martes, 22 de enero de 2019

UN URUGUAYO CON CLASE

SERGIO BISMARK VILLAR


No fue un domingo más para la vida de Sergio Bismark Villar, el uruguayo que más veces vistió la camiseta azulgrana. El Sapo merecía el reconocimiento del club donde fue campeón en 1968 con los Matadores, en 1972 por dos (Metro y Nacional) y 1974. Fueron en total 446 partidos, donde el cuatro que nunca jugó para menos de ocho se destacó por encima de otros jugadores en su mismo puesto.




Honesto, humilde y de bajo perfil, Villar se integró al equipo del brasileño Tim, no sin antes pasar por la sorna y el descreimiento de quienes serían sus futuros compañeros de un equipo emblemático, como aquel que ganó el Metro 68 sin perder un solo partido. Con un bolsito en sus hombros y su sonrisa bonachona Sergio Bismark (así se llamaba el barco alemán anclado en el puerto de Montevideo por el cual lo bautizaron con el segundo nombre) no daba el perfil de crack.




Para suerte del uruguayo y de San Lorenzo, todos se equivocaron. La pinta era lo de menos y a fuerza de habilidad y de una capacidad admirable para dominar la pelota, pasar al ataque, volver y quitarle el balón al rival, Villar lustró la chapa de diferente y fue emblema de los mejores equipos del Ciclón a fines de la década del 60 y mediados de la del 70. Pese a sus cualidades y por no integrar la época del marketing no hizo fortunas.  La fortuna fue haberlo visto jugar y conocer a un tipo sin vueltas y alejado de las quejas.




La tarde del domingo 1° de marzo, tormentosa, en especial para el River que jugaría en ese Nuevo Gasómetro que se aprestaba a homenajear a un jugador inolvidable, se iluminó con la presencia del hombre que supo cosechar aplausos. Feliz, levantó los brazos mostrando los trofeos recordatorios y agradeció hasta las lágrimas la demostración de cariño. Después se quedó a ver el partido y disfrutar de la goleada de su equipo de siempre.




Más tarde, mientras otros colegas, con menor calidad que él, pero mayor penetración publicitaria, volvían a la concentración en micro de dos pisos para luego abordar sus autos de lujos, el Sapo, junto con su amigo de siempre, crack como él, perfil bajo como él, la Oveja Telch, se subía a un Fiat 128 blanco, toda una reliquia, para volver a su casa de Saavedra.




Dicotomías del ayer y del hoy. Futbol rico, destino pobre. Destino rico, fútbol no tanto. Pero igual de todo eso no le hablen a un tipazo como Sergio Bismark Villar, él está más que contento con ver su nombre en el Gasómetro. Cierra los ojos y se ve dando vueltas olímpicas. Y esa felicidad no hay plata que pueda compensarla. 




FUENTE: EL GRAFICO

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