viernes, 29 de noviembre de 2019

UN GOLEADOR EN EL CONFESIONARIO

"LA PEPONA" JOSE REINALDI 

VILLA MARIA es mi infancia, que fue feliz. Como todo chico, prefería jugar a la pelota antes que ir a la escuela. Fue una infancia muy linda, muy diferente a la de hoy, con mucha libertad para estar en la calle. La calle era nuestro lugar de reunión para jugar a la pelota.





LA ILUSIÓN de jugar al fútbol la tuve siempre. Escuchaba la radio y me imaginaba cómo eran los ídolos. Yo era hincha de Boca y en esa época, los periodistas radiales inducían a que tuvieras ídolos. Pero eran ídolos imaginarios, no los conocía, no los veía. Se armaba por lo que decían los relatores.




DE CHICO tenía baja estatura y siempre me ponían al arco. En el campito jugábamos los de diez, once, doce años con chicos más grandes, de catorce, quince. Y yo iba al arco y decía que era Roma. Después, cuando ya tenía nueve o diez años, fui a jugar al baby fútbol y no podía ir al arco porque era muy petiso. Entonces, me pusieron de delantero. Y ahí, ya era, según yo, Angel Clemente Rojas.




SIEMPRE FUI DE HACER GOLES de chico. Jugué varios años en el baby fútbol y siempre salía goleador. Recién a los 13 años pude ser federado, cuando empecé la secundaria. Fui a un club donde iban todos mis compañeros, que no era el club de mi barrio. Y comencé a jugar en Unión Central. A los 15, debuté en la Primera. Jugué hasta que me vine a Córdoba, a la facultad, a estudiar Arquitectura.




EN 1967 LLEGUÉ A CÓRDOBA y jugaba en el campo. En el 68 fui a una prueba a Ferro Carril Oeste, que me llevó Miguel Angel López. Pero justo cuando fui, a los diez días los vendieron a él y al Chamaco Rodríguez a River. Estuve 40 días y me dijeron que no seguía. Me volví a estudiar a Córdoba, y me fui a jugar a Lavalle de Córdoba. Estuve tres meses, no me pagaban y era un problema, porque dependía de eso para poder estudiar.




EL PRIMER AÑO de mi carrera de Arquitectura me lo bancó el fútbol, si no, no tenía posibilidades de estudiar. Cuando tuve ese problema, no podía seguir en Córdoba, se me complicó. Pero uno de esos partidos con Lavalle jugué contra Belgrano y anduve bien. Entonces, cuando termina el torneo, clasifica Belgrano al Nacional y me piden. Fue una sorpresa para mí.




EL TIEMPO QUE DEJE, antes de ir a Belgrano, jugué para la Facultad de Arquitectura, y el que armaba el equipo era el dueño de la cantina. Jugaba por el café con leche y las medialunas de la mañana. Siempre recuerdo a ese tipo, tuvo un muy buen gesto... o me veía con cara de hambre.



ME TOCÓ VIVIR una época muy difícil en Córdoba, encima estaba en una facultad muy politizada. La rebeldía contra el sistema era usar el pelo largo. Acá la policía te agarraba y te cortaba el pelo. Yo ya en esa época usaba el pelo largo. Cuando uno es joven, no tiene miedo. Todo era una cultura diferente, en una ciudad convulsionada. Los gremios eran muy fuertes e influía mucho en la vida social. Pero nunca tuve problemas; tuve la suerte de ser conocido por el fútbol.





ME SIGO CULPANDO por no haber terminado la carrera. Siempre digo que no soy un buen ejemplo en ese sentido, en mi labor de formador de deportistas. Hice un sacrificio importante para estudiar. Pero me dediqué a entrenar y jugar, y me vino todo rápido, pasé de jugar en forma amateur a profesional en muy poco tiempo, con 18 años. Pero yo inculco que hay que hacer las dos cosas. El fútbol es una carrera de corto plazo.




MI PRIMER PARTIDO en Belgrano fue ante Estudiantes de La Plata. ¡Venía de jugar en la facultad y de pronto estaba jugando con Belgrano ante el Estudiantes campeón de América! Esa era como una prueba.




BELGRANO es el equipo que me dio esa chance impensada. Estuve seis años, hice más de cien goles, no sé. Los que llevan las estadísticas saben. Me hizo crecer. Me dio la oportunidad y la supe aprovechar. Soy agradecido a Raúl Hipólito Arraigada. Yo era un pibe en un equipo con jugadores importantes, me puso en la cuarta fecha de un campeonato y no me sacó más. Y no es que jugaba todos los partidos bien. Pero me bancó y eso me dio confianza. Todo fue tan rápido, que influyó para que dejara la facultad.




CONTRA BOCA fue mi primer partido oficial. Entré en el segundo tiempo e hice un gol. Perdimos 3-1. Y en ese primer campeonato que jugué fui elegido como el mejor jugador del interior por una revista, no recuerdo cuál, si fue El Gráfico o Sport. Fui a Buenos Aires, me dieron un premio y de pronto estaba en la mesa con Rattin, Rendo… Eran esos que yo escuchaba por radio. Una cosa es jugar contra ellos y otra era estar sentado en la misma mesa.



ME SIENTO ORGULLOSO de haber jugado en esa época para Belgrano, porque ese equipo del que participé cambió el fútbol de Córdoba. Porque comenzó a entrenar diferente, a jugar por cosas importantes. Jugar en Belgrano no era lo mismo que hacerlo en otros clubes. Tuve compañeros muy importantes que fueron figuras del fútbol mundial, como Milonguita Heredia, Bernardo Patricio Cos, Chupete Guerini, Colorado Suárez, Pancho Rivadero...




FUI UN AFORTUNADO EN EL FUTBOL. He sido un buen acompañante de grandes jugadores. Ese es mi orgullo. En el fútbol hay primeras guitarras, segundas guitarras, acompañantes. Yo nunca fui primera guitarra, siempre fui un buen acompañante. Las primeras guitarras eran otros. A mí me pone orgulloso haber estado con ellos.




JUGUÉ EN LAS MEJORES EPOCAS de Belgrano y Talleres. En la primera parte de la década del 70, Belgrano era el equipo más importante, hasta que llegó Amadeo Nuccetelli a Talleres e hizo una revolución. Y justo me fui de Belgrano y no pude competir contra ellos. Me fui a River, Barcelona de Ecuador y volví a Córdoba. Y me tocó el final de la década en Talleres, cuando tenía un equipo fantástico. Un equipo que hizo hablar al país.



EN TALLERES TAMBIEN HICE MAS DE CIEN GOLES, pero debo agradecer a quienes me daban los pases. Por ejemplo al Angel Bocanelli, Daniel Valencia o el Hacha Ludueña, que eran jugadores superlativos. Yo no me puedo comparar con ellos, eran cracks. Ese equipo fue reconocido por todo el país, y tuvo jugadores campeones del mundo como Galván, Oviedo y Valencia.




SOY RESPETADO por los hinchas de Belgrano y de Talleres. Ando por la calle y me saludan los hinchas de los dos equipos. Ese es otro orgullo, soy agradecido a la gente de Córdoba que me respetó y me hizo sentir bien. A mi edad, que me saluden los hinchas en la calle es un mimo al corazón. A los eventos de Belgrano o de Talleres me invitan, y voy.




NUNCA TUVE PROBLEMAS. La gente de Talleres en su momento me recibió muy bien, a pesar de que había jugado en Belgrano. El primer partido que jugué en Talleres fue un amistoso con Independiente. Jugaba Daniel Willington. Yo de 8 y él de 10. Y a los quince minutos la gente empezó a gritar: “¡Ya van a ver, ya van a ver, cuando la toquen la Pepa y el Daniel!”. Y en el 81 volví a Belgrano, me compró a Talleres, y cuando vuelvo al club, los Piratas pintaron en la entrada: “Bienvenido, Pepa”.






ME PONE MUY TRISTE recordar la final de Talleres con Independiente del 78. Sobre todo por la gente. Me emociona recordarlo, qué lo parió. Fue un partido atípico. Fue un partido imposible. De haber ganado, Talleres hubiese cambiado el fútbol argentino. Es imborrable el recuerdo de la tristeza de la gente.




CON RIVER FUI CAMPEÓN e hice un gol para dar una vuelta olímpica. El fútbol te cambia. Uno se hace hincha de la camiseta que tiene puesta, por respeto a uno mismo y a la gente. Hay momentos en la vida de un jugador que uno se pregunta cosas. Debuté en Belgrano ante Boca y grité ese gol con una pasión... El objetivo es hacer goles. Era hincha de Boca, y pasé a ser jugador de fútbol profesional, que se debía a la camiseta que defendía.




FUE FANTÁSTICO JUGAR EN ESE RIVER, era un grupo bárbaro, grandes jugadores. Sabía que llegaba para ser acompañante de un gran equipo, donde estaban Perfumo, Passarella, Jota Jota López, Alonso. Llegué a un club que hacía 18 años que no salía campeón. Cuando hoy hablan de presión, les digo que no era fácil jugar en ese momento. Ganamos dos campeonatos, el Metro y el Nacional, y al año siguiente jugamos la Copa y salimos segundos.





LO QUE MÁS ME ACUERDO es el gol que hice cuando salimos campeones. Me acuerdo todo de ese día. Son imágenes que tengo grabadas, en la memoria está la jugada, el gol y el grito de la gente. Ese día se jugó en Rosario y había más gente de River que del local. Fue un desahogo fantástico. Fui partícipe de un gran equipo, con un símbolo como don Angel Labruna.




¿POR QUE VOY A RIVER? En la Liga cordobesa, en el 74 jugamos la final con Belgrano ante Talleres en cancha de Instituto. Talleres nos ganaba 1-0, yo hice dos goles y salimos campeones, y don Angel vio el partido y dijo: “A este me lo llevo”. El siempre confió en mí. Yo era el primer suplente. Me hizo jugar de 7, de 8, de 9, de 10 y de 11. En los cinco puestos. Siempre siempre entraba. No sé si jugaba bien en todas esas posiciones, pero me ponía siempre. Confiaba mucho en mí, y no le podía fallar.





FILLOL FUE EL MEJOR ARQUERO de la historia del fútbol argentino, y yo jugué con él. Perfumo fue el mejor 2 de la historia del fútbol argentino, y yo jugué con él. Jugué con Passarella, con Alonso, con Luque, con el Mono Mas... A mí me da orgullo haber sido acompañante de ellos, haber compartido con ellos un vestuario, por cómo eran como compañeros.



JUGUÉ EN LOMA NEGRA y fue toda una experiencia... son esos clubes atípicos. Más que un club era una empresa, hoy también hay de esos, pero en esa época era raro. Se conformó un equipo para salir primero, y ese era el incentivo para ir. Un objetivo claro. En Loma Negra éramos 23 jugadores y uno solo era de ahí. Fue una linda experiencia. Tuvimos chances, pero en el fútbol a veces ganás y a veces perdés. Una experiencia rara, porque veníamos uno de cada lado. Estábamos todo el día juntos. Me acuerdo de que vivíamos en Olavarría e íbamos a entrenar a Loma Negra, a 15 kilómetros, y que la cancha estaba bárbara. La práctica terminaba a las 11 y teníamos todo el día libre. Nosotros nos quedábamos a patear, a tratar de hacer algo para pasar el tiempo. Nos quedábamos entrenando más hasta la hora de ir a comer. Eramos como una familia... gigante.




NO EXTRAÑO JUGAR AL FÚTBOL, no extraño esa adrenalina. Dejé de jugar porque ya estaba saturado. Cuando te empieza a costar, ya está. Dejé de jugar un domingo y al otro domingo era técnico.




YA NO SOY MÁS TÉCNICO. Siempre digo que para ser técnico primero hay que hacerse un buen chequeo del corazón. Estás sometido a un estrés importante y hay gente que no se da cuenta. Me gustó mucho esa experiencia. Ahora trabajo en la escuela de técnicos.







HACE 20 AÑOS QUE COMENTO FÚTBOL en Córdoba y me gusta. Es interesante. Primero hay que saber escuchar para poder opinar. Hay que ser respetuoso de lo que se dice y hay que ser precisos para no confundir, más en el fútbol donde hay tanta pasión.




Por Marcos Villalobo / Fotos: Nicolás Aguilera y Archivo El Gráfico.

Nota publicada en la edición de Julio de 2017 de El Gráfico 



FUENTE: EL GRÁFICO

jueves, 28 de noviembre de 2019

UN GRAN ARQUERO EN SILENCIO

HECTOR RODOLFO "CHOCOLATE" BALEY


De los mejores arqueros argentinos de los años 70-80: Héctor Rodolfo Baley. Chocolatín jugó en Estudiantes, Colón, Huracán, Independiente y terminó en Talleres de Córdoba.




Compartimos fragmentos de la nota que le realizó a Chocolate Baley en El Gráfico Carlos Ferreira el 30 de marzo de 1982 titulada: TAPÓ EL PASADO, ATAJÓ EL FUTURO.


- En Puerto Comercial de Bahía Blanca, donde empecé, jugaba de cuatro o de siete; jugaba al básquet, al vóley, a todo. Pero lo que menos me gustaba era el fútbol. Somos cuatro hermanos y como papá era arquero y a ninguno de nosotros nos tiraba el puesto, un día pensé que alguno tenía que darle el gusto al viejo. Fui al arco y me quedé.


Es una experiencia hermosa, pero también cruel. Uno participa de un juego colectivo pero está solo. Es un puesto raro, ingrato. Un jugador se equivoca cuatro veces y no pasa nada; el arquero se equivoca una y su equipo pierde, o no gana. Hace unos días en una práctica de la Selección, Gallego hizo de arquero y después me decía lo difícil que era, lo distinto que se veía desde adentro. Y es así. Desde afuera parece más fácil. Date cuenta: tenés que cuidar una cosa que está detrás tuyo, ni siquiera la tenés adelante…es un puesto de locos, o de bobos, como dicen algunos.


Cuando el café humea aparece en el periodista una pregunta al comienzo confusa, temerosa. Baley la hace fácil. Tiene que ver con su piel, con su ser de hombre negro. Y me cuenta que no tiene problema en hablar de eso. Realmente tuvo problemas con su negritud; hubo una época en que creyó que su color lo separaba de la gente, lo hacía distinto y hasta antipático. El complejo fue desapareciendo. Viviana, su esposa, asistente social, fue el bastón en que logro apoyarse para salir de esa absurda convalecencia.


- Me gustaría saber cuál es mi origen, el de mi apellido. Creo, pero no estoy seguro, que mis antepasados eran de una colonia inglesa. Mi abuelo era negro.


FUENTE: EL GRÁFICO

miércoles, 27 de noviembre de 2019

ENTRE LOS MÁS GRANDES

PASCUAL PEREZ, SIMPLEMENTE PASCUALITO


(Tupungato, 1926 - Buenos Aires, 1997) Boxeador argentino. Con un total de 84 victorias en 92 combates a lo largo de su carrera profesional (57 de ellas por KO), el argentino Pascual Pérez, llamado el Pequeño Toro de La Pampa, fue uno de los mejores púgiles en la categoría de peso mosca de todos los tiempos. Poseedor de un físico poderoso, basó su estilo en la rapidez y en la potente pegada de su golpe favorito, el crochet.



Fue el menor de los nueve hermanos de una familia cuyos padres se dedicaban a la recolección de la vid. Desde niño ayudó a éstos en sus tareas hasta que, al trasladarse la familia a Las Heras, población cercana a Rodeo de La Cruz, el joven Pascual comenzó a frecuentar un gimnasio que se encontraba en esta última localidad. Pronto comenzó a experimentar un interés creciente por el boxeo, lo que le hizo tomar la determinación de hacerse boxeador, a pesar de la negativa de sus padres. No obstante, su tío Juan, ex-boxeador, acabó por terminar de convencer no solamente a Pascual, sino también a sus progenitores.


Con un par escaso de centímetros por encima del metro y medio de altura y apenas 46 o 47 kilos de peso, comenzó su carrera amateur a los dieciocho años. El inicio no pudo ser más fulgurante: ganó los primeros cinco combates por KO, lo que lo llevó a una imparable ascensión hasta convertirse primero en campeón de su país, y nada menos que en campeón olímpico en los Juegos de 1948, celebrados en Londres, donde venció en la final a Spartaco Baldinelli. Su balance como aficionado se había cerrado con 125 combates ganados y un título olímpico.


La profesionalización era, pon lógica, el siguiente paso. No obstante, prefirió no rentabilizar sus posibilidades por el momento, y trabajó para el Gobierno argentino durante cuatro años. Sin embargo, las estrecheces económicas le hicieron tomar la decisión de dar el salto a la categoría profesional. Debutó el 5 de diciembre de 1952, con 26 años de edad, ante José Giorino, en Gerli, por el título de campeón argentino de peso mosca. Por esta primera victoria recibió tan sólo 150 pesos. Su irrupción en los rings profesionales argentinos fue un torbellino, hasta el punto que Juan Bishop tan sólo pudo perder a los puntos frente al joven púgil de Tupungato. En definitiva, Argentina se le había quedado pequeña.


Parecía decidido a abandonar el boxeo profesional, ya que la única manera de seguir ascendiendo era luchar por el título mundial, en esos momentos en manos del japonés Yoshio Shirai, y desde el país sudamericano era prácticamente un sueño luchar por el título con un púgil del otro lado del Pacífico. Pero pudo probar suerte gracias a que un empresario foráneo accedió a hacerse cargo del combate y del viaje de Shirai, que aceptó trasladarse a Argentina. El combate tuvo lugar el 24 de julio de 1954; Pérez, con tan sólo 20 combates como profesional, hizo una espléndida pelea y acabó forzando el empate con el púgil nipón (18 centímetros más alto que él), quien reconocería el mérito del argentino y le ofrecería la revancha.

El siguiente combate fue concertado para el 10 de noviembre de ese mismo año, pero una inoportuna otitis retrasó el evento hasta el día 24 del mismo mes. Pérez ganaría por puntos, con lo que forjó el episodio más importante de su leyenda. A partir de ese momento inició un periplo de cinco años que lo llevaría a defender nueve veces el cinturón de campeón mundial con los mejores púgiles del momento: el propio Shirai, el filipino Leo Espinoza (el 11 de enero de 1954), Óscar Suárez, el inglés Dai Dower (30 de marzo de 1957, en un solo asalto), el español Young Martín (el 2 de diciembre de 1957, en tan sólo tres asaltos), Ramón Arias (19 de abril de 1958), Dommy Ursúa (15 de diciembre de 1958), y los japoneses Sadao Yaoita (16 de enero de 1959) y Nenji Yonekura (10 de agosto de 1959).


Sería el tailandés Pone Kingpetch quien, el 16 de abril de 1960, le arrebatara el título. Este combate fue, a la postre, el que le hizo darse cuenta de que se acercaba al final de su carrera. Ya alejado de su exitosa juventud, Pérez inició su declive, que le hizo primero desistir del título mundial para continuar en su propio país un errático camino en los cuadriláteros. Incluso intentó en alguna ocasión más enfrentarse a los nuevos valores fuera de las fronteras argentinas, pero la realidad pudo con su tesón y abandonó definitivamente el circuito profesional en 1964, tras haber sido vencido por KO en dos ocasiones consecutivas.


En toda su campaña llegó a recaudar cerca de cuatrocientos mil dólares; no obstante, como suele ser desgraciadamente habitual en el mundo del boxeo, el dinero se fue como llegó, y en las últimas ocasiones en las que se batió lo hizo más por problemas económicos que por seguir demostrando su indiscutible ciencia boxística con púgiles mucho más jóvenes y en mejores condiciones físicas que él, cuando ya contaba con más de cuarenta años, como pudo ponerse en evidencia en sus combates con Efrén Torres o Eugenio Hurtado.


A pesar de ese final desdichado, pues no tuvo la suerte de abandonar su carrera en la cima del éxito (al fin y al cabo cuando estuvo en la cumbre jamás rechazó un combate), Pascual Pérez ha pasado a los anales del boxeo como el primer campeón mundial argentino. Considerado un auténtico héroe en su país, en 1995 su nombre fue incluido en el Salón de la Fama del Boxeo de Nueva York.

FUENTE: BIOGRAFIAS YVIDAS.COM

martes, 26 de noviembre de 2019

LA MAGIA EN DOS RUEDAS

FAUSTO COPPI EL GRAN CICLISTA 


El ciclista italiano Fausto Coppi falleció el 2 de enero de 1960 tras haber contraído malaria en África. La historia de un fenómeno del mundo de las dos ruedas.




El 2 de enero de 1960 falleció a los 40 años, víctima de la malaria, la primera leyenda del ciclismo: el italiano Fausto Coppi. Junto a sus colegas franceses Jacques Anquetil y Raphaël Géminiani se dirigieron a Alto Volta -actual Burkina Faso- para participar de unos critériums (competiciones no oficiales en las que participan deportistas de elite) y aprovechar el paisaje para practicar la caza. La aventura por Africa terminó con la vida del campeón del mundo de músculos de acero y pulmones inagotables, había contraído malaria. El piamontés había logrado el récord de la hora en Vigorelli, cinco Giros de Italia y dos Tours de Francia.  En total, acumuló 144 victorias en 666 carreras. Un imbatible.



De regreso a casa, Coppi es internado en el hospital porque no lograba hacer bajar la fiebre. Los médicos cometieron un error fatal, le diagnosticaron gripe y no hicieron caso al aviso de los padres de Geminiani, quien había regresado a Francia con malaria y la estaba venciendo con ayuda de quinina.




“Il campionissimo” murió en compañía de su ayudante Ettore Milano, a quien le había pedido agua incontables veces en competición. Esa madrugada, Coppi le pidió aire. Milano fue el encargado de cambiarle la bomba de oxígeno y darle el último adiós al esposo de Bruna y padre de Marina, y también de Faustino (hijo de una relación extraconyugal con Giulia Occhini, la esposa de un médico y seguidor suyo) quien nació en Buenos Aires, porque su madre temía que la justicia italiana decidiera entregárselo a su esposo legítimo.



Aquí en la Argentina, Coppi participó de los Seis Días en Bicicleta de 1958, que se organizó en el Luna Park. Acompañado del notable Jorge Batiz, el italiano giró en el Anillo Embrujado y ganó para el delirio de los espectadores locales.




Hoy, a 59 años de su partida, el mundo del deporte le rinde homenaje.




Alejandra Altamirano Halle



FUENTE: EL GRÁFICO

lunes, 25 de noviembre de 2019

"EL CHANGO" QUE ATAJABA PENALES

FUE EN 1971 EL DIA QUE "EL CHANGO" CÁRDENAS ATAJÓ UN PENAL


Car­los Bian­chi hu­mi­lla­ba en la ta­bla de go­lea­do­res: 26 tan­tos en 26 par­ti­dos. Era 1971 y el es­cri­ba­no Pra­to Murphy ini­cia­ba su ex­ten­sa ca­rre­ra no­ta­rial te­le­vi­si­va por­que ese año na­ció Fe­liz Do­min­go. Y el do­min­go 22 de agos­to fue muy fe­liz pa­ra el Chan­go Cár­de­nas. Ra­cing via­jó a Ro­sa­rio pa­ra en­fren­tar a un Cen­tral sin as­pi­ra­cio­nes. De to­das ma­ne­ras, hu­bo mu­cho pú­bli­co al que lo­gra­ron en­tre­te­ner, a pe­sar de que el pri­mer tiem­po ter­mi­nó sin go­les. Des­can­so, Co­ca y cho­ri, vuel­ven los equi­pos, mue­ve Bó­ve­da y em­pie­za el se­gun­do. Tres mi­nu­tos y gol de La­mel­za. Me­dio Ro­sa­rio se la­men­ta y me­dio Ave­lla­ne­da fes­te­ja. La pe­lo­ti­ta va y vie­ne, has­ta que a los 10’ J. J. Be­ní­tez vuel­ve a su­pe­rar a Bia­sut­to. Dos a ce­ro. Wolf lo mira a Squeo y se aga­rra la ca­be­za: es el peor re­sul­ta­do. Tres mi­nu­tos más tar­de Poy achi­ca la di­fe­ren­cia. ¡Des­pués di­cen que Qui­que exa­ge­ra!


Los ro­sa­ri­nos em­pu­jan. Aca­ba de en­trar Ba­to­clet­ti, a los 28’, y hay pe­nal pa­ra Cen­tral. Aco­mo­da Lan­duc­ci y se aga­za­pa Gui­bau­do. ¿Gol? No. ¿Ata­jó? Sí, pe­ro no. Por­que el ár­bi­tro di­ce que el ar­que­ro se ade­lan­tó y hay que vol­ver a pa­tear. Y es un re­play en vi­vo: Gui­bau­do vuel­ve a ata­jar­lo, Nit­ti vuel­ve a co­brar ar­que­ro ade­lan­ta­do y lo ex­pul­sa. Al Chan­go Cár­de­nas le lle­gó su tur­no: “Le pe­dí la ca­mi­se­ta a Gi­bau­do y me lle­ga­ba has­ta las ro­di­llas. Wolf me pre­gun­tó si iba a usar los guan­tes, pe­ro no qui­se. La­mel­za se reía por­que le pa­re­cía ri­dí­cu­lo ver un ar­que­ro sin guan­tes ni go­rra”, re­cuer­da el Chan­go.

Lan­duc­ci pre­fi­rió no ha­cer la Gran Pa­ler­mo y le ce­dió su lu­gar al otro chan­go, Gra­ma­jo. Era un due­lo de san­tia­gue­ños a la ho­ra de la sies­ta.

“Yo lo ha­bía es­tu­dia­do a Gra­ma­jo, en los par­ti­do por te­le, y sa­bía que pa­tea­ba a la iz­quier­da”, ase­gu­ra Cár­de­nas. No se equi­vo­có. Pe­ro el ar­que­ro mu­let­to se fue tan­to a la iz­quier­da, que ca­si se le me­te por el me­dio. Ca­si. Por­que la ma­no­teó con la de­re­cha y Cha­bay la en­vió a co­no­cer la es­tra­tos­fe­ra. El ver­du­go del Cel­tic se la ban­có has­ta el fi­nal y Ra­cing ga­nó 2 a 1.


Texto de Daniel Balmaceda (2001).

FUENTE: EL GRAFICO

viernes, 22 de noviembre de 2019

¿HINCHA O FANÁTICO?

UN MAESTRO EDUARDO GALEANO 

Galeano para leer con atención:


¿Hincha o fanático? Por Eduardo Galeano



Una vez por semana, el hincha huye de su casa y acude al estadio.

Flamean las banderas, suenan las matracas, los cohetes, los tambores, llueven las serpentinas y el papel picado: la ciudad desaparece, la rutina se olvida, sólo existe el templo. En este espacio sagrado, la única religión que no tiene ateos exhibe a sus divinidades. Aunque el hincha puede contemplar el milagro, más cómodamente, en la pantalla de la tele, prefiere emprender la peregrinación hacia este lugar donde puede ver en carne y hueso a sus ángeles batiéndose a duelo contra los demonios de turno.


Aquí, el hincha agita el pañuelo, traga saliva, Glup, traga veneno, se come la gorra, susurra plegarias y maldiciones y de pronto se rompe la garganta en una ovación y salta como pulga abrazando al desconocido que grita el gol a su lado. Mientras dura la misa pagana, el hincha es muchos. Con miles de devotos comparte la certeza de que somos los mejores, todos los árbitros están vendidos, todos los rivales son tramposos.


Rara vez el hincha dice: “Hoy juega mi club”. Más bien dice: “Hoy jugamos nosotros”. Bien sabe este jugador número doce que es él quien sopla los vientos de fervor que empujan la pelota cuando ella se duerme, como bien saben los otros once jugadores que jugar sin hinchada es como bailar sin música.


Cuando el partido concluye, el hincha, que no se ha movido de la tribuna, celebra su victoria, qué goleada les hicimos qué paliza les dimos, o llora su derrota, otra vez nos estafaron, juez ladrón. Y entonces el sol se va y el hincha se va. Caen las sombras sobre el estadio que se vacía. En las gradas de cemento arden, aquí y allá, algunas hogueras de fuego audaz, mientras se van apagando las luces y las voces. El estadio se queda solo y también el hincha regresa a su soledad, yo que ha sido nosotros: el hincha se aleja, se dispersa, se pierde, y el domingo es melancólico como un miércoles de ceniza después de la muerte del carnaval.


El fanático es el hincha en el manicomio. La manía de negar la evidencia ha terminado por echar a pique a la razón y a cuanta cosa se le parezca, y a la deriva navegan los restos del naufragio en estas aguas hirvientes, siempre alborotadas por la furia sin tregua.


El fanático llega al estadio envuelto en la bandera del club, la cara pintada con los colores de la adorada camiseta, erizado de objetos estridentes y contundentes, y ya por el camino viene armando mucho ruido y mucho lío. Nunca viene solo. Metido en la barra brava, peligroso ciempiés, el humillado se hace humillante y da miedo el miedoso. La omnipotencia del domingo conjura la vida obediente del resto de la semana, la cama sin deseo, el empleo sin vocación o el ningún empleo: liberado por un día, el fanático tiene mucho que vengar.


En estado de epilepsia mira el partido, pero no lo vi. Lo suyo es la tribuna. Ahí está su campo de batalla. La sola existencia del hincha de otro club constituye una provocación inadmisible. El Bien no es violento pero el Mal lo obliga. El enemigo, siempre culpable, merece que le retuerzan el pescuezo. El fanático no puede distraerse, porque el enemigo acecha por todas partes. También está dentro del espectador callado, que en cualquier momento puede llegar a opinar que el rival está jugando correctamente, y entonces tendrá su merecido.


Del libro “El fútbol a sol y sombra”.

jueves, 21 de noviembre de 2019

CARLOS ALBERTO DE MARTA

EL "MUDO" QUE INSULTÓ AL ÁRBITRO

El 8 de noviembre de 1972, por el torneo argentino, Huracán superaba como local a Estudiantes de La Plata 2 a 0. Los “pinchas” pugnaban por el empate, y, poco antes del final del primer tiempo, el árbitro Washington Mateo cobró un penal para los visitantes. Sin embargo, a instancias de uno de los jueces de línea, Mateo se retractó y marcó un tiro libre para Huracán.




La decisión disgustó a los jugadores albirrojos, que desaprobaron el cambio con enérgicos gestos y términos soeces dirigidos hacia el hombre de negro.



En medio del revuelo, el referí sacó su tarjeta roja y se la mostró al volante central Carlos Alberto de Marta, de quien creyó haber escuchado un claro y grosero insulto.




El match prosiguió y Huracán, con la diferencia numérica a su favor, se impuso por 5 a 1.




Mateo elevó su informe y una semana después De Marta fue citado a declarar por el Tribunal de Disciplina. El jugador se presentó en la sede de la entidad y, un día después, lo que pudo haber sido una dura sanción se diluyó en una simple amonestación.




¿Por qué? El tribunal consideró que De Marta difícilmente pudo articular una injuria claramente audible por Mateo, no solo por el bochinche que imperaba en ese momento en el estadio, sino porque el volante era sordomudo de nacimiento.



Fuente: Soho.co

miércoles, 20 de noviembre de 2019

UNO DE LOS GRANDES EQUIPOS

"LOS ALBAÑILES DE LANÚS"


 Con el descenso a cuestas, y la nostalgia de no ser el equipo que alguna vez fue, el Club Atlético Lanús encara el año 1962 en Primera B. La premisa era ascender lo antes posible.




El antecedente del equipo en el ascenso era más que favorable para pensar en recuperar los sábados la gloria perdida los domingos. Pero la decepción del ’56 parece haber calado más que hondo en el espíritu del primer equipo, que para esa época ya contaba con muy pocos jugadores participantes de aquel equipo (el subcampeonato logrado fue histórico para la el club, sin embargo la mayoría de los simpatizantes resultaron decepcionados por no haber alcanzado ese título).




Ese año realiza una campaña por demás irregular en el torneo de ascenso. Las heridas de los hinchas quizás para esa época hayan cicatrizado, pero el equipo seguía sin encontrar la senda victoriosa de años anteriores, y para mal de males, lo sufría jugando en la Primera B.




El campeonato de 1963 no ofreció muchos más cambios en el panorama del club. Una campaña similar a la del año anterior dejó a los hinchas el sabor amargo de seguir jugando en una categoría que por trayectoria, al joven club no le correspondía. Como nota destacable, se puede decir que en la fecha 17 de este torneo, debuta en la primera de Lanús un centrodelantero de nacionalidad paraguaya llamado Bernardo Acosta. En un futuro no muy lejano, se transformaría en uno de los encargados en devolverle la alegría a toda una ciudad.




En 1964 Lanús trataría de lograr lo que le fue imposible en los dos años anteriores: volver a la Primera A. Llega a prueba al club un delantero libre de Estudiantes de La Plata, de apellido De Mario. En una de las pruebas en un amistoso frente al Quilmes Athletic Club, el delantero tuvo una muy buena performance que llamó la atención de los dirigentes quilmeños. 





Los dirigentes de Lanús para asegurarse el pase del delantero, le hicieron firmar a este en una servilleta de papel, las bases de su contratación. Así, Lanús ya se había asegurado un refuerzo. Otras de las incorporaciones fue un joven proveniente de la división reserva de Chacarita Juniors, llamado Manuel Silva. Con estos dos nombres, más el del joven Bernardo Acosta, Lanús había formado la delantera base del equipo que conquistaría meses más tarde el segundo título en la era profesional: el Campeonato Primera B 1964.



FUENTE: LANUS.COM.AR

martes, 19 de noviembre de 2019

UN WING CON MUCHO DESBORDE Y GOL

LA "ARAÑA" AMUCHASTEGUI "DE LOS QUE HOY NO ABUNDAN"


LA ARAÑA AMUCHASTEGUI Un Wing derecho de verdad.



Luis AMUCHASTEGUI nació el 12 de diciembre de 1960.
Jugaba en el Colegio San Antonio al baby fútbol. Salió dos años goleador. Y despertó el interes del Racing Cordobés.

Empezo en las inferiores y a los 17 años debuto en primera.

Época de grandes sacrificios. Porque vivía en San Vicente y todos los días tenía que ir a Nueva Italia. Una familia de bajos recursos. Continuos viajes en una bicicleta prestada.

Debutó en la cancha de Instituto. En un partido ante Deportivo Roca de Río Negro. El técnico era el Coco Basile. Aunque el debut oficial fue en el 78 en cancha de Unión San Vicente. Un partido que Racing de Córdoba ganó 2-1 a Lavalle. Hizo los dos goles.

Ese Racing Cordobés marcó una época. Eran todos chicos de abajo. Que se conocían de las inferiores. Fue la sensación del fútbol del interior. No salió campeón pero su juego causó admiración. Tenía grandes futbolistas. El Pato Gasparini Atilio Oyola Pascual Noriega y obviamente el Araña.

Un juego ofensivo vistoso y desequilibrante. Salió subcampeón del Nacional del 80. Su historia comenzó en 1978. Salió segundo de la Liga Cordobesa. Detrás del gran Talleres. Que tenía un equipo impre
sionante. Comenzó su historia grande con su padre futbolístico. El Coco Basile.

La final con Central . Nacional del 80.

Los cordobeses iban confiados. Le habían ganado en la zona previa. Y además le habían ganado en la semifinal a un gran Independiente. Partidos inolvidables. Donde la Araña fue figura descollante. Los dirigidos por Basile ganaron 5-1 en Córdoba.  AMUCHASTEGUI convirtió un gol antológico. Arrancó por derecha, pasó el arquero. Luego se volvió y lo gambeteo otra vez. Se le pararon dos defensores en la línea. Villaverde venía corriendo y se tiró al suelo. Pero el cordobés se acomodó y marcó el gol celebrado por una multitud en el viejo Chateau Carreras.

Fue un partidazo. El Panza López lo anuló a Bochini sin ninguna patada. Salió un partido perfecto.

Un atorrante. No le importaba si jugaba ante cien mil personas como lo hizo en el Azteca o ante diez en la cancha de su barrio. Le gustaba ser atrevido tanto dentro de la cancha como afuera. Era el bromista de turno.

Una vez con Racing de Cba fueron a una gira por Corea del Sur. Le hacían chistes al Negro Ramos diciendo le que lo que comía era perro. Mentira era para hacerlo enojar. Tenían mucho tiempo y las jodas abundaban. El masajista del plantel se prendió. Después de un partido se hacía el vivo y les tocaba el culo para joder. Antes de la cena el Araña se va a dormir un poco. En eso lo llaman porque estaba llegando tarde para comer. Jaja medio dormido y cuando llega al salón el Araña ve a un tipo parado de espaldas. Creyó que era el masajista. Se quería vengar y le toca el culo. El tipo se da vuelta y no era el masajista. Era el presidente del país. No sabía como pedirle disculpas. Encima no entendía el idioma. Casi se arma un conflicto diplomático. Jajajaja

Estando en Racing de Córdoba lo viene a buscar el Valencia. En una época que no era habitual que se fueran jugadores. Estuvo cuatro días y se fue.
No podía abandonar a su familia. Tenía 20 años. Y se quiso volver. Lo fue hablar Mario Kempes y todo. El dirigente que había ido con el lo quería convencer. Le tiraba fajos de dólares en la cama para que se quedará. Y no había caso. Le daban un Mercedes un departamento. Y no quería nada. Quería volver a su Córdoba natal.
La Selección.

Antes de ir a España Bilardo lo cita para la Copa América contra Ecuador. Cuando estaban en Ezeiza trabajaban dos o tres horas las pelotas paradas. Que le gritaba No se distraiga.

En la previa a un partido con Paraguay Bilardo lo llama a la habitación. Y el Araña le dice: ” Si es para ver vídeos no quiero. Yo juego como se. Usted dígame que es lo que tengo que hacer que yo lo hago. Pero ver vídeos no” Y lo tomo bien Bilardo fue muy respetuoso.

También jugó con Menotti con Polonia en el 81. Y jugo mi bien. Pero el técnico no contó con el. Prefirió otros jugadores.

San Lorenzo.

Cuando volvió de España no quería jugar más. Un periodista lo fue a buscar a su casa. El Araña estaba pescando. Lo estaba buscando el Bambino Veira. No quería jugar más. Pero la familia lo convenció a seguir. Y fue San Lorenzo. En el año 84. Para reforzar un equipazo. Rinaldi Insua Higuain el Turco Alul Perazzo entre otros.
Que habian sallido subcampeones 83 del gran Independiente que luego fue campeón de América y el Mundo.

Pero no había esa unión que sentía en Racing de Cba. Cada uno hacía la suya. Estuvo un año y pasó a River.

River.

Había muchas figuras: Gallego, Pumpido, Ruggeri, Alonso, Francescoli, Alfaro, Morresi… Con una mentalidad ganadora extrema. Querían ganar todo, así fuera un amistoso. Creo que ése fue uno de los mejores equipos de River en los últimos 30 años. Campeones de América y el Mundo.

América de México

Llego lesionado, se recupero para las semifinales, con el Puebla, y tuvo la mala suerte de que quedaran afuera. Tenía otro año de contrato, pero cometio el error de volverse a Córdoba. De eso sí se arrepintio porque la gente en México era espectacular y uno no tenía ningún problema. Se apuro en volver, sin dudas.

Bien cordobés

La carrera de Amuchástegui terminó rápido, después de un retorno a la Academia y de un paso por Juniors. “Me retiré entero”, asegura. Quizá, en aquel momento sintió que el fútbol ya le había dado todo.

El Araña Amuchastegui un Wing de verdad.
Fuente. Revista El Gráfico. /extraido del blog: amigosdelfutbolblog.wordpress.com

sábado, 16 de noviembre de 2019

LAS LOCURAS DEL "LOCO"

RENÉ ORLANDO "HOUSEMAN" UN PERSONAJE DE NOVELA


René Houseman escribió sus mejores historias dentro de la cancha gracias a su talento imborrable. Aunque también quedó la marca de las inolvidables anécdotas que coleccionó por su personalidad muy particular fuera del campo de juego.

El propio Loco contó alguna vez su escapada de una larga -al menos para él- concentración antes de un partido de Huracán. Menotti, su entrenador, sabía dónde encontrarlo y salió hacia una villa de emergencia.

El Flaco vio gente arremolinada alrededor de un campo de juego y encaró hacia ahí. De repente lo vio: René estaba sentado a un costado en el banco de suplentes, observando el partido.

"Houseman, ¿qué hace acá?", lo interrogó el DT, y se encontró con la respuesta propia de un genio: "¿Qué quiere que haga? Mire cómo la mueve el wing nuestro".

René aseguró, más allá de la humorada, que en realidad en los partidos en la villa iba al banco de suplentes para evitar riesgos de lesiones. Como para no quemar el puente que lo unía con el profesionalismo.

FUENTE: CLARÍN 


viernes, 15 de noviembre de 2019

UN "CARASUCIA" TAN DIVERTIDO DENTRO COMO FUERA DE LA CANCHA

HORACIO NARCISO "EL LOCO" DOVAL

“A Narciso Horacio Doval, con sus porteños 20 años recién cumplidos y su rostro de permanente expresión azorada, con dos lucecitas picarescas bailando en las pupilas, lo sacó de la Primera de San Lorenzo lo mismo que lo había llevado allí: su exceso de habilidad. La habilidad de un fútbol sin arcos y sin goles. De un fútbol lleno de travesura, de encanto… y de irresponsabilidad”. En 1965, El Gráfico advertía de las bondades del juego de Doval, pero también de ciertos vicios autodestructivos que arrastraba el Loco y que harían complicados sus primeros años en el fútbol argentino. En el Ciclón había debutado en 1962, en una derrota 4-1 contra River. Ese día, en la primera pelota que tocó, intentó gambetear, sin éxito, a Amadeo Carrizo. El murmullo de la tribuna se volvió atronador y lo dejó marcado por un buen tiempo.




Doval había nacido el 4 de enero de 1944 en Palermo y se había acercado al fútbol por rebeldía, cuando tras la muerte de su padre una asistente social recomendó su reclusión en un colegio católico de Benavídez. A los ocho años detestaba la disciplina que le imponían los curas y se fugaba con la excusa de sumarse a los picados que se improvisaban por la zona. Así logró forjar la habilidad que llamaría la atención de un delegado de San Lorenzo mientras participaba de un partido, ya con edad de Sexta División, enfrente de la embajada de Estados Unidos.





El Loco completó las inferiores en el Ciclón y, tras su complicado estreno frente a River, regresó a la Reserva. Todavía cargaba con las costumbres de los partidos de potrero. No le gustaba marcar y se diluía en jugadas intrascendentes. Dentro del área no pateaba al arco y le costaba largar la pelota. “¿Que soy morfón? Podrá ser –contó tiempo después–, pero sólo cuando los demás no se destapan. Antes que rifarla o que la pierda otro prefiero tenerla yo. Y suponiendo que haya alguien libre por detrás mío… ¡Bueno! ¿Cómo puedo saberlo? Si a mí lo que me interesa es avanzar”.





Doval superó los rechazos iniciales en una gira por México y en un partido en Guadalajara la rompió en un triunfo de San Lorenzo. Ese fue el comienzo de Los Carasucias, un equipo que en 1964 no logró títulos pero sentó las bases para la recuperación del pedigrí del fútbol local. “El apodo viene por la Selección que jugó el Sudamericano de Lima en 1957 –recordó Héctor Veira en El Gráfico de mayo de 2013-, la de Corbatta, Maschio, Angelillo y Sívori. Y en San Lorenzo surgió una generación de pibes atrevidos, también, que venían de las inferiores y jugaban muy bien: Doval, Telch, Areán, Veira y Casa. Teníamos una gran precisión y queríamos ganar, pero no estábamos preparados mentalmente para salir campeones. De repente, en un día inspirado le metíamos cuatro goles a Alemania, ¡eh! Cuando salíamos de gira, les pegábamos cada baile a los equipos más importantes que ni te cuento, pero de golpe nos íbamos del partido”.






Jugando con Los Carasucias, Doval había cambiado los silbidos por aplausos. Había mejorado en la definición y tras pasar por el puesto de wing derecho y mediocampista, ya jugaba como centrodelantero y formaba parte la Selección, con la que debutó en un amistoso frente a Chile en Santiago. Sin embargo, el 8 de octubre de 1967 el Loco quedó asociado a un confuso episodio con una azafata. En un vuelo desde Mendoza a Buenos Aires, luego de una derrota contra el San Martín cuyano, el árbitro Guillermo Nimo –que también viajaba de regreso– denunció haber visto cómo Doval posaba su mano sobre “la parte trasera” de la empleada de la aerolínea y daba una serie de golpes. El escándalo fue conocido rápidamente como “El caso de las tres palmadas” y hubo tantas versiones como protagonistas implicados. Una indicaba que fueron varios los jugadores que se sobrepasaron con la azafata, pero que el Loco decidió cargar con la responsabilidad porque sus compañeros eran casados. Otra sostenía que Doval discutió con Nimo por su flojo arbitraje en Mendoza y, tras haber sido tratado de ladrón, el juez se quiso descargar con una falsa acusación.




Cierto o no, el asunto nunca se esclareció, la azafata jamás habló públicamente y no hubo intervención alguna de la Justicia ordinaria, pero la AFA, a través de su Tribunal de Penas y por respeto a la disciplina castrense implementada por el presidente Juan Carlos Onganía, sancionó a Doval por un año. El Loco, con la suspensión a cuestas, pasó un tiempo en el Elche español, pero volvió rápidamente y fue citado por un dirigente que pensaba eximirlo de la pena: “Mire, yo lo voy a exonerar del castigo, pero debe comprometerse a hacer un retiro espiritual conmigo para poner las cosas en su lugar”, le dijo. Doval entendía que no había nada que acomodar y prescindió de la “ayuda” ofrecida. La hinchaba lo defendía con un cántico característico: “Por una loca, una p... azafata, lo suspendieron al Loco Serenata”.





En 1969 el entrenador brasileño Tim, que se había consagrado con el San Lorenzo de Los Matadores, asumió en Flamengo y los dirigentes cariocas le preguntaron cuál era el mejor futbolista del Ciclón. “El mejor es el que no jugó”, respondió, y Doval, que se había perdido la temporada por la suspensión, aterrizó en Río de Janeiro. A las pocas semanas de su arribo ya tenía un contrato con una productora de televisión para hacer tres publicidades. La rubia postal de Doval, su físico en traje de baño en las playas de Ipanema y Copacabana y la bohemia brasileña en la que el argentino encajó perfectamente, lo convirtieron en un playboy acostumbrado a adornar las revistas del corazón. Bien acompañado por las “garotas”, posaba en páginas centrales.






En Río de Janeiro, Doval se enamoró de la despreocupación del fútbol brasileño y de las libertades. Nadie les prohibía a los jugadores ir a la playa e incluso eran los mismos entrenadores los que incentivaban a sus dirigidos a bañarse en el mar para relajar los músculos. En el Fla fue goleador en 1970, pero un año después discutió con el técnico Yustrich y pidió que lo cedieran a otro equipo. No compartía que las jornadas de trabajo arrancasen a las siete de la mañana, que fuera necesario hacer cola para ir al baño o que todos los jugadores tuviesen que cortarse el pelo.




Su destino, en 1971, fue Huracán. Allí se encontró con el Bambino Veira y con Toscano Rendo, y dirigidos por Osvaldo Zubeldía no pudieron hacer una buena campaña. Doval jugó 29 partidos y convirtió 5 goles. En 1972 regresó a Flamengo.





La segunda etapa en Brasil fue más fructífera. El Loco fue goleador en 1972, 1973 y 1974 y además ganó dos veces el Campeonato Carioca (1972 y 1974) y en dos oportunidades la Copa Guanabara (1972 y 1973). Fue tal la popularidad que alcanzó que lo apodaron El Pelé blanco, un alias que luego heredó Zico, con quien conformo La dupla del pueblo. En 1972 fue protagonista de un hecho histórico cuando, tras marcar el gol de su equipo en la final estadual ante el Fluminense, el Maracaná, que estaba colmado de gente, coreó su nombre.






La magnificencia de su figura hizo que los relatores, que durante el reinado de Pelé no solían llamarlo por su nombre, sino que cuando tocaba la pelota lo llamaban “él”, empezaron a decir “el otro”, cuando quien conducía la jugada era Doval. Eran los dos únicos futbolistas de Brasil que no necesitaban nombres propios. Para entonces, el Loco ya era el Gringo para los cariocas.




En 1975 sucedió lo impensado y Doval pasó a jugar en el Fluminense. “Contratarlo siempre fue mi sueño. Yo lo veía como un jugador perfecto para el Flu, aunque ya había sido ídolo del Fla. Era tan famoso como Zico. Una cosa increíble. Era un jugador espectacular, implacable en la definición”, confesó Francisco Horta, el presidente del Flu que logró incorporar al argentino. El trato se hizo en un trueque en el que Doval, Renato y Rodrigues Neto se fueron al Fluminense y a cambio el Flamengo se quedó con Toninho, Roberto y Zé Roberto. La transferencia pasó a la historia en una canción de Jorge Benjor que se llama Troca troca -Cambio cambio en castellano-, en cuya letra habla del error imperdonable que cometió el presidente del Fla al ceder al argentino.




En el Fluminense, jugando al lado de Rivelino, Doval ganó el estadual de 1976, en el que fue goleador. Un año antes, en 1975, había sido distinguido como Ciudadano Honorario de Río de Janeiro y se había nacionalizado brasileño.






En 1979 regresó a San Lorenzo y volvió enamorado del fútbol de Brasil. “Ellos son unos fenómenos y nosotros un desastre –declaró–. Por eso hay tantos jugadores argentinos allá y ningún brasileño acá. Además, tienen muchas lecciones para darnos. En el Flamengo, por ejemplo, jugaba Brito. Brito se fue a México, volvió campeón del mundo y al día siguiente se puso a entrenar junto a todos nosotros como si recién lo hubieran puesto en Primera”.





Su segunda etapa en el Ciclón no fue buena, en consonancia con el momento que vivía el equipo, pero dejó una anécdota para la historia. “Una vez –recordaba Juan Carlos Lorenzo–, en el Hotel Argentino, tomé el ascensor con él. Paró en el primer piso y subió una mujer, extravagante, que tenía un collar de perlas muy llamativo. Doval se puso detrás de ella, le apoyó el dedo en la espalda y le dijo ‘¡Arriba las manos!’, y la mujer pegó un grito tremendo. Yo le expliqué que era un chiste, pero igual bajó y se quejó en la administración. Me llamaron, hice el descargo, pero le tuve que aplicar al Loco Doval una multa de diez mil pesos. Después bajamos a cenar. En una mesa se sentaban Veira, Doval, Casa, Areán y Carotti. Sí, era una mesa brava. La fulana también estaba cenando. Cada tanto se daba vuelta y lo miraba al Loco, que tenía una facha impresionante. En un momento, Doval le grita desde la mesa: ‘Ni me mirés, ¿eh?, que ya me saliste diez lucas’”.






Los últimos años de su carrera los pasó en Estados Unidos, donde en la incipiente NASL –predecesora de la MLS- jugó en Cleveland Cobras y New York United. Se retiró a los 37 años y se radicó en Brasil. El 12 de octubre de 1991, a la salida de un boliche en Belgrano, un infarto lo fulminó a los 47 años. Su estrella se apagó demasiado pronto, pero el mejor legado fue su vida de película.






Por Matías Rodríguez / Fotos: Archivo El Gráfico


Nota publicada en la edición de diciembre de 2015 de El Gráfico



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