser el mejor del mundo, nos hacía buenos a los demás. Su llegada engrandeció al equipo y a la ciudad. La gente se volvía loca para tocarle, hacerse una foto con él o que le firmara un autógrafo. Era muy grande, y eso tenía sus cosas positivas y negativas, aunque yo he entendido y respetado muchas cosas de su vida. Fue un enorme privilegio jugar con él. Se ha visto muchas veces por televisión, no obstante yo estaba delante cuando se puso a dar toques a una pelotita de papel de aluminio cuando alguien se la tiró desde la grada en el Pizjuán. Sin embargo, es que en el vestuario con una naranja… con cualquier cosa. Era un espectáculo, un mago, único», afirmaba Šuker.

En ausencia de Maradona, Šuker había empezado la temporada con fuerza, marcando un triplete en la victoria por 4-3 contra el Albacete. Pero ya entonces sabía que le esperaban pruebas mayores y que necesitaría la guía de su compañero de ataque y héroe del fútbol, de 32 años. Maradona tardó en adaptarse a los rigores de los entrenamientos y del vestuario del Sevilla durante las primeras semanas, pero pronto llegaron esas sabias palabras.

Jugando al lado de Šuker, Maradona se llevó un día al joven croata para ofrecerle algunas observaciones y consejos. «Esperaba que me enseñara algo y, finalmente, me llamó», dijo Šuker más tarde. «Me dijo: ‘No quiero que corras hacia los lados ni nada parecido. Solamente mantén la cabeza agachada, corre hacia el portero, y yo te la daré allí'».

Šuker podría haber refutado ese consejo si hubiera venido de cualquier otra persona, pero se trataba de Maradona. A su modo de ver, Davor intentaba hacer demasiado. Era mejor que centrara sus esfuerzos en marcar los goles y que dejara que sus compañeros, y Maradona en particular, aportaran las balas. Lo que siguió fue una asociación dinámica que brilló, aunque brevemente, en la Liga. Al igual que con Careca en el Nápoles y Claudio Canigga en Argentina, esta vez Šuker fue el principal beneficiario de la magia única de Maradona, aunque un poco apagada.

Las lesiones y la indisciplina hicieron que solamente jugaran 22 veces juntos en el Sevilla, no obstante aun así hubo actuaciones memorables y goles brillantes en el camino, algunos de los cuales están brillantemente capturados en un video de seis minutos en YouTube. El momento cumbre de Maradona llegó en la 15ª jornada, con una exhibición de virtuosismo ante el Real Madrid que hizo vibrar a la afición sevillista.

Maradona dirigió el partido como en los viejos tiempos y Davor abrió el marcador con un remate sublime desde un ángulo casi imposible. El Sevilla se impuso cómodamente por 2-0, un resultado que le permitió situarse entre los tres primeros. De repente, los rumores sobre la posibilidad de un título no parecían tan ridículos.

 La mejor muestra de la telepatía entre Maradona y Šuker llegó unas semanas más tarde, contra el Valencia. En el minuto 27, Maradona, que ya perdía por 1-0 ante los ché, hizo que el balón pasara por encima de la defensa valencianista y llegara directamente a la portería de Šuker. El croata, que se había anticipado a ese pase, se encargó de elevar el balón por encima del guardameta y restablecer la igualdad. A los nueve minutos de la segunda parte, los dos volvieron a combinar, y esta vez Maradona lanzó un balón largo desde el centro del campo hasta el borde del área del Valencia. Allí encontró a Šuker, que controló el balón con el pecho antes de batir por bajo y con fuerza a José González, del Valencia, para hacer enloquecer de nuevo a los aficionados del Sevilla.

Šuker estaba rendido a su compañero de ataque y lo sigue estando aún hoy. «Cuando nadie se lo esperaba, Diego aparecía porque era capaz de imaginar lo que nadie veía», dice. «Recuerdo esas asistencias que daba y nos hacía disfrutar a todos». Esos goles hicieron que Šuker alcanzara las dos cifras por primera vez en la Liga. En las siguientes cinco campañas, primero en el Sevilla y luego en el Real Madrid, llegó a marcar 10 o más goles. Pero esto fue lo máximo que consiguió Maradona en el Sevilla.

A pesar de haber mejorado su forma y su estado de forma, el Diego no había logrado vencer los demonios que le perseguían cada vez más en el Nápoles. Las malas lenguas aseguraban que seguía conduciendo su Porsche por la ciudad a toda marcha, mientras que las excursiones a clubes nocturnos no cesaron durante su estancia en el club. Aunque su asociación con Šuker le proporcionó muchos momentos destacados, simplemente no tenía la capacidad de salir de fiesta y jugar de la forma en que lo había hecho cuando era más joven.

Fuera de los terrenos de juego, la situación llegó a su punto más bajo cuando se supo que Luis Cuervas había contratado a un detective privado para que vigilara a Maradona y sus hazañas nocturnas. En el terreno de juego, las cosas también se agriaron. Cada vez más desconcentrado, Maradona empezó a perder el sentido de la profesionalidad. A principios de 1993, fue expulsado contra el Tenerife tras atacar deliberadamente a su compañero Fernando Redondo para vengarse de una entrada.

Su repentina convocatoria con la selección nacional le hizo ganar pocos adeptos en España, ya que Maradona optó por perderse varios partidos clave de la Liga para acudir con la albiceleste a una serie de amistosos de preparación sin sentido antes de la Copa del Mundo. Maradona, cada vez más marginado, empezó a faltar a los entrenamientos con regularidad y, en un momento dado, se dice que llegó a tener hasta dos kilos de sobrepeso. La gota que colmó el vaso llegó en el penúltimo partido de la temporada de la Liga contra el Real Burgos. Con el Sevilla ganando 1-0 en el descanso, Maradona pidió salir por una lesión de rodilla. Pero Bilardo no lo aceptó y le pidió que se pusiera una inyección analgésica en la zona afectada y que no jugara gran parte de la segunda parte.

Maradona aceptó a regañadientes, pero más tarde se indignó cuando, a los pocos minutos del segundo periodo, fue expulsado por Bilardo. Maradona abandonó el terreno de juego, lanzando dardos a Bilardo y descargando su frustración en el vestuario del Sevilla. Los intentos de reconciliación en los días siguientes se esfumaron cuando los planes de una disculpa cara a cara acabaron en puñetazos. O como dijo Maradona: «Nos dimos de hostias».

Calificado como «no apto para jugar al golf» por el vicepresidente del club, José María del Nido, Maradona dejó el Sevilla bajo una nube de acritud y reclamaciones y contrademandas de falta de profesionalidad y salarios impagados por ambas partes. A pesar del melodrama maradoniano, el Sevilla terminó la temporada en un respetable séptimo puesto y Davor Šuker se acabó convirtiendo en uno de los mejores delanteros de los 90.

De aquella amistad no solo surgieron goles y grandes momentos de fútbol, sino también la idea de un viaje a Zagreb que se acabó concretando un 4 de junio de 1994. Ese año, como preparación para el Mundial de Estados Unidos, Argentina hizo una gira por Europa, jugando el 4 de junio un partido contra Croacia en Zagreb. Ese partido tuvo una repercusión insólita hace pocos meses, cuando Óscar Ruggeri declaró que arreglaron empatar a cero, porque venían muertos del viaje, afirmación que desmintió rotundamente Davor Šuker, supuesto implicado en el arreglo. El croata dijo: «Lo único que acordamos con Maradona fue ir a visitar la tumba de Dražen Petrović».

Maradona y Šuker fueron a la tumba del fallecido jugador de baloncesto Drazen Petrovic, donde los recibió la madre del fallecido jugador, Biserka. Diego llevó una camiseta número 10 de la selección argentina y se la regaló a ella. Diego siempre fue una persona con mucho conocimiento de otros deportes, y en el básquetbol de entonces, dicen, sentía una gran admiración por Drazen, que había muerto en un accidente casi exactamente un año antes de la visita del argentino, el 7 de junio de 1993.


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