lunes, 12 de abril de 2021

PARA TENERLO SIEMPRE PRESENTE

EL INOLVIDABLE LUNA PARK:

Millones de historias se escribieron en el Luna Park. Un escenario mítico, que llegó a albergar más de 25.000 personas en una pelea de Ringo Bonavena. También Nicolino y Monzón supieron brillar allí.



Por Tomás Rodríguez / El Litoral 

El primer Luna Park estuvo donde hoy está el obelisco. Allí se inauguró en 1932. El 5 de marzo fue el primer festival y los organizadores miraban al cielo para que no llueva: era al aire libre.

 

Hace muchos años bajó el telón el emblemático Estadio Luna Park de Buenos Aires para el boxeo argentino, considerado el Coliseo pugilístico más prestigioso del continente joven; un verdadero orgullo del deporte y la cultura argentina y de Latinoamérica.

 

Después de la clandestinidad arrabalera, ese histórico escenario llevó dicha actividad al centro porteño y, de a poco, lo fue haciendo una cita de gala. Mucho antes que el fútbol y automovilismo, atrajo a la mujer y con los años, sus butacas se engalanaron con hermosas e ilustres damas, desde Eva Perón hasta Amalia Lacroze de Fortabat.

Historia

Corría 1912 en Buenos Aires, cuando un italiano Domingo Pace, abrió en calle Rivera una feria de entretenimientos, a la que llamó Luna Park, no tuvo éxito y debió cerrarla. Entonces se hizo promotor, su muerte en 1925 no le permitió ver cristalizada su máxima aspiración; Ismael, su hijo continuó al frente del negocio, asociado a su amigo José Lectoure, en un local de Carlos Pellegrini y Corrientes.

 

El primer Luna Park aparece por primera vez en Buenos Aires, el 6 de febrero de 1912, con aquellos bailes de carnaval que eran amenizados por la orquesta de la Guardia Vieja, que dirigían Ernesto Ponzio y Juan Carlos Bazán, sus fundadores fueron Ismael Pace y José Lectoure, hermano mayor del actual, quedaba en Corrientes 1066, casi Carlos Pellegrini.

 

Su dueño era Domingo Pace, padre de José; era el tiempo de esa famosa arteria, angosta; algunos años más tarde allí se efectuaron los primeros combates, luego que en 1924 quedara sin efecto la ordenanza que prohibía realizar reuniones boxísticas. Cuando se ensanchó Corrientes, era el momento -según decían-, del progreso y el viejo Luna se murió.

Transcurrieron más de 89 años de la primera vez, desde aquel 5 de marzo de 1932, cuando se inauguró el Coliseo de boxeo más importante de América Latina, el emblemático estadio del deporte de los puños, verdadero orgullo histórico del continente americano, en Corrientes 1066 (donde hoy está el Obelisco) con una velada integrada por tres encuentros profesionales a 12 asaltos protagonizados por Juan Bautista Pathenay frente a José Suárez Franco; Emilio de Rettis contra Eduardo Corti y en el combate central se midieron los pugilistas de la categoría mediano, Emilio Caferata y Juan Canavessi.

Se contaba que horas antes de ese festival, dos hombres miraban al cielo y rezaban para que no lloviera, debido a que el estadio contaba con tres tribunas, no tenía techo. Eran José “Pepe” Lectoure e Ismael Pace, los dueños del Luna Park. Lo de propietarios se consideraba relativo, porque el predio pertenecía al ferrocarril.

Cuando se comenzó a ensanchar Corrientes ?la arteria que estaba despierta las 24 horas-, el viejo Luna desapareció y comenzaron a deambular por todos lados; al igual que los circos legendarios: hoy estaban allí y mañana aquí. Organizaron peleas en el Circo Hippodrome (al ensanchrse Corrientes también desapareció), en Boca Juniors, San Lorenzo de Almagro, River Plate (Alvear y Tagle, ex cancha de Estudiantes de Buenos Aires), lugar histórico, allí alcanzó fama y popularidad Justo Suárez, el idolatrado “Torito de Mataderos”.

José e Ismael iban y venían como gitanos, para concretar sus sueños, reinaba la desesperanza, hasta que surgió el lugar: los terrenos del bajo del ferrocarril: calles Bouchard y Lavalle y avenidas Corrientes y Eduardo Madero. Ellos no lo sabían, en 1932 comenzó la verdadera vida del boxeo nacional.

 

Llegaron los tiempos de la depresión económica entre el ’32 y ’36 del siglo pasado; con inteligencia, astucia y alguna que otra noche sin ver el puchero, Pace y Lectoure se las arreglaron para que en 1934 el Luna Park tuviese su techo; ahora podía llover cuando se le antojase al cielo.

El terreno no era de ellos; todo el esfuerzo y el cariño puesto diariamente, podía irse en un abrir y cerrar de ojos. El sacrificio los premió: en 1941 pusieron dos millones de pesos y lo compraron.

 

Lectoure, el único

La década del ’50 fue de llanto para la gente del Luna Park; en julio murió “Pepe” Lectoure y seis años más tarde, en un accidente automovilístico falleció Ismael Pace. Ellos ya no están, se pensó, es el final, pero debe ser verdad aquello de que los luchadores y los locos contagian, porque las dos viudas, Ernestina de Lectoure y Sofía de Pace no aflojaron; siguieron adelante con los sueños de sus hombres.

Por entonces, trabajaba en la empresa un chiquilín que tenía las mismas ganas que los grandes; que gozaba con toda esa historia casi fantástica de pérdidas y ganancias, de noches gloriosa y de silencios que le decían todo: Juan Carlos Lectoure. Tras un breve tiempo de aprendizaje junto a Juan Manuel Morales, le tocó quedar al frente, junto con su tía Ernestina, ya que la viuda de Pace, de a poco se apartó; orgulloso de él hubiesen estado aquellos dos aventureros que tomaron la vida como un juego.

 

El gerenciador y empresario de boxeo y de una amplia gama de espectáculos, decía ser hincha de River Plate; sólo practicó este deporte en forma amateurs en GEBA (Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires), pero fue protagonista de una página dorada del deporte argentino, porque a su lado se consagraron 13 campeones mundiales, entre ellos, Carlos Monzón, considerado el más grande boxeador argentino de todos los tiempos.

 

Su familia estaba integrada por sus padres Juan Bautista (de quien heredó el Luna Park) y María Celia Naredo; sus hermanos Amalia Celia, Alicia Amanda, Oscar Roberto y Ernesto; cursó sus estudios primarios en el Colegio San José y el secundario en el Bartolomé Mitre. Había nacido el 10 de junio de 1936 en el barrio Balvanera de la CABA; cumplió el servicio militar obligatorio en la Policía Federal como agente conscripto en 1955.

 

Juan Carlos Lectoure falleció el 1 de marzo de 2002, a los 65 años de edad, debido a una afección cardíaca, había sido intervenido quirúrgicamente a principios de enero de una afección coronaria en una institución privada porteña.

 

El Luna Park fue tempranamente el impulsor de la llegada de valores extranjeros, del eterno Archie Moore, del cubano Kid Gavilán (inventor del “Bolo Punch”), Yoshio Shirai, Eugenio Ortega, Chuck Leslie, Edie Jones, el español Fred Galiana (vino por tres peleas y se quedó tres años, invicto). Los clásicos combates José M. Gatica-Alfredo Prada, Ricardo González-Alfredo Bunetta, Oscar Pita-Luis Cirilo Gil; Gregorio Peralta-Ringo Bonavena (récord con 25.236), Eduardo Lausse-Andrés Selpa; las actuaciones del “León Mendocino”, Pascual Pérez; la pegada de Rafael “Rompehuesos” Merentino; la guapeza de Ricardo Calicchio, Sergio Víctor Palma; Horacio “Puma” Saldaño; el mágico Gustavo Ballas; la furia de Martiniano Pereyra; la leyenda de Luis Federico Thompson, el inolvidable Horacio “Roquiño” Accavallo y del famoso “Hombre de Hierro”, Carlos Monzón, su trayectoria, los títulos del torneo “Eduardo Lausse”, argentino, sudamericano y mundial.

 

“Tito” Lectoure programó las grandes peleas en ese escenario: los Seis Días de Ciclismo con los mejores pedalistas del mundo, Guillermo Vilas, el Circo de Moscú, la realización de una pileta de natación para demostración del Ballet Acuático; la enorme pista de hielo del “Holiday on Ice”; los dos Campeonatos Mundiales de Básquetbol de 1950 (Argentina campeón) y 1990; los certámenes mundiales de Bochas de 1987 y de Vóleibol de 1982, además de la actuación de los Globetrotters.

 

Además los recitales de Mercedes Sosa, Sandro, Víctor Heredia, Horacio Guarany, Facundo Cabral, Fito Páez, Teresa Parodi, Valeria Lynch, Charly García, Luis Alberto Spinetta, Rodrigo, la Camerata Bariloche, Cuarteto Supay, Piero y muchos más.

 

En la canción popular internacional presentó artistas de la talla de Frank Sinatra, Joan Manuel Serrat, Tom Jones, Luis Miguel, Ricky Martín, Juan Luis Guerra, el Puma Rodríguez, Cristian Castro, Ray Charles, B.B. King, los espectáculos de Liza Minnelli y otros.

 

También se pudo ver el éxito más grande que registra la actividad teatral con los musicales de “Drácula” y “El Jorobado de París”; además de los famosos Ballet Bolshoi, Kirov, American Theatre, La Scala de Milan y muchos más.

 

Festivales de lujo

El Palacio de los Deportes promocionó y posibilitó que el santafesino Carlos Monzón cumpliera el sueño de Rafael Merentino y Eduardo Lausse, cuando sus oponentes resignaban sus anatomías en el siglo que dura cada nocaut. Allí también Horacio “Roquiño” Accavallo y Santos Benigno Laciar tomaron la bandera del inigualable Pascual Pérez (campeón olímpico y mundial); donde Oscar “Chino” Pita y el panameño Luis Federico Thompson, nacionalizado argentino, llegaran más allá de lo que merecían y no pudo lograr Raúl Rodríguez.

 

Desde el cierre, los antiguos adeptos al deporte de las narices chatas, no pudieron volver a ver más a don Francisco “Paco” Bermúdez con algún chico “digno sucesor” del “Gentleman del Luna Park”, Luis Cirilo Gil; del “Intocable” Nicolino Locche o Gustavo Ballas; recordarán las apreciaciones de sus padres con nostalgia sobre Nicolás Preziosa, último y divino exponente del esplendor de las décadas del ’40 y ’50 del siglo pasado, el hombre que condujo al “Mono” José María Gatica, entre muchísimos cracks; además de la ausencia de Andrés Mozzota, el cálido y sabio amigo que dividió su vida entre la FAB (Federación Argentina de Box) y el Palacio de los Deportes, emblema de la región sur del continente americano.

 

Juan Barra, el primer locutor oficial, con su clásico ¡Dale a la carú!: pasó a ser la voz inconfundible del prestigioso Norberto Fiorentino “¡En la última peleaaa de la noche!”, finalmente nos habíamos acostumbrado al ceremonioso Jorge Morales que anunciaba “Señoras y señores, en el combate central de la noche?”.

 

Combatieron en ese incomparable escenario Andrés “Cacique” Selpa y Oscar Natalio “Ringo” Bonavena dividieron a las tribunas, como el puntano José María “Mono” Gatica, con sus discursos “irrespetuosos”. Además Carlitos Cañete derrochaba el mismo coraje que Ricardo Calichio y el bahiense Martiniano Pereyra; como Luis Cirilo Gil “El Gentleman del Luna Park”, con su arte reviviera al santafesino del norte Amelio Piceda, primer campeón argentino de esta provincia.

 

Los funerales de Carlos Gardel, Justo Suárez, Hipólito Yrigoyen, Julio Sosa, Ringo Bonavena, le dieron el toque de solemnidad popular que no posee ningún otro sitio de congregación masiva en la Argentina; el paso de las máximas figuras por sus pasillos, desde mediados del siglo pasado, siempre encontró en el Luna Park el eco de respuesta caliente que no alcanza a producirse en otros lugares. El Papa Juan Pablo II (bregó por la Paz entre Argentina y el Reino Unido, en 1982), Luciano Pavarotti, Frank Sinatra, entre muchos otros, testificaron y contribuyeron a la legendaria estampa y al halo de prestigio que envuelve al coloso.

 

En ese emblemático escenario de América Latina los sueños se renovaban para permitir que plumas brillantes como las de Horacio Estol, Billy Kerosene, Juan Mora y Araujo, Abel Santa Cruz, Juan de Biase, Mauro Galli, Ernesto Mizrhai, Jorge Montes, Ernesto Cherquis Bialo o Félix Daniel Frascara encontrarían la musa inspiradora de inolvidables rapsodias. Simón Bronemberg (K.O. Mundial) y José Cardona habrían de registrar para siempre en su inigualable “Guía Pugilistica” Anual.

 

También se había aceptado con resignación la ausencia de Avico Capurro, los hermanos Alfredo y Tino Porzio, Bruno Alcalá, Genaro Ramusio, Osvaldo “Flaco” Cavillón, Juan Aldrovandi, Víctor Arnautein, los árbitros Víctor Avendaño, Alfonso Araujo, Alberto Balparda e Irán Nuñez, Icaro Frusca, Norberto Fiorentino, Santos Zacarías, Prudencio Melero, Juan Manuel Morales, Oscar Casanovas, Capece, Aulita, entre otros.

 

En qué estrella quedó colgado el cafecito previo; la pizza ingerida en el boliche de la esquina, el moscato aromático del bar de la vuelta; las voces inconfundibles de Ricardo Arias, Bernardino Veiga, Eugenio Ortega Moreno o el gran Fioravanti ?el Maestro de toda la vida- hasta llegar a Osvaldo Caffarelli y los comentarios de Horacio García Blanco. Desde que no hay más boxeo, desapareció la asamblea de Corrientes y Bouchard esperando que saliera Frascarita para poner luz a la polémica inútil, falta también el concepto profundo de Ulises Barrera -palabra seria- y la pasión objetiva del querido e inolvidable “Gordo”, Horacio García Blanco.

 

 FUENTE: EL ROUND FINAL

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