REALIDADES E IRREALIDADES DE "TITANES EN EL RING"
POR: INFOBAE/ SEBASTIAN VOLTERRI
Tres noches a la semana de un Luna Park colmado era la postal habitual de Buenos Aires de los años 50, gracias al catch. Es que este espectáculo de luchadores era ampliamente seguido, incluso también por espacios como Sucesos argentinos, el informativo que se emitía en los cines, justo antes de las películas.
“Éramos panzones que nos pasábamos media hora retorciéndonos la cabeza.
El catch era como una gran familia en ese momento. La lucha permitía todo: escupir en el suelo, si uno tenía ganas o andaba un poco resfriado. O acomodarse las ‘partes orgánicas’. Nadie se ofendía. Eso se hacía sin mala intención, tampoco buena. Era catch y listo. Ganábamos 15 pesos salvo los domingos, que ganábamos 60″, explicaría Martín Karadagian, creador de Titanes en el Ring.
Karadagian, Piluso y el inicio de la historia
El interés por el catch en el Luna Park empezó a menguar, y Martín entendió que necesitaba otro escenario en el cual mostrar sus dotes y recuperar a los espectadores a esa especialidad. Así fue como entendió que la televisión era el lugar, y armó una troupe de luchadores. “Siempre se confundió que la lucha de papá con Piluso (del recordado Alberto Olmedo) es la que lo catapulta a conseguir el contrato con Canal 9 -asegura su hija, Paulina Karadagian-, pero en realidad ese contrato ya estaba firmado. Entonces, para lo que se usó esa lucha fue para hacer más masivo al programa. Era darle una entidad y que la gente que no fuera del ámbito del Luna Park pudiera engancharse con lo que era el producto”.
Esa noche del 12 de noviembre de 1961 el enfrentamiento entre el temible armenio y el ídolo de los chicos fue transmitido por un Canal 9, que estrenaba el primer camión de exteriores, además de ser Pipo Mancera el maestro de ceremonias: según aseguró el conductor a los televidentes, en el estadio se encontraban unas 40 mil personas.
El 3 de marzo de 1962, Titanes en el Ring haría su aparición en la pantalla chica en horario nocturno, porque pese a todo era aún considerado como un espectáculo “para adultos”, y con un armenio interpretando el papel de malo, el ciclo llegaría a la pantalla chica. “Siempre fue el malo que amaban odiar -reconoció la heredera-, se hizo bueno cuando nací yo. ‘Nunca podría soportar la mirada de mi hija viéndome malo’, me decía”.
La identidad de La Momia y el llamado del Presidente
“La Momia estaba ahí, a la vista de todos. Eso era lo más lindo y paradójico de ese supuesto secreto”, explica Paulina. Muchos se colgaron de sus vendas, pero fueron tres los luchadores que tuvieron el honor de atormentar a grandes y chicos desde el mismo momento en que La Momia se asomaba a la pantalla, con esa música de fondo que recordaba a viejas películas de terror.
Eugenio Sdaziuk era un luchador profesional ruso nacionalizado argentino, cuyo nombre artístico era Iván Kowalski. Empezó a trabajar con Karadagian en 1962, y desde 1965 a 1968 personificó a La Momia. “Lo de La Momia Blanca en el momento de su presentación fue increíble”, recordó Paulina. “Es más, mi papá recibió una citación por parte de Casa Rosada para un encuentro con el Presidente de ese momento (Arturo Illia). Y él, hasta el día del encuentro, pensando qué había hecho como para recibir un tirón de orejas o un llamado de atención, en el mejor de los casos. Illia se sentó y mirándolo a los ojos le dijo: ‘Dígame la verdad, Martín, ¿dentro de La Momia hay una persona o es solo un muñeco?’”.
Para 1968 el traje quedó en manos de El Gitano Ivanoff, quien estuvo en esa famosa final en el Luna Park de la que se pueden ver imágenes en la película Titanes en el Ring. Por entonces la revista Gente le dedicó siete páginas en dos ediciones para develar el gran misterio: la identidad del personaje.
A partir de 1975 y hasta el final del ciclo La Momia sería interpretada por Juan Manuel Figueroa, quien también sería El Olímpico. Es más: durante varios ciclos la entrada de los luchadores se hacía bajo la figura de Figueroa. Por lo que, mientras muchos se preguntaban quién sería La Momia, estaba ahí, a la vista de todos.
Un traje al revés
Jorge Bocacci explicó al público presente el origen de La Momia Negra: “Dueña de un sufrimiento milenario, la leyenda cuenta que a este esclavo negro lo obligaban a boxear. Abrumado por esta condición adversa de sus patrones, de sus amos, se quitó la vida con barbitúricos y volvió a la vida momificado para vengarse”. Sin embargo, la realidad era apenas distinta.
Fue casual. Tan casual como el hecho de que la ropa de La Momia Blanca se había lavado y había quedado del revés, mostrando su color negro. Rápido de reflejos, Karadagian encontró allí un nuevo personaje. Pero el inconveniente era quién interpretaría a La Momia boxeadora, la que se vengaría de los tormentos sufridos en el pasado. Desde hacía tiempo uno de los históricos de la troupe andaba con ganas de pasarse al bando de los malos, pero de un modo en que no fuera reconocido para evitar perder el cariño de los niños. Y así fue como Rubén Peucelle se calzó ese traje: El Ancho fue La Momia Negra.
La momia rosa que no fue
En 1987 Juan Alberto Badía, al frente de su histórico Imagen de Radio, se encuentra frente a frente con el armenio y, en medio de recuerdos, anécdotas y actualidad, Karadagian le comenta el personaje que estaba terminando de modelar: La Momia Rosa.
“Es que acá, en la Argentina, hay unas cuantas luchadoras muy buenas y ese papel lo tiene que hacer una mujer”, confirmaba. Es que Martín supo desde un principio que la lucha femenina podría generar un buen espectáculo, más allá de ser simples acompañantes de los diferentes luchadores.
Gina, La Mujer Indomable, hermana de Tito Sansón, fue la primera luchadora en subir al ring en 1967 contra El Cavernario. Su segunda aparición fue enfrentando a Marco Brando y luego, el olvido. Pero las luchas mixtas ya estaban instaladas, aunque con algún tipo de distancia impuesta por parte de los espectadores de esa época, claro está. “Lo de La Momia Rosa no se dio porque cuando tenía todo listo recibió un tirón de orejas de las autoridades del canal que en ese momento emitía el programa”, afirmó Paulina.
Pionero del marketing
Titanes continuaba en ascenso y a los altos niveles de audiencia y popularidad se sumaron los aciertos en materia de publicidad. A principios de los 70 explotaría con los recordados personajes en el chocolatín Jack, además del disco con las canciones de cada uno de los personajes, (¿o nadie se encuentra alguna vez cantando, por alguna razón: “Es intrépido y leal, es valiente y es genial, Caballero Rojo”, o temblaba de miedo por la música que acompañaba a La Momia?).
Yolanka sin dudas es también recordado como uno de los grandes luchadores, pero su historia fue más corta en pantalla de lo que la gente supone. La empresa láctea Kasdorf quería promocionar su yogurt y, ni lerdo ni perezoso, el armenio terminó creando un personaje a medida, que gracias a su popularidad fue hasta el auspiciante del Prode de Titanes, ese que los jueves o viernes se debía entregar en el comercio del barrio, con las apuestas respecto de las peleas del siguiente domingo, cuando el programa ya se emitía por la pantalla del Canal 13. Y sí, todos los chicos (y no tan chicos) de esa época recuerdan a Yolanka, pero lo que pocos seguro recuerdan es que apenas estuvo tres meses como parte del ciclo.
Pero Martín tenía límites, claro, como lo explicaría en una entrevista de esa época: “Yo no haría una propaganda de cigarrillos, ni de ningún producto que fuera malo para la salud. Aquí han venido a traer un producto hace poco y primero lo mandé a analizar, y como no era la vitamina que decía, lo rechacé”.
Los detalles, ante todo
Otra de las características que interesaban al gran campeón era la de sumar personajes mitológicos o de la literatura para que los más chicos se acercaran a la lectura. Por ejemplo, el caso de Don Quijote y Sancho Panza, que, sin quererlo, también ayudó a varios caballos. Porque Rocinante, según cuenta la historia, era un caballo desgarbado, puro hueso, y la entrada de los personajes al escenario no podía ser de otra forma que con un animal de esas características, aseguraba Karadagian a quien quisiera escucharlo.
Sin embargo, un nuevo problema tenía que enfrentar y era dónde conseguirlo, por lo que luego de algunos debates se le ocurrió rescatar un caballo de un matadero. De inmediato surgiría otro escollo: mientras mejor alimentado y cuidado estaba, menos se parecía a Rocinante. Finalmente fueron varios los caballos que se rescataron, usándose a lo largo de los ciclos.
El misterio del Caballero Rojo
Regresemos a la época del catch previo a Titanes. Karadagian también era dueño de una joyería en la calle Libertad, momento en que un compañero de Club Macabi se lo encuentra al relojero Alberto Jaitt (sí, el padre de Natacha), y le dijo que necesitaban un empleado para el local. “Así fue cómo lo conocí a Martín, que me comenta que mucha gente iba a molestar a la vidriera porque estaban él con el árbitro Hans Aguila y los chicos los reconocían. Y empecé a ponerme una máscara roja, idea de Martín”, recordaría años después Jaitt, también amante de la lucha grecorromana.
La primera máscara que le ponen a Jaitt fue “una media de muselina, a la que le marcaron los ojos y la boca, y le agregaron un cierre atrás. Esa original era de color negro. La próxima fue roja y el personaje de El Hombre de la Máscara Roja allí fue creado”. Sin embargo, tras la muerte de uno de los árbitros, Jaitt pasó a ocupar su lugar y a ser uno de los referís más reconocidos de esos primeros tiempos.
Humberto Baby Reynoso vivía en uno de los edificios frente al Luna Park y desde joven se cruzaba hasta el gimnasio que allí se encontraba para poder ver a los gladiadores que pronto le enseñaron las técnicas del catch. En un principio, aún antes de que el ciclo se emitiera por televisión, ya era conocido como El Araña, debido a su elasticidad. A partir de esa primera temporada en Canal 9, Reynoso pasaría a ser el Caballero Rojo, un ídolo indiscutido. Era tal su recelo por mantener oculta la identidad que entraba a los estudios de televisión o estadios con las manos en los bolsillos, como si fuera un civil más, mientras que su bolso era transportado por otra persona que ingresaba más tarde.
El misterio nacional y otro llamado de un Presidente
Los golpes y los cortes también eran un clásico. Porque no era todo tan fácil como parecía. ¿Cómo olvidar esa jornada en que el Pibe 10 enfrentaba a Ararat y, debido a una mala caída del ring, sufrió una lesión que todavía impacta al verla? Otra de esas veces, Rubén Peucelle necesitaba hielo tras luxarse el hombro. El método era fácil: al piso, con una barra apoyada. “¡Y no sabés cómo se le ponía! En carne viva…”, recordaría en su momento Juan Carlos Agostinacchio, el ayudante que fue a buscar la barra a una fábrica que quedaba cerca.
Pero no tuvo mejor idea que, en vez de intentar escabullirse, pasar entre medio del público, al costado del ring, cargando el hielo sobre un hombro. Desde el control de cámaras Karadagian casi se muere: no entendía cómo al asistente se le ocurría pasar por ahí, quedar al descubierto. Pero en el mismo momento en que se cuestionaba esa decisión del hombre, le llamó la atención la reacción de la gente ante la escena. “Si la próxima vez que te haga pasar la gente vuelve a reaccionar de la misma manera, te salvás”, le advirtió. Dicho y hecho.
Y una vez más volvería a llamar de Casa Rosada. Otra vez un Presidente que lo llamaba; esta vez de facto, Alejandro Agustín Lanusse. Las dudas respecto de la necesidad del encuentro se disiparon rápidamente, y otra vez una pregunta que descolocaría a nuestro campeón: “¿Cuál es la razón de ser de El hombre de la barra de hielo?”, lo interpelaron. Y así fue como este personaje, nacido de un descuido, se volvió popular y con una letra que recuerda ese interrogante: “El hombre de la barra de hielo es un misterio, es un misterio. El hombre de la barra de hielo es un misterio nacional. ¿Dónde vas con la barra de hielo? ¿A dónde vas? ¿A dónde vas?”.
La leyenda continúa...
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