COLEONI DISFRUTA SU MOMENTO:
Para empezar a contar quién es Gustavo Coleoni lo ideal sería respetar la línea de tiempo y hacerlo de forma correlativa. Comenzar por el hecho de que está a una final de dirigir por primera vez en la máxima división del fútbol argentino sería un desperdicio. El entrenador cordobés, de 50 años, hoy es uno de los responsables de Central Córdoba de Santiago del Estero. Pero hace 40 años vivió debajo de la tribuna de la cancha de Talleres de Córdoba, mientras sus padres trabajaban en el buffet. Épocas donde era la mascota del inolvidable equipo de la T que en 1977 perdió el título en una increíble final con Independiente. Todo el estadio lo aplaudía cuando hacía jueguitos en la mitad de la cancha. Llevaba la pelota atada. Jugaba tan bien que lo imaginaron como el sucesor de José Daniel Valencia, un crack de aquellos días. Aunque Gustavo era bajito, el club le pagó un tratamiento hormonal similar al de Lionel Messi. No resultó. Sapito nunca superó los 160 centímetros de altura. Sapito era el apodo colocado por sus amigos, por sus amagues y saltos para dejar rivales en el camino. Y porque era petiso.
Pícaro, simpático, Coleoni tiene el sello cordobés del buen humor. Nacido el 16 de agosto de 1968, fue tachero durante 15 años. Hoy es un trotamundos que cuenta más de 500 partidos en sus espaldas en el torneo Argentino A. Tiene amigos en todos los pueblos, dice. Con total soltura puede sentarse en un piso de televisión y jugar en un show del chiste. O puede ponerse serio para confesar que de chico se sentaba a escuchar a Angelito Labruna y Adolfo Pedernera cuando dirigían a Talleres. Se sentía atrapado por las leyendas. O cuando explica que pasó hambre en Perú en sus días de futbolista. Coleoni, el abanderado de la ilusión santiagueña por subir a primera, es un clásico personaje del ascenso.
–¿Cómo era vivir debajo de la tribuna del equipo que sos hincha?
Mis viejos Antonio y Juana Victoria me abrieron las puertas de la vida. Fue la infancia soñada. Parece un cuento, pero a mi me pasó. Era la mascota de Talleres, hacía jueguitos en los partidos y resultó una historia muy fuerte. Vi pasar grandes monstruos por el club, desde Pedernera cuando fue director técnico hasta Osvaldo Ardizzone cuando trabajaba en la revista Goles. A Osvaldo le decían la estrellita es este pibito, que era yo. Un día Osvaldo me hizo sacar una foto para la Goles, yo andaba con un pantalón largo atado en la cintura con un cable para que no se me cayera. Yo jugaba a la pelota todo el día.
–¿Fuiste la mascota del famoso Talleres de 1977?
Claro, decían que yo iba a ser el sucesor de mi ídolo, el Rana Valencia. Lo admiraba muchísimo a José Daniel. Tenía un equipazo la T en esa época, un equipo soñado. Me gustaba ver al Hacha Ludueña, a Chupete Guerini. Yo siempre estaba con ellos. Me encantaba escuchar a Daniel Willington, otro crack. El día de la final con Independiente, en enero de 1978, jugué el preliminar y fallé un penal. Estábamos todos como locos, nerviosos, imagínate lo que significaba para Talleres esa final. Estaba todo dado, pero al final la vuelta olímpica fue para el Rojo.
–¿Cómo fue eso de escuchar de cerca a Labruna y Pedernera?
-Los escuchaba todo el día. Cuando uno es chico no se da cuenta, pero creo que muchas de esas cosas te quedan grabadas en algún lugar de la memoria y luego de grande se convierten en enseñanzas. Eran sabios, maestros. Y me querían un montón, inclusive a veces me llevaban a concentrar. Mi mamá le cosía la ropa a Labruna, a él le gustaban los dulces y el hipódromo, que estaba enfrente. Tenía todo cerquita. Angelito hizo una gran campaña en 1974.
–¿Tomaste hormonas para crecer?
Sí, y el doctor Ortíz no quería porque ponía su matrícula en juego. Talleres me pagó el tratamiento hormonal porque yo pintaba bien. Las compraron en Italia, y de mucho no sirvió (sonríe). Fue cuando estaba en la escuela primaria. Era muy petiso y me querían hacer crecer. Me colgaban de todos lados, me estiraban el cuello. ¡Una locura! Un kinesiólogo hoy te diría que eran unos asesinos. El médico quería cuidar mi integridad física.
–¿Es cierto que un día robaste todas las camisetas de Talleres?
Éramos terribles… Sí, lo hicimos con mi amigo el Gato. Yo tenía 13 años y era la época en la que vivía abajo de la tribuna. El Viejo Moyano, que estaba ahí, era malo, malo. Y además estaba Don Paco Cabasés, intendente histórico de Talleres, un prócer. Le hice una copia a las llaves de la utilería, pero nos abusamos. Nos afanamos todo el juego de camisetas y las enterramos con el Gato dentro de unos tarros en el fondo de su casa. Estábamos obsesionados. El utilero se dio cuenta al toque. Ese domingo yo tomaba la comunión y tenía una culpa enorme. Lo agarré a mi viejo y le dije: "Papi, yo pequé". Me agarró y me llevó a pedirle perdón al canchero. Tras eso, cavamos el pozo, con las dos familias alrededor. Y las devolvimos una por una.
–¿Cómo te iba en el colegio?
Era un buen estudiante, pero también hicimos algunas. Cursé el secundario en el Dean Funes, el mismo al que asistió el Che Guevara. Y a veces, a escondidas, agarraba los boletines de la dirección y los llevaba a casa para cambiarles alguna nota. Si el jueves tenía Química, lo sacaba un lunes, y al día siguiente lo devolvía. Tomaba un riesgo muy grande. Terminé el colegio, estudié periodismo en Córdoba y trabajé en la televisión en mi provincia. Además hice un curso de psicología en la Universidad de Córdoba, me recibí con Claudio Vasalo. La psicología en mis equipos funciona, apunto a la dinámica de grupo y a lo social. Me gusta hacer hincapié en las relaciones de vestuario.
–¿La calle es tu lugar?
Sin dudas: yo me casé con la pelota, los bares y la bohemia al andar. La calle es una facultad y en los bares es donde pasa todo. Tené en cuenta que yo me crié adentro de un bar. Nací ahí, es mi hábitat. Juego muy bien al billar casín. Siempre estoy con un taco en el baúl del auto. Amo el billar y soy feliz en esos lugares. En Santiago del Estero no hay una sola mesa, una pena. Y escuchá esto: hace dos días compré un barcito para uno de mis hijos frente a la cancha de Talleres. Le pusimos Tercer Tiempo. Si yo fuera el presidente argentino te pongo el café a dos pesos en todos lados. Hoy se perdió todo eso, esa forma de socializar. Hay mucha PlayStation, Instagram, Facebook. Es más fácil poner un ciber que un bar.
–¿Por qué que no se te dio como jugador?
Creo que todo el mundo pensaba que yo iba a ser un crack. Pero mi estatura es de 1,61 metro y el físico no me ayudó. De pibe me hacían notas en todos lados, en todos los pueblos. La gente iba antes a verme en los preliminares. Basile me subió a practicar con la primera, llegué a jugar dos partidos amistosos, pero me fui a Perú y Chile, y terminé en ligas del interior de Córdoba: Matienzo de Monte Buey, Central de Río Segundo, Atlético de Río Tercero, Belgrano de La Para, Bella Vista y Las Palmas. La remaba. Y en Perú no tenía para comer, eh. La luché en todos lados. Todo ese sufrimiento y esa batalla me sirvió a la hora de ser DT. Yo puedo mirar a la cara y decirle a un jugador lo que significa no llegar.
–¿Cuánto tiempo fuiste taxista?
Unos 15 años. Teníamos un Dacia, no te das una idea lo que era: se rompía todos los días. Mi viejo fue tachero de siempre. Yo hablaba con la gente, les preguntaba de todo. Una vez, una chica muy pituca que era profesora de la Universidad se subió: lentes, rodete, una estampa… Al auto le había puesto un asiento de un Renault 12, que entraba justito. ¡Yo ponía la música fuerte para que no se escucharan los ruidos! Pero en una esquina frené de golpe y la chica voló para todos lados. Se le cayeron todas las cosas, se bajó enojada y me dio vuelta la puerta de un golpe.
En 2016 recibió el premio Alumni
Coleoni es un apasionado del fútbol. En su casa, en Córdoba, tiene una oficina con videos de distintos equipos, fichas y datos de una gran cantidad de jugadores. Asegura que le encanta informarse y que cada mañana lo primero que hace es leer las noticias.
–¿Cuáles son tus miedos?
Yo no le tengo miedo a nada, salvo a Dios. Yo me separé de Roxana, una mujer que me dio mucho y pasó mil años a mi lado. Y quedamos en una buena relación. Ahora, una cosa: la soledad es la prima mala de la libertad. Si estoy solo yo tengo libertad para manejar mis tiempos, pero a veces es chocante. Es jodida la soledad. Extraño a mi familia y a mi nieta María Pía, la mujer de mi vida.
–¿Qué cosas te quedaron pendientes?
En todos lados me gané la moneda como pude. Y cuando vuelvo a Córdoba me como un asado con todos mis amigos. Tengo una familia espléndida con dos hijos, Emanuel y Franco. Pero honestamente siento que tengo una cuenta pendiente con ellos. De hecho lo hablé con un psicólogo. Por el hecho de viajar y andar por todas partes no estuve con mis hijos en varios momentos importantes de su vida. Eso no lo puedo recuperar, flaco. Pero mis chicos me dicen que yo me fui de casa para darles lo mejor a ellos.
–Alguna vez leí una frase donde asegurabas que el progreso, en general, atenta contra el potrero. ¿Cómo es eso?
Es así. El progreso y el desarrollo también trajo una mayor inseguridad. Yo salía de mi casa a las 2 de la tarde y volvía a la hora de la cena. Un día salieron a buscarme con la policía y yo estaba boludeando en el hipódromo. En la actualidad eso es imposible. Además, donde hace 15 años había un potrero hoy meten un complejo de departamentos. También hay un auge de las escuelas de fútbol. No estoy en contra, es un lugar seguro, pero es distinto. Cambiaron los tiempos, hoy está la tablet, la notebook, la PlayStation. No considero que sea peor, pero a mí me gusta que el jugador mire fútbol y se nutra, como yo. En los pueblos por suerte se mantiene esa esencia del potrero y las canchitas. Donde hay soja y vacas vos te bajás y vas a encontrar un buen jugador. Yo recorrí el país haciendo pruebas y eligiendo futbolistas. Es una gimnasia.
A puro esfuerzo, Coleoni siempre se buscó la vida como pudo. Cuando dejó de jugar, en 1990, puso una escuelita de fútbol. Debutó como DT en 2005, en Racing de Córdoba. Y comenzó a recorrer la Argentina de norte a sur, y de este a oeste: Gimnasia de Mendoza, Juventud Antoniana de Salta, Juventud Unida de San Luis, Central Norte de Salta, Talleres de Córdoba, Guillermo Brown de Puerto Madryn, Sportivo Patria de Formosa, Ramón Santamarina de Tandil, Ferro y Central Córdoba de Santiago del Estero. Coleoni cuenta que ya dirigió más de 500 partidos en el torneo Argentino A (hoy llamado Federal A).
–¿Cómo es ser un trotamundos del ascenso?
En un mismo año yo estuve en los ciclones de Puerto Madryn, donde hay un viento terrible y a los tres meses me fui al infierno de Formosa. ¡El calor que hace ahí…! ¡En verano a las 3 de la tarde los gorriones explotan por el calor! Anduve de punta a punta. Me encanta estar en las ciudades, conocer su gente y sus formas. En el norte suelen ser más sociables. Acá en Santiago del Estero ahora hace calor y los bares tienen las mesas afuera. Cuando estaba en Tandil a esta altura del año nos moríamos de frío. En Madryn, a las 6 de la tarde estábamos en casa encerrados viendo películas. Me adapto a todo por necesidad. Tengo una capacidad especial para eso e hice amigos en todos lados. Te cuento algo: esta semana tuve más de 1100 globos verdes de whatsapp, esos que te avisan del mensaje nuevo. ¡Números que ni la menor idea! Yo les contesto a todos. Y algunos son paracaidistas, eh, hay representantes que me hablan como si fueran hermanos míos.
–¿De qué manera intentás llegarle al jugador?
Creo que esa es mi mayor virtud. Recién me tomé un café con el Bicho Rossi en el buffet. Con los futbolistas tomo mate, converso con ellos durante tres horas. El jugador es lo más hermoso del fútbol. Ellos siempre quieren ganar. Pero siempre hay un plus que podés sacarles de acuerdo a cómo vos los hayas hecho sentir. En eso trabajo, eso trato de extraerles. Yo sé qué música las gusta, cuáles son sus problemas, cómo son sus familias. En Santamarina perdimos tres partidos al hilo y nos fuimos a hacer trekking y a comer un asado. Unión de grupo. Otra vez, en un equipo tuve a un jugador que estaba irascible. Insoportable. Lo querían cagar a trompadas todos los compañeros. Hasta que hable con él y le pregunté qué le pasaba. ‘Mi papá tiene cáncer’, me respondió. Quedamos helados. A partir de ahí todos lo ayudamos de la manera que pudimos. Yo trato de llegarle a todos cuando tienen puesto el pantalón largo, porque de corto solo se visten tres horas al día.
–¿Qué entrenador es tu referente?
Marcelo Bielsa, desde ya. Me quedo siempre con sus palabras. Tengo una debilidad especial por él, por sus trabajos y sus formas. Me gusta la verticalidad, y presionar. Miro mucho al Cholo Simeone y a Mohamed. Algunos jugadores que lo tuvieron me dijeron que tengo formas parecida a las del Turco. Es un tipo con calle y sabiduría. Creo que tenemos una esencia diferente a la de entrenadores que son más de laboratorio.
La charla con Coleoni va de un lado a otro. Un mate, un café. Provoca sonrisas. Llega el momento de recordar las finales. En Santiago del Estero, en el Ferroviario, lo adoran: el 22 de abril de 2018, campeón del Federal A y ascendió a la B Nacional al ganarle en su estadio a Defensores de Belgrano de Villa Ramallo por 2 a 1. Antes, Sapito perdió cinco finales por ascensos: cuatro al Nacional B y una a primera. Esta última en 2015, cuando dirigía a Santamarina y Patronato le ganó por penales con un Sebastián Bértoli estelar.
–¿Cómo te preparás para tu séptima final?
Honestamente, yo me quedo con el viaje, no con el hecho de llegar a la final. El viaje de ocho meses es el que vale la pena. Me gusta trabajar todos los días. Lo otro es anecdótico, la final es para cualquiera. No te voy a mentir, por supuesto que la quiero ganar, pero no me modifica en nada. Fijate algo: Jorge Almirón se fue puteado de Independiente, pero en Lanús no se quedaron con eso. Lo buscaron porque fueron inteligentes, observaron otra cosa, vieron un proceso. Me gustan esos clubes que no miran únicamente los resultados. Aunque sea difícil porque mandan las urgencias.
–¿Entonces no sufriste cuando perdiste las primeras finales?
Sí, desde ya, con algunas más que otras. Porque depende de cómo te agarre parado, por circunstancia de la vida, por el esfuerzo que le ponen los jugadores, porque en la Argentina al segundo se lo trata como un boludo. Hay momentos donde todo eso se te cruza, sí. Pero jamás paré de trabajar. Disfruto el momento, el día a día. ¡Si no nos volveríamos locos! No es fácil dirigir en el fútbol argentino y yo puedo hacerlo. Y siempre estoy soñando cosas lindas.
–¿Cuáles fueron las claves para este Central Córdoba finalista?
Ufff, nosotros acá teníamos a Mitre enfrente, y con ellos siempre peleando. Se nos fue acumulando la presión. Encima el año pasado en la Copa Argentina perdimos energía. Caímos contra Gimnasia de La Plata por penales en cuartos de final. Una pena porque en semifinales nos hubiera tocado River. Pero todo eso nos fue dando más fuerza. Este año lo mejor de este equipo fue que se sintió cómodo bajo estrés. Sabemos llevar las cosas con personalidad y actitud. Nos hicimos fuertes bajo presión y esa es una virtud máxima. ¿Ejemplos? En el Reducido contra Almagro y Platense, dos buenos equipos con los que definimos de visitante.
–¿Qué significaría para vos dirigir en primera?
Y… el gran sueño. Un mimo, una caricia. Tenemos una chance y yo me hago la cabeza. Debe ser como pasar a ser parte de algo, son las grandes ligas. Yo miro la Superliga por televisión, pero la tengo en la mano, en el control remoto. Cambio, voy de un partido a otro. Y ahora tal vez yo pueda estar adentro de ese control remoto. ¿Me entendés? Quizás algún día se me dé.
Por: Fernando Vergara/DIARIO LA NACION
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