PEDRO ALEXIS GONZÁLEZ EL DE LAS MEDIAS AL REVES
Muchos cuestionaron su contratación, y después demostró que fue una pieza fundamental y proficua para la chance de conseguir el anhelado campeonato. Su llegada al club fue sin duda otra de las genialidades de Ángel Labruna; lo trajo exclusivamente para salir campeón. Y no se equivocó.
No fue un puntero derecho virtuoso, pero tampoco torpe. Tenía las aptitudes necesarias para destacarse en su puesto. Buen remate de corta y larga distancia, sabía acompañar con inteligencia todos los ataques del equipo y era preciso a la hora de definir. Además, tenía una facilidad impresionante para desbordar y cada centro suyo era medio gol. River se cansó de hacer goles mediante este tipo de jugada. Una fórmula infalible: centro de González y gol de Luque, desborde de González y gol de Morete, pelota al área de Pedro y gol de Marchetti.
El fútbol y el olfato por el arco eran ancestrales, los traía en la sangre por parte de su abuela paterna, que era pariente de Arsenio Erico.
Nació en Bella Vista, provincia de Corrientes, el 10 de marzo de 1946. Los primeros contactos con la pelota ocurrieron en el Lipton Fútbol Club correntino. Pero su futuro estaba en Buenos Aires. Primero tentó suerte en Argentinos Juniors y no gustó. Luego, el equipo del Ciclón lo recibió con los brazos abiertos, y allí pasó por todas las divisiones inferiores hasta lograr tres campeonatos en Primera.
Tras su paso por Defensor Lima de Perú, en el ’74, fue transferido a River Plate. Cuando Pedro González firmó para el plantel millonario, ya había realizado campañas memorables en San Lorenzo, donde conquistó el Metropolitano del ’68 y el bicampeonato del ’72. ¡Era un profesional consagrado!
“Labruna me llevó a River. Me encontró en un torneo Nacional, en cancha de Boca, un partido entre San Lorenzo y Talleres. Ángel dirigía a Talleres y ya sabía que iba a ir a River. Terminó el encuentro y me dijo: ‘Te quiero ver’. Pasó el tiempo y él no me llamaba, pero ni bien se hizo cargo del equipo de la banda roja recibí su llamado: ‘¡Pedro, vení que tenemos que salir campeones!’ No lo dudé un instante…”.
Con River fue campeón del Metro y Nacional del ’75; del Metro del ’77; del Metro y Nacional del ’79; y del Metro del ’80.
“Mientras viva, no podré olvidar la alegría que pasé cuando conseguimos el primer campeonato con River. Fue una explosión que estuvo contenida diecisiete años. Ángel Labruna lloraba desconsoladamente, siempre recuerdo esa escena. ¡Era pasión que tenía por River!”.
Participó en dieciocho Superclásicos y se ganó el cariño riverplatense. Nunca arrugó, siempre pidió la pelota… Disparidad de criterios con Alfredo Di Stéfano provocaron su alejamiento de un club al que había aprendido a querer. “Por ahí no lo entendí a Di Stéfano, me fui porque no quería estar en el banco. No soy jugador de banco, sufría mucho en ese lugar y decaía mi nivel futbolístico. Con todo lo que le di a River, me habrían dejado libre en un momento oportuno y sino, habrían esperado a que me fuera solo. Me dolió muchísimo la forma de proceder que tuvieron conmigo, la verdad es que no lo merecía”.
Jamás alzó la voz, siempre trabajó en silencio levantando la bandera de la humildad. No le molestó que los otros se llevaran las palmas. A fuerza de capacidad, desbordes, gambetas y goles decisivos, se ganó un lugar de titular indiscutido. En River, su eficacia fue fundamental para alcanzar la gloria. ¿Quién puede olvidarlo?
El gol del campeonato
De los Superclásicos que jugué hubo uno que me quedó registrado, fue el último del ’77 en la Bombonera, que ganamos 2 a 1. El anterior lo habíamos jugado en el Monumental y yo había marcado el tanto del empate. En el que nos llevamos la victoria debimos remontar una desventaja de 1 a 0 traída prácticamente desde los vestuarios. A los 3 minutos pasaron a ganar ellos con gol de Pernía, pero al final del primer tiempo pudo empatar Passarella, de penal. Como todos estos partidos, fue muy reñido y trabado. Tuve la suerte de convertir el gol del triunfo: Luque me habilitó, crucé en diagonal al arco, me salió el Loco Gatti y le hice un amague, pasó de largo y me fui solito hacia el arco con la pelota. Fue lindo por la jugada previa, porque lo hice faltando dos minutos para terminar y porque sirvió para ganar el partido y el campeonato. Recuerdo que el referí era Barreiro y a él le gustaba el buen fútbol; cuando venía corriendo para el centro del campo, me dijo:
–¡Qué golazo que hiciste Pedro! Es para festejarlo hasta mañana…
Borracho de agua mineral…
El Negro López me puso el mote de “Borracho”. Todo salió de una joda, porque yo no tomo vino ni en las comidas. Resulta que J.J. me dio un pase, la pelota pegó en una de mis piernas y se fue afuera. Me gritó:
–¿Qué hacés, borracho?
Después, en otra jugada, apilé a cuatro rivales, tiré el centro y vino el gol de Luque. Uno de la barrabrava me alentó:
–¡Bien, borracho!
Y el Negro, riéndose me señaló con el dedo. Siguieron cantando treinta más y de repente se sintió el grito en todo el estadio: “¡Bo-rra-cho! ¡Bo-rra-cho…!”.
En esa época estaba de moda la marca de vino Bordolino. En el partido siguiente, apenas anunciaron mi apellido por los altoparlantes, empezaron a cantar: “¡Bor-do-lino! ¡Bor-do-lino!”. Lo miré al Negro López reclamándole:
–Mirá lo que hiciste, la puta que te parió…
Al principio me dio gracia, después vi que la cosa cada día tomaba más fuerza y la quise frenar, pero no la pude parar más. Tanto fue así, que un día la mamá de Mostaza Merlo le preguntó:
–¿Es verdad que Pedrito es borracho…?
–No mamá, el que es borracho es tu hijo… Le contestó en joda y se reían los dos. La cuestión es que esta broma me trajo más de un problema. Me perjudicó y me perjudica. Hace poco me quisieron contratar de técnico y una porción de la comisión directiva, señaló:
–¿Cómo lo vas a contratar a ése…? ¡Si es borracho…!
Dentadura borracha
Pinino era infernal jodiendo. Estábamos por empezar a almorzar, ocho sentados en una mesa, después del entrenamiento. Ponían dos botellas de vino por mesa; el Mono se sentó al lado de Perico Raimondo y era el encargado de ponerle soda a los vasos. Uno me tocó el hombro y como un otario me di vuelta. En ese momento le sacó la dentadura a Raimondo y me la puso en el vaso mío. Tomé un trago y vi los dientes que me estaban sonriendo. Casi vomito todo, imaginate el asco que me dio…
El Eterno, enloquecido
El año ’75 quedará para siempre en mi recuerdo y en el de los hinchas riverplatenses. Además de haber ganado el campeonato Metropolitano, superamos a Boca en los dos enfrentamientos en la Bombonera, por 2 a 1. Me acuerdo el que jugamos por el Nacional. Allí debutó el Pulpo Luque, que venía de Unión de Santa Fe para reemplazar al Puma Morete, transferido al extranjero. Con Leopoldo habíamos entrenado algunos partidos pero no nos conocíamos mucho. Mientras nos cambiábamos en el vestuario, nos pusimos a conversar:
–Mirá Leo, yo manejo el sector derecho, llego al fondo y tiro centros. Además me gusta hacer la diagonal y meter goles.
–Yo, Pedro, creo que cabeceo bien y me gusta entrar de nueve y hacer la diagonal hacia la derecha.
Coincidimos en que nos llevaríamos bien. Fue una charla muy productiva y entre los dos ganamos el partido. Yo convertí el primero y Luque lo remató con el segundo. Labruna estaba trastornado de alegría. Una cosa es contarlo y otra muy distinta era ver la manera de festejar que tenía Ángel cuando le ganábamos a Boca.
El Pelado fresco, los mataba a todos
En junio del ’80 nos encontramos con Boca en el Monumental y ganamos 2 a 1. Los goles los hicieron Passarella y Luque. A los diez del segundo tiempo, Labruna ordenó que ingrese el Pelado Díaz para suplantarme. A ningún jugador le gusta salir de la cancha y, por supuesto, a mí tampoco. Trataba de disimularlo, pero la procesión iba por dentro. Ahora a la distancia, como técnico, debo reconocer que Ángel tenía razón. Lo metía a Ramón fresco y los mataba a todos con los piques que hacía. Le daba oxígeno al mediocampo y a la línea de tres; complicaba a los defensores con sus mortíferas diagonales. Una pelota larga hace retroceder las líneas, pregonaba Labruna, y a pesar de mis broncas, debo reconocer que tenía razón.
¡El técnico era Labruna!
Recuerdo aquel Superclásico en la Bombonera, en el ’80. Ganamos 5 a 2 y todavía me emociono. En esa tarde el uruguayo Carrasco la rompió, metió dos goles y le hizo hacer dos al Pelado Díaz. ¡Era un jugadorazo! Yo ingresé en la segunda etapa por Alberto Ortiz. Comparto algunas declaraciones que hizo últimamente el uruguayo, pero otras no. Lo que pasa es que él llegó tarde a River y no vivió el comienzo previo al proceso, cuando Labruna formó el grupo y nos fijó los roles a cada uno. No era joda, había que sacar campeón a River después de diecisiete años. Ángel bancó al plantel porque ese equipo no se conformó con ese solo título, seguimos consiguiendo campeonatos y brindándole satisfacciones a la hinchada.
Entiendo que Carrasco quisiera jugar, además tenía condiciones para hacerlo, pero no es cierto que el Negro López era el técnico de River. El que decidía, armaba el equipo, sacaba y ponía era Ángel Labruna, no se equivoquen…
• Cuando un marcador me agarraba la vuelta y me tomaba el tiempo, me iba para el otro lado y buscaba la oportunidad por allí. Si bien tenía recursos para sacarme un tipo de encima, prefería ser práctico. No conviene encapricharse en pasar a un defensor difícil y pegajoso, porque de esta forma pierde uno y sobre todo, el equipo.
• Para muchos, Ángel Labruna comprendía excesivamente al grupo; y decían que era el jefe de la banda. Pero esa banda le dio un montón de alegrías y era porque confiaba en el jugador.
• Tarantini y Pernía fueron los defensores de Boca más difíciles que tuve. Si no podía con mi velocidad, apelaba a la triangulación para confundirlos. Lo utilizaba a Saporiti, que era un avión, o a Pablo Comelles, que tenía una riqueza técnica tremenda. Trataba de sorprender con variantes improvisadas en el mismo partido.
• Nunca me pesó la camiseta de River. De entrada tuve dificultades porque venía de estar cuatro meses parado. Al principio, cuando entrenaba, sentía que tenía setenta años. Me pesaban los botines, los pantalones, todo… hasta la vida. Después me puse en forma y era un balazo.
• Roberto Perfumo le hizo muy bien al plantel, tenía el sentido común muy desarrollado. Unió al grupo. Con Roberto queríamos estar todos. Nos quedábamos conversando con él hasta la madrugada.
• A pesar de haber pasado un ciclo exitoso en San Lorenzo, me quedo con la etapa de River. Conseguí triunfos con más continuidad. La clave del éxito en River fue haber mantenido la base del equipo. En cambio, en el Ciclón salimos campeones en el ’68 y se mantuvo en el ’69, pero en el ’70 empezaron a vender jugadores y, lógicamente, hubo que empezar de cero.
• En mi etapa de jugador fui muy responsable y me cuidé mucho. De lo contrario no hubiera podido jugar hasta los treinta y siete años. Me ocupaba de los mínimos detalles. Entraba a la cancha con el canchero y le hacía tirar semillas en el sector derecho, que era el lugar por donde transitaba. Le decía: “Cuidá esta quintita, que es lo que te da de morfar”.
• Javier Castrilli no me gusta, no sabe manejar los tiempos del partido y condiciona el espectáculo. Se hizo exitoso por su agresividad. No critico su manera de ser, pero no lo comparto. Me inclino más por Pancho Lamolina, con él los partidos terminan once contra once, como debe ser. En mi época me gustaba Ricardo Calabria, que por ahí dejaba jugar fuerte, pero entendía la mala intención.
• En toda mi carrera utilicé como cábala las medias al revés, y por ese motivo recibía las cargadas de mis compañeros. Cuando pateaba desviado siempre había algún comedido que decía: ¿Y qué querés, si Pedro tiene los botines cambiados…?
Muchos cuestionaron su contratación, y después demostró que fue una pieza fundamental y proficua para la chance de conseguir el anhelado campeonato. Su llegada al club fue sin duda otra de las genialidades de Ángel Labruna; lo trajo exclusivamente para salir campeón. Y no se equivocó.
No fue un puntero derecho virtuoso, pero tampoco torpe. Tenía las aptitudes necesarias para destacarse en su puesto. Buen remate de corta y larga distancia, sabía acompañar con inteligencia todos los ataques del equipo y era preciso a la hora de definir. Además, tenía una facilidad impresionante para desbordar y cada centro suyo era medio gol. River se cansó de hacer goles mediante este tipo de jugada. Una fórmula infalible: centro de González y gol de Luque, desborde de González y gol de Morete, pelota al área de Pedro y gol de Marchetti.
El fútbol y el olfato por el arco eran ancestrales, los traía en la sangre por parte de su abuela paterna, que era pariente de Arsenio Erico.
Nació en Bella Vista, provincia de Corrientes, el 10 de marzo de 1946. Los primeros contactos con la pelota ocurrieron en el Lipton Fútbol Club correntino. Pero su futuro estaba en Buenos Aires. Primero tentó suerte en Argentinos Juniors y no gustó. Luego, el equipo del Ciclón lo recibió con los brazos abiertos, y allí pasó por todas las divisiones inferiores hasta lograr tres campeonatos en Primera.
Tras su paso por Defensor Lima de Perú, en el ’74, fue transferido a River Plate. Cuando Pedro González firmó para el plantel millonario, ya había realizado campañas memorables en San Lorenzo, donde conquistó el Metropolitano del ’68 y el bicampeonato del ’72. ¡Era un profesional consagrado!
“Labruna me llevó a River. Me encontró en un torneo Nacional, en cancha de Boca, un partido entre San Lorenzo y Talleres. Ángel dirigía a Talleres y ya sabía que iba a ir a River. Terminó el encuentro y me dijo: ‘Te quiero ver’. Pasó el tiempo y él no me llamaba, pero ni bien se hizo cargo del equipo de la banda roja recibí su llamado: ‘¡Pedro, vení que tenemos que salir campeones!’ No lo dudé un instante…”.
Con River fue campeón del Metro y Nacional del ’75; del Metro del ’77; del Metro y Nacional del ’79; y del Metro del ’80.
“Mientras viva, no podré olvidar la alegría que pasé cuando conseguimos el primer campeonato con River. Fue una explosión que estuvo contenida diecisiete años. Ángel Labruna lloraba desconsoladamente, siempre recuerdo esa escena. ¡Era pasión que tenía por River!”.
Participó en dieciocho Superclásicos y se ganó el cariño riverplatense. Nunca arrugó, siempre pidió la pelota… Disparidad de criterios con Alfredo Di Stéfano provocaron su alejamiento de un club al que había aprendido a querer. “Por ahí no lo entendí a Di Stéfano, me fui porque no quería estar en el banco. No soy jugador de banco, sufría mucho en ese lugar y decaía mi nivel futbolístico. Con todo lo que le di a River, me habrían dejado libre en un momento oportuno y sino, habrían esperado a que me fuera solo. Me dolió muchísimo la forma de proceder que tuvieron conmigo, la verdad es que no lo merecía”.
Jamás alzó la voz, siempre trabajó en silencio levantando la bandera de la humildad. No le molestó que los otros se llevaran las palmas. A fuerza de capacidad, desbordes, gambetas y goles decisivos, se ganó un lugar de titular indiscutido. En River, su eficacia fue fundamental para alcanzar la gloria. ¿Quién puede olvidarlo?
El gol del campeonato
De los Superclásicos que jugué hubo uno que me quedó registrado, fue el último del ’77 en la Bombonera, que ganamos 2 a 1. El anterior lo habíamos jugado en el Monumental y yo había marcado el tanto del empate. En el que nos llevamos la victoria debimos remontar una desventaja de 1 a 0 traída prácticamente desde los vestuarios. A los 3 minutos pasaron a ganar ellos con gol de Pernía, pero al final del primer tiempo pudo empatar Passarella, de penal. Como todos estos partidos, fue muy reñido y trabado. Tuve la suerte de convertir el gol del triunfo: Luque me habilitó, crucé en diagonal al arco, me salió el Loco Gatti y le hice un amague, pasó de largo y me fui solito hacia el arco con la pelota. Fue lindo por la jugada previa, porque lo hice faltando dos minutos para terminar y porque sirvió para ganar el partido y el campeonato. Recuerdo que el referí era Barreiro y a él le gustaba el buen fútbol; cuando venía corriendo para el centro del campo, me dijo:
–¡Qué golazo que hiciste Pedro! Es para festejarlo hasta mañana…
Borracho de agua mineral…
El Negro López me puso el mote de “Borracho”. Todo salió de una joda, porque yo no tomo vino ni en las comidas. Resulta que J.J. me dio un pase, la pelota pegó en una de mis piernas y se fue afuera. Me gritó:
–¿Qué hacés, borracho?
Después, en otra jugada, apilé a cuatro rivales, tiré el centro y vino el gol de Luque. Uno de la barrabrava me alentó:
–¡Bien, borracho!
Y el Negro, riéndose me señaló con el dedo. Siguieron cantando treinta más y de repente se sintió el grito en todo el estadio: “¡Bo-rra-cho! ¡Bo-rra-cho…!”.
En esa época estaba de moda la marca de vino Bordolino. En el partido siguiente, apenas anunciaron mi apellido por los altoparlantes, empezaron a cantar: “¡Bor-do-lino! ¡Bor-do-lino!”. Lo miré al Negro López reclamándole:
–Mirá lo que hiciste, la puta que te parió…
Al principio me dio gracia, después vi que la cosa cada día tomaba más fuerza y la quise frenar, pero no la pude parar más. Tanto fue así, que un día la mamá de Mostaza Merlo le preguntó:
–¿Es verdad que Pedrito es borracho…?
–No mamá, el que es borracho es tu hijo… Le contestó en joda y se reían los dos. La cuestión es que esta broma me trajo más de un problema. Me perjudicó y me perjudica. Hace poco me quisieron contratar de técnico y una porción de la comisión directiva, señaló:
–¿Cómo lo vas a contratar a ése…? ¡Si es borracho…!
Dentadura borracha
Pinino era infernal jodiendo. Estábamos por empezar a almorzar, ocho sentados en una mesa, después del entrenamiento. Ponían dos botellas de vino por mesa; el Mono se sentó al lado de Perico Raimondo y era el encargado de ponerle soda a los vasos. Uno me tocó el hombro y como un otario me di vuelta. En ese momento le sacó la dentadura a Raimondo y me la puso en el vaso mío. Tomé un trago y vi los dientes que me estaban sonriendo. Casi vomito todo, imaginate el asco que me dio…
El Eterno, enloquecido
El año ’75 quedará para siempre en mi recuerdo y en el de los hinchas riverplatenses. Además de haber ganado el campeonato Metropolitano, superamos a Boca en los dos enfrentamientos en la Bombonera, por 2 a 1. Me acuerdo el que jugamos por el Nacional. Allí debutó el Pulpo Luque, que venía de Unión de Santa Fe para reemplazar al Puma Morete, transferido al extranjero. Con Leopoldo habíamos entrenado algunos partidos pero no nos conocíamos mucho. Mientras nos cambiábamos en el vestuario, nos pusimos a conversar:
–Mirá Leo, yo manejo el sector derecho, llego al fondo y tiro centros. Además me gusta hacer la diagonal y meter goles.
–Yo, Pedro, creo que cabeceo bien y me gusta entrar de nueve y hacer la diagonal hacia la derecha.
Coincidimos en que nos llevaríamos bien. Fue una charla muy productiva y entre los dos ganamos el partido. Yo convertí el primero y Luque lo remató con el segundo. Labruna estaba trastornado de alegría. Una cosa es contarlo y otra muy distinta era ver la manera de festejar que tenía Ángel cuando le ganábamos a Boca.
El Pelado fresco, los mataba a todos
En junio del ’80 nos encontramos con Boca en el Monumental y ganamos 2 a 1. Los goles los hicieron Passarella y Luque. A los diez del segundo tiempo, Labruna ordenó que ingrese el Pelado Díaz para suplantarme. A ningún jugador le gusta salir de la cancha y, por supuesto, a mí tampoco. Trataba de disimularlo, pero la procesión iba por dentro. Ahora a la distancia, como técnico, debo reconocer que Ángel tenía razón. Lo metía a Ramón fresco y los mataba a todos con los piques que hacía. Le daba oxígeno al mediocampo y a la línea de tres; complicaba a los defensores con sus mortíferas diagonales. Una pelota larga hace retroceder las líneas, pregonaba Labruna, y a pesar de mis broncas, debo reconocer que tenía razón.
¡El técnico era Labruna!
Recuerdo aquel Superclásico en la Bombonera, en el ’80. Ganamos 5 a 2 y todavía me emociono. En esa tarde el uruguayo Carrasco la rompió, metió dos goles y le hizo hacer dos al Pelado Díaz. ¡Era un jugadorazo! Yo ingresé en la segunda etapa por Alberto Ortiz. Comparto algunas declaraciones que hizo últimamente el uruguayo, pero otras no. Lo que pasa es que él llegó tarde a River y no vivió el comienzo previo al proceso, cuando Labruna formó el grupo y nos fijó los roles a cada uno. No era joda, había que sacar campeón a River después de diecisiete años. Ángel bancó al plantel porque ese equipo no se conformó con ese solo título, seguimos consiguiendo campeonatos y brindándole satisfacciones a la hinchada.
Entiendo que Carrasco quisiera jugar, además tenía condiciones para hacerlo, pero no es cierto que el Negro López era el técnico de River. El que decidía, armaba el equipo, sacaba y ponía era Ángel Labruna, no se equivoquen…
• Cuando un marcador me agarraba la vuelta y me tomaba el tiempo, me iba para el otro lado y buscaba la oportunidad por allí. Si bien tenía recursos para sacarme un tipo de encima, prefería ser práctico. No conviene encapricharse en pasar a un defensor difícil y pegajoso, porque de esta forma pierde uno y sobre todo, el equipo.
• Para muchos, Ángel Labruna comprendía excesivamente al grupo; y decían que era el jefe de la banda. Pero esa banda le dio un montón de alegrías y era porque confiaba en el jugador.
• Tarantini y Pernía fueron los defensores de Boca más difíciles que tuve. Si no podía con mi velocidad, apelaba a la triangulación para confundirlos. Lo utilizaba a Saporiti, que era un avión, o a Pablo Comelles, que tenía una riqueza técnica tremenda. Trataba de sorprender con variantes improvisadas en el mismo partido.
• Nunca me pesó la camiseta de River. De entrada tuve dificultades porque venía de estar cuatro meses parado. Al principio, cuando entrenaba, sentía que tenía setenta años. Me pesaban los botines, los pantalones, todo… hasta la vida. Después me puse en forma y era un balazo.
• Roberto Perfumo le hizo muy bien al plantel, tenía el sentido común muy desarrollado. Unió al grupo. Con Roberto queríamos estar todos. Nos quedábamos conversando con él hasta la madrugada.
• A pesar de haber pasado un ciclo exitoso en San Lorenzo, me quedo con la etapa de River. Conseguí triunfos con más continuidad. La clave del éxito en River fue haber mantenido la base del equipo. En cambio, en el Ciclón salimos campeones en el ’68 y se mantuvo en el ’69, pero en el ’70 empezaron a vender jugadores y, lógicamente, hubo que empezar de cero.
• En mi etapa de jugador fui muy responsable y me cuidé mucho. De lo contrario no hubiera podido jugar hasta los treinta y siete años. Me ocupaba de los mínimos detalles. Entraba a la cancha con el canchero y le hacía tirar semillas en el sector derecho, que era el lugar por donde transitaba. Le decía: “Cuidá esta quintita, que es lo que te da de morfar”.
• Javier Castrilli no me gusta, no sabe manejar los tiempos del partido y condiciona el espectáculo. Se hizo exitoso por su agresividad. No critico su manera de ser, pero no lo comparto. Me inclino más por Pancho Lamolina, con él los partidos terminan once contra once, como debe ser. En mi época me gustaba Ricardo Calabria, que por ahí dejaba jugar fuerte, pero entendía la mala intención.
• En toda mi carrera utilicé como cábala las medias al revés, y por ese motivo recibía las cargadas de mis compañeros. Cuando pateaba desviado siempre había algún comedido que decía: ¿Y qué querés, si Pedro tiene los botines cambiados…?
FUENTE: TARINGA/ INFORIVERPLATENSE
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