jueves, 13 de febrero de 2020

POTRERO DE PURA CEPA

ANGEL CLEMENTE ROJAS 

ANGEL ROJAS : SU CUNA FUE UN POTRERO (…DE AQUELLOS QUE YA NO ESTÁN)

"Estoy aquí porque sentía necesidad de acercarme al barrio de mi niñez. Aquí no más, en Sarandí, en las esquinas que forman las calles Comodoro Rivadavia y Magan, nací un 28 de agosto de 1944. Y desde muy chico anduve por los grandes potreros que existían entonces junto con otros chicos de mi edad y especialmente con Bernao, que era muy amigo. ¿Y sabe a qué nos dedicábamos? A domar caballos. Claro que eran muy mansos y nunca nos pasó nada. El otro entretenimiento —por supuesto además del fútbol— era armarnos de una gomera para voltear pajaritos. 







El actual domicilio de Angel Clemente Rojas está enclavado en Villa Dominico. Detrás del número 4685 de la calle Terrada se empina una escalera que repentinamente me introduce en la intimidad de su hogar. Como una imagen "protectora" cuelga de una pared una foto color que lo muestra abrazado con Pelé cuando por primera vez se enfrentaron en el Maracaná. Abajo una leyenda recuerda otro hito de su corta y rica campaña: "Angel Rojas asombró en Marruecos". La mañana ya le deja paso al mediodía. Rojitas se despereza luego de cortar bruscamente su prolongado sueño. 



Ya estamos en la mesa del living siguiendo el racconto de su vida, mientras Marcela Beatriz abandona el llanto seducida por los flashes de nuestro fotógrafo Ernesto Carreño. Ya estamos de nuevo en los potreros de Sarandí, recordándolos en Villa Domínico. "Aquellos potreros que ya no están...", como dice hoy con nostalgia el jugador.




 "Muy pronto empecé a intervenir en infinidad de torneos de baby fútbol, casi siempre jugando para el club «Los rojos de Sarandí”, que estaba frente a mi casa. El fútbol se fue convirtiendo para mí en un vicio que incluso hacía que olvidara mis obligaciones en la escuela N° 15, donde estaba inscripto, pero por culpa de la pelota no iba casi nunca. Cuando fui siendo un poco más grande integré el equipo de Belgrano para muchos campeonatos de barrio. Allí estaba con Santoro y el hermano de él era nuestro delegado. Por entonces también comenzaron mis necesidades por trabajar en algo. Todas las mañanas a las cinco tenía que estar en Bernal, donde mi padrino tenía una fundición."




Colegio y fundición debieron sucumbir frente a la fuerza incontenible del crack que se iba modelando en ese chiquilín nacido para la travesura y la fama. Y sería justamente su propio padrino el encargado de ofrecerle al destino la oportunidad de darle un acercamiento a la trascendencia de una ficha oficial en un club importante.



"Una tarde me llevó a River para que me probaran. Tendría unos 13 años. Pero como el portero me exigió una citación que yo no tenía no nos dejó pasar. Al reponernos de la amargura decidimos irnos a Boca. En esa época estaba Gandulla con las inferiores y me hicieron ir un martes a Agronomía, que era el lugar donde practicaban. Jugué sólo medio tiempo y enseguida me dijeron que fuera a un lugar de Palermo para sacarme la radiografía y firmara enseguida porque el domingo se iniciaba el torneo de las divisiones. Debuté como N° 9 en la sexta frente a Huracán. Ganamos 3-1 y metí dos goles”.




El escalamiento posterior tuvo el torbellino que sólo acompaña a los elegidos. El año 62 lo encuentra en la cuarta y un día un señor Lay le anuncia que tiene que ir al club Arsenal de Lavallol (pertenecía a Boca) por un año. Allí recibiría una retribución mensual de $ 4.000 y $ 1500 por partido ganado. Se fue junto con Pianetti...




"Fue una alegría enorme. El fútbol comenzaba a retribuirme en plata mi esfuerzo de jugador. Debuté contra Piraña y vencimos 4-1. En un principio estábamos bajo las órdenes del señor Muñiz pero luego llegó Adolfo Pedernera, una hombre que sería decisivo para mi porvenir futbolístico. A pesar de que me pagaban y estaba en una institución importante, el fútbol seguía siendo para mí nada más que una diversión. Un juego que me gustaba con locura. No pensaba que podía llegar a ser algo importante para mi vida, mucho menos ser un futbolista de primera. A la otra temporada volví e Boca para ingresar en la tercera en los tiempos en que esta división era preliminar del partido principal porque las reservas jugaban los jueves."




Y un jueves se produciría justamente el prólogo de su fulgurante consagración. Un jueves inolvidable enfrentando a Estudiantes y sintiendo el estremecimiento de estar al lado de Rulli, de Grillo, de Silvero... De hombres experimentados y de gran calidad humana. "Me alentaron mucho y ganamos 4-1. Creo que anduve bastante bien a pesar de haber errado un penal."



Fue la última prueba que exigía su promoción definitiva. La tribuna rumoreaba su nombre con el martilleo de una exigencia. D'Amico recogió el eco de ese clamor y decide incorporarlo al domingo siguiente en el primer equipo. Recuerdo ese encuentro. Antes de empezar le pedí al técnico autorización para conversar con el  debutante. Asomó su rostro fresco y asustadizo para balbucear algunas palabras intrascendentes. Acaso ni él, ni yo supusimos en esos momentos que ocurriría poco después. Un triunfo amplio_ (3-0) contra Vélez. Tres resoluciones de Corbatta. Tres creaciones de Rojitas. Por eso su imagen en la última página de "El Gráfico" fue acompañado de este título: ¿NACE UN ÍDOLO EN BOCA? El tiempo diría que el signo de interrogación estaba de más…




"Todo había transcurrido con tanta rapidez que me parecía mentira. Fue un año muy bueno para mí. Enseguida vinieron los partidos por la Copa Libertadores de América. Ganamos aquel memorable partido en Montevideo a Peñarol. Gran actuación de Menéndez, Rulli y Errea. Con «Beto» teníamos un entendimiento sensacional que se iría afirmando. Se empezó a hablar de las famosas paredes que hacíamos. En realidad esa comunicación era producto del trabajo semanal, pero de cualquier manera era un fenómeno con el cual cualquiera se podía entender. Tenía un toque perfecto, una visión de la cancha admirable y no era egoísta. Después tuvimos que definir con el Santos. Fuimos a Río de Janeiro. Y recibí dos impresiones imborrables. Por un lado el Maracaná. Las bombas, e  griterío, el fervor del público eran cosas que nunca había visto. Y además me parecía un sueño verlo a Pelé al lado mío en una cancha y como rival. En 20 minutos nos metieron 3 goles, era una máquina ese equipo. Luego reaccionamos y nos pusimos 3-2. En la revancha jugada en nuestra cancha tuvimos mala suerte. Estaba para que ganáramos pero erramos muchos goles." 



 La notoriedad ya es un elemento cotidiano. El asedio de público y periodistas den el nivel alcanzado por su fútbol modelado en habilidad y preciosismo. Un departamento en la calle Caracas ("No me lo regaló Armando como se dijo sino que lo pagué yo con los premios que ganaba") decora la nueva vida del triunfador. Todo es fácil y subyugante hasta que en un recodo espera arteramente la desgracia. Arranca la temporada del 64 y en un partido contra Huracán, en campo barroso, lo engancha Devoto y al caer crujen los ligamentos de su rodilla derecha. Tres interminables meses de reposo.




 "Volví a reaparecer contra Huracán en el mismo estadio. Estaba excedido de peso, un problema que siempre me persigue si no me cuido, y mi rendimiento decayó. En esos momentos había en el equipo cada «nene»... Valentim, Corbatta, Sanfilippo, Menéndez... No era fácil agarrar la primera. Otra vez la Copa, y en el último partido contra River ocurrió aquel incidente. Fueron como 300 personas que se me vinieron encima en el hall del Monumental, me aplastaron, me dijeron de todo. Era —según decían— una venganza porque en  el partido anterior yo lo había «cargado» a Carrizo. Me tiraron al suelo y casi me masacran. A Menéndez también lo corrieron. Y eso que en la cancha no había pasado nada...”




En los recuerdos se cruzan también sus visitas a Europa. La primera incursión ocurrió en el 63, cuando conducidos por Adolfo Pedernera regresaron invictos de la gira.



"Lo que más me impresionó fue cuando tuvimos que jugar en Alemania sobre la nieve. Es algo increíble. Igual que si a uno lo ponen a bailar en una pista de hielo...”




Detrás del asombro vendría costumbre. Dos veces finalistas en la Copa Mohamed V. Dos veces el mismo rival: Real Madrid. Una victoria y el trofeo. Una derrota en una definición por penales, donde Gento fue más certero que el "flaco" Menotti.




En la vida privada los recursos económicos fueron limpiando el panorama. Carmen Beatriz, la novia del barrio, la esposa de hoy, es testigo de nuestro diálogo. Y su intervención sirve para salpicar de ironía nuestra charla.




-¿Cuándo se casaron?

Rojas: -En el 64.

Carmen Beatriz: No, en el 65!

Rojas: -Pero no! Fue en el 64.




 Interviene la cuñada a favor de Rojitas, que fortalecido por ese respaldo agrega socarronamente: "Esto póngalo en la nota. ¡Fíjese que mi señora no sabe cuándo nos casamos! Es una barbaridad..." Silencio. Breve intervalo. La esposa desaparece por una de las piezas. Al rato reaparece en escena.




Carmen Beatriz: -Mire, señor (mostrando la libreta de casamiento). Aquí está la fecha.

Decía al pie de la primera página: 20 de enero de 1965.

 Una sonrisa y dos rostros con gesto de resignación.




Más fechas. El 19 de agosto del 66 nace Marcela Beatriz. El 28 de enero de este año la mudanza a Villa Dominico. Retomamos el fútbol en el último campeonato conquistado por Boca.




"Un año excelente para mí. Jugué todos los partidos y allí me sentí realmente campeón, porque en la temporada anterior había actuado muy poco. Esa satisfacción es la que estamos tratando de repetir ahora. No sé lo que le ha pasado a Boca en los últimos años. De aquella inolvidable campaña recuerdo un gol que le hice a Chacarita. Nos estaban dando un «baile» sensacional, y sobre la hora agarré una pelota y entré a gambetear gente. Terminé haciendo el gol del triunfo. Al otro domingo derrotamos a River por 2-1 y casi nos aseguramos el título."





En el 66 vuelve a cruzarse una mala racha. El equipo no camina, Independiente los elimina de la Copa, Rojitas conoce el sabor amargo de volver a la reserva. Racing arrasa, River alcanza el segundo puesto.



"Me quedé tranquilo a pesar de la amargura. Ocurría que Adolfo Pedernera era un hombre que nos sabía tratar. Me explicó las razones de la exclusión y además me aconsejaba para que volviera a ser el de antes. Eso me dejó conforme y dispuesto a esforzarme para superar el momento. Sin embargo tardé mucho en conseguir ese objetivo. Solo al final del próximo campeonato, cuando «Cacho» Silveyra fue como director técnico, pude reaparecer. Fue el último partido contra Central, en Rosario, de noche, y perdimos 1-0. Después nos dieron vacaciones y comenzamos a trabajar en Mar del Plata. Entrenábamos mañana y tarde en los médanos y eso me vino muy bien porque volví a ponerme en estado. Bajé como 5 kilos. El primer ensayo futbolístico lo hicimos con la selección local y les ganamos 3-1."





 Ese verano fabricó en Boca una gran ilusión. La desbordante personalidad de Silveyra en su nueva función parecía destinada al éxito. Amistosos que fueron fortaleciendo la esperanza. Incorporaciones que prometían acercar las soluciones necesarias. Noches de euforia y triunfos.





"Había un entusiasmo tremendo. «Cacho» me aconsejaba y tenía la sensación de que iba a andar otra vez como en mis mejores tiempos. Ese gol que metí contra San Lorenzo en Mar del Plata hizo que la gente volviera a tenerme confianza. ¡Y venimos a perder ese partido contra Newells en nuestra cancha por 3-0! Nos parecía mentira porque había una fe tremenda en el equipo. Pienso que allí se vino todo abajo. A pesar de que enseguida le ganamos a Colón en Santa Fe, ya no nos sentíamos tan seguros. Sí, ese 3-0 inicial hizo que todo se viniera abajo. Se produjo el derrumbe. Y todavía no conseguimos reencontramos. Para mí es un misterio que no consigo descifrar. Hay jugadores pero el equipo no rinde. Y especialmente adelante no llegamos a entendernos, no hacemos goles..."



Más que escepticismo la última frase que nos deja Rojitas exterioriza confusión... La escalera nos vuelve a depositar junto a la chapa que señala el N° 4685 de la calle Terrada. Un horizonte de casas chatas le impregna nostalgia a los ojos de Rojitas. Allí estaban los potreros de su infancia. Aquellos potreros que ya no están. Los que servían para domar caballos con Bernao, o voltear pájaros con una gomera o hacerle trampa a la escuela. Cuando el fútbol era una diversión, nada más que una diversión...




HECTOR ONESIME (Suplemento SPORT de EL GRÁFICO. 1968)




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