A 26 AÑOS DE LA PARTIDA DE UBY SACCO
FUENTE: "INFOBAE":
La pelea más difícil de Uby Sacco no fue arriba de un ring sino en la puerta de un cabaret de Mar del Plata, en la zona de la vieja terminal de ómnibus, a fines de los 80.
Un marinero, con el que había discutido en un momento de la noche, se le abalanzó con una cuchilla y le dio tres puntazos. El corte más profundo se lo hizo en el antebrazo.
El ex campeón mundial de boxeo sacó su derecha letal y lo derribó de un cross a la mandíbula. El marinero cayó y golpeó la cabeza en el cordón de la vereda, que comenzó a teñirse de rojo. Un amigo se llevó a Uby mientras otros dos hombres intentaban reanimar al marinero.
Nunca se supo qué pasó después. El episodio no salió en ningún diario. Uby nunca supo si había matado a ese hombre.
Solo tenía una certeza: si hubiese golpeado al italiano Patrizio Oliva con ese odio acumulado, no hubiese perdido el cinturón de los welter juniors de la Asociación Mundial de Boxeo.
—Cuando perdés el ojo de tigre, como decía Rocky Balboa, perdés todo. En el boxeo y en la vida –le había dicho Uby (Ubaldo Néstor Sacco) al autor de esta nota, pocos meses antes de su partida.
Murió el 28 de mayo de 1997, a los 41 años, en Mar del Plata.
El 15 marzo de 1986, en Montecarlo, había perdido la ferocidad de su mirada. Llegó a la primera defensa del título con el peso de noches oscuras, aunque estaba confiado de retenerlo. Se entrenó menos que nunca: se lo vio más en los bares que en el gimnasio.
Su manager, Tito Lectoure, pensó en abandonarlo. Uby afrontó el compromiso como pudo, con un puñado de entrenamientos y la bendición de Diego Maradona, que hasta le pasó videos de las peleas del napolitano Oliva a través de Guillermo Cóppola.
El marplatense apenas dio el peso. Estaba desangelado, como si fuera su propia cáscara. Fue una sombra que por momentos superó a Oliva. Hasta que se quedó sin golpes ni piernas.
En un momento, en el minuto de descanso, Uby sintió que no tenía fuerzas para levantarse y salir al nuevo round. En su rincón lo abanicaban con una toalla para que le entrara aire en la boca. No escuchaba lo que le decían y los gritos de los aficionados eran como una masa sonora pegajosa. Algo así como escuchar debajo del agua.
Cuando sonó la campana, su padre y entrenador, Ubaldo Francisco Sacco, lo tuvo que levantar del brazo izquierdo. Y Lectoure, del brazo derecho.
Y ocurrió el milagro. Uby quedó de pie. Como un Cristo que es descolgado de la cruz y empujado –y hasta obligado- a la resurrección.
Le dieron la pelea perdida en un fallo dividido. Uby hizo una mueca de resignación. Entró en el vestuario en silencio. Sobre lo que pasó adentro hay una leyenda según la cual golpeó la pared con todas sus fuerzas. Con esa mano, podría haber noqueado a su rival.
Podría decirse que Uby nació boxeador. Estaba en la panza de su madre Hilda cuando su padre Ubaldo, un boxeador clásico y elegante de la década del 50 (la época del Zurdo Lausse y el Cacique Selpa), peleaba en el Luna Park. Por eso Uby nació en Capital Federal, aunque se consideraba marplatense.
Siempre fue un rebelde. Cuando su padre le aconsejaba regular, seguir una estrategia especuladora en un combate, Uby le decía que sí, pero ni bien comenzaba el primer round salía con toda su destreza y su coraje a buscar al rival. Como dos trenes que chocan de frente.
Nunca le gustó el boxeo, pero brilló en los welter junior, una categoría que tenía referentes de la talla de Roberto Alfaro, Hugo Luero, Hugo Sergio Quartapelle, Juan Antonio Merlo, Lorenzo García y Ramón Abeldaño. O el pegador Horacio "La Pantera" Saldaño, a quien Uby le ganó dos veces.
El 21 de julio de 1985 se consagró campeón mundial al derrotar por nocaut técnico al canadiense Gene Hatcher, a quien había derrotado en una anterior pelea, aunque los jurados se la dieron por perdida.
El enviado especial de El Gráfico, Ernesto Cherquis Bialo, le preguntó al día siguiente de la consagración:
—¿Para la próxima pelea, sea contra quien fuere, vas a prepararte igual, mejor o peor?
—Si llegué hasta acá así, ¿para qué me querés cambiar?
—Para que seas un campeón por mucho tiempo, para que ganes dinero, para que asegures tu vida y la de tus hijos, para que seas un buen ejemplo, para eso, ¿te parece poco?
—Pero vos siempre con lo mismo, ¿cuándo vas a creer en mí? ¿qué tengo que hacer?
Uby volvió a Mar del Plata con toda la gloria. Lo pasearon por la ciudad en un camión autobomba.
Era el campeón. El que había aparecido en la tapa de El Gráfico, arrodillado ante la gloria, cerca de su padre, llorando aunque más que llanto parecía una carcajada de felicidad.
Muchos de los que estaban ese día y fueron a recibirlo como un héroe, fueron los mismos que señalaron con el dedo de la misma mano que usaban para aplaudirlo o tocarlo.
La que creó el mito negro Uby Sacco.
"Solo él sabrá si empezó a brillar o empezó a morir, cuando se hizo campeón mundial. Su jab era artesanal y su orgullo inmenso. Lo disfrutamos casi nada", escribió una vez Osvaldo Príncipi.
Uby protagonizó 52 peleas: ganó 47, perdió 4 (ninguna por nocaut) y empató una. Atravesó con habilidad y guapeza 429 rounds. Pero en todo boxeador hay un récord que no deja huella ni queda por escrito. Son las peleas callejeras. Uby tuvo varias: el mito dice que no perdió ninguna.
La historia violenta del marinero comenzó cuando Uby fue a un cabaret a tomar unas copas. Cuando entró en el baño, un hombre se le acercó y le pidió:
—Campeón, ¿me convidás un saque?
Uby le dio la bolsa y el marinero tomó delante suyo.
Pocos minutos después, el marinero insistió, pero esta vez cuando Uby tomaba una copa con un amigo. Como Uby lo ignoró, el marinero le dijo:
—Garca, encima que me convidaste la que vos no tomás, ahora la encanutas.
El asunto pareció terminar ahí, hasta que una hora más tarde ocurrió la pelea en la calle. Una versión es que el marinero sobrevivió a la caída, pero no se animó a hacer la denuncia o a tomar venganza.
Para Uby, enfrentar a hombres con guantes no era ningún riesgo. Sobre todo después de haber sobrevivido a hombres que lo amenazaron con armas o cuchillos.
Otro combate memorable, del que tampoco hay registro, ocurrió también en las calles salvajes de Mar del Plata. Una noche le salvó la vida al Tarta Lozada, un pistolero que trabajaba como matón de políticos, sindicalistas y transas.
Aquella vez, Uby lo encontró al Tarta en un apriete: rodeado por seis hombres que le daban una paliza. Se metió, se puso espalda con espalda con el Tarta y golpeó a sus contrincantes. No quedó ni uno de pie.
El Tarta pagó el favor años más tarde.
Cuando Uby vivió un romance con una de las chicas de un proxeneta pesado, El Tarta –que era uno de los sicarios del rufián- recibió la orden de matarlo.
—Vos me salvaste la vida una vez, ahora te la voy a salvar a vos –le dijo el Tarta mientras le mostraba la pistola con la que debía matarlo.
Tiempo después, el Tarta –que manejaba varios pools-, quiso cobrarse una vieja deuda que al parecer tenía con la madama y ladrona Margarita di Tullio. Fue a su casa con dos secuaces, pero la mujer los mató a tiros. Desde ese día la llamaron Pepita la pistolera.
Hay más historias delincuenciales protagonizadas por Uby. Una de ellas se la contó él mismo al periodista Carlos Irusta. "A los quince años se entreveró en un bar con un policía. El hombre, recostado de espaldas al mostrador, iba armado y lo desafió. Es probable que los dos estuvieran borrachos. Uby se aguantó al principio, porque no podía dejar de mirar la pistola pendiendo en la cintura del otro, hasta que en un descuido, un amigo de él, desde atrás, se la sacó. Luego contaría: 'Le di tanta piña en el estómago que le doblé la hebilla del cinturón, lo desparramé -contaría luego- y después me fui. ¡Para qué! Me agarraron unos compañeros de él y me dieron una marimba en la calle que me dejaron loco. Eso sí, ¿eh? No les di el gusto de llorar'".
Le gustaba desafiar a los policías. Una vez un periodista amigo le avisó que la policía iba a allanar el hotel que regenteaba por tráfico de drogas. Uby solo consumía. Esa noche pudo haberse ido, pero se quedó a esperar a los uniformados. Cuando llegó el jefe del operativo, Uby le palmeó la mejilla y le dijo, con tono canchero:
—No queda nada, me la tomé toda.
Estuvo preso varias veces. Una fue por un mozo que lo acusó de haberlo golpeado.
Uby acostumbraba ir al club Peñarol, donde compartía veladas con Carlos Monzón y Alberto Olmedo. Es más: llegó a visitar a Monzón en la casa de la calle Luis Pedro Zanni, donde el ex campeón mundial de los medianos mató a Alicia Muñiz, y volvieron a cruzarse en la cárcel de Batán.
"Uby fue el boxeador más completo", decía el ex campeón de peso mediano del Consejo Mundial y de la Asociación Mundial de Boxeo.
Esto no es todo: en 1988, en el verano maldito de los balcones de Olmedo y Monzón, Uby también conoció a Celso Arrastía, presunto asesino serial de cinco mujeres.
Sacco vivía en un hotel céntrico junto a su esposa Patricia, donde algunas noches solían escuchar el llanto de una mujer que estuvo a punto de ser asesinada por Arrastía. Es más, Uby conoció a una prostituta que había sido amenazada por el serial killer.
La ex mujer de Uby, Patricia, recuerda al criminal:
"A mí nunca me hizo nada, quizá porque yo no era una presa fácil. Mi pareja había sido uno de los mejores boxeadores del mundo. Mató a varias chicas, a una en un hotel llamado Los Galgos. Otra víctima fue encontrada en el hotel de la calle Salta, a la vuelta del Club Atlético Mar del Plata, adonde también iba Uby. De la cara de asqueroso y degenerado que tenía no me olvido más. Usaba bigote y vestía con elegancia".
Uby volvió a cruzarse con el asesino dos veces. La primera fue en la Brigada de Investigaciones de Mar del Plata, donde estaba detenido por presunta venta de cocaína. Allí, Arrastía le pidió una hojita de afeitar porque quería sacarse los bigotes para que no lo reconocieran. Uby se la negó. La segunda vez se vieron en Batán. "No maté a nadie, es todo verso", le dijo. Uby no le creyó.
Además estaba preocupado por otro preso, en quien sí creía. Era Monzón, con quien estuvo a punto de dar una exhibición de boxeo en la prisión. Pero Monzón estaba sin entusiasmo y cansado de que algunos presos lo desafiaran porque había matado a una mujer. "Me vienen de a cuatro muñecos a pelearme y los tumbo como papel. No me duran ni medio round".
Réquiem
Sus últimos años los pasó en bares de mala muerte. Uno de ellos era el café Los Amigos. El poeta maldito Enrique Symns frecuentaba ese lugar. Lo recuerda de esta manera: "A Uby le gustaba más la calle y los bares que el gimnasio, la llegada del dealer más que la del manager, los amigos drogones que la gente normal, las peleas callejeras más que las conversaciones convencionales. Era adicto a la cocaína pero más aún a la desgracia. Nunca lo vi pelear pero, sin embargo, fui un admirador de su desgracia. Uby estaba lesionado por el mundo. Yo también me hubiera agarrado a piñas con las docenas de imbéciles que me he ido cruzando en los boliches de rock en el transcurso de mi vida. Me drogué como él y también conocí la cárcel. Yo también viajaba por la ciudad, como un ciego, guiando un hato de extraviados en el desierto sin fin de la ciudad. No tuve su valor, murió a los 41 años y abandonó este ring side ficticio donde solo pululan las almas innobles".
La última aparición pública de Uby fue en una charla en Deportea, en Mar del Plata, invitado por el periodista Juan Carlos Morales.
Días antes había visitado la concentración de Independiente, el club de sus amores. Muchos no lo reconocieron, solo vieron que un hombre desgarbado, con el pelo lacio, de lentes, con un piloto viejo que le daba aspecto de linyera, se acercó al Flaco César Menotti, por entonces entrenador del Rojo, y se abrazaron. Cruzaron un par de palabras y Uby se fue. Su aspecto, o algo en él que era mucho más interno, parecía tan frágil que hasta daba la sensación de que el viento podía derribarlo.
Se fue sin que ninguno de los diez periodistas que estaban en el lugar le dijera algo. Tenía las manos en los bolsillos y se movía de un lado a otro, como un péndulo descalibrado. Al tiempo que lo hacía, no parecía respirar, sino aspirar profundamente el aire. Era un movimiento aparatoso, descoordinado e involuntario. Una triste paradoja para el hombre que en el ring se movía con pasos de bailarín.
Sus ojos eran tan melancólicos pero a la vez tan vacíos, como los ojos de alguien que había comenzado a despedirse de todo, hasta de sí mismo.
Tiempo después de su muerte, cuando fue a pelear a Mar del Plata ante Omar "El Príncipe" González, el mítico Roberto "Mano de Piedra" Durán llevó flores a la tumba de Uby. Lo acompañó el Karateca Medina, boxeador que estuvo preso y participó de esa velada.
"Una vez Maradona nos invitó a Uby y a mí a entrenar y vivir en Nápoles. Yo acepté, Uby no", contó el Karateca. "Mano de Piedra" pensaba lo mismo que Monzón: que Uby fue uno de los púgiles argentinos más completos y técnicos.
Uby era admirado por sus pares y los periodistas que cubrían su carrera. Sergio Víctor Palma, también campeón mundial, solía decir que Uby y Gustavo Ballas habían sido dos de los boxeadores más técnicos de la historia. El periodista Walter Nelson lo llamó el "Maradona del boxeo". Sus colegas Horacio García Blanco y Ulises Barrera también lo admiraban.
Diego le dedicó un gol jugando para Boca. Una anécdota define la personalidad de ambos. Jugando al fútbol, en un picado de amigos, allá en los 80, Uby le hizo un caño a Diego. Diego se vengó y le hizo dos. Uby estaba furioso.
Por esos días se lo solía ver en recitales. Una vez Luca Prodan, en Obras, le cantó desde el escenario mientras Uby lo miraba desde el público: "Soltá el brillo, soltá la belleza de tu pelo con Wellapon, Uby también se lava con Wellapon".
Pero como dijo Cherquis Bialo el día que murió Uby: "La fama, la gloria, el ocaso. Todo fue efímero en él, hasta su existencia".
A sus hijos Lorena y Sebastián, Uby les dejó como legado un manuscrito que pronto será libro.
Allí cuenta su infierno, relata las injusticias que sufrió cuando lo detenían muchas veces por su mala fama. Todo eso lo escribió desde una celda, cuando sentía el final cada vez más cerca.
"La muerte me tiene embrujado como un muñeco de trapo", escribió de puño y letra en un cuaderno Gloria de tapa blanda. Parte de esos textos aparecerán en Nervio, la revista cultural fundada y dirigida por Andrés Calamaro, de próxima aparición.
Los hijos lucharon para recuperar las fotos y las pertenencias de Uby. Cada uno de ellos conserva un guante y una bota, que fueron encontrados de casualidad por un cartonero que revolvía un contenedor. El cinturón de campeón también fue recuperado.
Cuando Uby quedó en la ruina, le embargaron su casa, con sus pertenencias incluidas. Sus guantes también pasaron de mano en mano.
Uby intentó salvarse. Por sus hijos, por su familia. Quizá trató de ensayar de nuevo, aceptar y retomar desde el principio, dar un volantazo y volver un poco atrás. Y ahí partir desde lo más sencillo. No pudo. Sobre el ring parecía saberlo todo. "Pero la vida es mucho más difícil", decía.
Pese a todo, sus amigos y sus hijos lo recuerdan como un niño que no supo vivir. Los escritos que dejó retratan su desesperación. En esos días en los que no le quedaba casi nada. Esa confesión desgarradora tal vez sea su réquiem -después de sus intentos por recuperar el paraíso perdido-, y a la vez su regreso definitivo al lado luminoso de la vida.