LA HISTORIA DE "TITO LECTOURE
Lo demás lo traía en sus células: la familia, el trabajo, la decencia, los prejuicios, la vergüenza los mandatos internos y el orgullo de transformar su palabra en inapelable ley.
Entre el hogar del niño-adolescente y el Luna Park del joven-adulto se construyó el hombre íntegro hasta convertirse en uno de los tres empresarios más importantes del boxeo mundial de las décadas de los 70’ y los 80’ junto a Bob Arum y Don King.
Fue aquella dorada época en la cual Don King le quitaba la condición de “meca” al Madison Square Garden de Nueva York para llevar el histórico combate entre Foreman y Muhammad Ali a Kinshasa, Zaire (actual República del Congo), mientras en otras ciudades programaba entre tantos a Julio César Chávez, Evander Holyfield y Mike Tyson.
Bob Arum por su lado logró el sueño de convertir a Las Vegas en la ciudad de las grandes peleas. Fue así cómo logró realizar las de Leonard-Hagler; Mano de Piedra Duran -Leonard; Hearns- Leonard, Oscar De La Hoya –actual titular de Golden Boy, la organizadora mundial líder- frente a Tito Trinidad; la mayoría de las realizadas por el Macho Camacho y decenas de estrellas hasta conducir hoy a Vasyl Lomachenko.
Tito Lectoure estaba en ese podio pues manejaba a Carlos Monzón, Ringo Bonavena, Nicolino Locche, Martillo Roldán y a los 19 boxeadores argentinos que pelearon por títulos mundiales, después de haber llevado a Horacio Accavallo a Tokio el día de su consagración: 1 de Marzo de 1966. De hecho que realizó muchos negocios con Arum, su socio preferido, como por ejemplo las de Monzón contra Licata; Martillo Roldan frente a Hagler y a Hearns; Ringo Bonavena ante Muhammad Alí con el Madison como asociado.
Y para Europa tenía como partners a Rodolfo Sabattini y a Alain Delón quienes programaron todas las peleas de Monzón en Roma, París, Copenhagen, Monte Carlo, ademas de las de Hugo Pastor Corro, Uby Sacco en Italia, muchas de Santos Benigno Laciar (contra Pete Mathebula en Soweto, Sudáfrica) y aquella de Látigo Coggi cuando le ganó el titulo mundial a Patrizio Oliva en Sicilia. En su trayectoria como promotor y manager de boxeadores Tito Lectoure sumó 3278 horas de vuelo para llegar a 30 diferentes países de todos los continentes que le demandaron la renovación de seis pasaportes completos.
Siempre se negó a hacer negocios con Don King pues en sus códigos de vida Don King era competidor de Arum y él era amigo de Bob. Además no le gustaba su aspecto extravagante con los pelos en punta, electrizados hacia arriba por un visible baño de spray; y mucho menos toleraba su condena por homicidio que lo tuvo cuatro años recluido en una prisión de Cleveland, Ohio. Alguna vez me comentó que mientras él le era fiel a Arum éste hacía negocios con Don King; entre ellos el de Kinshasa cuando pelearon Foreman y Alí, nada menos.
No fue su única decepción. Tito nunca aceptó que Monzón peleara por una corona mundial validada por el incipiente Consejo Mundial del Boxeo, pues él “era un promotor exclusivo de la Asociación”. Fue por tal razón que el Consejo se apareció sorpresivamente a realizarle un control antidoping a Monzón después de su triunfo frente a Angel Mantequilla Nápoles en el vestuario primero y en el hotel Sheraton de Montparnasse después- episodio sobre el cual se cumplen hoy 46 años- y cómo éste se negara por lo imprevisto y malicioso, le quitaron la porción de corona que ganó casualmente Rodrigo Valdez unos meses después..
Fue doloroso para Tito saber ya tarde que la lealtad valía menos que los intereses, que Arum y Don King podrían ser socios transitorios y que la Asociación y el Consejo acordarían sus convalidaciones si el negocio de los empresarios resultaba rentable como por ejemplo una “unificación” de la corona mundial de peso mediano entre el sancionado Monzón y Rodrigo Valdez.
Nunca pensó que Monzón y Galíndez –por quienes tanto había hecho- se alejarían de él y del Luna para ser conducidos por José Cacho Steinberg. Y aunque ambos retomaron su relación con Tito una vez retirados del boxeo y con sus estilos se disculparon públicamente, aquella situación le provocó una primera y profunda herida. No fue el caso de Ringo quien apelando a su particular simpatía cada tanto se expresaba públicamente de manera critica y esto generaba un escandalete que luego él mismo enmendaría con esa misma frescura declaratoria.
El entrañable amigo que fue Juan Carlos Lectoure y a quien evocamos nació el 10 de junio de 1936 en la ciudad de Buenos Aires. Sus padres fueron Juan Bautista y María Cecilia Naredo (Doña Celina) y era el tercer hijo de un total de cinco hermanos: Oscar Roberto, Ernesto, Analía Celia y Alicia Amanda.
Desde su primer día vivió en el barrio de Balvanera, exactamente en la calle Cangallo (hoy Juan Domingo Perón) 2575, estudió el primario y llegó hasta tercer año del secundario en el Colegio Nacional San José, sin haber jugado nunca a la pelota en la calle –era un lejano hincha de River–, sin haber tocado un timbre del vecindario para el “ring raje…”, ni haberse hecho la “rata” al colegio…
El boxeo ya estaba en su sangre puesto que su tío fue Pepe Lectoure, ex campeón argentino profesional de peso liviano y ex manager de Justo Suárez, el primer gran ídolo del boxeo argentino. Fue él quien junto a Ismael Pace habían fundado el estadio Luna Park en Corrientes y 9 de Julio pero en 1931 una Ordenanza Municipal los obligó a mudarse para emplazar el Obelisco.
De esa carga genética tan llena de históricas noches de boxeo provenía el pibe educadito del centro a quien solo le interesaban las peleas del Luna Park, aquellas que organizaba su tío Pepe.
Es por ello que no extrañaba saber que antes de ser adolescente, Tito ya tiraba guantes en el fondo de su casa instruido por su propio padre, Don Juan Bautista, quien era empleado de la cerealera Bunge y Born. Tito fue cadete de farmacias e inmobiliarias y también insaciable espectador de funciones cinematográficas – nada de fútbol- , hasta que ingresó a la Policía Federal Argentina para cumplir con el servicio militar.
Primero en la Agrupación Escuela (conducta distinguida) y luego en la Seccional 1ra desde donde egresó el 13 de septiembre de 1956. En su primera jornada de civil. o sea. al otro día de haber entregado el arma y el uniforme. ingresó al Luna Park como cadete, asistente de boleterías, ayudante de gimnasio y más tarde colaborador de quien por entonces era el match–maker. Ese hombre se llamaba Juan Manuel Morales y sería quien iría entregándole en el día a día su experiencia como profesor de boxeo y programador de espectáculos.
El pibe que a los 17 años fue a hurtadillas a su club, el de Gimnasia y Esgrima de la calle Bartolomé Mitre, a realizar una sesión de guantes con Archie Moore –uno de los mas grandes campeones del Mundo de peso semi completo traído al país por el Luna e idolatrado por el general Perón- comenzaba a alternar en un mundo de hombres maduros y desconfiados.
Sin embargo los conquistó a todos: en 1958 comenzó a organizar las grandes veladas del boxeo con su impronta y ya no se fue más hasta el 17 de Octubre de 1987, fecha de la última pelea de su imborrable era. Esa noche se enfrentaron Adolfo Arce Rossi con Ramón Abeldaño y Lectoure, decepcionado y abatido por algunos comportamientos humanos de quienes más quería y confiaba, decidió no organizar más peleas. Fue la transferencia del contrato de Juan Martin Coggi – de Santos Zacarías a Osvaldo Rivero, enemigo de Lectoure- el punto final a tantas decepciones, toda vez que Coggi y su entrenador habían llegado a tener su chance mundialista después de una extraordinaria gestión de Tito.
Su bella tia Ernestina, la verdadera dueña del Luna Park, intentó por años convencer a Tito sobre la finitud del boxeo como negocio en relación con otros espectáculos mucho más rentables como resultaban los conciertos de grandes artistas internacionales que requerían disponer de la sala un sábado por la noche para concatenarlos con el viernes y eventualmente con el domingo.
Sin embargo Ernestina accedía al pedido de su amado sobrino Tito pues sabía que ese era el mundo donde más feliz se hallaba. El boxeo elevaba la autoestima de Lectoure pues le permitía ser protagonista, tener visibilidad mediática, viajar por el mundo y ser el todo de algo y no el algo de un todo ya que los negocios del Luna los manejaba solamente Ernestina con singular inteligencia y talento.
El amor clandestino entre la Tía (Ernestina) y su sobrino (Tito) era tan puro y profundo que ella admitía que la empresa dejara de ganar dinero en homenaje al armonioso nivel convivencial de la pareja, esa sublime “complicidad” en la que uno cede para que ambos sean felices.
Que lindo era ver a Tito aquellos sábados inolvidables del Luna. El de las glamorosas noches del Zurdo Lausse, del Negro Thompson, del Puma Rivero, de Cirilio Gil, de Nicolino, de Goyo Peralta, de Accavallo, de Ringo Bonavena, de Monzón, de Campanino, de La Cruz, de Saldaño, de Uby Sacco, de Castellini, de Cachazú, de Pedrito Benelli, de Gustavito Ballas, de Victor Emilio Galindez y de tantos otros cracks.
Ocurría en aquellas veladas cuando Lectoure asomaba su metro 82 estirando el cuello hasta llegar a ver por las ventanitas circulares de la puerta principal, la de la calle Bouchard para quienes iban llegando. Su cuidado rostro cetrino siempre afeitado y finamente perfumado desnudaba su empatía por los avistados; si era amigo sonreía al tiempo que con sus dedos índice y anular, cual hábil carterista en el subte, iba sacando del bolsillo interior de su saco siempre elegante, las entradas para obsequiar, si en cambio era un “manguero” o un “plomo” se erizaba; si se acercaba un político insultaba hacia adentro y si se trataba de un falso influencer, un chanta, desaparecía indicándole a Adolfo y a Vazquez – los porteros- que “estaba en los camarines y difícilmente vuelva por aquí….” .
Esa postal del promotor asomado a la puerta de su estadio los miércoles o los sábados pudo verse 2976 veces durante los 31 años (1956 a 1987) de su inigualable gestión. En el transcurso de la misma subieron a su ring 23.802 boxeadores – obviamente con protagonismo reiterado-, se llevaron a cabo 29 peleas por títulos mundiales, 18 por títulos sudamericanos y 87 por campeonatos argentinos. Y ninguno de los 262 boxeadores extranjeros, entre los cuales había campeones o ex campeones mundiales que vinieron a actuar al Luna Park, exigieron firmar previamente el contrato o recibir una cifra adelantada pues para el mundo del boxeo el apellido Lectoure resultaba una garantía indubitable.
Más prodigioso aún resulta su registro como actor directo pues Tito subió 105 veces a algún ring donde un peleador argentino intentara o defendiera una corona mundial en 17 países del continente que fuere y luciendo siempre en los rincones la misma camperita azul de nylon comprada en Macy’s de Los Angeles en Febrero de 1966 antes de la pelea entre Takayama y Accavallo en Tokio.
Ya de recalada en algún lugar donde escuchar un tango y cuando una parte de Buenos Aires esperaba el voceo del canilla amigo para irse a dormir con el diario bajo el brazo, mi amigo Tito evocaba sus orgullos, sus decepciones, sus falencias y sus dolores.
Se encendía cuando recordaba haber sido anfitrión del papa Juan Pablo II en el Luna Park en su visita de 1987 y haberlo tenido sentado en su propio sillón de la oficina. Y le daba mucho valor el haber sido reconocido con el Premio Konex (1980), ser designado ciudadano ilustre de Nueva Orleáns (1968) y distinguido con la Medaglia di Honore que le otorgó el gobierno italiano (1971). Luego hacía memoria para repasar a todos los presidentes que lo invitaron y con quienes departió: Frondizi, Guido, Illia, Onganía, Levingston, Lanusse, Cámpora, Lastiri, Perón, Martínez de Perón, Videla, Viola, Galtieri y Alfonsín .
Le habían reemplazado una válvula del corazón y las dos caderas. Caminaba con dificultad y sufría. Su organismo estaba mas avenjentado que su cuerpo. Aquel tremendo toro capaz de trabajar 18 horas seguidas para rediseñar el estadio por algún cambio de espectáculo, cuidar todos los detalles de la organización, atender gente, correr con los boxeadores, entrenarlos, viajar, ir y venir incansablemente, había caído en la sombra cruel de la decrepitud.
El empresario que osadamente había retirado a su boxeador (Victor Emilio Galíndez) minutos antes de un match en el Caesar’s Palace de Las Vegas por un sospechoso cambio de jueces e hiciera cancelar el show por única vez en la historia, había perdido hasta la energía de su voz. Y ya no le pedía a otro amigo, el doctor Roberto Paladino que se sentara al piano para que tararearamos juntos “Naranjo en Flor” de los hermanos Homero y Virgilio Expósito: “Primero hay que saber sufrir, después amar, después partir y al fin andar sin pensamientos/Perfume de naranjo en flor promesas vanas de un amor que se escaparon con el viento /Después, que importa del después, toda mi vida es el ayer…”
De su sonrisa final, menos frecuente y ancha renacía la evocación de aquellas horas felices cuando fue huésped de la Princesa Grace y del Principe Rainero en Mónaco o cuando conoció a Ursula Andrews, a Sofia Loren y a Ornella Muti en Roma, o a Natalie Delón y Catherine Denueve en Paris, o a Gary Grant y Esther Williams en Hollywood, o a Frank Sinatra, Luciano Pavarotti y Liza Minelli a quienes además asistió personalmente y durante horas antes de cada show de cualquiera de ellos en el Luna Park.
En la habitación 406 de la Swiss Medical de la Av. Pueyrredon me confesó una tarde que el momento más feliz de su vida había sido el 11 de Junio del 2000, el día que en Canastota, Nueva York, entre mimos, aplausos, fotos y autógrafos había entrado al Hall de la Fama, el lugar al que ingresan quienes escribieron la historia.
Tempranamente cruel –tenía 65 años el 1° de Marzo de 2002, el día de su muerte- viajó hacia algún espacio sin certezas donde lo esperaban los dignos, los generosos, los incansables, los solidarios, los enamorados, los amigos leales, aquellos para quienes ya no habrá después.
FUENTE: INFOBAE
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