miércoles, 8 de julio de 2020

EPOCA DE CRISIS

CUANDO BOCA JUNIORS TUVO QUE PINTAR LOS NÚMEROS EN SUS CASACAS

En épocas en las que los socios plenos son 98.000 y los adherentes casi 80.000, para generar un ingreso 900.000.000 de pesos anuales en cuotas sociales, parece difícil emparentar a Boca con una crisis institucional. Todo lo contrario. Boca es el club del fútbol argentino que mejor presente económico ostenta en una actualidad que tiene a muchos más cerca de la debacle que del orden financiero. Pero no siempre fue igual. No siempre fue así. En particular, en una década que tuvo huelga de jugadores, media Bombonera clausurada y juveniles vistiendo camisetas insólitas.  


Dentro de esa década nefasta para el Xeneize, hubo un año que reúne todos los condimentos para ser denominado como el peor de la historia: 1984. Con la cancha inhabilitada durante varios partidos por los hechos de violencia (en 1983 se produjo el más grave, la muerte del hincha de Racing Roberto Basile) y con varios daños edilicios, el club que deambulaba de un torneo malo a otro peor tuvo que alquilar varios estadios para ser local. Así, fue anfitrión en Vélez, en el bosque platense, en el estadio de Huracán, ¡en la cancha de Sarmiento de Junín!, y hasta en el Monumental, en el que Boca fue local ante River…  
En ese contexto no extrañaba que en lo deportivo las cosas no salieran de la mejor manera. La crisis económica e institucional hizo que el Nacional de 1984 sea un aviso de lo que sería la temporada entera. El Boca del Zurdo López quedó eliminado en primera ronda en un grupo que compartió con Newell’s, Talleres de Córdoba y Ferro de La Pampa. Insólito. Clasificaban dos y quedó tercero. El arranque del Metropolitano no fue para nada mejor. Ocho fechas sin triunfos le costó su puesto al entrenador y asumió Dino Sani, quien logró en su debut la primera victoria (1-0 ante Unión) en un torneo en el que el Xeneize terminó decimosexto entre 19 equipos.  
La crisis era total. A los futbolistas les debían más de 7 millones de pesos y después de muchas promesas incumplidas decidieron no jugar ante Atlanta. Oscar Ruggeri, uno de los profesionales de ese plantel, recuerda ese momento de crisis azul y amarilla: “Ocho meses sin cobrar el sueldo estuvimos. El verdulero y el carnicero me daban las cosas fiadas porque no podíamos pagar. Nunca nos pagaban el sueldo. El presidente (Domingo Corigliano) era un delincuente, nos decía que nos iba a pagar y nunca ponía un peso”. 
Ese día, el 8 de julio de 1984, quedó en la historia como el día en que un Boca estuvo representado por juveniles de la cuarta división con una camiseta improvisada que tenía los números pintados con fibrón. En una Bombonera que sólo tenía habilitado el anillo inferior y algunas plateas nadie entendía lo que pasaba. Las caras no eran las de siempre. No estaban los Gatti, los Ruggeri o los Gareca. En su lugar había apellidos que no sonaban. Ya no estaba Sani en el banco (su lugar lo ocupaba interinamente “Gonzalito”) y el equipo que saltó a la cancha fue Walter Medina; Javier Franco, Manfredi, Dos Santos, Jorge Latorre; Tessone, Fornés, Peruchena, Denny Ramírez; Torres y Vales. 
Hugo Maio es periodista en la actualidad, pero en su momento era uno de los utileros de Boca. “Ese momento todo era difícil en el club. Teníamos problemas hasta para lavar la ropa”, empieza un protagonista clave en esta historia. Es que de sus manos salieron los números que, con un simple fibrón, quedaron marcados más que cualquier otro trazo indeleble. Y del otro lado del teléfono empieza a contar su versión dentro de una historia que parece increíble: “En ese momento había un solo juego de camisetas y era el titular. Por eso cuando surgió el problema de las camisetas, porque Atlanta tenía azul y amarillo, fui hasta el vestuario visitante y hablé con el entrenador, Jorge Habbeger, quien había sido el preparador físico de Carmelo Faraone hacía unos años en Boca”.  
Mientras Juan Bava daba el ultimátum para que en cinco minutos los equipos estuvieran en la cancha, Maio recibía una respuesta que aún hoy le retumba. “No es problema mío”, le dijo Habbeger que años más tarde sería DT xeneize. Entonces hubo que improvisar porque el juego de camisetas alternativo estaba en La Candela, por temor a que se lo robaran de la utilería. Si no salían perdían los puntos por no presentarse. “Agarramos las remeras de entrenamiento blancas y les hicimos los números con fibrón. Nos quedamos en el túnel para ver cuando ocurría el desastre, porque sabíamos que la solución no iba a aguantar mucho. A los 15 minutos Dos Santos, uno de los centrales, ya tenía la camiseta con el número todo corrido por la transpiración”, agrega Maio, que aún se acuerda de lo que sentía en cada momento de un partido que Boca terminó perdiendo 2-1.  
Uno de los autores de los goles del Bohemio fue Alfredo Graciani, quien a los pocos minutos puso a los profesionales de Atlanta a ganar ante los pibes de Boca. El delantero que luego brilló con la azul y oro también recuerda esa extraña tarde en La Bombonera: “Nosotros en ese momento no tomábamos dimensión del partido que estábamos jugando. Sabíamos que Boca jugaba con juveniles, pero lo de la camiseta en ese momento nos pareció un detalle de color. Los dos teníamos los mismos colores y como ellos eran locales tuvieron que cambiar. A los pocos minutos ya estaban todos los números desechos”.  
La vergüenza mundial para los hinchas locales duró 45 minutos, porque en el entretiempo Habbeger aflojó y dejó que Boca saliera a jugar con su tradicional camiseta. Pero el daño ya estaba hecho. Para los protagonistas, el golpe de la derrota fue una caricia si se lo compara con el papelón de las camisetas. Maio no puede describirlo mejor: “Ese día sentí que Boca dejaba de existir. Mi corazón de hincha de Boca hizo ese hecho me doliera el doble”.  
Una reliquia. Así define el periodista Claudio Destéfano a la pieza más preciada de su museo. Es que nadie entendería en ese momento la importancia que ese juego de camisetas representa para la historia de un club tan ganador como Boca. “Mi museo tiene cerca de 3000 camisetas y 15.000 ítems y cuando me preguntan qué sería lo último que me desprendería, es esa camiseta. ¿Por qué? Porque es la bisagra en la historia de Boca. Esa camiseta es de 1984, de un Boca-Atlanta, en la Bombonera. Peor, el club no podía estar”. Y agrega más detalles sobre la joya más preciada de su colección: “Tengo la 11 de Fornés y es la pieza más importante que tengo en mi museo. La conseguí gracias a un coleccionista muy importante que valoró lo que yo hacía y vivía con Boca. Me casé en la Bombonera y en el museo de Boca hice la fiesta. Por eso me ayudó a conseguirla. No recuerdo el monto, pero además de plata le di una camiseta de Racing. Tengo esa pieza desde hace 5 años”.
Y claro, sólo catorce camisetas que son testigos del momento más oscuro en la historia de Boca. Una historia que ese día se tiñó con la tintura de un fibrón color negro…  

FUENTE: ENGANCHE.COM.AR 
POR: JAVIER LANZA

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