domingo, 14 de abril de 2024

PERIODISTAS DE LUJO

LA HISTORIA DE UN MAESTRO: "DANTE PANZERI"

FUENTE: "EL GRAFICO"

Por Andrés Burgo

Nota publicada en la edición de julio de 2013 de El Gráfico 

Era un pelado con actitud punk, o sea alguien único en su especie. Dante Panzeri tenía una calvicie franciscana y una filosofía hardcore, la de un libertario en rebeldía contra una atmósfera futbolística que, más que rodearlo, lo ahogaba.





Parapetado desde su alopecia sin maquillaje (lo que también era una manera de exponer su transparencia, en tiempos en los que aún no se había instalado el raimiento severo de Juan Sebastián Verón, los claritos refinados de Martín Palermo o los implantes esponsorizados de Pablo Lunati), Panzeri fue un librepensador que militó por la abolición de la inmoralidad, el fútbol mal jugado y los directores técnicos: desglosaba las siglas DT como “Dan Tristeza” o “Decí Tarado”, y los trataba de “hombres de dignidad resentida” o “ladrones de azul”.

Sus artículos debían leerse con La Marsellesa de fondo. Sus palabras fueron, según el caso, barricadas o puntas de lanza. Su obra especuló menos que el vuelo de un meteorito. Eligió ser mil veces más agudo que poético. Desbarrancó más de una vez, pero no le importaba. Despotricó porque al fútbol le faltaban “dirigentes, decencia y wines”, pero su proclama quedó incompleta: también le faltaban periodistas como él. Y 44 años después de su muerte, le siguen faltando.

La publicación de una antología de sus mejores artículos (Dirigentes, decencia y wines, Editorial Sudamericana, 2013, una selección a cargo de Matías Bauso), más sendas reediciones de los libros que escribió en 1967 (Fútbol, dinámica de lo impensado, Capitán Swing, 2012, mérito de Sebastián Kohan Esquenazi) y en 1974 (Burguesía y gangsterismo en el deporte, Capital Intelectual, 2012), dejan una evidencia: para tener una visión completa de fútbol argentino es necesario repasar los escritos de Panzeri, paradójicamente el periodista más citado y menos leído. Somos los Salieris de Dante: le robamos sus textos a él.

El legado que dejó en las miles de notas y los dos libros que escribió excede su profesión e ilumina al lector promedio, al hincha de River, Boca, Racing (su club, junto a Sportivo Belgrano de San Francisco), Tristán Suárez o Altos Hornos Zapla: la misión de Panzeri gira alrededor del fútbol y la honestidad, pero ante todo es una perpetua y a veces desesperada búsqueda hacia la verdad, o al menos su verdad.

En sus textos –y en sus columnas televisivas y radiales– aparecían en primer plano la pelota, el estado de los clubes, los dirigentes, los héroes, los antihéroes, los dirigentes y el periodismo, pero el trazo de atrás era, siempre, la libertad. Ese fue su dogma. Ese fue, también, su codicilo.

La vindicación de Panzeri no implica santificarlo, o tal vez sí, pero tampoco es cuestión de suscribir sus desbordes talibanes y adherir a todos los “panzeriazos”, desde los futbolísticos, como su minoración de Garrincha en el Mundial 62’ (“No llamamos jugador cabal a Garrincha, sino que tomamos su habilidad, un factor individualmente importante en ciertas ocasiones. (…) Garrincha dejó al descubierto su fútbol negativo para un equipo, brillante acaso para el público”), hasta los políticos, como determinados guiños a las políticas deportivas del gobierno militar que derrocó a Juan Domingo Perón (era antiperonista: “A partir de 1945, el país perdió la personalidad ética y estética que lo había definido”) y su rol como interventor en la Federación de Ciclismo en 1956 (“La Revolución –en referencia a la Revolución Libertadora– que puso término a una larga noche de la vida argentina no podía prescindir del deporte entre las actividades que imponía un revisionismo (…). Limpiar al deporte de lo sucio que estaba –pero que aún está– fue consigna seguramente muy noble, muy bien intencionada y muy justificada dentro de este proceso intervencionista”). Igual, es cierto, hasta el propio Dante habría rechazado con acidez su propia canonización: “Ni el más genial de los hombres merece ser admirable porque lo que hace como cosa difícil para los demás es fácil para él. El mayor genio humano fue hasta ahora Leonardo Da Vinci, y no creo que haya sido capaz de jugar bien al fútbol, o de tejerse un pullover”.

Puntualizadas también algunas anacronías (en 1973 insistía en que lo mejor que podía hacer un técnico era “elegir lo mejor y no hablar para otra cosa que recomendarles a los futbolistas ‘jueguen como ustedes saben’ o ‘hagan lo que tienen que hacer’”), el medio de Panzeri no sólo era el mensaje. Muchas veces fue magnífico qué decía, pero siempre fue magnífico cómo decía. Si hubiera que salvar del fuego una sola de sus virtudes, primero habría que rescatar su libertad (más que su opinión en sí). No decía lo que quería, sino lo que creía, y por eso se llenó de prestigio y de enemigos. En la apoteosis de sus principios, hasta rechazó agasajos para no perder independencia.

Como si fueran aforismos, Panzeri decía de su trabajo: “Todo periodista tiene que estar preparado para perder amigos. La actividad no tiene por objetivo ganarlos”; “El periodista es y debe ser un descontento”; “Ni la popularidad ni el gustar son los objetivos de la misión periodística”; “Somos fiscales, no jueces, y debemos ser parciales a favor del bien y en contra del mal”; “Con la verdad se vende menos pero se gana más”; “Aunque siempre muy resistida, la verdad fue siempre respetada. La mentira es aplaudida, pero nunca respetada. Los periodistas tenemos que meditar cuál de los dos negocios es mejor”; “El periodismo es el cumplimiento de la obligación de enseñar a pensar a la gente”, “Yo no busco adeptos. Es más, en algún caso me molestan”; o, cuando un lector de El Gráfico escribió que su opinión debía ser más importante que la de la revista porque “el cliente siempre tiene la razón”, Panzeri se negó: “El Gráfico no es una tienda ni una fiambrería. Entre el cliente y la verdad seguimos optando por la verdad, que entendemos es la mejor manera de defender al cliente”.

No aceptaba presiones. Su libertad era más importante que su (posible) popularidad. Primero la independencia, después la fuente de trabajo. Así se fue de El Gráfico. La historia es conocida: era el director de la revista cuando, en 1962, uno de los dueños de la editorial le pidió que publicara un texto del ministro de Economía Álvaro Alsogaray. El periodista se negó, pero el empresario insistió y la columna fue publicada (un vulgar recuadro sobre el River-Boca de la fecha anterior). Panzeri se sintió desautorizado, renunció a su cargo y acordó retornar a su viejo puesto de redactor, pero enseguida surgió otra incompatibilidad: ¿ante quién pasaría a responder? ¿Quién podría estar por encima de él? “Como a la empresa se le hacía difícil ponerme bajo tutela de nuevos rectores, se me propuso una indemnización material para retirarme (…). Jamás supe si aquella publicación de Alsogaray formó parte de un plan para provocarme sabiendo de mi temperamento, pero soy un permanente agradecido de El Gráfico”, explicó en 1964.

Su último deseo fue cumplido: que Antonio Báez, ex jugador de River y Platense retirado hacía 8 años (y sin haber llegado a la tapa de la revista), fuera la portada del siguiente número.

El Gráfico fue, por amplia diferencia, el medio que más disfrutó a Panzeri (tres años como director y otros 17 como redactor). A partir de su salida pasó por varias redacciones. Se convirtió en un trotamundo. En una golondrina. Como suscribe Bauso en su libro, una antología de artículos panzerianos que debería ser obligatoria en las escuelas de periodismo deportivo, “Panzeri duró poco en la mayoría de sus trabajos”. Era indomable, sañoso, cabrón y difícil de llevar. Lo acusaban de amargo y resentido. “Y se fue quedando solo. Sin lectores, sin colegas, sin editores”, concluye Bauso.

Hasta su muerte, en 1978, pasó por Así, El Día, El Ciclón, Crónica, Ahora, Panorama, Noticias Argentinas, Análisis, Chaupinela, La Opinión, Satiricón, La Prensa, radio Colonia y los canales 7 y 11. Jamás se acobardó: “Yo no participo de la comodidad del periodismo sin opinión”, “Antes el periodista era un individuo que veía, pensaba y opinaba. Ahora oye y después repite”, o “El grueso de la opinión no tiene opinión. Nadie sabe nada. Gusta o no gusta de las cosas, y nada más”.

Sus notas rebalsaban coraje. En El Día coincidió con el Estudiantes tricampeón de América y campeón del mundo, pero Panzeri, justo en el diario de mayor circulación de La Plata, trataba al equipo de Osvaldo Zubeldía con su habitual acrimonia: “Por este camino el fútbol se muere”; “Estudiantes es la representación de la violencia para el lucro aplicada al fútbol”; “Insisto en llamarlo asociación ilícita para producir resultados lícitos” o “Es un imperio de la ilegalidad futbolística”.

Ya en la década del 70 se convirtió en el único futbolero que, como Jorge Luis Borges desde otro ambiente, criticó la realización del Mundial 78.Se enfrentó a los militares. Tampoco a ellos les temía. En septiembre de 1976 fue a la casa de Carlos Lacoste, el vicealmirante a cargo de la organización del torneo, y le explicó los motivos por los que Argentina debía rechazar el Mundial. Repetía que no éramos Suiza y que existían otras prioridades en el país: salud, vivienda y educación. “La imagen de Argentina se beneficiaría con la renuncia. Nos haría más serios”, decía. No lo consiguió, por supuesto, y murió tres meses antes del torneo, cuando había dejado de trabajar como periodista. “El periodismo ya no tenía lugar para él. Vivía de hacer cobranzas en una financiera”, develó el periodista Alejandro Wall.

Había nacido en Rosario y se crió en San Francisco, Córdoba. Fue un “self made man”: estudió hasta sexto grado y, cuando tenía 14 años, comenzó a escribir en La Voz de San Justo, el gran diario de la región. Trabajar en El Gráfico era más que un sueño: era su objetivo. Y cuando cumplió 21 años, en noviembre de 1942, lo consiguió: Enrique García, crack de la época (wing izquierdo de Racing), se lo presentó a otras dos glorias de la revista: Borocotó y Félix Frascara, quien años después lo comparó con un terremoto: “El día que Panzeri llegó a El Gráfico, ¡temblaron las paredes!”.

Durante 20 años escribió notas hermosas. Marcó a una generación. Su comentario de un amistoso entre Racing y el Santos de Pelé, en la cancha de Huracán (publicado en la edición del 4 de octubre de 1961), es formidable. No menos brillante fue una crónica de febrero de ese año, cuando pasó una tarde junto a un Bernabé Ferreyra “en la posdata de la gloria”.

La obra de Panzeri entrega decenas de apotegmas similares a “Fútbol, dinámica de lo impensado”, su frase más conocida: “La gente confunde honradez con imparcialidad y honestidad con prescindencia”; “Hemos perdido noción de lo que no se debe aunque se pueda”; “La disposición táctica de los equipos es una cuestión moral”; “Ya no quedan mejores, sólo quedan ganadores”; “El fútbol es un arte del imprevisto”; “La ley básica del fútbol es que gana el que mejor engaña”; “La Copa Corruptores de América, también conocida por el irreverente nombre de Copa Libertadores de América”; “No hay fútbol viejo o moderno, hay buen fútbol o mal fútbol” o, en el Everest de su acritud, “Los jugadores de ahora (1974) no son jugadores, son financistas. Tienen miedo de jugar. Tienen coraje para invertir. Con estos jugadores no puedo hacer amigos y es más: trato de no conocer a ninguno para sentirme mejor de salud”.

También sentía aversión por las entrevistas. “Los deportistas no tienen mucho para decir. Hablan con su cuerpo, con su performance. Nada encuentro interesante de lo que puedan decir (…) El reportaje es algo a lo que le tengo aberración”.

Era tan fundamentalista que, en el Mundial 1962, los enviados de El Gráfico a Chile (él fue uno de ellos) no realizaron ninguna entrevista, lo que implica haber desistido de hablar con Pelé, Di Stéfano, Sívori, Maschio, Puskas, Bobby Charlton, Gianni Rivera, Masopust o Yashin.

Para combatir la violencia propuso “la Cruzada honoraria de la decencia”: los hinchas debían delatar a quiénes cometieran desmanes, pero fracasó. No consideraba deporte al boxeo ni al automovilismo. Cuando fue director en La Prensa, al primero lo denominaba “Homicidio legalizado” y al otro, “actividad industrial”.


Tenía una lista prolífica de gente a la que despreciaba (Zubeldía, Carlos Bilardo, Alberto Jacinto Armando, Antonio Liberti, Rafael Aragón Cabrera, Juan Carlos Lorenzo y José María Muñoz, entre muchos otros) y una pequeña a la que admiraba: Pelé, José Amalfitani y Roberto De Vicenzo.

A la pelada de Panzeri sólo le falta convertirse en un icono pop.

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