sábado, 4 de mayo de 2024

DE COLECCION

LAS HISTORIAS DE CACHO SACARDI

FUENTE: INFOBAE

El 23 de diciembre de 1983, al día siguiente de que la fatídica rodilla derecha lo forzó a retirarse del fútbol, en cancha de Huracán, con el dorsal 14 de Ferro, puso el reloj a las 4 AM. Cambió el short por el pantalón de vestir, desayunó frugalmente y se puso detrás el mostrador de su puesto de diarios frente al Cid Campeador, en Caballito, como si nunca hubiera sido Gerónimo Saccardi, el 5 que pudo haberse bañado en dinero, pero que dos veces le había dicho que no a Boca (en el 74 y en el 79); no por desprecio o rivalidad, sino porque los valores se lo dictaban. "Tenemos casa, auto y vacaciones. Estamos bien, no necesitamos nada más", le dijo a Graciela, su esposa, desoyendo al canto de las sirenas.




En tiempos de Cristiano Ronaldo superstar, en los que el espejo tiene que devolver lujo y fama, Cacho Saccardi representa al futbolista (y luego entrenador) antisistema. No se destacó como el más ganador (su palmarés cuenta un título con el Verde, el Nacional 82), tampoco por su fortuna o por aparecer en la tapa de las revistas por sus conquistas mediáticas (estuvo toda su vida con su esposa y fruto de la relación nacieron Alejandro y Cristian, sus hijos). No corrió atrás de las ofertas ni de la masividad no perecedera porque "la diferencia económica no lo es todo cuando estás rodeado de amigos". El ex mediocampista, fallecido el 4 de mayo de 2002, sólo lució la casaca de Ferro en su carrera en Argentina. Y apenas la interrumpió durante tres años, cuando pasó al Hércules de Alicante, donde también dejó una huella imborrable.

Es que, formado en los preceptos que le transmitieron sus padres, Gerónimo Ottorino y Josefa, nunca se pudo permitir la ingratitud. Aunque su tío lo había llevado a simpatizar por Independiente cuando todavía era un niño, el destino, la vida, los hechos y las actitudes lo llevaron a una asombrosa simbiosis con el club del que es símbolo. Saccardi es Ferro. Ferro es Saccardi. En el libro "Cacho Saccardi, el último guerrero romántico", de reciente publicación con el sello de Ediciones al Arco (y que está a la venta en el club y en librerías), está narrado el momento del flechazo.

En 1971, recién casado y con una operación de meniscos reciente, solventada por un familiar, Cacho, entonces sin continuidad en una posición que no sentía (lateral izquierdo) estaba a punto de quedar en libertad de acción. Así lo narra la biografía.

"En ese momento, prácticamente ya no existía ni como jugador, ni como promesa, ni nada. Para colmo, me había casado y no tenía un mango, lo puedo asegurar. Si me dejaban libre, quizá Saccardi se terminaba ahí mismo. Pero, ¿la verdad? Me hicieron el contrato… De lástima, te diría, para ayudarme y no dejarme en banda. Por eso, después, cuando llegué a la Selección y a jugar en España y a hacer una buena posición económica, ¿me podía olvidar de cómo se había portado Ferro conmigo?". El relato crudo, sin maquillaje, es del propio Cacho, y termina explicando de qué material está hecho su vínculo irrompible con el club. De un compromiso de los de antes, que no necesita firma, rubricado con el agradecimiento y el sentimiento. "Santiago Leyden, el presidente, le renovó porque lo apreciaba", refuerza Graciela de Saccardi. No sólo Leyden lo quería. Sus compañeros y amigos también. Y tan profundamente que salieron a la cancha. "No podíamos dejar que quedara libre. Así que con el Goma (Vidal) fuimos a hablar con Leyden para pedirle que le hicieran contrato, aunque sea por el mínimo", devela la movida Pichi Peláez. Fue el primer paso para la transformación. El verdadero Cacho, el 5, el titán, estaba por surgir.

Valores inquebrantables. Un temperamento por el que se hizo temido hasta en España (donde por el peso que tenía en su escuadra lo comparaban con Johan Cruyff o por su vehemencia lo bautizaron Mister Tarjeta, aunque él aludió a que los árbitros lo tenían "marcado"), pero a la vez un corazón gigante, capaz de ser ovacionado por la hinchada de Boca por jugar con la cabeza literalmente rota y la sangre tiñéndole la casaca frente al equipo de Maradona en el 81, o de pedir un aplauso para los fanáticos de San Lorenzo que igualmente alentaban a su equipo, aunque la derrota ante Ferro confirmaba su descenso en 1981.

Irrompible desde niño

"¡Cacho, Cacho! ¡La pelota!", ocurrió en esas matas de pasto, ahí nomás de su casa, en el Pompeya profundo. El germen del carácter, que esperaba por la regada oportuna del destino. Los pibes grandes del barrio en apariencia peloteaban, la redonda rodó fuera de los límites del campo, el niño Gerónimo vio su chance de demostrar. La derecha se infló de ímpetu, el cuerpo se puso en posición de remate para la devolución. Pero, curiosamente, el balón apenas si tomó impulso y rodó con pereza. Los dueños, ante la situación artera, la broma pesada y dolorosa, estallaron en una carcajada. No se trató de una pifia de nuestro hombre. Travesura para tarjeta roja: una cobertura de goma disfrazaba de pelota lo que en realidad era una bola de bowlingCachito maquilló el dolor mordiéndose los labios, dicen los testigos que los ojos no vertieron una lágrima. Se retiró rengo, rumiando. Una semana después, con el pie enyesado en alto y su pasión limitada por la fractura, se sentó en el umbral procurando hacer girar las agujas del reloj, cuando vio pasar a sus victimarios por la vereda de enfrente. "Traeme la gomera" le indicó a su hermana. Desde ese día, en los picados, incluso fue referente del grupo de pibes grandes del barrio. "Si a los 13, 14, ya aparentaba 17, 18", acota Alicia, Nena, para todo el mundo; su cómplice en la venganza.

La "guerra" con Daniel Passarella

Final del Nacional de 1981 entre Ferro y el River de Mario Alberto Kempes y Daniel Passarella. En el duelo de ida, en Núñez, River se impuso 1-0 gracias al grito de Olarticoechea. Y en Caballito se repitió el score: el Matador celebró el único tanto del duelo y se aseguró el trofeo, en una contienda a la que tampoco le faltaron cruces bien condimentados. "Ese año murió mi abuelo, con todo lo que él significó para mi Viejo. En un momento de la segunda final, el árbitro dio tiro libre para River y lo fue a patear Daniel Passarella. Mi papá se le puso adelante de la pelota y Passarella le puso lo tapones en el pieMi Viejo se la siguió: lo agarró de los pelos y le arrancó un mechón. Eran dos gladiadores, hubo choques fuertes. Cuando terminó el partido, mi Viejo se puso a llorar como loco, habían quedado ahí de ser campeones. Entonces Daniel fue a consolarlo, lo abrazó, y Cacho le contó que le había prometido el campeonato a mi abuelo. Al rato, en pleno festejo de River campeón, Passarella fue hasta el vestuario de Ferro para regalarle la camiseta. Desde ahí quedó con muy buena relación con Daniel. De hecho, cuando él toma la Selección, el sparring en las prácticas siempre era Ferro, porque lo dirigía papá", trae Alejandro, el hijo del protagonista, un tesoro de aquella definición.

La Bombonera rendida ante el León herido

En el Metropolitano del 81, Oeste fue la sombra ni más ni menos que del Boca de Diego Maradona, Miguel Brindisi, Oscar Ruggeri, Norberto Mouzo, Hugo Perotti y siguen las firmas. "Hicimos 28 puntos como visitantes", resalta Juan Domingo Rocchia como uno de los datos distintivos de la campaña. "Ya se cae", era la sentencia de los hinchas de la Ribera y hasta de parte de la prensa especializada, impulsada por la falta de antecedentes del Verde en la pelea punto a punto de los laureles. Quedó a apenas una unidad del campeón (50 contra 49), sólo padeció tres derrotas y acumuló una diferencia de gol asombrosa (50 goles a favor, 20 en contra). Quiso el fixture, para hacer el guión más vibrante, que Ferro y el Xeneize se midieran el 2 de agosto en la Bombonera, por la antepenúltima fecha de la competencia y con el arbitraje de Arturo Ithurralde. "Recién en la segunda rueda del Metro nos dimos cuenta de que el título no era imposible. Pero Boca tuvo a Maradona y nos ganó bien", supo reconocer Saccardi con hidalguía. Sin embargo, para Carlos Aimar, entonces ayudante de campo de Carlos Griguol, los pecados en los que se fueron las chances se vieron en otros choques: "El campeonato del '81 no nos lo gana Boca. Lo perdemos porque nos empata Sarmiento de local, con dos goles de Gareca. O se nos fue en el 3-3 contra Huracán, una fecha antes del final. Pero no en el partido contra Boca". Más allá del análisis amplificado, en el imaginario popular quedó grabada aquella batalla que se definió a 10 minutos del epílogo gracias al Mono Perotti y su definición de zurda, tras el pase estelar de Maradona. Que el encuentro reciba el rótulo de batalla no es fruto del azar, ni una simple metáfora. Y mucho tuvo que ver el ídolo verdolaga en la elección del término.

El Tren se jugaba llegar por primera vez a la estación más importante. Y Cacho trajinaba la cancha con la intensidad que pedía la ocasión. Metía fuerte, iba arriba con pulsión guerrera. Hasta que se topó con un adversario de rigor gemelo: Oscar RuggeriY del choque el referente salió herido, con un corte profundo en la cabeza y el consecuente mareo, que casi lo voltean. El casi, otra vez, no es caprichoso. Porque estamos hablando de Gerónimo Saccardi y su temple. "¡Era mejor que lo golpearan y terminara todo vendado! ¡Jugaba mejor! Lo transformaba en el muchachito de la película. Se tiraba de cabeza. Queríamos que le dieran una patada de arranque, porque se enojaba", señala el Cai el botón que liberaba a la bestia. "Cuando le abrieron la cabeza tuvimos que suturarlo en el vestuario; 5 o 6 puntos le dimos. Había perdido tanta sangre… Pero tenía una entrega… Era un profesional al 100%", escribe el doctor Rottemberg un diagnóstico con tinta de admiración. La familia, claro, no veía la circunstancia con ojos de épica, sino más bien con preocupación. "Me acuerdo que cuando le rompieron la cabeza lo estaba mirando por tele en la casa de mi abuela y me puse a llorar. Me puse tan mal que no me dejaron seguir viéndolo. Recién lo volví a ver de grande", dimensiona Cachito, el hijo mayor, el susto con ojos de niño. Graciela, la esposa, también padeció la zozobra, aunque la costumbre le allanó el camino a la calma: "Salió con la cabeza como una momia. Yo me preocupaba, como también me ponía mal lo de su rodilla. Pero él iba siempre para adelante, tenía esa fortaleza". Y ese derroche incontenible de voluntad iba a ser homenajeado… por toda la cancha. Porque el gladiador, herido pero firme, como indica cualquier película que se precie honrosamente pochoclera, recibió la ovación de la hinchada de Boca, a pesar de haberse negado a sus encantos por no desoír a su corazón. "Más allá de que era técnico y con un juego aéreo importante, Cacho era un tipo tocado con la varita, tenía una personalidad impresionante. Para que lo ovacionaran otras hinchadas…", venera el Beto Márcico el carisma de la figura que nos ocupa. "El fútbol me dio grandes satisfacciones. Una de ellas fue el aplauso de la hinchada de Boca cuando perdimos el partido por el Metro 81 y me retiré con la cabeza partida", se inflamaba el ego del ídolo con simbolismos que no tienen relación con la nutrición del palmarés.

Honor al adversario en desgracia

Es legendaria, por ejemplo, su reacción en aquel Ferro-San Lorenzo por el Nacional '81. El 29 de noviembre del año señalado, en Caballito, Oeste recibió al Ciclón, que venía de perder la categoría: se trataba de su último partido en la elite hasta su posterior regreso, que se dio tras obtener el título de Primera B en 1982. Las estadísticas rescatan que el Verde superó 3-1 a la visita y sacó boleto a cuartos de final del torneo como líder de su zona. A 15 minutos del final, Gerónimo Saccardi anotó el tercer gol del vencedor. A los 86′ de juego, también marcó en contra el descuento para la escuadra azulgrana. Mientras se desarrollaban las acciones en las que el mediocampista fue protagonista, la hinchada de San Lorenzo se dispuso a homenajear a sus colores cantando en continuado a pesar del duro trance, exorcizando el dolor. Y Cacho, capitán del local con radar especial para las emociones, no se permitió ignorar el suceso, más allá de la rivalidad entre ambas parcialidades. "Siento la piel de gallina. Vayamos a aplaudirlos", bajó con nobleza la orden al grupo. Y los 11 futbolistas del Verde se acercaron a la popular visitante para brindar el reconocimiento. Así lo reflejó el periodista Miguel Ángel Bertolotto en su crónica para el Diario Clarín del 30 de noviembre: "Cacho Saccardi reunió a sus compañeros enseguida del pitazo final y encabezó la fila para homenajear, en un gesto inesperado y conmovedor, a la hinchada de San Lorenzo".

Bielsa y el "silbido fantasma"

"Como todos los hinchas de Ferro, Cacho tenía algo especial contra Vélez. Y en el verano del 98 se armó un amistoso clásico contra ellos en la localidad de Trenque Lauquen. A Vélez lo dirigía Bielsa y terminamos ganando 3 a 2. Al final del partido, Bielsa, con el que Cacho tenía muy buena relación, salió a la cancha a trotar. Estaba todo oscuro, y nosotros estábamos en el auto, escondidos. Entonces empezamos a silbarle. El Loco miraba para todos lados, re caliente, queriendo saber de dónde venía el sonido. Y nosotros seguíamos silbándole, ja ja. Después nos fuimos, si Bielsa se avivaba nos iba a matar", se divierte Quique Polola, histórico preparador físico de Ferro y del cuerpo técnico del Saccardi entrenador.

Un baño divino para la racha diabólica

Ferro, dirigido por Gerónimo Saccardi,  ya ostentaba la marca sin hacer goles más extensa del profesionalismo (frenó en 874 minutos). El fin de la sequía ofensiva llegó el 28 de abril de 1999, frente a River en Caballito. Y así como la serie adversa tuvo tufillo a hechizo, la ruptura fue acompañada por un halo mágico. O místico, aunque, es verdad, un tanto prefabricado… "La charla técnica previa al partido fue en el Hotel Cuatro Reyes, donde se concentraba el plantel. Mi papá llevó a los pibes a un patio interno que tenía el lugar, cubierto por un techo de policarbonato. En un momento de la charla motivadora, Cacho le pidió a Dios, gritando, que diera una señal de que estaba con ellosY ahí nomás Polola hizo caer un baldazo sobre el techo de policarbonato, que hizo un estruendo… ¡El susto que se pegaron!", relata Alejandro Saccardi, hijo del DT, el ardid empleado para invocar al gol. Que apareció, al fin, a los 63 minutos de aquel juego ante River, a través de Raúl Cristian Chaparro. Fue el 1-1, ya que el Millonario se imponía 1-0 a partir de la conquista de Damián Álvarez. El grito costó en salir de la garganta; previamente amagó con un tanto anulado a Martín Mandra. El delantero, además, anotó el 2-1; y no fue victoria de Oeste porque Javier Saviola se empecinó en amargarle el desahogo sobre el final.

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