viernes, 8 de marzo de 2019

UNA HISTORIA QUE VALE LA PENA RECORDAR

HUGO VILLAVERDE EL HEROE SILENCIOSO

FUENTE: CURIOSIDADES DEL FUTBOL.WORDPRESS




Esa noche, en el viejo estadio de Independiente, yo estaba con mi padre y mi hermano en la tribuna de la visera. El rival era Rosario Central. En un momento, un jugador visitante escapó a toda velocidad por la banda izquierda. Se le apareó un muchacho flaco, de larga cabellera y que lucía el dorsal 2 en la casaca roja. Desde las gradas, se oyó una voz: “¡Abajo, Villa!”. Obediente, el jugador rojo se dejó caer con la pierna extendida, en un movimiento no exento de gracia; y, con precisión quirúrgica, le extirpó el balón al atacante rival y lo sacó a un costado. “Je, je –dijo la misma voz –No perdona”.





Esa noche, Hugo Villaverde entró en mi universo futbolero. Como en el colegio me ponían en la defensa, empecé a observarlo y a copiarlo. Y cuando los Reyes me trajeron la camiseta roja, pedí que le pusieran un 2 en la espalda.

Durante muchos años, pude ver a este defensor genial sostener el ataque de su equipo desde su posición de último hombre, en un rol silencioso y pocas veces reconocido; acorde a su carácter taciturno y sus pocas palabras. Llevo grabada en la memoria la imagen de este hombre haciendo visera con las manos, como un centinela, cuando, en los segundos tiempos, Independiente atacaba hacia el arco del oeste.


Había nacido en Santa Fe, el 27 de enero de 1954. Dio sus primeros pasos futbolísticos en Sunchales, hasta que fue transferido a un grande de la Provincia: Colón de Santa Fe. El costo de su pase se saldó con un juego de camisetas. Debutó en la primera rojinegra en 1973. En el equipo sabalero conoció a su amigo Enzo Trossero. Con él formó una zaga central de la más famosas y eficientes de la época. Ambos se consolidaron cuando fueron transferidos a Independiente. Se complementaban a la perfección. Trossero era rubio, zurdo y temperamental, con dotes de líder. Pateaba tiros libres y penales, y pasaba al ataque con frecuencia (es uno de los defensores con más goles convertidos de la historia) Villaverde, o Villa, como se le empezaba a decir; era derecho, de pelo oscuro y callado. Jamás pasaba a la ofensiva y no convirtió un solo gol en toda su carrera. Trossero consiguió jugar en Francia e integró la plantilla argentina en España ’82. Pero nada de esto hubiera sido posible sin Villaverde, que le cuidaba las espaldas. No he podido averiguar cuántos partidos jugaron juntos, pues coincidieron en Colón, Independiente y la Selección; y en una función donde el conocimiento es fundamental para la coordinación de los movimientos. Yo creo que se entenderían sin hablarse. Hasta trabajaron juntos como entrenadores.


Pero me he ido por las ramas e interrumpido el decurso del relato. En 1976, Independiente incorpora a este defensor y se reencuentra con Trossero, que había llegado un año antes. A partir de ese momento, Hugo crece en su juego hasta alcanzar niveles asombrosos. Independiente se caracterizaba por su estilo superofensivo. Y en esa estrategia, el rol de Villaverde era fundamental. Su exactitud para cerrar por detrás de toda la defensa y clausurar todos los caminos que conducían hacia el arco rojo, su precisión para cruzar a derecha o izquierda, deslizándose por el suelo para interceptar, lo convirtieron el mejor líbero del momento. Se destacaba tanto por su juego aéreo como por su plasticidad para rechazar de chilena.


Durante el Nacional de 1978, que Independiente conquistó brillantemente, Villaverde fue elegido por sus propios compañeros como el mejor del equipo. Su brillante desempeño mereció el reconocimiento de Menotti, que lo convocó a la Selección.


Ya por entonces no lo llamaban Villa. Como el hombre jugaba con lentes de contacto, la hinchada lo rebautizó Magoo, por el viejo cegatón de la caricatura.


Su paso por la Selección no hizo justicia a su capacidad. Debutó contra Bulgaria y protagonizó la gira que durante 1979 se realizó por Europa. Formó la dupla central con Passarella. En el partido contra Holanda (0-0), por el 75º aniversario de la FIFA, convirtió un penal en la definición. Fue una de las escasas veces que pateó al arco contrario. Se destacó contra Italia (2-2). En el partido contra Irlanda jugó con su eterno compañero Enzo Trossero. En Hampden Park, el día que Maradona metió su primer gol con la albiceleste, se lesionó de gravedad. Estuvo varios meses fuera de las canchas. Su experiencia internacional terminó en 1980, cuando volvió a lesionarse en un partido contra Irlanda jugado en cancha de River. Menotti llamó otra vez a Luis Galván, que había jugado muy bien en 1978, pero que estuvo muy flojo 4 años más tarde. Los memoriosos juran que, con Magoo en la defensa, otro gallo hubiera cantado para la celeste y blanca en 1982.


Villaverde permaneció fiel a la casaca roja durante 10 años más. Su presencia era tan importante que sus compañeros de defensa jugaban más tranquilos y mejoraban notablemente su rendimiento cuando estaba él. A sus reconocidas virtudes, los años le agregaron mayor oficio y sapiencia para ordenar a su equipo y frenar al contrario. Una tarde, contra Ferro Carril Oeste, un delantero rival cortó un pase y se encontró con la pelota picando cerca del área de Independiente. Goyén, el arquero, dio cuatro pasos al frente hasta que lo frenó el ademán imperioso de Magoo. Así impidió el remate de vaselina. Una noche, en Mar del Plata, contra River; Francescoli salió en contraataque y enfrentó a Villaverde. Hugo, sin necesidad de contacto físico, lo cruzó cortando campo y lo obligó a desviarse y alejarse de la valla.


Se ha dicho más arriba que nunca convirtió goles. En realidad, hizo uno solo. Fue en 1976, en la Copa Interamericana ante Atlético Español de México.


Otra característica de Hugo Villaverde es que casi nunca concedió reportajes. Unos pocos a medios escritos y ninguno a la radio o la televisión. Los hinchas que se cansaron de aplaudir sus intervenciones no le conocen la voz. Cuando le iban a sacar fotos individuales, se negaba: “Mejor sacá una con los otros muchachos”, sugería. Su carácter le impedía hacer otra cosa que cultivar el bajo perfil y, aunque eso le ahorró muchas polémicas, lo privó de hacerse más conocido, sobre todo en el exterior.



Jugó 437 partidos de Liga (380 en Independiente) y 6 partidos internacionales. Participó en la obtención de 7 títulos con el equipo de Avellaneda: Nacionales del ’77 y del ’78; Primera división del ’83 y ‘88/’89. ; Copa Interamericana del ’76; Libertadores e Intercontinental del ’84.


Cuando se retiró, muy pocos nos dimos cuenta. Un día se lesionó, lo suplió Monzón y ya no volvió al primer equipo. Independiente salió campeón ese año, pero no se lo vio en ningún festejo. Se fue calladamente, con la tranquilidad del deber cumplido.


Los que lo vimos jugar no olvidamos su estampa, su coraje, la manera particular de poner los brazos junto al cuerpo para correr. Porque así de imborrables son las huellas que dejan los héroes que llenaron nuestra juventud.

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