UN DEFENSOR DE LUJO
Tomás Rodríguez
(Especial para El Litoral)
Los zagueros, debido a su ubicación en el campo de juego, siempre estuvieron alejados de la posibilidad de convertir goles. Sin embargo, en la historia del fútbol argentino hubo defensores que lograron anotar muchos tantos, como Daniel Passarella; en cambio, otros, como Hugo Eduardo Villaverde, de una elevada calidad técnica, un tiempista excepcional y de conducta ejemplar dentro y fuera de la cancha, nunca le brotó de sus labios el sagrado grito del gol.
Una prueba de la efectividad de los defensores, al convertir penales, tiros libres y ratificando su capacidad para cabecear o rematar dentro del área, son los casos del juninense Daniel Alberto Passarella (River Plate), el defensor más positivo con 99 conquistas en 298 juegos en la Argentina; lo mismo que el rafaelino Juan Domingo Antonio Rocchia (Racing Club y F. C. Oeste), actuando en 396 cotejos en los que obtuvo 87 tantos, y el porteño Pedro Omar Larraquy (Vélez Sarsfield-San Lorenzo de Almagro), que alcanzó 83 goles en 474 partidos.
Villaverde, talentoso y exquisito defensor central santafesino, jugó 437 partidos en el fútbol profesional argentino. En Colón, lo hizo en 57 oportunidades entre 1973-1975 y 380 encuentros en Independiente.
Fue un excelente defensor que comenzó en Sunchales, un equipo del barrio sur de la capital santafesina, una verdadera filial de Colón; de muy buenos recursos técnicos y enorme capacidad para la marca y la cesión de la pelota con precisión y sutileza, siempre se le reconoció a Villaverde que era asombrosa su capacidad para la recuperación física. Algunos periodistas señalaron reiteradamente que los delanteros nunca podían considerar que lo habían terminado de pasar o eludir, debido a su recuperación y a la salida jugando con su clase y técnica.
En el ‘69 había pasado a Colón (debutó en Primera en 1972, de la mano de un José María Silvero que lo ponía y lo sacaba debido a sus lesiones y se consolidó recién en el “74, con el vasco Juan Eulogio Urrolabeitia como DT), y en el ‘76 se incorporó a Independiente, estabilizado como primer marcador central luego de coquetear con el 8 ó el 5 en la espalda.
En sus comienzos en las categorías promocionales se desempeñaba como volante central. Cuando se concretó su pase a Colón, club del cual siempre fue hincha, donde había jugado su padre (del mismo nombre) como puntero izquierdo en Primera “B” entre 1948 y 1954, supo asimilar las enseñanzas del malogrado Hugo Spadaro, su antecesor y se consagró en una defensa conformada también por el arquero Héctor Rodolfo Baley (Estudiantes de La Plata); Rubén Ernesto Aráoz (Pucará), Enzo Héctor Trossero (Sportivo Belgrano de San Francisco, Córdoba) y Edgar Oscar Fernández (Atlético Gimnasia y Esgrima de Santa Fe).
De Colón se fue con el pase en la mano y allí acordó su incorporación a Independiente junto a Trossero. Sus actuaciones fueron brillantes, fue campeón en 1977, 1978 y 1983, la temporada 1988-89 y las Copas Libertadores de América e Intercontinental.
En cierta oportunidad, el Dr. Fernández Schnoor, uno de los profesionales de mayor prestigio y vinculado con la AFA, además médico del plantel profesional de Independiente, ante las lesiones en el tobillo y la rodilla, explicó que “su ansiedad por volver rápido le juega en contra”. A Villaverde, lo fastidiaban menos las lesiones que su repercusión: “Siempre se habló mucho más de mi rodilla o mi tobillo que de mi rendimiento futbolístico”. El 30 de junio de 1989 decidió su retiro y a pesar de que don Pedro Iso, el presidente de Independiente, se enteró medio de rebote, le solicitó que postergara el abandono un año más, “uno más y no te jodo más”. “No”, le dijo el magnífico defensor santafesino, rotundo y tímido, porque fue un “no” que casi no rompió el silencio.
En cierta oportunidad, el Dr. Fernández Schnoor, uno de los profesionales de mayor prestigio y vinculado con la AFA, además médico del plantel profesional de Independiente, ante las lesiones en el tobillo y la rodilla, explicó que “su ansiedad por volver rápido le juega en contra”. A Villaverde, lo fastidiaban menos las lesiones que su repercusión: “Siempre se habló mucho más de mi rodilla o mi tobillo que de mi rendimiento futbolístico”. El 30 de junio de 1989 decidió su retiro y a pesar de que don Pedro Iso, el presidente de Independiente, se enteró medio de rebote, le solicitó que postergara el abandono un año más, “uno más y no te jodo más”. “No”, le dijo el magnífico defensor santafesino, rotundo y tímido, porque fue un “no” que casi no rompió el silencio.
Para los colonistas, aquellos años resultaron inolvidables. Entre 1974 y 1975, Colón contó con jugadores de la talla de Baley; Aráoz, Villaverde, Trossero y Fernández; Cococho Álvarez, Zimmermann, Carlos López; Coscia, Lamberti, Brítez, el chaqueño Mazo, Hugo Villarruel y luego la llegada del “Poroto” Saldaño, más la aparición de los “chicos” del club como Borgna u Olivares. De Villaverde, ningún hincha sabalero que hoy peina canas se puede haber olvidado.
Cuando fue convocado para trabajar con el plantel profesional de Colón, Hugo Villaverde tenía la ilusión de actuar en Primera porque se había criado en el barrio y su padre —el petiso, el óptico— también se había puesto la sangre y luto en el pecho varios años antes. No pensó nunca que con el despuntar de los años sería una de las figuras más admiradas del fútbol argentino.
En una de esas tardes, con elevada temperatura, en el verano, se acercó el malogrado Hugo Spadaro y le dijo: “Huguito, a la pelota hay que tratarla como a una piba de 15 años, hay que acariciarla, mimarla, brindarle protección y ella te va a sonreír porque siempre estará en los pies de tu equipo, brindándote todo su amor”.
Al conocer Villaverde la noticia de la sorpresiva muerte en una cancha de fútbol de quien fuera su compañero en Colón, se le cayeron varias lágrimas y le confesó al Gringo Trossero: “Spadaro me enseñó muchas cosas: el anticipo, retrocediendo rápido en forma recta para achicar los espacios, el bajo perfil, sonreír siempre y mirar fijo a los ojos de los rivales para que te respeten. Fue un verdadero maestro para mí”.
Villaverde no habla con la prensa. “Lo que pasa es que yo digo una cosa y después escriben otra”, se justificó. “Además, me gusta más escuchar que hablar”, agregó, sensato. Los sobres que llevan su nombre en el archivo son una constatación: dos, tres, cuatro páginas, “foto yo solo no, tomá una con todos los muchachos”. Una frase destacada: “Lo que más me cuesta del fútbol son los reportajes”.
Una vez lo había anticipado: “Cuando yo me retire del fútbol, ni el técnico se va a dar cuenta. Va a ir a la práctica y va a decir ¿Cómo, Villaverde no se cambiaba allí? Así va a ser...”.
FUENTE:INDEPENDIENTESINCENSURA.COM.AR
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