jueves, 27 de octubre de 2022

DIA DEL ENTRENADOR DE BOXEO SE CONMEMORA EL 27 DE OCTUBRE

EN HOMENAJE A AMILCAR BRUSA 

FUENTE: "AIRES DE SANTA FE"/"JULIO CANTERO"

Hace once años, la noticia nos paralizó e, inicialmente, nos resistimos a creerla. No podía ser si, toda su vida, salió airoso de cuanta batalla librara… Pero era dolorosamente cierto: el jueves 27 de octubre de 2011, a los 89 años, había muerto Amílcar Oreste Brusa. Quien hizo un culto de la honradez. Una religión del sacrificio y el trabajo serio y responsable. Y por quien –aquí y en cualquier lugar del mundo– inflaremos el pecho con infinito orgullo porque fue un ejemplar embajador de la Provincia Invencible de Santa Fe.




Brusa nació en Colonia Silva, Abipones o Desvío Kilómetro 140 –a esta localidad del departamento San Justo, ubicada a 140 kilómetros de nuestra capital, se la conoce indistintamente con estos tres nombres– el 23 de octubre de 1922, pero fue anotado en la ciudad de Santa Fe el 28. Fue el primogénito (y único varón) del matrimonio de Pedro Porfirio Brusa –quien administraba y estaba al cuidado de casi 1.500 hectáreas de campos de la zona– y Carmen Rosa Céttolo, ama de casa. Tuvo dos hermanas, Elva Elsa y Nelly, ambas ya fallecidas. “En esa época, el pueblo eran tres casas y la estación del ferrocarril. Yo trabajaba en el campo, y después estudié en Marcelino Escalada, donde hice la primaria. Por eso, muchos creen que nací ahí, lo que es erróneo –aclaró mil veces–, y seguí los estudios en Santa Fe”, recordaría.

 

Brusa comenzó a practicar boxeo en nuestra ciudad y se entrenaba a las órdenes de Juan Luis Crespi –campeón argentino amateur– y, como aquí había pocos pesados, el técnico lo llevó a Buenos Aires. El entrenador de Crespi era Juan Manuel Morales quien, también, lo fue de Amílcar. Muchos años después, el Maestro jamás se olvidó de Morales, a quien siempre reconoció como su verdadero mentor, ya que le enseñó todo lo que después transmitió a sus dirigidos.

Con sus destacadas actuaciones, el fornido Brusa, quien medía 1,90 metro, ya hacía ruido en el Luna Park. Perdió una final del torneo Guantes de Oro, pero fue campeón en Novicios y de los Barrios y, luego de cinco peleas más, se quedó con el siguiente Guantes de Oro, con la yapa del reconocimiento de la revista El Gráfico como la gran figura del certamen en el que se coronó.

 

Corría 1948 y, en la final del Selectivo de cara a los Juegos Olímpicos de Londres –los primeros que se disputaron luego de la II Guerra Mundial–, Amílcar perdió con el bonaerense Rafael Iglesias quien, en la capital británica, se alzaría con la medalla de oro entre los pesados, junto con el mendocino Pascual Pérez, en mosca. A la fecha, fueron las dos últimas preseas doradas del boxeo nacional en Juegos Olímpicos.

 

Aunque también fue luchador de catch –algunos todavía recuerdan al Enmascarado Rojo–, en su corazón y en su alma ya crecía el sueño de volcarse a la dirección técnica. Observador, analista y estudioso como muy pocos, Amílcar dio sus primeros pasos aprendiendo de dos monstruos consagrados que visitaron Buenos Aires: los morenos estadounidenses Sandy Saddler (rey mundial pluma, cuyo nombre de pila era Joseph, quien nació en Boston el 23 de junio de 1926 y murió el 18 de septiembre de 2001, a los 75 años) y Archie Moore (monarca mediopesado, cuyo verdadero nombre era Archibald Lee Right, nacido el 13 de diciembre de 1916 en Benoit y que falleció el 9 de diciembre de 1998, a los 81).

 

A mediados de mayo de 1951 –ya radicado en la ciudad de Santa Fe–, Brusa comenzó a entrenar púgiles. Su trabajo se repartía entre el Banco Español –del que era empleado– y los gimnasios de Asoem y Unión –del que fue hincha desde siempre–, donde enseñaba los fundamentos del pugilismo. Así fueron pasando por sus manos muchos que, poco después, comenzaron a brillar con luz propia en los rings de nuestra ciudad, la provincia, el resto del país y, también, en todo el mundo. Pero, lo mejor, todavía estaba por venir…

 

A principios de 1960, el Maestro conoció en el gimnasio de Unión –ubicado en el subsuelo de la actual sede Tatengue– a un pibe que, con apenas 17 años, siete peleas en el campo aficionado, desengañado por cuestiones de bolsas incompletas, que tenía hambre de gloria –y también del otro, porque su estómago estaba casi siempre más vacío que lleno–, fue a pedirle que sea su entrenador. Había nacido en San Javier, vivía hacía casi ocho años en nuestra ciudad y se llamaba Carlos Monzón.


El sábado 30 de julio de 1977 y, en el estadio Louis II de Montecarlo, Carlos Monzón, 
el indiscutido rey de las 160 libras o 72,574 kilos, le GPP 15 (unánime) 
al colombiano Rodrigo Valdés y retuvo por 14ª vez sus coronas medianas AMB-CMB. 
Esta fue la 100ª y última pelea de Escopeta –a las órdenes de Brusa desde 1960– 
quien, esa noche, colgó definitivamente los guantes. 
Lo acompañan el santafesino Miguel Ángel Cuello (quien fuera campeón mediopesado CMB, 
y el segundo que coronó el Maestro), y el doctor Elías Córdova, el por entonces presidente de la AMB.

 

Nunca más se separaron. De la mano de Brusa y, con el Maestro en su rincón, Escopeta –bautizado así por el periodista, árbitro, juez y estadígrafo santafesino Julio Juan Cantero– hizo 80 combates amateurs y 100 como profesional. Es más, en las tres derrotas de Carlos como rentado, Brusa no estuvo con él, ya que fue atendido por Genaro Ramusio, quien trabajaba con Amílcar en el Luna Park. “Nunca lo vi perder en su carrera rentada”, se enorgullecía siempre Amílcar al rememorar los 17 años que compartió con Carlos, desde sus inicios como aficionado hasta el retiro de éste, el 29 de agosto de 1977, como rey AMB-CMB mediano.

¿Qué podemos decir del más grande púgil profesional de la historia del boxeo criollo, uno de los mejores del mundo y que se ganó, con absoluta y total justicia, el mayor reconocimiento, respeto y crédito a nivel internacional que ningún otro boxeador argentino haya logrado –y creemos que ninguno lo superará– jamás? “El 7 de noviembre de 1970, cuando Carlos le ganó el título a Nino Benvenuti, fue uno de los días más felices de mi vida. Para mí, ésa fue su mejor pelea, ya que iba de punto total y, salvo muy pocos, nadie daba dos mangos por él. Monzón paralizaba el tráfico en Roma o en París, el príncipe Raniero III de Mónaco lo invitaba a su palacio, las mujeres se morían por él y, en 1983, seis años después de su retiro, entró en el Hall de la Fama del Boxeo de Canastota, Nueva York. Fue un verdadero grande, marcó un récord de 14 defensas del título en su categoría –y del que tuvieron que pasar casi 24 años que se lo batieran– y, por eso, a los que me preguntan «¿cuándo saldrá otro Monzón?», yo les respondo que nunca, porque nunca habrá otro como él”, elogió el Maestro al inolvidable e indiscutido campeón de la ciudad, provincial, argentino, sudamericano y mundial unificado mediano, la única categoría en la que combatió el sanjavierino.

 

Brusa recibió uno de los mayores reconocimientos a su labor de parte de Angelo Dundee quien, entre otros, entrenó a dos verdaderos fenómenos: Muhammad Ali y Sugar Ray Leonard. Cuando Escopeta aplastó al cubano-mexicano José Ángel Mantequilla Nápoles el 9 de febrero de 1974 en París, el afamado técnico estadounidense se acercó y, mirándolo a los ojos, le dijo: “Brusa, ¡qué bueno es tu negrito! No le pegan casi nunca, te martiriza y, encima, te rompe de a poco. Tu pupilo es lo más práctico que vi”, fue el elogio para el entrenador santafesino.

 

El 21 de mayo de 1977, Amílcar consagró a su segundo campeón mundial: 

fue Miguel Ángel Cuello –quien noqueó al estadounidense Jesse Burnett en Montecarlo y se alzó con el cetro mediopesado CMB– que se convirtió en el segundo monarca (de los 11, siete hombres y cuatro mujeres, que se coronaron a la fecha) nacido en la Provincia Invencible.

 

Pero su relación con Juan Carlos Lectoure –promotor y titular del Luna Park– estaba rota desde el año anterior y, por ello, Tito no le programaba a sus púgiles. Ese 1977 marcó un quiebre en la trayectoria de Brusa. En un país que mide su humor diario en la bolsa de valores de los demás y que se olvida de todo, menos de su propio ombligo, el Maestro se despidió de Blanca Catalina Florit –su esposa– y de Ricardo, Susana y Ofelia –sus hijos– y se fue por primera vez de la Argentina. Sí, nuestra crónica estupidez parece incurable. Por ello, huelga preguntarnos por qué, muchas veces, nos va como nos va…

 

Entre 1977 y 2006, Brusa dictó cátedra y consagró nuevos campeones mundiales trabajando en Cali, Cartagena y Barranquilla (Colombia); Caracas (Venezuela), y Miami, Los Angeles, Las Vegas y Nueva York, Estados Unidos. En 1995, regresó a nuestro país y, hasta 2001, fue el director del gimnasio José Oriani de la FAB. Posteriormente, retornó a Los Angeles, donde estuvo a cargo de La Brea Boxing Academy.

 

Asimismo, fue distinguido como Entrenador del Año (1990), Entrenador Latino del Año (1995) y Entrenador de la Década (2000), todos por la AMB y, también, integra el Hall de la Fama de esta entidad, la más antigua de las que rigen este deporte a nivel mundial.


El domingo 10 de junio de 2007, Brusa ingresó al Hall de la Fama del Boxeo Internacional de Canastota, Nueva York. Desde la izquierda, el mexicano Ricardo López, el zurdo estadounidense Pernell Whitaker, el mexicano José Sulaimán Chagnón (quien era el presidente del CMB), el panameño Roberto Durán, y el Maestro, quien fue el sexto argentino (y el segundo santafesino) cuyo nombre se inmortalizó en el Olimpo de los consagrados de todos los tiempos.

 

Siempre con su estilo de ir hasta el hueso con su análisis, Brusa solía recordar a quien correspondiera: “El boxeo es una gran obra social que algunos funcionarios del Gobierno no quieren ver. Un chico que sale de una villa va a un gimnasio y, primero, se forma como persona; después sube al ring y, más allá de llegar o no a un campeonato mundial, tenemos la certeza de haber formado un hombre de bien para nuestra sociedad”.

 

A fines de 2005, la Cámara de Diputados de nuestra provincia lo declaró Ciudadano y Deportista Ilustre de Santa Fe, por “su condición de profesional ejemplar, y por su capacidad ampliamente demostrada en una prolífica y dilatada trayectoria”. En esa oportunidad, el Maestro señaló que “ésta es la primera vez que, alguien en mi provincia, me tributa un homenaje y reconocimiento por mi labor después de más de medio siglo dedicado a esta profesión. Por eso quiero agradecer a la Cámara de Diputados este acto que me llena de orgullo y satisfacción, y seguiré trabajando varios años más, hasta que un día, en algún lugar del mundo, diga basta y volveré, como siempre, a la Santa Fe que tanto quiero y amo”, aseguró.

Y cumplió ya que –hombre de palabra si los había–, a fines de 2006 regresó definitivamente al país. El domingo 10 de junio de 2007, recibió el máximo reconocimiento –y para todos los tiempos– ya que, su nombre se inscribió en el legendario International Boxing Hall of Fame (Hall de la Fama del Boxeo Internacional), sito en Canastota, estado de Nueva York. El Maestro fue el sexto argentino y el segundo santafesino en hacerlo ya que, en primer lugar, lo había hecho Carlos Monzón, su obra cumbre. Además de Escopeta y el Maestro, los otros cuatro criollos cuyos nombres fueron inmortalizados en el auténtico Olimpo de los grandes del boxeo son Pascual Pérez, Juan Carlos Lectoure, Víctor Emilio Galíndez y Nicolino Locche.

 

A fines de junio de 2007, el Maestro asumió como director de la Academia de Boxeo de la Unión del Personal Civil de la Nación (UPCN) de nuestra ciudad, cargo que desempeñó hasta su adiós y, en todo momento, demostró que, por más que sus documentos consignaran que cuatro días antes de su partida había cumplido 89 años, su apego por el trabajo serio y responsable fue su marca registrada hasta el fin de sus días.

 

El sábado 24 de octubre de 2009, al día siguiente de cumplir 87 años, Brusa ingresó al Salón de la Fama del Boxeo Mundial de Los Angeles, California. Además, el martes 20 de julio de 2010 y, en el Quincho de Chiquito, se presentó En el Ring de la Vida –obra del destacado colega santafesino Javier Adolfo Valli–, las biografías del Maestro y Agustín Carlos Uleriche, dos sinceros y leales amigos y orgullos de esta tierra.

 

El lunes 21 de julio de 2010 y, en el primer reconocimiento a nivel nacional que se le realizó, el Maestro fue distinguido por la Cámara de Diputados de la Nación por “su prestigio y trayectoria mundial en la condición de entrenador profesional de boxeo. Por ello, hacer referencia al pugilismo es destacar también la tarea y destreza de grandes campeones que colocaron a la Argentina entre las potencias de este deporte. Pero no se puede hablar de boxeo sin mencionar la participación de Amílcar Brusa, hacedor de gran parte de esta historia. Respetado en todo el ambiente del boxeo aquí, y en cualquier parte del planeta, fue incluido en el Hall de la Fama de Nueva York como muestra del respeto que este deporte le debe”, rezaba la resolución.

 

El domingo 3 de abril de 2011, el Maestro perdió a Blanquita, su compañera de toda la vida la cual, como él mismo decía, “fue padre y madre cuando yo me tuve que ir del país”. Brusa, quien jamás reculó ni para tomar carrera, le puso el pecho a la mala nueva, pero ya no fue el mismo. El viernes 27 de mayo siguiente, en el cine América de nuestra ciudad, se estrenó El Hombre de los Guantes, la película sobre su vida del realizador santafesino Alejandro Agresti.

 

El viernes 12 de agosto de 2011, en Río IV, Córdoba, la jujeña Alejandra Marina Oliveras se convirtió en su 15ª campeona mundial (Locomotora fue la primera y única mujer, y sexta argentina coronada por el Maestro) pero, sólo diez días después, el lunes 22, Brusa recibió otro golpe demoledor: esta vez, se había ido Chiquito Uleriche.

Además de los 15 campeones mundiales que consagró –a quienes entrenó o asistió en su rincones cuando se coronaron–, en la trayectoria de Brusa también se encuentran casi 20 monarcas amateurs y, además, siete campeones argentinos (Marcial Franco, Hugo Mauricio Bidyerán, Carlos Monzón, Jacinto Horacio Fernández, Héctor Ricardo Sotelo, Francisco Antonio Mora y Diego Martín Díaz Gallardo); un sudamericano (Monzón) y cinco latinoamericanos (Luis Acosta, Jacinto Horacio Fernández, Carlos Manuel del Valle Herrera, Luis Mendoza y Carlos Hernández).


En su inigualable trayectoria, Brusa coronó 15 campeones mundiales (14 varones y una mujer), seis de ellos argentinos (tres santafesinos). La lista la completan un dominicano, seis colombianos, un venezolano, y un estadounidense.

Brusa –a quien conocimos desde que tenemos uso de razón– fue un señor con mayúsculas, un ser único e irrepetible y que tendrá por siempre un lugar destacado en nuestros corazones porque, su vida y trayectoria ejemplar, será el camino a seguir para todos los hombres de bien. Hace ocho años, Brusa se convirtió en leyenda. Por eso, descanse en paz, Maestro. Tenga la seguridad que jamás lo olvidaremos y, su partida, no será tal ya que, los grandes –como lo fue usted–, viven para siempre.

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