OMAR ARNALDO PALMA
Parecía el mismo pibe que debutara como titular en el clásico contra Newell’s, en la semifinal del Nacional de 1980, que ganaron 3 a 0, de la mano de don Angel Zof, ese padre que le regaló el fútbol.
La historia de Omar Arnaldo Palma comenzó el 12 de abril de 1958 en Campo Largo, un pueblito chaqueño de hacheros y campesinos a 40 kilómetros al sur de Presidencia Roque Sáenz Peña, al borde del bosque impenetrable. Omar era un pibe de siete años que corría todo el día detrás del viejo tractor del abuelo Fortunato, cuando mamá Mercedes lo subió con sus cinco hermanos al Ferrocarril Belgrano en el que viajaron casi todo un día hasta la estación Rosario Oeste. En los asientos de madera de la clase curiosamente llamada “turista”, Doña Mercedes abría cada tanto unos paquetes de viejo papel de estraza y repartía sandwiches de milanesa con la religiosidad y el sentido de justicia de los humildes.
Don Gerónimo, el padre, había viajado meses antes a Rosario, donde había conseguido empleo en la municipalidad –todavía trabaja en la Secretaría de Salud Pública– y mandó a llamar a la familia. “Yo no sabía adónde íbamos. Me acuerdo de que tardamos como un día y que no llegábamos más. Imaginate que nunca había visto un tren. Así que para mí, que era un pibe de campo, era como viajar a la Luna”, grafica ahora sus recuerdos de provincia.
Luego de los primeros años en la villa de Empalme Graneros, los Palma se mudaron a barrio Sarmiento –a pocas cuadras del Gigante de Arroyito– donde don Vicente Tuttolomondo, un compañero y amigo del padre en la municipalidad, les ofreció ir a vivir en una piecita del fondo. “Este señor trabajaba en la municipalidad y vivía solo. Le ofreció a mi viejo ir a vivir a su casa, una casita muy humilde –evoca Omar–. Ahí vivimos mis viejos y los seis hermanos –cuatro varones y dos mujeres– en una pieza. Dormíamos unos arriba de otros”.
“Cuando llegué veía que todos los chicos andaban con la camiseta de Central y ya me empezó a interesar y a gustar los colores –confía su primera impresión–. Y cuando tenía 9 años, los amigos del barrio me dijeron que íbamos a ir a ver la práctica de Central. Ahí me empezó a gustar Central”.
“Como en el barrio veían que jugaba más o menos bien, me llamaron para jugar en Independiente, un equipo de Empalme Graneros. Y pensar que cuando era chico simpatizaba con Independiente”, razona Omar desde el otro extremo de su carrera. “Y después me vinieron a buscar de Los Pibes de don Pepe, que era un hombre que tenía un almacén. En Independiente jugábamos torneos, pero en Los Pibes de don Pepe ya jugábamos en una liga”, destaca la diferencia.
Bravas épocas en las que aprendió a gambetear el fin de mes antes que a los defensores, cuando los Palma jugaban a las escondidas con el mango. Omar envolvía con diarios los botines sin fecha de vencimiento y caminaba más de 30 cuadras por la vía hasta la cancha de Centralito, en Junín al 2000, donde el viejo lo había llevado a probarse.
“Cuando llegué a Central, a los 13 años, era chiquito, negro y chaqueño; así que ahí nomás me pusieron Tordo. ¿Cómo querés que me llamaran?”, reflexiona mientras se ríe con ganas.
Con un metro con 64 centímetros y botines número 5 y medio, que le tienen que hacer a medida, los comienzos de Palma en el fútbol tampoco fueron fáciles, como en la vida misma. “Me vieron medio chiquito y me quisieron mandar a una escuela de fútbol. ¿Qué es eso? –se pregunta con bronca–. Lo único que sabía era que estaban los chicos a los que preparaban un poco más y que después podían pasar a las inferiores, pero no me convencía”.
Mamá Mercedes trabajaba en casas de familia y juntaba los pesitos para el colectivo que Omar tomaba hasta el control de Granadero Baigorria, desde donde caminaba hasta la ciudad deportiva.
“Estudié hasta segundo año, como instalador electricista, hasta que opté por el fútbol y me la jugué –rememora–. Como todo chico de campo, y de antes, cuando iba a tomar una decisión la consultaba con mis viejos. Ahora es distinto porque si un chico te dice que no quiere estudiar, no podés hacer nada. Antes hacías lo que te mandaban tus viejos.”
Doña Mercedes limpiaba la casa de Domingo Rudi, que tenía un taller de letras en Arroyito, donde Omar comenzó a trabajar como aprendiz hasta llegar a ser medio oficial letrista. “Y era bueno, eh”, asegura con suficiencia. “De pibe fui verdulero, gasista, pintor, albañil... Hice de todo, había que laburar”, cuenta.
Don Gerónimo parece Palmita mismo, pero más viejo. “Siempre me aconsejó seguir el camino de la humildad –asegura–. Uno puede estar bien y tener dinero, o no tener nada, pero siempre debe ser el mismo. Y a eso lo valoro porque a pesar de todo lo que conseguí y del bienestar de mi familia, nunca cambié”.
Omar tiene un cariño especial por Marcelo Delgado, desde la época en la que jugaron juntos en Central. El Chelo comparte con el Tordo su origen humilde y la habilidad para gambetear la pobreza con una pelota. “Yo me identifiqué mucho con el Chelo y lo quiero un montón. Yo era igual a él”, explica.
¿Bilardo te debería haber dado alguna oportunidad en la Selección?
–Creo que sí. Hay jugadores que dejan de jugar y empiezan a hablar. Lo que no dijiste cuando jugabas, no lo podés decir más. Como los que denuncian que uno se entregó, que otro se drogaba... Ahora me tengo que callar la boca, lo que no dije cuando jugaba no lo puedo decir más. No soy de dar nombres, pero digo que jugadores inferiores a mí integraron la Selección. No puedo decir nada y si hay algún motivo, Bilardo debe saber por qué nunca me llevó a la Selección.
–Marchetta decía que si fueras alto, rubio y de ojos celestes estarías jugando en el Real Madrid.
–¡Pedro es un personaje! (mientras estalla en una carcajada).
–¿Las tres alegrías más grandes del fútbol?
–La Conmebol, por todo lo que significó para nosotros, como algunas cosas que solamente sabemos los jugadores y el cuerpo técnico. Tardamos como un día para llegar a Chile, y hasta pusimos plata de nuestro bolsillo con el Polilla y los más grandes. El campeonato del ’87, con don Angel y ese equipazo, porque en la primera rueda estábamos en la mitad de la tabla y por haber salido mejor jugador y goleador. Y el gol de tiro libre que le hice a Islas en el clásico del ’95, porque ya me estaba por retirar y nunca le había podido hacer un gol a Ñubel.
–¿Y tres tristezas?
–Una sola: cuando me fracturé en el ’84, contra Chacarita, y tuve que sufrir el descenso de Central y lloré en la tribuna, sin poder hacer nada.
“Omar fue el único que me abrió la puerta cuando fui a jugar a River”, confía su amigo, el Negro Julio Zamora. Y el otro Negro lo ratifica: “River es bravo, más cuando llegás de afuera. Encima yo tampoco le daba bola a nadie. Yo hacía mi vida y punto”, sentencia como con bronca.
–¿Por qué en River no te fue como en Central?
–Cuando llegué era un equipo formado, había ganado todo, se había retirado el Beto Alonso, y en el primer año me costó adaptarme porque en River tenés que ganar todos los partidos. Encima, me lesioné y me operaron de un neuroma en un dedo de cada pie. En el segundo año por suerte anduve bien porque tuve un poco de continuidad.
–¿Podrías haber rendido más?
–Sí, porque cuando me fui de River llegué al nivel que había tenido en Central. Creo que a partir del ’89 iba a ser en River el jugador que había jugado en Central. La gente ya estaba convencida de la clase de jugador que era, y yo le tapé la boca jugando. En el ’88 tuve un buen año en River y por eso me vendieron a México.
–¿Menotti tuvo que ver en tu mejora?
–Creo que no porque el jugador se pone y se saca solo.
–¿Pesa la 10 de River?
–Es difícil porque la tuvieron jugadores con mucha trayectoria y títulos ganados; pero ojo que jugar en Central es muy difícil y la 10 de Central pesa porque es un grande.
MIGUEL PISANO
Fotos: Alberto Raggio
FUENTE: EL GRÁFICO
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