SIMPLEMENTE EL "OVEJA" TELCH
El luto envuelve al barrio de Boedo, a los hinchas azulgranas de cualquier edad y latitud y a todos los amantes del buen fútbol en general. Roberto Telch, futbolista cordobés nacido el 6 de noviembre de 1943, quien supiera vestir con brillo las camisetas de San Lorenzo de Almagro y la Selección argentina, fallecía un 12 de Octubre del 2014 a los 70 años.
Apodado “El Oveja” en alusión a su inconfundible cabellera rizada (también “Cordero” o “Araña”), Telch es considerado por la mayoría de los aficionados como el mejor mediocampista central de la historia del Ciclón de Boedo.
Un número 5 de quite limpio y elegancia en el juego (para las actuales generaciones de cuervos, una mezcla entre el “Conde” Galetto y el “Pichi” Mercier). Se incorporó a la institución azulgrana en 1960, para debutar en la Primera dos años más tarde, un 9 de septiembre en el que San Lorenzo venció por 3 a 2 a Ferro.
En sus 13 años en el cuadro boedense, Telch fue parte de tres equipos emblemáticos de la historia sanlorencista, dos de ellos con nombre y sello propios: los desfachatados “Carasucias” (1964), caracterizados por su juventud, irreverencia y juego virtuoso, los imbatibles “Matadores” (1968), primeros campeones invictos del fútbol argentino, y el menos lírico pero muy efectivo bicampeón de 1972 dirigido por Juan Carlos “Toto” Lorenzo. También fue parte del campeón del Nacional 1974.
“El Oveja” se destacó en todos ellos, demostrando gran versatilidad (frecuentemente intercambiaba posiciones con otro histórico del fútbol vernáculo de los setenta, el tucumano Albretch) y, pese a que sus espigadas y enclenques piernas sugiriesen lo contrario, una estupenda capacidad para robar balones, que sumadas a su visión y buen criterio de juego lo transformaron en uno de los mejores mediocampistas de su época.
Sus lúcidas actuaciones le valieron varias convocatorias al Seleccionado nacional, siendo su función más recordada la que lo vio como protagonista estelar en la extinta Copa de las Naciones de 1964, en la que, con apenas 20 años, convirtió 2 goles al Brasil bicampeón del mundo, borrando a Pelé de la cancha. Fue parte, también, del combinado nacional que participó de la Copa del Mundo de 1974 en Alemania.
En San Lorenzo sus números lo ubican como uno de los más ganadores de la era profesional (4 títulos, uno menos que Leandro Romagnoli, el que más veces gritó campeón) y el segundo jugador con más presencias (415), detrás del uruguayo Sergio “Sapo” Villar (446). Marcó, además, 28 goles con la divisa azulgrana. Pese a esto, “El Oveja” no pudo retirarse en el Ciclón. Las malas administraciones de aquellos años, que terminaron con la pérdida del patrimonio del club y el descenso de categoría, lo privaron de ese gusto. Se retiró en 1980 tras sendos pasos por Unión y Colón de Santa Fe.
Ya apartado del fútbol, que poco le dejó materialmente , se ganó la vida atendiendo su propio negocio, una modesta carnicería en Villa Adelina. Siempre permaneció cercano a San Lorenzo, el club de sus amores, con el que gozaba y sufría desde la platea del “Nuevo Gasómetro”, siempre acompañado por su inseparable amigo, otra gloria del club, el “Sapito” Villar. Comprometido como genuino hincha que era, pese al trato indiferente que por medio de nefastas dirigencias la institución ocasionalmente le dispensó, fue uno de los impulsores de la llamada Vuelta a Boedo (el operativo de retorno del club a su antiguo predio, en el barrio que lo vio nacer), seguramente soñando con un San Lorenzo grande y pujante como el que él conoció y contribuyó a edificar.
Fue una dicha que pudiese vivir lo suficiente para verlo en la cumbre de América. Una pena, a su vez, que marchara tan pronto. Como símbolo inmortal del viejo club de Boedo, merecía lo que todos los hinchas cuervos ansían más que cualquier lauro deportivo: volver a ver a su San Lorenzo allí donde él y el club se hicieron grandes y vivieron sus mejores épocas, su casa, su lugar en el mundo, Avenida La Plata. Sin embargo, hay algo que el destino no le podrá quitar: su nombre, como el de la misma vieja avenida, como el del barrio, como el del Gasómetro, estará por siempre indisolublemente ligado a uno y el mismo nombre: el de San Lorenzo de Almagro.