ALEJANDRO SABELLA Y SU HISTORIA
Habrá sido por el azar en alguna medida, por una elección propia de cómo encarar la vida en otra, seguramente por las características algo retraídas de su personalidad que Alejandro Sabella desarrolló buena parte de su recorrido futbolero en un llamativo segundo plano, a la sombra de las estrellas de primer cartel, casi en puntas de pie, sin levantar la voz.
Al zurdo modelado en la fábrica distinguida de Núñez le tocó en el reparto ser el eterno suplente de Alonso en el River dorado de los 70, coincidir con Maradona y Bochini en las horas previas al Mundial 86 y ser el escudero fiel de Daniel Passarella desde 1990 hasta estos días.
Resulta llamativo: casi no existen entrevistas a Sabella en el meticuloso archivo de El Gráfico, especialmente a partir de su retiro. Y estamos hablando de un personaje del fútbol que fue dos veces campeón con Estudiantes, que jugó en Inglaterra cuando eran muy poquitos los que daban el salto a Europa y que usó la celeste y blanca de la Selección. Sus pensamientos, sin embargo, casi no tienen registro escrito.
La concreción del reportaje, en coincidencia con estos antecedentes, encontró algunas dilaciones, un par de rodeos, no por mala predisposición del entrevistado, sino por timidez, o por acostumbramiento a ese segundo plano en el que se instaló. Grande fue la sorpresa cuando una vez calentados los motores, apareció un Sabella locuaz, apasionado por el fútbol y por la irradiación de sus conceptos, al que casi hubo que atarle la lengua para poder meter una repregunta o un nuevo tema.
Vale como ejemplo su descargo, casi a modo de catarsis, cuando promediando la charla, se lo consultó por los errores cometidos en el Mundial 98. Del pelotazo en el palo de Batistuta contra Holanda, saltó enseguida al fundamentalismo resultadista que gobierna al fútbol.
“Si mi equipo llega una vez al arco y el tuyo llega diez veces –arranca, en la confitería del primer piso del Monumental–, pero el partido lo gano yo 1-0, ¿sabés cómo se justifica mi triunfo? Fácil: se dice que nosotros fuimos eficaces y ustedes, no. Y yo en eso no creo, porque si no empezamos con la eficacia de los ocho defensores. Por eso a veces discrepo de los puntajes del periodismo. En el último Racing-River, el ping-pong contó 12-4 para nosotros, después miro los puntajes de los jugadores y los de River son todos 4 y 3 y los de Racing, 7 y 8. No es así, pero le venden a la gente de Racing, que está contenta, que jugaron todos bien y a los de River los crucifican, porque el hincha está con bronca con sus jugadores y quiere leer eso”.
No da respiro Sabella: “Si Argentina pierde, el hincha está con bronca y quiere que su bronca esté reflejada en los medios. Quiere que le den la razón. Si ve a otro analizando moderadamente, como corresponde, no lo compra. Para mí, es claro. El fútbol, al margen de ser una pasión de chicos, hoy es mi trabajo y mi negocio, para tu revista y para los diarios también, para el único que no es un negocio es para el hincha. Después está el tema de la mentalidad de la gente, que es como el huevo o la gallina, no sabés qué viene primero: si la gente es la que pide esa crítica exagerada, despiadada, o vos el que a través del tiempo le fuiste cambiando la mentalidad a la gente. No sé. Yo escucho 2 o 3 veces una canción y me va gustando cada vez más con las repeticiones, tal vez algo de eso hay”.
Listo, así presenta su ideario este paradójico personaje –tímido y verborrágico a la vez– al que supieron apodar Pachorra, por su apego a la almohada, y Mago, por su capacidad para inventarle trucos a su amiga, la pelota.
Su particular carácter consigue decodificarse desde el mismísimo instante en que recuerda cómo inició su carrera como futbolista.
“Yo era socio de GEBA, jugaba los campeonatos internos, siempre me querían llevar a un club y yo no quería saber nada, hasta que un delegado de River me convenció. Fue en 1970. Y hay una anécdota divertida. Yo soy del 54, y tenía físico chiquito, entonces un conocido me dijo que me presentara como si fuera del 55. Anduve bien y me aceptaron para la prueba final del año siguiente. Llegó el día y no me quise presentar, tenía vergüenza, no sabía cómo decir la verdad. Tuvieron que venir a buscarme a mi casa un par de amigos, y cuando chequearon mis datos y dije que era del 54, el delegado casi me mata. Me puse pálido. Al final pasó como un error, anduve bien en la prueba y quedé”.
En la Primera de River mostró destellos de su talento, pero quedó opacado por uno de los monstruos sagrados del club, un tal Alonso, justo en los tiempos en que no paraban de llover campeonatos. El Mago sólo jugaba si al Beto le dolía algo. “Yo era joven, estaba en River, así que no me acomplejaba estar detrás de Alonso –admite–, porque además el Beto era un gran jugador, un ídolo. También la camiseta de River pesa, yo tuve una etapa como titular cuando se fue Alonso a Francia y no alcancé a consolidarme. Quizás jugó la presión, después crecí como jugador, maduré intelectualmente, fui a Europa y tuve otra visión del juego”.
Por aquellos días de sueños que empezaban a concretarse, hubo un golpe que a Sabella le retumbó con retraso, y que se transformó en insoportable obsesión para la comunidad que integraba y que aún hoy integra: “Jugué la final de la Libertadores 76 contra el Cruzeiro en Santiago, el equipo era una enfermería, de la defensa no quedaba nadie. Del vestuario no me acuerdo, sí tengo claro que recién tomé conciencia de lo que habíamos perdido un año después, cuando Boca le ganó la final a Cruzeiro, en ese momento hice el clic y me dio toda la bronca”.
Con el boom del Mundial 78, se subió al barco del fútbol inglés, detrás de Ardiles y Villa. Jugó en el Sheffield y en el Leeds hasta que el hombre de la nariz más famosa lo fue a buscar con diez mil dólares. Se lo trajo en la valija, para que le diera vida a uno de los mediocampos más admirados de la historia: el de Estudiantes bicampeón 82-83, con tres malabaristas para crear.
“El problema de los tres 10 es que coordinen movimientos. En nuestro caso se dio la conjunción de tener un diez-ocho por izquierda, como Ponce, que traía bien la pelota desde atrás, un diez-diez como yo, que me movía libre, y un diez-nueve tirado atrás que sabía jugar bien de espaldas y que aguantaba todas, como Trobbiani. Y un cinco táctico como Miguel Russo, que ya era un técnico dentro de la cancha, y que sabía ordenar el equipo. Hoy es difícil que se dé”.
De La Plata viajó a Porto Alegre para jugar en el Grêmio, también lo hizo en Ferro y el Irapuato, de México. Y de golpe, el abismo.
“Abandonar la carrera es algo traumático para el futbolista. Depende de cada persona, pero no sabés qué hacer, te sobra el tiempo por todos lados, te deprimís. A mí me agarró de golpe, mal preparado, cuando tenía pensado jugar dos años más. Tuve la suerte de que un amigo se acordara de mí y la suerte sigue hasta ahora”.
El amigo es Passarella, lógico.
“A Daniel lo conocí en la Primera de River, los dos debutamos en 1974. Concentrábamos juntos, teníamos afinidad. Cuando se retiró, hablamos y a los 6 meses me sumé a la reserva de River, después a la Selección como ayudante. Y desde que se fue el Tolo, seguí con Daniel: en Uruguay, Parma, Monterrey y Corinthians”.
Amistad, para Sabella, no se confunde con abuso de confianza. Por eso será difícil verlo al borde del campo gritando órdenes, como se observa en otros ayudantes, que actúan para la TV.
–Somos colaboradores del técnico, y cuando nos pide una opinión se la damos. Y cuando nos solicita cierto trabajo, lo hacemos, pero para mí no corresponde que el ayudante se ponga a gritar y a dar indicaciones desde el banco.
–¿El segundo plano en el que te ubicás es por elección propia o porque el cargo te obliga?
–Las dos cosas. Primero, te lo pide el cargo y segundo, coincide con mi manera de ser.
–¿Nunca pensaste en independizarte?
–Ser entrenador es muy difícil, estás en el medio de todas las presiones. Como jugador, entrenabas y te ibas a tu casa, pensabas en comer bien, en descansar, y sólo tenías la presión de si jugabas o no. Como técnico hay que lidiar con los dirigentes, la hinchada, los medios, los jugadores, te tironean de todos lados. No es fácil hacer equilibrio. Es un cargo que requiere de mucha personalidad y autoridad. Cuando el futbolista termina su carrera quiere seguir en el ambiente, porque siente que no está preparado para otra cosa; por eso hay técnicos que no tienen personalidad, pero la necesidad los lleva a estar ahí.
–¿Y vos por qué no querés?
–Por un lado quiero ser técnico, me siento un educador, tengo pasión por el fútbol y me gustaría ver reflejado en la cancha lo que pienso. Como ayudante, esa vocación no se puede desarrollar tanto, por más que Daniel nos dé mucha libertad. También están las presiones que se reciben y lo cierto es que formo parte de un cuerpo técnico de enorme prestigio mundial.
–¿Nunca te ofrecieron ser técnico?
–Cuando se fue Bilardo de Estudiantes me llamaron, pero en ese momento teníamos un acuerdo verbal con el América de México. Igual, es difícil, uno debe manejar el ego, que todos tenemos en mayor o menor medida, hay que manejar el deseo de la enseñanza directa pero también hay otras cosas en la vida, como la lealtad.
–¿Cambió tanto Passarella como se dice?
–Con la prensa lo veo cambiado; con los jugadores siempre fue igual, nunca fue cerrado. Lo que pasa que Passarella es Passarella, una de las figuras máximas del fútbol argentino, y te impone un respeto de entrada, aunque no sea su intención. Y el respeto puede pasar a ser miedo, aunque no es un problema del técnico sino del jugador. Con la prensa está relajado, pero tampoco hay que ser chupamedias; a veces, si le ponés una cierta distancia, a la prensa no le gusta, y Daniel la ponía. La prensa prefiere técnicos que den muchas notas y que sean polémicos.
–¿No es avasallante la personalidad de Passarella, no frena el desarrollo de los caudillos?
–A ver, nombrame quiénes eran los caudillos de la Selección en el último mundial. Nombrame uno. Pero caudillo caudillo, eh, un Passarella, un Ruggeri, un Rattín. No hay. Y el técnico era Pekerman, que no está catalogado como un técnico que influya sobre la personalidad de los jugadores. Pekerman me parece un excelente técnico, pero el tema acá es que no hay caudillos porque la sociedad cambió, no es un problema del entrenador. Y como el fútbol es una parte de la sociedad, se ve reflejado ahí también. La sociedad hoy es más individualista y eso atenta contra la formación del caudillo. Puede haber un caudillo futbolístico, como un Gallardo o un Verón, pero no un Passarella. Eso se acabó.
Lo que no se acaba es la pasión por el fútbol, aunque Alejandro Sabella lo venga disimulando bastante bien desde hace 20 años.
Un tarde, Sabella fue a Ezeiza a practicar con la Selección. “Estaba ahí y apareció Maradona. Ese día, la primera vez que me entrené con Maradona, me fui a mi casa sintiéndome un pésimo jugador de fútbol. Y eso que estaba en un buen momento de mi carrera. Volví bajoneado, totalmente deprimido”. Maradona es el epicentro de su explicación de las últimas participaciones mundialistas de Argentina: “Siempre tuvimos excelentes jugadores, y a partir de que el fútbol argentino se organizó y tuvo estabilidad, una cierta previsibilidad, empezamos a ser una potencia. Tuvimos una camada excelente a la que se le sumó un jugador extraordinario y ahí llegamos al techo. Cuando el jugador extraordinario se fue, bajamos al escalón inferior, que es donde estamos hoy: somos una potencia, y podemos ganar o perder con otras potencias”.
Por Diego Borinsky (2006).
Fotos: Maxi Didari y Archivo El Gráfico.
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