FUE UN 20 DE OCTUBRE DE 1976
FUENTE: "EL GRAFICO"
Pobre 1976. Tuvo un solo día para recordar. Ese miércoles 20 de octubre fue un día del carajo en un año de mierda.
Bajo el sol primaveral, once jugadores de Argentinos Juniors ingresaron a su cancha para enfrentar a Talleres de Córdoba por la octava fecha del Nacional sin darse cuenta de que un rato después entrarían en la historia. Hacia las cuatro y media de la tarde, mientras en las tribunas se comentaba lo bien que jugaban los cordobeses, en el vestuario local el entretiempo se iba entre lamentos y silencios. Argentinos perdía 1 a 0 y todos miraron a un chiquilín de pelo largo y enrulado que parecía no tener nervios en el pellejo. Juan Carlos Montes, el entrenador, le preguntó lo que el resto de jugadores sabía que le iba a preguntar:
–Nene, ¿te animás?
–Sí –sonrió el nene.
–Bueno, entrá, jugá y la primera pelota que agarrás, tirá un caño.
El chiquilín se puso de pie, se alzó los pantaloncitos hasta el ombligo porque le quedaban demasiado largos y esperó la señal del capitán del equipo para ir rumbo al campo. El chiquilín tenía quince años, once meses y veinte días. Era Diego Armando Maradona. Era el jugador más joven en la historia del fútbol argentino.
Los once titulares de aquella tarde tenían claro que en algún momento el pibe de Villa Fiorito reemplazaría a uno de ellos. Sólo el arquero Munutti y los cuatro defensores respiraban más aliviados porque la inexorable ley del cambio bien hecho los protegía: volante que entra reemplaza a volante o a delantero. Había llegado la hora de terminar con el runrún que los atormentó de martes a sábado. El nene que los avergonzaba a todos durante los entrenamientos de la semana, el que la hinchada de ese miércoles a la tarde ya había reclamado después del gol de Talleres, el que tenía el número 16 en la espalda, no podía esperar un minuto más en el banco de suplentes.
El enigma se resolvió enseguida: “Montes me dijo que yo salía y me la tuve que bancar. A nadie le gusta salir, pero reconozco que esa tarde no me fue bien. Me habían mandado encimar al Hacha Ludueña y encima, a los veintisiete minutos, el Hacha metió el 1 a 0. Cuando terminó el primer tiempo me la veía venir porque yo jugaba de volante central, de mucha marca, y ante Talleres me habían puesto más adelante. Sabía que si no rendía era el candidato a salir”, recuerda Rubén Giacobetti en su inmobiliaria de Villa Urquiza.
El hombre que quedaría marcado como “el que sacaron para que entrara Diego” dice que se quedó en el banco “para verlo jugar” y que “al menos tengo la tranquilidad de que quien entraba por mí no era un tronquito cualquiera”.
¿Aquel sería el único partido en el que Diego no usaría la camiseta 10 de Argentinos Juniors? En verdad no, aunque ésa es otra historia. A Maradona aún le quedaba un camino a recorrer en el último tramo de aquel 1976.
Fue en medio de esos tiempos novedosos para el fútbol que la Junta Militar no daba tregua en su objetivo fundamental: cazar viva o muerta a toda la izquierda argentina, estuviera o no en la guerrilla. Para ello los uniformados le pedían al pueblo que bendijera su cruzada en nombre de Occidente y de Cristo. Esto se leía en los diarios: “Tome conciencia, a la subversión no le interesa que la población sufra sus atentados, la coacciona y luego se oculta detrás de ella. Tome partido: no hay lugar para indiferentes, cada uno tiene un puesto de lucha contra estos dementes subversivos”. Gran parte de la población y de la añeja prensa los apoyaba sin saber, o sabiendo, que miles de jóvenes eran ahogados en un baño de sangre. Pobre 1976.
Hay al menos tres versiones sobre el famoso caño de Maradona: 1) Que recibió la primera pelota sobre la raya y allí, ante la marca de Cabrera, tiró el caño hacia atrás; 2) Maradona debía hacerle ese caño a Cabrera para hacer amonestar o expulsar al volante de Talleres; y 3) El caño fue cerca de la mitad de cancha y frente a frente.
Humberto Minuti , marcador de punta de aquel Argentinos, y ahora empleado de una petrolera, sostiene la primera opinión: “Fue un caño terrible. Pero no sé si fue la primera pelota o no. Sí recuerdo que Diego estaba cerca de uno de los laterales”. Sebastián Ovelar , el puntero izquierdo que hoy trabaja en un frigorífico, defiende la segunda: “Montes le había dicho a Diego que tenía que sacar a Cabrera. Por eso Cabrera le tiró una terrible patada”.
El archivo de la revista El Gráfico tiene esa fama de lugar fantástico –quien no ha escuchado alguna vez la muletilla “y si no lo tienen en el archivo de El Gráfico no lo tiene nadie”– en el que se guardan los documentos históricos menos pensados. Pero aclaremos que los archivos no hablan. Si sus armarios y cajones lo hicieran, hace muchos años que la foto que se publica en esta edición habría conocido la luz. ¿Era la primera pelota que tocó el jugador más grande de la historia aquel 20 de octubre de 1976. ¿Era el caño?
Veinticinco años después que fue lograda por Humberto Speranza, la foto durmió en un sobre, en vigoroso estado de virginidad, hasta que nuestro compañero Diego Borinsky se puso a buscar unos datos de Juan Cabrera. A Borinsky entonces le salió el irrespetuoso que lleva adentro:
–Miren esto, la puta que lo parió.
Sin poder creer lo que veían, aunque educados en el mal hábito de no sorprenderse por nada de lo que sale de tantos sobres amarillentos, fríos y a veces húmedos, los tres trabajadores del archivo asienten a semejante exabrupto de Borinsky. Pero la sana experiencia de Juan, Víctor y María recomienda encomendarse al santo de los archivos antes de cantar victoria: San Chequeo.
La fuente no podía ser otra que Maradona. Quien esto escribe envía un fax a La Habana con la fotografía. La respuesta llega por teléfono y tiene el mismo efecto que un acierto en el Loto:
–Sí, apenas la vi le dije a Coppola: éste es el caño a Cabrera –dice Diego. Esta es entonces la tercera versión y ante la foto virgen que acaba de ser deshonrada, el debate está cerrado.
Para los afortunados periodistas que cubrieron aquel partido, Talleres mereció el triunfo. El mismo Maradona ha dicho en su biografía que “los cordobeses nos estaban dando un toque bárbaro”.Pero la memoria de muchos de sus compañeros de equipo se resiste a darle la razón a la prensa: “No es tan así lo que escribió Onesime en El Gráfico. En el segundo tiempo tuvimos a Talleres en un arco. Merecimos ganar nosotros”, dice Minuti con algo de bronca. En el mismo sentido se queja Dante Roma , el otro marcador de punta que en estos días vende seguros: “Lástima que perdimos, pero ese día nos erramos cada gol”.
Talleres modelo 76 arrastraba miles de hinchas cuando desembarcaba en Buenos Aires. Practicaban el fútbol que le gusta a la gente cuando aún la discusión sobre el fútbol que le gusta a la gente no había fermentado. Bilardo hacía de las suyas en La Plata y Menotti era el rey de la Selección y entre sus muletillas preferidas repetía que Valencia y Ludueña “eran dos jugadorazos”.
Aunque nunca se sabrá qué cantidad exacta de público fue ese 20 de octubre a La Paternal lo cierto es que las tribunas tenían un buen aspecto y que la recaudación de esa tarde fue de 1.273.100 pesos (9.000 dólares), superando los ingresos de varios de los grandes. Un departamento de dos ambientes valía 15 mil dólares, un sueldo estatal unos 400 y la vida nada.
Algún día un arqueólogo investigará cuántos de aquellos miles fueron por Maradona y cuantos otros para ver el carnaval cordobés.
Un hincha de Argentinos de esos días tiene este registro: “No se sabía bien si Diego iba a debutar, eran todas especulaciones. Yo estaba en la tribuna de Juan Agustín García –dice Elio Oscar Padrón –. Talleres trajo mucha gente porque tenía un lindo equipo. Durante el entretiempo nos enteramos de que ponían a Diego. Varios hinchas tomábamos algo en el buffet que atendía un ex jugador de Argentinos y River, el Nicha Sainz. Allí solía ir Próspero Cónsoli, quien todavía no era presidente del club. Cónsoli largó la bocha de que Maradona entraba en el segundo tiempo. Diego hizo dos o tres jugadas, no muchas, pero con eso la cancha se venía abajo. Yo escuché después una nota en la que Cabrera le habría dicho a Maradona, ‘pibe no me hagas otro caño porque te reviento’. Me acuerdo bien de una jugada. Hizo un sombrero, pasó entre dos tipos, sacó el zurdazo y pasó cerca del palo. Hasta los de Talleres dijeron oooohhh”.
Naturalmente ocurrió lo que ya naturalmente no sucede más: después de 45 minutos, hinchas de los dos equipos aplaudieron a ese niño de piel mate. Una extraña sensación recorría a todos. Sin saberlo, habían asistido al nacimiento del primer ídolo lírico, el mismo cuyas gambetas, tiempo después, derretirían la sangre en las venas como decía un graffiti anónimo en las calles de Nápoles.
Abajo, en esa cancha pobre de pasto pero rica en hechizos, Maradona se retiraba con una mezcla de alegría y fastidio. El padre, don Diego, lo veía desde las tribunas de tablón. Había llegado justo para el debut de Pelusa porque salió de la fábrica a las tres de la tarde. Pero lamentaba no haber acompañado esa mañana al hijo cuando, muy temprano, Diego tomó solitario el tren que lo llevaba de Fiorito a Puente Alsina.
“Todo el mundo se acercó al vestuario para felicitarlo, especialmente la gente de las inferiores –cuenta Miguel Gette, marcador central y ahora cuentapropista–. Para ellos era un triunfo que uno de los pibes debutara a esa edad. Diego puso una cara de felicidad que no olvidaré. Todos le dijimos que la derrota no importaba.”
Diego se aferró a la camiseta y la puso en el bolsito como si fuera a usarla de nuevo. Cuando volvió a Fiorito, se la regaló a la madre. Aquella quince descansa en la casa de Villa Devoto.
El diario del jueves
Cómo es que semejante piedra preciosa no había aparecido antes es algo que cuesta trabajo entender. Si bien entonces un debut todavía era una ceremonia que llevaba el proceso de maduración de un buen vino mendocino, Maradona tuvo una fecha tentativa para su primera vez profesional. Debió ser el 12 de setiembre, cuando empezaba el torneo Nacional. ¿Qué pasó?
Diego había jugado la final del torneo de Séptima División y lo habían expulsado por aplaudir en forma burlona a un desacertado juez de línea. Montes, ya retirado de la dirección técnica, jura que no sabía nada: “Yo ya le había dicho a uno de los tipos de la Comisión de Fútbol que cuando comenzara el Nacional iba a poner a Diego. Pero como entre el fin del torneo Metropolitano y el inicio del Nacional se produjo un receso de veinte días, lo llevaron a reforzar la Séptima. Yo no sabía nada de la expulsión. Un día de semana lo pongo con los de la Primera para que practique pensando en el comienzo del campeonato y alguien me cuenta que Maradona estaba suspendido”.
A Diego le avisa un tal Rey, coordinador de inferiores, que le ha llegado la hora. Un cuarto de siglo después Maradona nos dice: “No me acuerdo si eran cinco o siete fechas, pero ya ven, así protegían a los habilidosos, mirá la cantidad de fechas que me pusieron”.
Todos conocen que el primer vidente que acertó a pronunciar la frase “conozco un pibe que será un fenómeno” fue otro pibe. Goyo Carrizo tenía ocho años y fue quien llevó a Diego, su amigo de la infancia, a que pasara una prueba en los Cebollitas de Argentinos que dirigía Francisco Cornejo. Pero ahora también se sabe quién le dijo al técnico Montes que ya era hora de mirar al Nene de las inferiores. Ricardo Pellerano, zaguero central de aquel Argentinos de octubre del 76, cuenta mientras trabaja en el puerto de Dock Sud: “Yo era amigo de Cornejo porque el trabajo con los pibes me apasionaba. Un día Cornejo me invitó a ver un chico. Fui a la cancha de Argentinos y hacían de a cinco goles. Se lo comenté a Montes y al poco tiempo llamó a Diego para un entrenamiento contra la Primera. Nos gambeteaba de a cuatro”.
La curiosidad fue ganando a varios dirigentes de Argentinos Juniors y mes a mes le preguntaban a Pellerano lo mismo: ¿Te parece que ya está para la Primera? Pellerano, ya convertido en capitán del equipo, un buen día del 76 se cansó:
–Sí, ya les dije que está para la Primera.
–¿Y la experiencia? –preguntó un dirigente.
–Se gana jugando –respondió el capitán.
Sin embargo hubo oposición. Bueno, de alguna manera hay que llamarla. El propio Francisco Cornejo lo admite: “Es cierto que cuando Montes me pide a Diego yo me resistía. Ahí estaba yo, el hombre que le había dedicado su vida al chico, el que lo había entrenado en todos los años de aprendizaje, el que lo conocía mejor, rogaba que lo dejasen un año más en las inferiores. Pero aclaro, no me gustaba que lo subieran porque me lo iban a maltratar. Yo quería protegerlo”. Cornejo no fue el único que levantó su mano para votar en contra. Más silenciosos, y entre bambalinas, algunos ponían cara de duda. Lo recuerda Minuti: “Es cierto, había comentarios diciendo que cómo un chico de quince años que no había jugado nunca en Primera iba a salvar a un equipo que peleaba el descenso. Pero claro, no lo conocían. A mí por ejemplo se me abrieron los ojos en la práctica anterior al partido ante Talleres. Yo ni sabía que existía. Le pregunté a Pellerano y me dijo que era un pibe que la estaba rompiendo en las inferiores. Montes lo puso para el equipo suplente y le tirábamos cada patada que no lo podíamos agarrar. Después lo puso Montes para el equipo titular y chau, nadie más podía decir nada”.
El Argentinos Juniors de entonces penaba por los últimos lugares de la tabla sin otra esperanza que la de salir en los diarios bajo el título “El Bicho se salvó”. En el Metropolitano 1976 había jugado un Reducido para zafar del descenso.
“Yo agarré a Argentinos cuando iba último en el Metro –dice el entrenador Montes–. Había que armar un equipo para no bajar. Lo logramos. Por eso unas semanas después del debut de Diego me fui para Mendoza donde debía cumplir un compromiso. El objetivo estaba realizado.”
Desde el punto de vista católico se podría decir que lo que le ocurrió a ese equipo fue un milagro. Lleno de remiendos, duplicando los premios para ver si así los muchachos se incentivaban y encontrándose para almorzar los días de partido en una parrilla del barrio y así ahorrar los gastos de concentraciones, Argentinos vivía en la intrascendencia hasta aquel 20 de octubre.
“La historia nuestra, después de ese día, cambiaría por completo –dice Minuti–. Jugaba él por todos nosotros. En las canchas veíamos más gente, nuestros ingresos también subirían y además Argentinos comenzó a recibir ofertas para ir a jugar al interior o exterior. Dentro de la cancha lo mejor que le vi fue un partido en Colombia ante el América de Cali. Ese día hizo estragos ante 50 mil personas que lo aplaudieron de pie. América lo quería comprar por un millón de dólares.”
Gente que nunca había registrado la existencia de un club llamado Argentinos Juniors empezaba a anotarlo en sus agendas, otros preguntaban en el barrio qué colectivo los dejaba en la cancha de La Paternal. Settimio Aloisio, hoy empresario y antes dirigente de Argentinos, sintetizó el momento con una frase: “Maradona era la teta de la que chupaba todo el mundo”.
Sin dar nombres, Aloisio se refería al manejo de sus colegas de entonces. Roma en cambio es más categórico: “El presidente era Gallo. Con él no había problemas. Para que se entienda, Gallo era un señor y Cónsoli en cambio era un empresario”. Pese a que a muchos les da vergüenza recordarlo, algunas de las decisiones del Argentinos de entonces pasaban por las manos de un general, Suárez Mason, el uniformado que, según cuenta Ovelar, llegó al extremo de imponer a su hijo como suplente en un partido que jugaron en Santa Fe.
Los hombres duros de aquel plantel eran Ricardo Pellerano y Carlos Fren. De Pellerano ya hemos dicho algo. Fren (46), quien formó dupla técnica con Diego en Mandiyú y Racing, no quiere abrir la boca. Ha roto relaciones con Maradona y deja respetuosamente una sola frase: “No pienso aparecer en ninguna nota donde esté ese señor”.
Pellerano y Fren fueron los primeros en tomar conciencia de lo que tenían al lado. Olfatearon que era hora de armar un entorno de protección para que todo el equipo bogara y bogara ya que el Nene haría lo demás.
“Yo era con Diego lo que hoy es Traverso con Riquelme. Algo entre paternal y hermano menor –dice Pellerano–. Dentro de la cancha él decía que me consideraba como un técnico, que yo era el que mejor veía los partidos, tal vez por eso después me llevó como ayudante de campo en Mandiyú y Racing”. Pellerano no sólo compartiría con Maradona su pasión por pararse bien dentro de un campo de juego, también con los años los unió la camiseta sindical. “Yo era uno de los que peleaba premios y sueldos. Ahora soy congresal de la Asociación de Personal de Ferrocarriles. Uno lleva un indio adentro en la defensa de los compañeros. Miren lo que es el puerto: antes éramos quince mil trabajadores y hoy apenas suman cuatrocientos en el puerto Capital”, relata el ex capitán.
Los integrantes de esa Armada Brancaleone empezaban a navegar por mares desconocidos. De pronto todo les salía bien. Tal como lo definiría un ex Cebollita, Osvaldo Dalla Buona, Diego impresionaba a sus compañeros cada vez que “dejaba a diez rivales como palos de bowling”.
Para el buen humor y las picardías estaba el Turco Ibrahim Hallar (49), delantero que ingresó también en el segundo tiempo ante Talleres y que ahora maneja una inmobiliaria en Barracas. “Diego siempre decía que yo era el tipo que más lo hizo reír en el fútbol. Con él compartí el banco aquella tarde y por eso siempre le agradezco ese momento”.
–¿Por algo en especial?
–Porque la única vez que me aplaudieron en una cancha fue en ese partido. Es que cuando entré, varios minutos después, todavía duraban los aplausos para Diego y los ligué de rebote.
La suerte de estos veteranos es única. No hay persona en el planeta que tenga en el álbum lo que tienen ellos. “Vivimos la mejor etapa de Diego –dice Roma–. Cuando no tenía responsabilidades. A cualquier pibe que juega ante 10 mil personas le tiemblan las piernas. Él estaba de lo más tranquilo en la cancha y le salían todas”. Minuti es más enfático aún. “Vimos al Maradona que jugaba como si estuviera en un potrero. En los entrenamientos y en los primeros partidos, cuando todavía no era tan conocido, hizo cosas increíbles con la pelota porque podía ser más atrevido”.
Eran las semanas en que El Negro Padrón y sus orgullosos compadres de los tablones cantaban en la popular con cierta inocencia “La toca Diego/ centro de Avión (por López)/ entra Bartolo / y hace el gol”. Llevaba la música de una propaganda televisiva de Acrocel, ropa de trabajo. Las hinchadas de aquel tiempo, indiferentes frente a la dictadura pero muy sensibles ante cualquier éxito de televisión, se entusiasmaban con los jingles. La citada era la primera canción de tribuna en que se utilizaba la palabra Diego. Bartolo era Carlos Álvarez (49) el centrodelantero que formó la primera dupla mortal con Diego. Hoy desocupado y buscando trabajo como entrenador, Álvarez dice: “Con Diego nos turnábamos, cuando yo retrocedía él iba para adelante y viceversa. Es que yo fui nueve de causalidad. En las inferiores era diez y por lo tanto no era tan de área. Igual marqué doce goles en ese Nacional. Con Diego, por supuesto, todo era más fácil”.
Otro de los misterios que persigue a los periodistas de ahora es por qué Maradona no fue titular indiscutido a partir de la tarde de su debut. Si bien Diego jugó en la fecha siguiente ante Newell’s desde el minuto inicial, una semana después, contra Ferro, lo pusieron sólo en el primer tiempo. Así siguió jugando, de a puchitos, domingo tras domingo. Recién a partir de la fecha 15 del Nacional (siete semanas después del 20 de octubre) Maradona logró la titularidad para siempre. La explicación hay que buscarla en una tradición setentista, eso de ir llevando despacio a los pibes.
Si sirve el consuelo, vale señalar que Pelé, quien debutó en el Santos el 7 de setiembre de 1956, ante Corinthias de Santo André, calentó dos meses el banco de suplentes sin ingresar un minuto, hasta que el 15 de noviembre del mismo año fue incluido como titular frente a Jabaquara. Para quienes llevan la pulseada Maradona-Pelé hasta todos sus extremos, otro punto a favor de Diego.
Anécdotas más, anécdotas menos, la popularidad de Maradona creció en cuestión de unos pocos días y unas pocas noches. El chico calladito del mes de octubre agarraba confianza al mismo tiempo que los dirigentes agarraban la calculadora. Cuenta Minuti que antes de fin de año Diego se acercó para preguntarle:
–Che, Berto, vinieron los dirigentes a decirme que quieren hablarme del contrato. ¿Qué les pido?
–La cancha Diego, pediles la cancha –respondió el consejero.
“Pero después le hablé en serio –dice Minuti–. Le dije que además del sueldo reclamara una casa para la familia. Al poco tiempo le alquilaron una.”
De lo que se ha podido reconstruir, las primeras afinidades de Diego se dieron con los más jóvenes de aquel equipo. Jorge López (44), el puntero derecho que hoy dirige a Atlético Concepción de la Banda del Río Salí, cuenta que “los más chicos siempre andábamos juntos. Yo iba a merendar a su casa que quedaba cerca del estadio. Él siempre estaba con su familia, lo único que quería era jugar y jugar y consolidarse en Primera“.
Su otro aliado fue el Gringo Gette, con quien compartía la habitación cuando llegó la época de las vacas gordas y se podía ir a un hotel: “Los dos hermanitos de Diego venían a nuestra pieza. Estábamos con López, que se traía un colchoncito y lo tiraba en el piso porque dormía en el suelo. Armábamos un ring en la habitación y había boxeo pero con toallones en la mano. Siempre cobraba porque los tres Maradona me cagaban a palos”.
Cada entrenamiento parecía muy distinto del otro. O al menos eso les parecía a los jugadores desde octubre. “Yo gocé a Diego más que nadie –sentencia Carlos Munutti (49), el arquero que hoy vive en Los Ángeles y se dedica a comprar casas viejas para repararlas–. Nos quedábamos dos o tres horas después de la práctica y Diego me pateaba desde cualquier ángulo y encima me relataba los goles.” Aquellas escenas y el Maradona de entre semana es certificado por el testimonio de Rodolfo Valgoni, el PF de aquel equipo: “Además de lo que Diego hizo en la cancha, hay detalles que indican que fue diferente. En las prácticas no se iba hasta que no le pegaba cuatro veces seguidas al travesaño y tampoco se iba si no le daba siete veces con el empeine a la pelota elevándola unos veinte metros y sin dejarla caer. No hay en el mundo otra persona que pueda hacer esas dos pruebas. Diego no fue precisamente de los jugadores vagos, todo lo contrario”.
La mejor indicación es el silencio
Montes miraba a Maradona y Maradona miraba a Montes. No es que el técnico y el jugador se entendían sin mirarse. Era que Montes había comprendido enseguida que nada podía decirle a ese jovencito que le había caído de otra galaxia. Montes era un sentimental, al que le gustaban las largas noches y que creía más en la fantasía que en los pizarrones verdes.
Cuando pasó el shock del debut, Montes, dueño de una picardía y un estilo de dirección al estilo de Ángel Labruna, preparó a Maradona para el segundo partido con un solo consejo: “Pibe, vamos a jugar contra Ñuls. La patada más baja te la van a dar en el mentón. Los que te van a marcar son Gallego y Berta. A Gallego hacelo echar de la cancha, tirale un caño”. Montes sabía lo que hacía. Había dirigido a Newell’s meses atrás y conocía que Gallego y la leche hervida eran lo mismo.
Argentinos perdió 4 a 2 con Newell’s, pero según cuenta Pellerano: “Montes me dijo a mí que si ganaba el sorteo eligiera el saque. Quería que la primera jugada fuera nuestra, que pasara por los pies de Diego porque estaba seguro de que Gallego lo iba a amedrentar. Nos fue bien, yo le dije enseguida a Diego ‘acordate lo que te dijo Montes’. Y así fue; en la primera jugada le tiró un caño al Tolo que yo me agarré la cabeza en el medio de la cancha y busqué con la mirada el banco de suplentes. Este es monstruo de verdad le dije a Montes”.
“No hacía falta decirle nada a Diego, ningún técnico le hizo hincapié en ningún aspecto”, cuenta Mateo Di Donato (52), el volante que esa tarde de octubre tenía la camiseta diez y a quien hoy asalta la desocupación. “En las prácticas no lo podíamos tocar –sostiene– porque los entrenadores nos pedían que tuviéramos cuidado. Nos pintaba la cara por todos lados. Imagínense si pegándole los rivales no lo podían parar las cosas que hacía en los entrenamientos. Para mí es un orgullo haber sido la figura del partido ante Talleres. Y Diego es lo máximo en mi casa. Una vez, en 1977, vino a buscar a mi hijo para llevarlo a Deport Hit y vestirlo de pies a cabeza”.
Él y los otros, todos los del placer de la primera vez, ya pasaron los cuarenta y los cincuenta. Así como el viento de la fama levantó enseguida a Diego, el otro viento los fue dejando a cada uno en su cotidiano sufrir. En 1990 cuando Diego y Claudia se casan, una de las mesas de la fiesta fue ocupada por aquel equipo de Argentinos.
Rozados algunos segundos por la varita que tocó al genio, hoy pueden sacar chapa de privilegiados ante los suyos. Debe ser como lo cuenta Ovelar en su modesta casa de Florencio Varela donde El Gráfico encontró a quien sus compañeros no habían visto más: “Hace treinta años que vivo en este barrio, pero sé que es difícil ubicarme. Seguramente porque me mudé de la casa de mi vieja la tarjeta de invitación de Diego a su casamiento no me debe haber llegado. La última noticia de Maradona la tuve en 1979 cuando me mandó una tarjeta para fin de año. Pero para mí me alcanza con haber sido su compañero. Yo disfruté esa época. Yo lo vi tirar caños con el taco y llevarse rivales de un costado a otro de la cancha”.
Fue así el 30 de octubre de 1976, cuando apareció un pibe con lo mejor de Alonso, de Bochini y de Houseman, que jugaba como Alonso, como Bochini y como Houseman, pero además como Mandrake y como Houdini.
La novedad se metió muy rápido en las redacciones; de allí saltó a las máquinas de escribir y en poco tiempo miles de argentinos empezaron a escuchar con insistencia el nombre Diego. Le decían Pelusa en el 76, luego El Nene, luego Dieguito y luego El Diez; para el 86 un relator uruguayo lo llamaría Barrilete Cósmico y otra docena de ellos buscó ponerle un apodo más sensacional.
Nadie pudo. O pudieron todos. Porque al final fue el pueblo el que hizo lo que la Real Academia jamás hubiese tolerado: convirtió en adjetivo lo que nunca fue adjetivo.
Desde entonces, todo lo que brilla se llama Maradona.
Por Pablo Llonto y Diego Borinsky (2001)
MIRADA FIRME
DE PASO, CAÑAZO
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