jueves, 29 de agosto de 2019

JOSE FRANCISCO SANFILIPPO

"EL NENE DEL GOL":

(La Controvertida Historia del Jugador más Amado por los Hinchas de San Lorenzo)

José Francisco Sanfilippo es sin duda el máximo ídolo que generó San Lorenzo de Almagro. Resulta el mayor goleador de toda su historia, con 192 tantos obtenidos en 232 partidos, lo que lo ubica como el quinto mejor cañonero del fútbol argentino (226 marcas en 330 cotejos). Resultados que en buena parte debe, como él mismo lo reconoce, al legendario René Pontoni, que lo siguió y ayudó a mejorar su propia capacidad cuando jugaba en las inferiores del club.

Fue campeón con el Ciclón en 1959 y dos veces en 1972 (Metropolitano y Nacional), además de goleador absoluto de Primera División en cuatro temporadas consecutivas, o sea en 1958 (28 tantos), 1959 (31), 1960 (34) y 1961 (26). Menos satisfacciones le dio la selección argentina, con la que tuvo apariciones esporádicas en el Sudamericano de 1957 jugado en Perú. El año sucesivo integró aquel equipo que sufrió en Suecia una humillante eliminación con el 6-1 que le propinó Checoslovaquia. Con la celeste y blanca su máxima performance la tuvo en 1960, cuando en el Monumental le hizo dos golazos a España, acreditando un triunfo que sirvió para levantar la autoestima del fútbol argentino, que estaba por el suelo.

En San Lorenzo, cuyas filas integró entre 1953 y 1962, más un breve retorno en 1972, hizo goles de todos los colores, muchos de ellos pertenecientes a la leyenda del club. Por ejemplo, el “Nene” -como los hinchas lo llamaban- fue autor del que es, con toda probabilidad, el gol más fulminante del fútbol mundial, ya que su concreción en 1962 contra Boca Juniors en el viejo Gasómetro se materializó apenas 10 segundos después del silbato inicial. Y lo más increíble es que en el túnel, antes de salir ambos equipos a la cancha, se lo había pronosticado a Antonio Roma, el arquero de Boca que era su amigo. “Hoy te hago dos y el primero de movida nomás”, le adelantó Sanfilippo.


Y Roma, sacando pecho como era su costumbre, le contestó sobrador: “Pero qué vas a hacer, fanfarrón, si te acercás por el área me tiro encima tuyo y te aplasto como una cucaracha”.


Sanfilippo había instruído debidamente a Elvio Capdevila, un chico de las inferiores que debutaBA aquel domingo: “Cuando mueva la pelota Coco Rossi y te la entregue, yo ya habré picado como un loco dentro de la defensa de Boca, vos tirála larga, a espaldas 
de Orlando pero sin superar la línea del área grande, del resto me encargo yo”. Capdevila asintió: “Tranquilo, José, así lo voy a hacer”. Sonó el silbato, Capdevila mandó el pelotazo aéreo que le salió apenas un poco retrasado. Sanfilippo se dio cuenta que no podía recibirla para hacer el mano a mano con Roma, que estaba saliendo desesperado, y entonces apeló a un lujo afrodisíaco: conectó la pelota con el taco del pie derecho y la hizo pasar sobre el arquero de Boca, rumbo a la red. Fue la obra de arte cumbre de aquel pequeño y astuto delantero que rondaba siempre el área rival con aire distraído, como el zorro se pasea delante del gallinero. Apenas alguno se descuidaba ahí estaba el petiso Sanfilippo para cobrar el cheque en la ventanilla del arco. Y para correr a recibir el abrazo de los otros cuatro integrantes de aquel ataque de lujo, o sea Facundo, Ruiz, Omar Higinio García y Boggio.

Los libros de psicología dicen que el exceso de personalidad marca la diferencia entre un líder y una caricatura, entre un chiflado de comedia y un exaltado de película policial. ¿Puede esto aplicarse a Sanfilippo? Sus genialidades en la cancha, ejecutor inigualable del difícil y espinoso oficio de hacer goles, no bastan para hacer olvidar los aspectos negativos de su identidad, jalonados por exteriorizaciones de un carácter polémico hasta la exageración, incluso violento, que lo llevó a estar en permanente y grotesca situación conflictiva con dirigentes, técnicos y compañeros. Acentuó estas asperezas cuando, concluído su ciclo decenal en San Lorenzo, pasó a otros clubes. Su divismo, tan caprichoso como fútil y veleidoso, le creó enemigos por todos lados y lo empujó a convencerse de que era la víctima propiciatoria de viles conjuras. Y se convirtió así en un personaje mal querido y peor soportado en todos los clubes para los que jugó.


Ya le habían tomado el tiempo los integrantes de aquella selección de Argentina que en 1957 dictó cátedra en Lima, cuando fue suplente de Enrique Omar Sívori y jugó poco (un gol a Colombia en el cotejo de cierre). Ahí había pesados de verdad, como Pipo Rossi, Pedro Dellacha y el mismo Sívori,  que lo redujeron a un total aislamiento. Anda por ahí dando vuelta una fotografía que lo muestra vestido con el buzo de la selección y el ojo derecho en compota. Nunca se supo quién se lo puso así.

Odiosa fue su actitud cuando en 1958 Argentina volvió goleada y degradada del Mundial de Suecia. Sanfilippo, que no jugó ningún partido, trató de salvarse revelando penosos entretelones internos sobre la convivencia del grupo y echándole la culpa de la catástrofe a Guillermo Stábile, el anciano director técnico, a quien acusó de que la formación se la hacían los periodistas. Dijo de regreso a Buenos Aires: “A mí no me hizo jugar porque me tiene celos, sabía que si hacía goles lo superaría como goleador en la selección, yo tengo 20 años y una velocidad y un pique tremendos, pero llamó a (Angel) Labruna, que tiene 40 y es ya un paquete”.
De San Lorenzo, en 1962, se fue después de un áspero y avinagrado conflicto con los dirigentes. Había hecho una virulenta declaración, acusándolos de que el club no tenía organización deportiva. No estaba equivocado, pues el equipo había estado siete partidos sin director técnico. Lo suspendieron por dos fechas, las últimas del torneo.



Y Sanfilippo no pudo concretar el récord de ser el goleador absoluto por quinto año consecutivo (quedó empantanado en 24 redes y Luis Artime lo superó por uno). El “Nene” tiene su interpretación: “La verdad es que no me querían pagar un premio especial que, para el caso de ser de nuevo goleador, habíamos pactado antes del inicio del certamen, por eso me sancionaron”.


Y fue así que, peleado con San Lorenzo, pasó a Boca Juniors, cuyo presidente Alberto J. Armando pagó por su transferencia la suma récord de 25 millones de pesos. Desde su arribo para la temporada 1963 no tuvo una convivencia fácil con Adolfo Pedernera, que era el director técnico de Boca, y con su alterno, Aristóbulo Deambrosi. Era titular fijo como centrodelantero el brasileño Paulo Valentim, ídolo del Jugador Número 12. Pedernera -a quien Sanfilippo le cayó antipático de entrada- lo retrogradó de su rol de atacante de punta al de enganche armador, lejos del arco rival. Allí estableció una buena sociedad con el Beto Menéndez, pero su cuota de goles disminuyó netamente:


solo 7 realizaciones. A pesar de ello, dio una contribución importante para que Boca se clasificara para la final de la Copa Libertadores contra el Santos de Pelé. El equipo brasileño había ganado por 3-2 a la ida jugada en Río (los dos goles boquenses fueron de Sanfilippo) y al retorno, en la cancha de Boca, bastaba un 1-0 para obtener por primera vez la Copa para un club argentino. Y el “Nene”, confirmando su grandeza como goleador, apenas iniciado el segundo tiempo le marcó a Gilmar. Pero después dos goles del Santos en dos minutos transformaron la fiesta en velorio. Algo quedó fuera de discusión en aquella noche aciega de la Bombonera: Sanfilippo, pese a su incomodidad táctica, había hecho lo suyo, había redondeado en la Copa un botín encominable, con un total de 7 goles.


Su óptimo rendimiento como realizador, su especialidad, lo indujo a tomar una decisión irreversible. En 1964 no jugaría sino como atacante, a lo sumo como segunda punta con  Valentim. Estaba dispuesto, defendiendo esa posición, a oponerse al binomio Pedernera-Deambrosi. La ocasión se presentó en la Copa Newbery, un torneo amistoso con la participación de seis equipos. En el primer partido, contra Vélez Sársfield, quedó en el banco de suplentes. Y en el segundo, contra San Lorenzo, cuando faltaban cinco o seis minutos para terminar el primer tiempo y estaban 0-0, Deambrosi le ordenó que iniciase el calentamiento. Obviamente, pensó Sanfilippo, era para entrar antes que la etapa finalizase, ya que el reglamento era claro: terminado el primer tiempo, no se podían hacer más cambios. Pasaban los minutos y Deambrosi no ordenaba el cambio. Seguramente, el “Nene” se sintió humillado como nunca cuando escuchó el silbato de cierre de la etapa y los jugadores empezaron a dirigirse hacia el túnel de los vestuarios, a tomarse un té caliente.


La caravana boquense era cerrada por Deambrosi, que ni se imaginó la furia que le estaba cayendo encima. Sanfilippo lo alcanzó como una tromba, le tocó el hombro y, cuando el técnico se dio vuelta, le acomodó un tremendo cross en la mandíbula que hasta Carlos Monzón habría envidiado, mientras le gritaba “A mí nadie me toma por boludo, contále a tus nietos la piña que te pegó el grande Sanfilippo” (su versión es que antes de agredirlo le preguntó por qué lo trataba asi y el técnico le contestó: “Acá hacemos lo que queremos”). Pero Sanfilippo no se dio por conforme. Y volviendo sobre sus pasos desde el círculo central  se dirigió a Pedernera, que seguía el partido desde una platea baja, con un insulto que oyó media Bombonera: “Salí de la sombra, hijo de puta, da la cara”. Al fin, dos ex compañeros del Ciclón lograron llevárselo al túnel ubicado debajo de una de las cabeceras del estadio.
Esa noche, sin reunión de Comisión Directiva ni nada, Armando lo vendió a Nacional de Montevideo. Lo hizo con la muerte en el alma, pues seguía convencido de que Sanfilippo, durante años, le daría a Boca una enormidad de satisfacciones. Pero no podía hacer otra cosa, más después que todo el plantel, con el brasileño Orlando a la cabeza, se solidarizara con Deambrosi. Es que lo de Sanfilippo había sido demasiado. Una barbaridad. Una verdadera salvajada.


Su permanencia en Nacional, donde estuvo un año y dos meses, no fue menos apacible. Fue recibido como una estrella en un club que aspiraba a ganar la edición 1964 de la Copa Libertadores, para lo que era fuerte candidato tras clasificar para las semifinales, sobre todo por su granítica defensa. El presidente era Pons Echeverry y el técnico el brasileño Zezé Moreira. Sanfilippo fue enseguida adscripto a la delegación que salió en gira por Europa y que sobre 13 partidos perdió solo uno, contra Dinamo de Moscú, con 43 grados bajo cero. Y, como no podía ser de otro modo, se hizo notar, marcando varios goles pero también entrando en conflicto con algunos compañeros, en especial con el capitán Jorge Manicera.


Nacional, de regreso, le ganó a Colo Colo ambas semifinales de la Libertadores y se clasificó para definir el certamen con Independiente. Pero en el retorno del 1 de agosto en el Centenario el “Nene” marcó ausencia contra los chilenos, pues unos días antes jugó un amistoso con Vasco da Gama y allí el zaguero brasileño Fontana le fracturó la tibia y el peroné. Explicaría Sanfilippo: “El presidente no debió autorizar ese partido y el técnico Moreira me mandó a quebrar porque estaba celoso de mí, Nacional había salido campeón el año anterior por su gran defensa y lo elogiaban a él por eso, después llegué yo, empecé a hacer goles y me convertí en el centro de atención, esa noche que me quebré no fue siquiera a verme al sanatorio”. Y agregó: “Fontana me vino a visitar y no le permití entrar en la pieza, lo eché a puteada limpia”. Independiente ganó las dos finales y, aún hoy, 
 Sanfilippo está segurísimo de que, con él en la cancha, el campeón habría sido Nacional.


Estuvo parado un año y dos meses y en 1965, cuando estaba recuperado, entró en conflicto con la dirigencia de Nacional, por un problema de dinero, que culminó con su alejamiento. Dejó como botín 21 goles en 25 presencias. Más un montón de anécdotas. Antes de un clásico Nacional-Peñarol, el arquero Ladislao Mazurkiewicz había declarado que si el “Nene” le hacía un gol se haría cura. A Sanfilippo le bastaron pocos minutos para marcárselo. Al día siguiente, en varios diarios aparecieron avisos de lugares donde se vendían sotanas. Para peor, fue a festejar, en abierta provocación, bajo la tribuna del Centenario donde estaban los hinchas de Peñarol. Se le vinieron encima Mazurkiewicz, el técnico Roque Máspoli, que lo sirvió con flor de trompada, y varios policías fanas aurinegros. El único que lo ayudó en el aguante de tantas manos voladoras fue su compañero Héctor Silva.


Volvió a la Argentina y jugó dos años en Bánfield (1966-67), marcando 19 redes. Se fue después a Brasil donde vistió las casacas de Bangú y Bahía, para regresar en 1972 a San Lorenzo, donde a casi 38 años de edad se clasificó bicampeón (Metropolitano y Nacional) con aquel equipazo que dirigía el Toto Lorenzo y que integraban, entre otros, Jorge Olguín, Cacho Heredia, Victorio Cocco, la Oveja Telch, el Lobo Fischer y Rubén Ayala. Sanfilippo aportó 8 tantos en 28 presencias. Tras aquella experiencia triunfal decidió retirarse, pero en 1978 cedió a la tentación de un breve y anónimo retorno. Fue en el club San Miguel, flamante inscripto en Primera D y cuyo técnico era su amigo y ex compañero Coco Rossi. En un gesto de innegable grandeza,  Aceptó la invitación y debutó contra Ituzaingó, anotando un gol. Pero no repitió y prefirió dejar, ahora de manera definitiva. Tenía 42 años.

Antes había probado suerte como director técnico, haciéndose cargo sin mucha suerte del primer equipo de Vélez Sársfield. Pero en ese rol tuvo corta vida, ya que su mal carácter lo traicionó una vez más. Cuando era entrenador de Deportivo Español, el árbitro Coradina lo expulsó y Sanfilippo lo sentó de una trompada. Ahí terminó su nueva carrera.

Era tal vez inevitable que, con semejante curriculum a cuestas, tanto en el bien como en el mal, en sus incursiones televisivas como opinólogo-showman, se transformase en un peligroso tirabombas mediático, una especie de loco malo capaz de cualquier exceso verbal en cuyos pliegues muchas veces, hay que reconocerlo, solía incluir verdades que otros colegas no se animaban a decir.


De Maradona afirmó que tiene una sola neurona y que, de solo verlo, se pone nervioso. Lo detesta (juicio por difamación de por medio) desde que Diego lo tildó de vendepatria por haber sostenido que Pelé fue más grande que él. Tiene la actitud opuesta con Lionel Messi, al que le pide que sea menos generoso, más egoísta cuando se trata de definir. Equipara a ambos en habilidad, pero como goleador se inclina por Messi. Y, lo que no es poco, lo considera mejor que él.


Si le preguntan cuáles fueron el mejor y el peor director técnico que tuvo responde: “El Toto Lorenzo”. El peor fue el de 1961. ¿Un ejemplo? Cuando San Lorenzo estaba por enfrentar a Lanús, le indicó que se debía ocupar de obstaculizar a Héctor Guidi, el 5 granate, e impedir sus pelotazos para los delanteros, que eran de una rara precisión. Sanfilippo le contestó: “Usted está loco, en Lanús desde hace dos meses no duermen pensando cómo marcar a Sanfilippo y Usted me viene con esta pelotudez, olvídese”. Terminó 4-2 y el “Nene” hizo tres goles. ¿El mejor? El de 1972, porque en su opinión Lorenzo armó “un equipo compacto, esquematizado, casi cibernético, que primero se aseguraba el resultado y después daba espectáculo”.
No es un tipo que deja traslucir emociones ni llora por la leche derramada. Pero le dolió cuando el 5 de mayo del año pasado cumplió 80 años y, entre tantos llamados telefónicos de felicitación, faltó el de la dirigencia de San Lorenzo. Ya instruyó a su esposa para que, si en su velorio aparece enviada por la comisión una corona del club del que sigue siendo ídolo indiscutido, la tire a la basura.

Bruno Passarelli/FUENTE: FUTBOLFIERROSYTANGOS.WORDPRESS






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