viernes, 16 de agosto de 2019

UN MUNDO MÁGICO

EL DE LOS RELATORES 

De chicos armábamos equipos con botones de distintos tamaños, en canchas improvisadas en el suelo o en la mesa del living. A cada botón le adjudicábamos vida propia, con un nombre o un apodo. Esos seres irreales se transformaban en goleadores o estrellas en un santiamén. Sus proezas eran elevadas hasta lo más alto gritando gooooooooool.
La fantasía continuó en la cancha de papi fútbol: siempre alguien se animaba a contar con voz engolada nuestros picados de cinco contra cinco. Era tan divertido como desconcertante jugar con el Negro Macía que, mientras tiraba un centro, lo contaba a los gritos, como si estuviera en la cabina.
Así empecé a vislumbrar la importancia de la voz y el relato en el deporte. La historia se prolongó hasta los primeros años después de terminar la secundaria. Fueron tiempos de idilio radial. Con menos de veinte años, a través de Rulo Dietrich –un ex jugador que administraba la cancha de papi fútbol donde nos juntábamos con mis amigos–, me infiltré en las bambalinas del mundo mágico de las cabinas y trabajé con Jorge Bullrich, una leyenda del fútbol del ascenso.
Cuando su productor me entregó el primer destino sentí otra vez, como cuando era chico, el llamado de la voz sagrada. "Te tocó Estudiantes–Argentino. Vas a Caseros." En la estación Santos Lugares me sobresalté con su llamado al celular.
–Dale con un panorama –ordenó algo nervioso.
–Todavía no llegué.
–¡Qué importa! ¡Decí algo, viejo!
Mi debut fue un salto al vacío. "Vamos con las formaciones", propuso Bullrich para darme pie desde Chacarita. Informé que los entrenadores se negaban a confirmarlas, algo que lo desconcertó tratándose de un duelo sin ninguna importancia. "Misterio en Caseros", cerró mi descripción hermética.
La venganza favorita de los relatores es la admonición simulada. Lento el mediocampo; no devuelve la pared; la tiró corta; lugares comunes que invitan a corregirse como el juego. Bullrich sintetizó mi tarea reclamando el hormigonado de las tribunas destartaladas de Chacarita: "¡Flojos los tablones del estadio funebrero!".
La sensación de tener los días contados como relator me transformó en un curioso de ese trabajo que me resultaba tan extraño como fascinante: convertirse en narrador del presente, darle sentido. Iba a cualquier cancha y, como un barrabrava de la platea, le daba la espalda al juego para atender qué hacían los relatores en sus cabinas.
Son como sacerdotes dando una misa. Una voz que avanza creando una realidad en directo. Incluso los goles gozan de un aire fantasmal hasta que ellos los gritan. Ahí está, peligro de gol, tá-tá-tá, tá, viene, viene, viene, advierten la inminencia del gol, las huellas que nos guían a ese destino.
Como los jugadores, existen lentos y rápidos. La primera lista estaba integrada por José María Muñoz, el propio Bullrich, Yiyo Arangio y Carlos Parnisari. En la televisión también había varios: Horacio Aiello, Carlos Aznagui, Fernando Niembro (sí, antes de comentar), Oscar Gañete Blasco y Mauro Viale eran relatores que decían lo justo y necesario.
Las voces (y los ritmos) también cambian con los tiempos, y el vértigo pasó a ser la constante. El cambio de eras se dio con la llegada de Víctor Hugo Morales a la radio, en 1981. Desde ese momento giró un nuevo paradigma a partir de su velocidad para encadenar palabras. Detrás de esa pole position venía otro Morales, Juan Carlos, que trabajó con Muñoz en Rivadavia, Alejandro Fantino, Osvaldo Wehbe, Walter Saavedra (el relator poeta), Mariano Closs y Atilio Costa Febre, estos dos últimos influidos por el trabajo del uruguayo (el primero trabajó en sus transmisiones y el segundo lo escuchaba de chico por radio Oriental), con fuerzas suficientes e ingenio personal para apoderarse de su herencia.
El deslizamiento de palabras sin tropezar y las hipérboles desmedidas fueron las novedades que introdujo Víctor Hugo. Aunque en el partido que mejor condensa su trabajo, el gol de Diego a los ingleses en el Mundial 86, famoso por su emoción a flor de piel, tropiece con una sopa de letras anunciando un pase a Burruchaga que, como se vio, Diego nunca hizo.
La escena del gol lo shockeó y no es para menos, relatar el mejor gol de la historia de los mundiales sin perder el control es tanto como pedirle a cualquier hijo de vecino que cuente Las Meninas mientras Velázquez las pinta. Ucronías de lado, Víctor Hugo es un prestidigitador. Es habitual que anticipe las jugadas con un delay con el juego. El acto de sincronizar imagen de televisión y poner su voz en la radio no funciona. Víctor Hugo llega primero.

Miguel Simón –en el Top One de rápidos y ocurrentes de la televisión, integrante de la mejor dupla de los 90 con Juan Pablo Varsky– relativiza el lugar de quién dirige las acciones en la puesta en escena del relato. "Es el juego de las palabras. Es tan importante el relator como el comentarista. Si uno o el otro no están bien, la cosa no sale", detalla quien semana a semana transmite la Liga española y la Champions League a través de ESPN.

El catálogo de relatores no está exento de teñirse con los colores de un equipo, sumando pasión al cóctel. Costa Febre nunca ocultó su admiración por Víctor Hugo y, aunque su estilo deriva de la impronta del uruguayo, no se condenó a la copia. Todo lo contrario. Como quien sabe dónde está la fuente que puede cargarse con agua propia, fue armando su estilo. Un hincha de Boca fue el que lo convenció de relatar al Millonario hace veinticinco años. Santo Biasatti, entonces director de radio Del Plata, le propuso hacer la campaña sorprendido por el impacto de Héctor Pancho Caldiero ("tu Boquita, mi Boquita", era su tips favorito) que tuvo El show de Boca en radio Mitre.

Hay un olimpo de relatores boquenses. Bernardino Veiga instituyó la figura del relator. Su equipo radial coronaba cualquier duda con un tajante "si lo dijo Bernardino, fue así". Veiga comenzó a relatar en la década del 30, junto a otras voces, como Eduardo Lalo Pelliciari, Edmundo Campagnale, Borocotó, Félix Daniel Frascara, Luis Elías Sojit y Joaquín Carballo Serantes, más conocido como Fioravanti.

Caldiero y Alejandro Fantino marcaron las campañas boquenses de los últimos veinticinco años con estilos similares. Daniel Mollo, el comentarista de aquel equipo (trabajó con los dos), tomó la posta hace seis años para no quebrar esa línea de trabajo. ¿Cómo se convierte un comentarista en relator? "Quería hacer otras cosas y en Mitre aceptaron. Cuando murió Caldiero, yo creí en continuar esa línea, aunque de la dupla se había muerto (Alberto) Olmedo", compara su figura a la de Javier Portales, partenaire del capo cómico rosarino. En 2015, su (no) relato del gol de San Lorenzo a Boca se introdujo con furor en las redes sociales (en YouTube reunió más 370 mil visitas). "Me van a enfermar", dijo diez veces seguidas tras el gol de Matos, que le dio la victoria al Ciclón sobre Boca. Su tip es parapam parapam.

Dejé la soledad de mis escuchas en la platea y me fui acercando a las cabinas. En silencio tomaba apuntes en un cuaderno. Ellos apenas me miraban. Quizá no sea cómodo para un relator sentirse observado. Sin embargo, tras varias jornadas extensas, me preguntaron a qué iba, por qué me quedaba tanto en la cancha. No supe explicarlo, pero para mí era lo más cercano a una experiencia mística. Habituados a no ser los protagonistas (siempre se habla de los jugadores, del árbitro o incluso de la hinchada), ellos eran los que cohesionaban ese desorden, y lo llevaban al plano de lo real.

La pasión requiere de un orden y hay que jugar en equipo. Con los comentaristas, los periodistas en el campo de juego, los cronistas en cada estadio y el locutor, se arma un relato coral. Cada uno debe decir lo suyo y dejar el aire limpio para que la voz principal los guíe.

La irrupción de Marcelo Araujo en la transmisión televisiva de Fútbol de Primera barrió con los modelos. Araujo arrasó las cadencias al introducir gritos e interrupciones apostrofando a sus compañeros. ¡Shut up, Macaya! o ¡Dale, gordito!, fueron algunos de los imperativos con los que se dirigió a sus compañeros. Sí: Araujo relataba como si estuviera encerrado en una jaula de leones.

Con altas dosis de cinismo se volvió un Dios que le habló al oído a los jugadores. ¡Lo que devoraste, Martín! o ¡Gracias por darme bola, Diego! fueron frases que lo situaron en ese firmamento.

Simón condensa los ejemplos de Víctor Hugo y Araujo en una visión edificante. "Son la vara con la que se midieron las nuevas generaciones –opina–. Un punto de inflexión. En radio todos sueñan con un relato épico de un gol de Messi emulando al Víctor Hugo del 86. Y en televisión imitan las formas que introdujo Marcelo: se emocionan, gritan y le inventan apodos a los jugadores."

Entonces vinieron los tiempos en que la figura del relator se convirtió en un protagonista más de los encuentros deportivos. Las miradas se posaron en la cabina y se volvió habitual dirigirse entre los fanáticos advertencias tales como ¿viste quién nos relata hoy? o comentarios concluyentes como perdimos porque nos relató tal. "Llora el Gordito Muñoz, llora también Tátátá, River es campeón, la vuelta va a dar", fue el cántico que apuntó a la cabina en lugar de la tribuna contraria. Se incorporaron como nuevos puntos luminosos de la escena futbolera. Años atrás, en la platea de Independiente, un grupito gritaba hacia una cabina cada vez que llegaba Closs, "Borombonbón, borombonbón, no nos relates, andate Closs".

Las curiosidades siguen a la orden del día. Javier Vicente, el ex relator militante deFútbol para Todos que en las transmisiones parafraseó poemas de Raúl González Tuñón ( eche veinte centavos a la ranura si quiere ver la vida color de...), tuvo un encontronazo político con el jugador venezolano Javier Vizcarrondo. El defensor que jugó en Lanús trinó de bronca invitando a que termine con las comparaciones entre su juego y el Movimiento Bolivariano Revolucionario, que comandó el presidente Hugo Chávez. "¡Yo soy de derecha!", coronó su disgusto en los medios locales.

Hay kamikazes para el análisis, como Alberto Raimondi. Hincha y socio de Gimnasia y Esgrima La Plata, es fundador de la agrupación Movimiento de Identidad Gimnasista, base de su amor por el Lobo. Sigue la campaña por radio Revolución (98.9). Sus insultos a Estudiantes en un clásico se popularizaron de manera tal hasta contar casi dos millones de visitas en YouTube.
Raimondi no pronuncia la palabra Estudiantes. Se sabe: lo no dicho siempre despierta el inconsciente. Cada que vez que relata un clásico entre los equipos de La Plata apela al vocativo Caperucita Roja h... de p... "Ya saben que soy de Gimnasia desde siempre y que no busco violencia. Ni creo ser agresivo. Mis dos mejores amigos son hinchas de ellos", concedió en un reportaje de un programa partidario, avalando la psicología del ellos, la parte desorganizada e innata de la personalidad sostenida en la expresión psíquica de las pulsiones y deseos.
En 2014, Jorge Barril, de Fútbol para Todos, fue rehén de las cábalas cuando empezó a transmitir a Racing. Se dice que, cuando Máximo Kirchner, racinguista y con buena llegada entonces a la dirección de FPT, descubrió que con los relatos de él La Academia no perdía, llegó la orden de no cortar la racha de éxitos de Racing. Es decir: que Barril transmitiera a Racing mientras siguiera de racha. Perseguido por leyes del destino, lo designaron a todos los partidos de Racing. Fueron siete victorias en cadena y Racing, dio la vuelta. ¿Adivinen a qué relator odian más los hinchas de Independiente?
Por: Damián Damore/DIARIO LA NACION

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