viernes, 22 de mayo de 2020

ROBERTO MOURAS

UN GANADOR FUERA Y DENTRO DE LAS PISTAS 


Hay ídolos populares que trascienden a su actividad. Roberto José Mouras fue más allá del automovilismo. Pero no solo por sus méritos arriba de un auto de carrera donde sobresalió por su tricampeonato en el Turismo Carretera. Es cierto que aún eriza la piel cuando se ven algunas competencias en las que nunca dio por perdida una batalla. Sin embargo, fue una persona que sigue siendo muy recordada por sus buenas obras. Su historia es la de uno de los mejores pilotos que dio la Argentina y la del campeón solidario. El que no vivió en una burbuja y tuvo compromiso social para ayudar a los que más necesitaban.

Nació un 16 de febrero de 1948 en Moctezuma, un pueblo del partido bonaerense de Carlos Casares. Luego se mudó a la ciudad homónima y realizó sus estudios secundarios. Fue un gran amigo, vecino y como vivió en una localidad de la provincia de Buenos Aires, donde el TC siempre pisó muy fuerte, mamó su amor por las carreras. A los 18 años se inició en los zonales gracias a la peña “El platino roto” con un coche de la marca de sus amores: un Chevrolet 400 Súper Sport y no tardó en ganar su primera carrera.
Pronto se hizo conocido. Le gustaron los desafíos y en 1966 hasta se le animó a un mano a mano contra una avioneta. Fue en una estancia llamada La Manuela de Mensi Hermanos, en Moctezuma. Roberto con su Chevrolet 400 y enfrente tuvo a un representante del aeroclub local, Héctor Campins, a bordo de la aeronave, un PA 11. Mouras patinó y derrapó en su salida. Perdió terreno, pero en los últimos 400 metros ganó la pulseada.
En 1968 llegó al ámbito nacional y lo hizo en la categoría Turismo Anejo J, hoy llamada Turismo Nacional. Fue con un Torino, misma marca con la que dos años más tarde debutó en el TC. Fue el 30 de agosto de 1970, en la Vuelta de Chivilcoy y finalizó octavo en la carrera que ganó Luis Rubén Di Palma (Torino), quien llevó como acompañante a Palito Ortega.
El “Príncipe de Carlos Casares” (uno de sus apodos), en poco tiempo se ganó el respeto de sus colegas. Entre ellos Carlos Marincovich que lo ayudó a sumarse al equipo oficial de General Motors (GM). En 1974 el sueño se hizo realidad ya que pudo competir en una de las escuadras más importantes y con una de las cupé Chevy de color rojo. La marca del Moño Dorado tuvo dos corredores de primer nivel para pelear por el título.

Mouras tuvo un estilo de manejo agresivo que en ocasiones lo llevó a superar los límites y sufrir fuertes accidentes. Pero también supo ser muy preciso y cuando tuvo un buen auto se lució. En GM forjó una gran relación con el preparador preponderante de Chevrolet, Jorge Pedersoli, quien atendió el impulsor del Trueno Naranja, el coche con el que Carlos Alberto Pairetti fue campeón en 1968. Junto a Omar Wilke fueron los artífices del mítico “7 de Oro”, en base a los colores que llevaba por su auspiciante. Fue el coche con el que logró seis triunfos consecutivos en 1976. Un récord que aún no fue batido y que en que las condiciones actuales por las penalizaciones de 30 kilos al ganador de una final (20 y 5 kg. más en caso de repetir), es imposible que se repita. Pero no pudo ser campeón. Por un accidente en la Vuelta de Salto donde fallecieron tres espectadores, la temporada se cerró con tres fechas en el Autódromo de la Ciudad de Buenos Aires Oscar y Juan Gálvez. Allí el equipo oficial Ford fue superior y dos victorias de Héctor Luis Gradassi le aseguraron su cuarta corona.
Hacia 1980 el “Toro” Mouras (otro de sus apodos) metió el cambio. Pedersoli recogió el guante por una modificación en el reglamento técnico de la Asociación Corredores Turismo Carretera (ACTC). “Hubo una discusión porque quisieron homologar a toda costa un block pesado que se usaba en las camionetas. Me levanté y les dije a los miembros de la comisión directiva ‘con ese motor, yo les gano’. Volví al taller y le dije a Wilke que armemos un Dodge. Él me preguntó ¿quién lo va a correr? Le respondí ¡Roberto!” Los preparadores la vieron venir y no la pifiaron. En la temporada 1980/1981 Antonio Aventin le dio el primer título de la historia a la marca del Carnero.
En ruta y en autódromos con rectas largas como el de Buenos Aires, las cupé Dodge GTX mostraron un gran rendimiento por su impulsor, pero en particular por su aerodinámica. Con este modelo Mouras volvió al triunfo en 1981 y ganó un total de 27 carreras. Se quedó con los títulos en 1983, 1984 y 1985. Fueron los años de aquellas luchas épicas con Oscar Roberto Castellano, su rival más fuerte en la popular categoría.
Cada vez que ganó cumplió con su rito de volver a Carlos Casares. Siempre festejó con los suyos. Su costumbre era detenerse en una imagen de la Virgen de Luján que estaba en el ingreso a la ciudad. Sus recibimientos fueron una fiesta y saludó a todos sus vecinos arriba de un camión de bomberos. Era y es el gran orgullo de los casarenses. Ya consagrado, se multiplicó el idilio con el público en todo el país y comenzaron a trascender sus primeras historias en las que ayudó a la gente. Por ejemplo en una carrera un señor se le acercó a pedirle un autógrafo para su hija y le contó:
Ella discapacitada y las pocas veces que se pone feliz es los domingos cuando usted gana, le dijo el hombre.
-Uy, qué lindo señor, ¿cómo se llama la nena?, le preguntó Roberto.
-Nadia, y somos de Azul. Yo solo vine para verlo a usted, y llevarle este regalo, le respondió.
-Está bien, acá está la firma. Pero, ¿me da su dirección?, se interesó Mouras.
- ¡Cómo no, Roberto! Y por favor gane, así cuando vuelvo la encuentro a ella contenta, concluyó el padre que cumplió con su misión.


El Toro hizo lo suyo, ganó y alegró a Nadia. Aquel padre jamás se imaginó que una semana más tarde el mismo Mouras se iba a aparecer en su humilde casa de Azul. Fue un respiro. Una caricia al alma para la dura situación que atravesó esa familia, por una operación que necesitaban hacerle a la niña y que no tenían los recursos suficientes para afrontarla. Entonces Roberto les pidió que le hicieran todo lo necesario, sin reparar en costos, y les aseguró que unos “amigos suyos” se ocuparían de todo. Desde ya la plata la puso él.
Hubo otra historia similar con un joven de Neuquén. Fue en una carrera en Viedma en 1985, donde también venció Roberto. El papá del chico le pidió un autógrafo, le contó que su hijo estaba por operarse y luego Mouras también ayudó a esa familia.
Pero esas anécdotas no fueron casos aislados. Cada vez que Mouras vino a Buenos Aires para visitar el taller de Pedersoli en San Martín, compró zapatillas, alimentos y juguetes para el hogar “Mi Casa Grande”, un centro para chicos de la calle de Carlos Casares. Lo hizo solo, para que nadie se entere.
También en Carlos Casares ayudó a un hogar de ancianos y a un grupo de mujeres que conformaban una comisión de enfermeras. No se olvidó del pueblo en donde nació y le dio una mano a una escuela de Moctezuma. Siempre estuvo cuando la gente de su pueblo lo necesitó.

Aunque también fue solidario con sus colegas y con el TC. Cuando promedió 1985 era cuestión de tiempo para que lograra su tercera corona. Incluso tuvo el margen para dejar por algunas carreras el Dodge ganador e intentó probar con un Chevrolet. El auto no anduvo como esperó. Y para abrochar su nuevo título volvió a la cupé GTX. Se consagró otra vez. Entonces la ACTC le pidió si podía cambiar de marca para 1986, así la mayoría de la gente renovaba sus expectativas con los otros pilotos. Él aceptó a pesar de que supo que era muy difícil que pudiese revalidar el cetro. No obstante, más allá de su gesto para ayudar a la paridad, el desafío de ser campeón con Chevrolet pudo más.
Le costó volver a ser ganador con la marca de sus amores. En esa temporada logró apenas un triunfo. En 1987 sumó tres. Recién en 1988 volvió a estar en la conversación de la lucha por el título. Obtuvo dos victorias, pero fue más regular y culminó tercero en el campeonato. Un solo festejo en 1989 lo dejó sin chances por la corona. Fue por más en 1990 y plasmó cuatro éxitos, pero tuvo seis abandonos y ese año fue campeón otro gran baluarte de Chevrolet, Emilio Salvador Satriano. Tras una solitaria celebración en 1991, para la temporada siguiente fue por todo…
En 1992, ante el reciente retiro del Pincho Castellano, muchos se preguntaron si Mouras seguiría su camino a fin de año. Tal vez lo pensó, pero no quiso colgar el casco sin ser campeón con Chevrolet. Fue la bandera de la marca. Ganó en el arranque corrido en Santa Teresita y a mitad de temporada se impuso en un carrerón en Buenos Aires. En la recta final del campeonato, él, Oscar Raúl Aventin (Ford) y Juan Manuel Landa (Dodge), fueron los principales candidatos.
El 22 de noviembre en el circuito semipermanente de Lobos (penúltima fecha) lideró la carrera ante el ataque de José María Romero (Dodge). El Chevrolet de Mouras empezó a doblar de costado. Y faltando seis vueltas sufrió el accidente que le costó la vida. Se le rompió la goma delantera izquierda y golpeó de su lado contra un talud. El impacto fue letal para él y su acompañante Amadeo González. Hubo dos hipótesis sobre la rotura de la goma, nunca confirmadas. Una que afirma que estaba muy gastada. Para sacarle el dibujo se torneaban esas cubiertas y en velocidad se adherían al asfalto por el calor, pero también se degradaban. La otra conjetura es que se habrían roto los anclajes del elástico de la suspensión.
Tenía 48 años. Fue declarado ganador post mortem. Esa fue la victoria número 50 del Toro. Corrió 259 finales, es decir que festejó en una de cada cinco disputadas. Hoy el más ganador en actividad es Guillermo Ortelli (también referente de Chevrolet) con 32 triunfos. Mouras todavía es el segundo más vencedor en la historia del TC, superado solo por Juan Gálvez, con 56 éxitos, el más campeón de la octogenaria categoría con nueve campeonatos.
Su muerte fue impacto. Era uno de los últimos grandes ídolos que estuvo en actividad en aquellos años junto al Obispo Satriano, el Puma Aventin, Juan Antonio DeBenedictis y Osvaldo Eduardo Morresi, cuyo fallecimiento, que también fue por un accidente en la ruta, el 27 de marzo de 1994 en La Plata, promovió que la ACTC termine con las carreras en esa clase de escenarios. Por eso convocó al Flaco Traverso para que vuelva a la categoría ese año e intentar promover las carreras en autódromos. El 16 de febrero de 1997 en Santa Teresita fue la última competencia en ruta.
Si bien se dedicó a atender su campo, la gran pasión de Mouras fue el automovilismo. Era muy humilde. Mantuvo un perfil bajo y evitó las polémicas. Su hidalguía dentro y fuera de la pista fue reconocida por sus rivales“Tuve poca relación con él debajo del auto. Éramos muy ásperos corriendo, pero siempre tuvo unos códigos admirables. Lamenté mucho su partida”, aseguró el Pincho Castellano, tricampeón en 1987, 1988 y 1989.
“Nunca integró la Comisión Directiva de la ACTC, pero todos los martes estaba en nuestra sede. Se tomaba su te y siempre participaba dando su opinión”, recordó el Puma Aventin, bicampeón en 1991 y 1992 y presidente de la ACTC entre 2002 y 2013. “Fue el hijo que me dio la vida”, confesó Pedersoli.
Realmente fue un grande y un ídolo mío. Era el que más apreciaba de todos los colegas de mi época. Le debo muchas sensaciones fuertes y favores, ya que era una persona que ayudaba mucho. En un momento llegó a darme un auto para correr. Tuvo gestos realmente invalorables que nunca los voy a olvidar”, afirmó otro gran ídolo como “Jhonny” DeBenedictis. “Tuvimos varias carreras donde anduvimos juntos a fondo. Era muy difícil ganarle porque Roberto no podía perder y murió en su ley, dando la vida por la victoria”, agregó el ex piloto de Necochea.
Infobae habló con José Luis Riga, quien fue su acompañante durante varios años. “Era muy pensante, arriba y abajo del auto. Él se sentía responsable de los accidentes cuando nos pasaba algo a nosotros. Buscaba la forma de ir lo más rápido posible y explotar el coche al máximo. Era muy suave para manejar. Muy fino, con una sensibilidad única para llevar el auto. Tenía tiempo hasta preguntarte algo o decirte lo que pasaba atrás”.
En lo personal Roberto tuvo tres hijos con diferentes parejas. Natalia, Roberto y Robertino. Los tres están muy orgullosos de su padre. Natalia, quien es actriz, pudo conocerlo y tenía siete años cuando falleció: “Recuerdo que jugábamos juntos jugando. Tengo muchas muñecas que me regaló él, y le mostraba cómo les daba la mamadera, cómo las cuidaba y hacia dormir y les cambiábamos la ropa”.
“También los paseos en auto con mamá y papá, escuchando música en la cupé Renault Fuego roja que conservamos al día de hoy. Y las compras mensuales en el supermercado, jugando con los changuitos, como si fueran autos”, agrega.
“En cada salida, era común que se acercaran personas a pedirle un autógrafo a papá. Él era muy amable con ellos. Y también con nosotras en casa. Era cariñoso, tranquilo, siempre sonriente. También era muy prolijo, nunca estaba desalineado, ni de ‘entre casa’. Le gustaba tomar té. Y si me portaba bien, me daba ‘un marrón’ (como le decía yo al billete de $10) por semana”, recuerda.
“Me enseñó, junto con mi mamá por supuesto, la empatía. Y pudo transmitirme sus valores con el ejemplo. El cariño, amor y respeto ante todo. Jamás me gritó. Incluso cuando estaba en casa atendiendo llamados importantes o complejos, siempre tenía buenas respuestas hacia mí, o buena forma de explicarme que quizás ese no era el momento para jugar o distraerlo. También con su ejemplo me enseñó que se puede ser apasionado y competitivo, y al mismo tiempo humilde y centrado”, concluye.
En tanto que hay un culto por Mouras. Está su museo en Carlos Casares y hay otro lugar muy especial. Una semana después de su fallecimiento un vecino de Lobos comenzó un tributo que hoy sigue. Fue al punto del accidente ubicado en la ruta 205 en el kilómetro 101, cerca del cruce con la ruta 41 donde hay un santuario en el que los fanáticos le rinden homenaje. El alma mater de esta obra es Fernando García de la Vega. “Soy hincha de Chevrolet y tengo devoción por Roberto. Empezamos con mucho sacrificio poniendo unos ladrillos y un mármol. Luego un herrero hizo una cruz. Más tarde gente de todo el país empezó a golpear la puerta de mi casa y me quería dejar las cosas. Entonces les dije que las dejaran en el lugar del accidente. Luego le hicimos el piso. Le pusimos los troncos mirando hacia la ruta. Todo se hizo gracias a los empresarios de la ciudad como por ejemplo un comercio de la construcción que hizo el quincho”, le cuenta a Infobae. Otra persona clave en esta historia es Oscar Galetto quien se ocupa de su mantenimiento.
Por su parte ACTC le rindió su homenaje con el autódromo que lleva su nombre en La Plata, inaugurado en 1996. También con dos de sus categorías promocionales, el TC Mouras y el TC Pista Mouras. La mayoría de sus pilotos no habían nacido cuando Roberto partió.
“Un piloto nace, pero también se hace”, afirmó Roberto José Mouras en una de sus tantas “tiraditas” en la ruta, en las que solía probar con zapatos y con el cronómetro en su mano derecha. Pero él también nació para ser campeón y hacer historia. Para dejar su sello arriba y abajo del auto. Como corredor y hombre solidario. Fue admirado por sus propios rivales. Es querido y respetado por las hinchadas de todas las marcas. Y es ídolo de muchos jóvenes que nunca lo vieron correr. Por todo esto el Toro es resistente al olvido y a cada segundo se agiganta su leyenda.

FUENTE: INFOBAE

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