FUE UN 25 DE JUNIO DE 1978
FUENTE: "INFOABE"
“Toqué el cielo, amigo. Te puedo asegurar que gracias al fútbol toqué el cielo con las manos”...
Víctor suelta la frase y las palabras quedan rebotando en el living de la sencilla casa de San Francisco Solano, después se genera un silencio profundo, de esos que se escuchan. Nadie puede tocar el cielo, pero él no puede tocar nada con las manos porque desde los 12 años no tiene brazos. Entonces, la frase tantas veces dicha por muchos, en su boca alcanza otra dimensión y se llena de una carga emotiva que conmueve. El fútbol fue el salvavidas al que se agarró con el alma Víctor Nicolás Dell’ Aquila para salir a flote de una situación que parece imposible superar.
Pasadas las 11 de la mañana del 8 de setiembre de 1967, a la espera de que sus amigos salieran de la escuela para ir a jugar un picado, al pequeño Víctor (tres días antes había cumplido 12 años) se le ocurrió la muy mala idea de subirse a una torre de alta tensión. No era la primera vez que lo hacía, le gustaba la altura y también le encantaba ver cómo bajaban los aviones para aterrizar en el aeropuerto de Ezeiza, allá, a unos 50 kilómetros de su barrio.
“Pero en un momento perdí el equilibrio, y con la mano derecha agarré el cable… Yo no sabía que tenía electricidad, y al sentir la corriente, con la mano izquierda me agarré la muñeca derecha para intentar zafarme. La descarga me carbonizó los dos brazos y me empujó al vacío: caí de espaldas de casi 15 metros de altura. Nadie se explica cómo sobreviví a eso”, cuenta hoy, a los 64 años, y tras haber construido una vida que lo enorgullece.
Poco antes de las seis de la tarde del 25 de junio de 1978, la selección argentina le hizo el tercer gol a Holanda y quedó a nada de consagrarse campeona mundial. A Víctor, por ese entonces de 22 años, se le nubló la vista de la emoción, la gloria estaba ahí nomás, y tomó una muy buena decisión: saltó a la cancha.
“Estaba en la platea que da sobre Figueroa Alcorta, En esa época era un pendejo, pesaba 50 kilos y tenía un buen estado. Cuando vi que el referí levantó la mano, pasé los pies por el alambre, flexioné y ¡tac! Caí paradito. Pero seguían jugando, el italiano (Sergio) Gonella en realidad había adicionado un par de minutos. Entonces caminé despacito y me puse al lado del palo del Pato Fillol. Y cuando el juez sí dio el pitazo final salí corriendo en busca de alguien a quien abrazar. En un momento, vi que Tarantini se arrodilló como rezando, Fillol hizo lo mismo y se abrazaron. Y ahí me mandé”, recuerda compenetrado, como si lo estuviera viviendo. “Llegué corriendo, me frené delante de ellos y las mangas de mi buzo se fueron para adelante, como si los fuera a abrazar”, completa el relato con emoción.
Ricardo Alfieri, prestigioso fotógrafo de la revista El Gráfico, logró captar con su cámara ese momento sublime. Un par de días después el talentoso periodista Ernesto Cherquis Bialo le puso el título que la ayudó a convertirse en la mejor foto del Mundial ’78 y en una imagen histórica del deporte argentino: “El abrazo del alma”.
La imagen, que ganó concursos en el país y en el exterior, decora una de las paredes de la casa que Víctor comparte con su esposa Gilda en el partido de Quilmes. “Con todo cariño le dedico a Víctor mi mejor foto del Mundial 78. Ricardo Alfieri”, dice la dedicatoria del fotógrafo que murió en 1994. Esa escena marcó la vida de ambos para siempre.
En la madrugada del 9 de setiembre de 1967 al pequeño Víctor le tuvieron que amputar los dos brazos. Era eso o la muerte. Así se lo plantearon a su mamá. “A mi vieja le dijeron si me quería vivo había que hacerlo. Y ella dijo que sí, por más que sea un pedazo de carne, es mi hijo. Y quiero que viva. Nosotros lo vamos a ayudar, le contestó, textual, a los médicos”, recuerda.
A la amputación de los miembros superiores había que sumarle graves consecuencias en las piernas. Por esas horas, había pocas posibilidades de que volviera a caminar. Ocho días después de haber sido fulminado por la descarga eléctrica, Víctor se despertó en la sala de terapia intensiva del Hospital de Quilmes. “No podía entender qué me había pasado. Entonces, le pregunté al médico: ¿para qué me deja vivir? Y él me respondió: ‘Vos le tenés que devolver la vida a tu vieja'. Entendí entonces que tenía que vivir, que lo tenía que superar. Esa fue la mejor ayuda psicológica que me podían dar”, asegura.
“Tuve que aprender a vivir de nuevo”, cuenta Víctor para resumir el desafío que tuvo que enfrentar siendo un chiquilín. Pero había algo que quería mantener de su antigua vida: el fútbol. A la pelota se juega con los pies, y el demostraría con el paso del tiempo que sin brazos se puede ser un buen jugador. Aunque antes de llegar a esa etapa tuvo que superar una larga y compleja rehabilitación de sus miembros inferiores.
Durante todo 1968, Víctor estuvo internado de lunes a viernes en el Servicio Nacional de Rehabilitación, donde hoy funciona el INCUCAI, en el Bajo Belgrano. Algo que lo mantenía con la guardia anímica alta en esa etapa era que el equipo profesional de River usaba las instalaciones del centro para entrenarse. “En esa época River no tenía la cancha auxiliar junto al Monumental, entonces iban a practicar ahí que les quedaba cerca”, recuerda el protagonista del Abrazo del alma.
Así fue que Víctor, fanático de Boca desde la cuna, construyó una relación de amistad con varios integrantes del plantel Millonario, entre ellos Pinino Más y el Negro Jota Jota López.
En el verano de 1969, Víctor completó la rehabilitación, volvió a su casa y a la escuela. Por las tardes se prendía en los picados del barrio y le pintaba la cara a más de uno. Su habilidad para jugar al fútbol a pesar de no tener brazos generaba admiración. Un sábado por la mañana, participando de un torneo barrial para Unión Vecinal, deslumbró a José De Negri, un uruguayo que dirigía a Sportivo Victoria de Montevideo, club que había sido invitado a la competencia.
“El uruguayo se me acercó, me felicitó por lo bien que jugaba, y me preguntó de qué equipo era. De Boca, le dije. Me preguntó entonces si quería ir a la cancha. Y después de pedirle permiso a mi papá -yo tenía 14 años-, al otro día me llevó a La Bombonera a ver Boca - Huracán. Fuimos a la platea, y al lado mío se sentó Oscar Ringo Bonavena, el boxeador que era fanático del Globo”, cuenta Víctor.
La experiencia lo maravilló y comenzó con la rutina que lo amigó definitivamente con su nueva vida. “Empecé a ir a la cancha a ver a Boca todos los domingos, y cuando jugaba de visitante en algún lugar que me quedaba muy lejos, me iba a ver a Racing o a Independiente, porque en tren llegaba enseguida a Avellaneda”, explica.
Con el paso de los partidos, Víctor fue subiendo la apuesta, ya no se conformaba con estar en la tribuna, quería acercarse más a los jugadores, poder pedir alguna camiseta, saber qué se sentía pisar el pasto. Entonces empezó a entrar a la cancha. Con una habilidad extraordinaria, el pibe saltaba los casi dos metros que medían los viejos fosos que separaban a los hinchas del césped. “De tanto ir a ver a Racing me hice amigo del Mono Rubén Guibaudo, el arquero suplente, que después me hacía entrar por el vestuario y me dejaba estar al lado del banco. Es más, hasta le pateaba en las entradas en calor. Eran otras épocas”, dice.
El domingo 22 de noviembre de 1970, Racing recibió a un River plagado de juveniles con un par de experimentados como sustento. Entre ellos, el Negro Juan José López, que pese a su juventud, ya tenía una rica trayectoria. Como era habitual, Víctor fue al vestuario y gracias a la gestión de Guibaudo, se paró al lado del banco de suplentes.
A los 11 minutos del segundo tiempo, el debutante Eduardo Anzarda convirtió el primero de los dos goles que hizo para darle el triunfo a River. “Cuando vi que la pelota tocaba la red salí corriendo sin saber qué hacer, se me puso la vista en blanco, hasta que me paró Jota Jota López para abrazarme”, recuerda el Chavo Anzarda sobre su primera vez en la red. A unos 30 metros de la acción, a Víctor también lo invadió la emoción y tuvo un impulso muy parecido al que lo llevó a entrar en la final con Holanda. Y salió disparado del banco a buscar a los futbolistas de River. No conocía a Anzarda, pero se puso feliz por el Negro López. “Me salió de adentro, lo quise ir a saludar. En ese momento no me importó ser de Boca, con el Negro tenía muy buena onda, lo conocía bastante de la época de mi rehabilitación y fui corriendo para donde estaba él festejando el gol. ¡Grande Negro!, le dije”, relata Víctor sobre aquella celebración que tenía como motor el agradecimiento a alguien que lo había ayudado a atravesar días muy oscuros.
Si algo le faltaba a la escena para meterse en la historia del fútbol argentino era la cámara de Ricardo Alfieri… En un verdadero presagio, tal como que ocurriría ocho años después en la cancha de River, el fotógrafo de El Gráfico captó el momento. “Es increíble... Podría decirse que ése fue el otro Abrazo del alma”, indica Víctor con toda la razón.
La presencia de Víctor en la foto del festejo de River pasó inadvertida, incluso hasta un par de años después de la célebre imagen junto a Fillol y Tarantini. Fue un redactor de El Gráfico que la encontró en el archivo y la asoció con la del festejo mundialista. Alfieri no la recordaba. Tras el hallazgo, la revista publicó una nota en su edición del 5 de agosto de 1980 titulada “La foto que nació dos veces”. Hoy la imagen del Negro López, Anzarda y Víctor comparte el living del matrimonio Dell’Aquila.
“Uno está tocado por la varita mágica. Yo lo siento así”, explica Víctor al mirar hacia atrás y repasar sus casi seis décadas y media. “El fútbol me ayudó para escapar del problema. Yo no caí en la droga ni en la bebida, pero siempre tenía que jugar al fútbol y los fines de semana ir a la cancha”, agrega este quilmeño que aprendió a vivir con su discapacidad y hace cosas que resulta difícil imaginarlas en una persona que no tiene brazos. Porque a esa falta la suplió con una técnica en la que combina la cabeza, los hombros y los pies y así pudo estudiar dibujo, ser campeón de pool, jugar al ping pong, manejar una camioneta de reparto de verduras de la década del ’70 y, obvio, jugar al fútbol.
“Mi familia me dio educación, me alimentó, me vistió, me formó, me inculcó valores, y el fútbol me devolvió la vida en otro sentido: me llenó de satisfacciones. Entrar a la cancha para pedir una foto, una camiseta, un autógrafo, para mí era muy especial porque los jugadores me hacían sentir uno más. Y pude tener una linda amistad con muchos”, comenta.
Camisetas de varios clubes firmadas por sus dueños y fotos con ídolos de todos los tiempos de Boca, como la que se sacó con Diego Maradona, conviven en la casita de Solano. En ésa que heredó de su viejo y donde crió a Mariano y a Víctor, los dos hijos que tuvo con su querida Gilda. El disfrute de la cancha también era el premio por haber trabajo toda la semana. Porque Víctor hizo de todo, tuvo verdulería, fue empleado en una empresa de colectivos y vendedor de lo que fuera. Con el ingreso de su laburo más una flaca pensión que cobra desde mediados de los ’90, Víctor se las rebusca para tener un presente digno.
Hace seis años, la foto junto a Fillol y Tarantini, le dio otra satisfacción. A partir de esa imagen, Coca Cola hizo una gran campaña publicitaria previa al mundial de Brasil. Además de reencontrarse con los otros dos protagonistas de la imagen, Víctor fue invitado a la Copa del Mundo. “Fue un sueño cumplido. Siempre dije que me faltaba ir a un mundial. Y lo conseguí”, dice.
Esa frase fue la última de una charla sin desperdicio. Ahora cualquiera puede entender aquel “toqué el cielo con la manos” del inicio. La vida de Víctor está llena de hechos que parecen imposibles.
“La verdad es que yo no recordaba la existencia de la foto de Jota Jota López y el Chavo Anzarda con Víctor. Un muy buen trabajo periodístico de El Gráfico, un gran hallazgo”, se sincera Ricardo Alfieri (hijo). “Pero sí, ¡se trata del primer Abrazo del alma!”, agrega con sorpresa una vez que -en plena conversación vía celular- recibe en su mail la imagen en cuestión. Amable y bien predispuesto, Ricardo acepta repasar cómo fue el momento en que su padre captó la imagen que fuera consagrada como la mejor foto del Mundial 78. “Mi papá ya estaba jubilado, tenía entonces 66 años y no podía salir corriendo a la par de sus colegas más jóvenes al medio de la cancha a fotografiar los festejos. Tenía que encontrar otra cosa y así la vio (por la foto): el Pato Fillol y el Conejo Tarantini, arrodillados, abrazados y un joven sin brazos que llega para festejar cerca del área”, describe.
Después, sacó otras fotos y ni siquiera él mismo se acordó de ésa a la hora de elegir las tomas para la edición del día siguiente. A los pocos días, la rescató, se publicó, y luego llegó a ganar el primer premio de un concurso que había organizado Canon. Y se convirtió en un símbolo”, agrega. Al margen de la enorme satisfacción profesional que le generó la imagen a don Ricardo, también logró que se gestara un vínculo de amistad con Víctor Dell´Aquila. “Con papá sabíamos que Víctor siempre iba a ver a Boca y que entraba a la cancha, así que un domingo lo buscamos y le dijimos que pasara por casa a buscar la foto”, cuenta.
“A partir de ese momento, varias veces en el año, siempre en día domingo, Víctor se aparecía por la casa de papá a charlar. Hicimos una muy linda amistad con él, es un chico muy entrador y amigable”, asegura. Volviendo sobre El abrazo del alma, Ricardo explica que “se trata de una foto que año tras año toma más fuerza, tiene una vigencia increíble. Y eso es un orgullo para los Alfieri”.
El Chavo Anzarda se enteró de que había protagonizado una versión inédita de El abrazo del alma 35 años después. Fue ya viviendo en Tres Arroyos y gracias a Miguel Alarcón. El Pato guarda en su casa una abultada colección de revistas El Gráfico, y en una oportunidad, revisando viejos ejemplares se encontró con el número del 5 de agosto de 1980. En una de sus páginas aparecen las dos fotos tomadas por Ricardo Alfieri en las que participa Víctor Dell’Aquila.
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