AQUELLA FAMOSA GIRA POR EUROPA
FUENTE DIARIO CLARIN
Hubo un momento en el que San Lorenzo parecía lo que hoy es el Barcelona. No era una cuestión de colores. Se trataba, sobre todo, de una certeza que mostraba el campo de juego. Sin embargo, el olvido sucede ahora, en los días bravos: en la platea Norte del Nuevo Gasómetro son muchos los que no recuerdan ni un nombre de aquel equipo que jugaba mejor que ningún otro hace poco más de seis décadas. Algunos -a veces- aplauden con entusiasmo la propuesta de Ricardo Caruso Lombardi, esa que tiene más de catenaccio que de tradición azulgrana. En este tiempo de promedio escaso, aquellos días mágicos se parecen demasiado a una mentira bien contada. Pero no. Nada de eso. El San Lorenzo de 1946, aquel que salió de gira y encantó a todos, fue un hito en el fútbol argentino y en el mundo. Por sus éxitos, pero sobre todo por reivindicar un modo de jugar. Resultó, en consecuencia, un espejo en el que algunos supieron mirarse.
Aquella gira fue un principio. Lo escribió el periodista Alfredo Relaño, en el diario As, en pleno auge del mejor seleccionado de este tiempo, la España del Triplete (la campeona del mundo, la bicampeona de Europa): "España jugó sus primeros partidos de selección en los Juegos Olímpicos de Amberes, en 1920, y de allí regresamos con el cartel de la 'Furia Española', que ha producido no poca confusión posterior. Pero he aquí que ahora hemos alcanzado nuestro máximo con un estilo diametralmente opuesto, el 'Tiqui-taca', el pase corto, el tuya mía, el manejar, entretener y esperar a que la jugada aparezca sola. Lo que vimos y no aprendimos del San Lorenzo de Almagro, en aquella gira a caballo entre el 1946 y el 1947, de la que se siguió hablando durante muchos años. Bueno, pues ahora jugamos así". Aquel San Lorenzo, estupendo representante del fútbol argentino de aquellos días, fue la mejor escuela.
En la temporada, San Lorenzo había sido un campeón con brillo, incluso a pesar de la irregularidad de su arranque. Al cabo de la primera rueda en la que tuvo varios tropiezos (entre ellos, la derrota en el clásico frente a Huracán, por 3-2, con dos tantos de Alfredo Di Stéfano), finalizó tercero, detrás de River y de Boca. Lo que continuó fue avasallante: perdió apenas un encuentro (ante Estudiantes) e hizo del lujo y de la contundencia sus dos principales argumentos. Fue un deleite. Construyó actuaciones memorables; le hizo siete goles a Rosario Central, seis a Atlanta, cinco a Lanús, Platense y Racing; derrotó a Boca y a River. Finalmente, se consagró con 46 puntos, cuatro más que los de la Ribera y cinco más que los de Núñez. Así, el club de Boedo sumaba su quinto campeonato de Primera (el segundo en el profesionalismo, tras aquella conquista de 1933).
Dos semanas después de la consagración, San Lorenzo -en su condición de mejor equipo del fútbol argentino- inició una gira por España y por Portugal. En la península, los medios locales le dedicaban sus portadas a aquella visita que merecía todos los adjetivos: trascendente, maravillosa, de jerarquía. El equipo que dirigía Pedro Omar -tricampeón como futbolista del club en los años 20- debutó el 22 de diciembre de 1946 frente a Atlético Aviación (hoy Atlético de Madrid), líder entonces del torneo español, y brindó una exhibición, ganó 4-1 y los 50.000 espectadores lo despidieron arrojando los sombreros al aire. Era el primer paso de un camino de maravillas.
La única derrota en los diez encuentros que disputó en el Viejo Continente sucedió en Navidad. La leyenda cuenta que luego de una larga celebración de la Nochebuena. El Real Madrid lo venció por 4-1. Pero no inhibió a aquel plantel que contaba con figuras tales como Mierko Blazina, Oscar Basso, Angel Zubieta, Armando Farro, Rinaldo Martino y René Pontoni, entre otros. A partir de entonces los resultados parecían exageraciones o partidos de tenis. Enfrentó dos veces al seleccionado español y lo derrotó con exhibiciones notables. Fueron dos sets: 7-5 y 6-1. El primer día de 1947, en el viejo estadio de Las Corts, en Barcelona, el público local ofreció el mejor de los homenajes gritando una verdad: "Son els millor del mon" ("Son los mejores del mundo"). No era un equipo menor el combinado español de aquellos días: contaba con dos delanteros brillantes como Isidro Lángara (tres veces consecutivas Pichichi en España y máximo anotador de 1940 en el fútbol argentino con la camiseta azulgrana; autor de 17 goles en 12 partidos internacionales) y Telmo Zarra (el máximo anotador de la historia de la Primera División de España; esa en la que ahora Lionel Messi construye récords cada fin de semana). Y en Brasil 1950 -el mismo Mundial en el que Argentina no participó y se perdió de aprovechar a este San Lorenzo de lujo- alcanzó el cuarto puesto que hasta la consagración en Sudáfrica era el mejor puesto en la historia del seleccionado en Copas del Mundo.
El equipo también anduvo por el País Vasco, tierra de ovaciones para Zubieta, orgullo local. Y allí empató 3-3 ante el Athletic Bilbao (subcampeón de la temporada 46/47). También igualó frente a Valencia (1-1) y contra Deportivo La Coruña (curiosamente sin goles). Ya hacia fines de enero, San Lorenzo se movió a Portugal. Nadie podía creer cómo jugaba ese equipo vestido de azulgrana: convirtió 19 goles en tres días. Venció 9-4 al Porto y 10-4 al seleccionado portugués. El cierre de la campaña aconteció en territorio andaluz: un increíble 5-5 contra Sevilla, campeón de España en la temporada 45/46. Diez partidos, cinco victorias, cuatro empates, una derrota y 46 goles convertidos (Martino y Pontoni fueron los máximos anotadores). Catorce años antes de que la Copa Libertadores -ese estigma para el club de Boedo- comenzara a ser el presunto título homologador de la chapa internacional, San Lorenzo escuchaba ovaciones en Europa. Y demostraba algo que vale bastante más que varios trofeos todos juntos: la legitimidad que ofrece ser considerado el mejor de todos.
El periorista Patxo Unzueta le realizó una entrevista a José Luis López Panizo, rival de aquel San Lorenzo y figura del fútbol español de los años 40 y 50, recogida en su libro "A mí, el pelotón". Comentaba allí Panizo: "Cuando empecé, ya podías hacer maravillas, que si no marcabas muchos goles o eras de esos que al correr arrastran al defensa que te agarra de la camisa y tal decían que eras lento, que no valías. Por eso yo me alegré mucho cuando vinieron a San Mamés los argentinos del San Lorenzo de Almagro, que era entonces uno de los mejores equipos del mundo, y la gente se quedó asombrada y decían: '¡Anda, si juegan todos como Panizo!'". Aquella gira de hace más de seis décadas, sólo puede compararse con la que realizó Boca en 1925. El club de la Ribera (el más campeón de los años 20, junto a Huracán) asombró a Europa y acrecentó su popularidad de manera exponencial. Quince victorias, un empate y tres derrotas (una en Galicia; dos en el País Vasco) fue el saldo de un hito que marcó la historia de Boca y del fútbol argentino.
Visto con los ojos de este tiempo parece mentira. Pero aconteció. El diario El País, de Madrid, lo evocó alguna vez: "Lo que sucedió a partir del 21 de diciembre hasta finales de enero de 1947 pareció irreal, inenarrable. La prensa diaria y la revistería ampliaron los espacios destinados al fútbol, multiplicandos por varios enteros. El San Lorenzo de Almagro, pese a jugar contra el frío, la nieve y las intensas lluvias de aquel invierno, causó sensación. Puso en evidencia a las dos formaciones nacionales ibéricas: 13 goles a 5 contra España, en dos partidos; 10-4 contra Portugal. En La Coruña, las entradas se vendieron como si fueran cuartos kilos de aceite a precio de tasa". Aquel San Lorenzo había hecho magia: transformó a su equipo en una escuela itinerante de fútbol. Pedro Uzquiza -inolvidable periodista de Clarín- mucho sabía de equipos que merecían el recuerdo. Escribió entusiasmado en alguna de las sillas de esta redacción sobre el campeón de 1946, claro: "A San Lorenzo lo bautizaron El Ciclón por su estilo arrollador. Pero en 1946, la incorporación de dos jugadores le cambió la fisonomía: perdió pujanza, ganó en belleza y se convirtió en uno de los equipos con mayor brillo del fútbol argentino. La contratación de René Pontoni, quien llegó desde Newell's, con su enorme categoría de jugador fino y elegante, encontró en Armando Farro, adquirido a Banfield, la dinámica creadora para que juntos se asociaran a Rinaldo Martino, otro jugador cargado de una inteligencia superlativa y conformaran lo que entró en la historia como El Trío de Oro". Aquel equipo -hechizado por el encanto de sus tres mejores intérpretes- resultó un hito en la historia del fútbol argentino por aquel título que consiguió al ritmo de los aplausos que generaba. Pero sobre todo por ese recorrido que dejó su huella en su visita a Europa.
Tenía otra virtud enorme aquel plantel: el sentido de pertenencia. Una anécdota de aquel tiempo -imposible en esta era de fútbol sólo por billetes- retrata la sensación: a René Pontoni lo quería el Barcelona. Habían quedado fascinados con su juego y con el de Mamucho Martino. Querían solidificar la supremacía que en esos años tenían sobre el Real Madrid de la era pre Di Stéfano. Entonces, el entrenador José Samitier -a quien apodaban Hombre Langosta y/o El Mago- le ofreció jugar a La Chancha -como le decían a Pontoni- para el gigante catalán. Pero no pudo ser. El estupendo René eligió quedarse en su club y con su gente. De regreso de la gira, también ofreció su talento a la Selección: en ese 1947, obtuvo su propio tricampeonato en la Copa América. Sus números con la camiseta albiceleste son propios del mejor Messi: 19 tantos en 19 encuentros. A Rinaldo, otro crack que en 1949 pasaría a la Juventus y hasta jugaría para el seleccionado italiano, también se lo perdieron.
Había una búsqueda de la belleza, de la apuesta por el carácter lúdico. Pero también tenía sus secretos aquella formación. Félix Daniel Frascara retrató en aquellos días cómo era el equipo por dentro: "No fue siempre Oscar Basso el hombre que marcó al centre forward ni tuvo Salvador Greco, eje del equipo, una residencia fija. La colocación de Colombo, dependió, en todo caso, de la que adoptara Basso. Y si José Vanzini, casi invariablemente, cuidó al puntero izquierdo, fue como consecuencia de que a Zubieta se le permitió jugar de acuerdo con sus preferencia: algo adelantado, con mucho campo de acción y recostado sobre el centre half ". Tiempos de otras nomenclaturas, aquel San Lorenzo -señalan- fue un adelantado a su época. En España sostienen quienes lo vieron que jamás lo olvidaron. Sucede que ese equipo es un recuerdo que late cada vez que se juega bien al fútbol.
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