miércoles, 19 de julio de 2023

LA LEYENDA DEL ARCO

AGUSTIN "EL MONO" IRUSTA DE SAN LORENZO 

FUENTE:"PROYECTOBOEDO.WORDPRESS.COM.AR"

Agustín Enrique Irusta nació el 19 de julio de 1942 en Noetinger, un pueblo de Córdoba cercano a Villa María. Hijo de arquero, hermano de arquero (y posteriormente tío de arquero) su destino estaba escrito debajo de los tres palos.




En 1961 vino a probarse a San Lorenzo. Jugaba en la tercera y mientras esperaba que llegue su oportunidad, trabajaba en el club. Barría, hacía mantenimiento. Fue albañil, cerrajero, electricista y hasta pintaba las butacas del Gasómetro. Dos años después, debutó en primera.

1963 no fue un buen año para San Lorenzo. Arrancó el campeonato dirigido por una dupla de preparadores físicos, Pablo Amándola y Adolfo Mogilevsky. El experimento duró poco: en las 6 primeras fechas, el equipo ganó un solo partido (a Boca, como manda la historia, como toda la vida) empató uno y perdió 4. Se comió 16 goles en 6 encuentros. El arquero era Marwell Periotti. Tras ese comienzo desastroso, la dupla técnica fue eyectada. En la fecha 7 asumió José Barreiro y puso en el arco a Juan Carlos Bertoldi, recién llegado de Huracán. Fue debut y despedida. San Lorenzo perdió 4-3 con Racing y Bertoldi jamás volvió a jugar.

Ante la falta de respuestas de los guardavallas, el maestro Barreiro, gran promotor de juveniles (y futuro creador de los Carasucias) para el partido siguiente le dio la chance a aquel pibe cordobés que era suplente en la tercera. El 23 de junio de 1963, Agustín Irusta defendió el arco del Ciclón por primera vez. En la cancha de Atlanta, San Lorenzo cayó derrotado ante el conjunto local por 3 a 2. Eran 6 derrotas en 8 partidos.

Pero en la fecha siguiente comenzó la recuperación. San Lorenzo le ganó el clásico a Huracán (como manda la historia, como toda la vida) 3-1 en el Gasómetro y el Mono empezó a ganarse el corazón de la gente cuando a los 2 minutos de juego atajó un penal. Terminó adueñándose de la valla azulgrana hasta el final del campeonato, siendo una gratísima revelación en un equipo con sangre joven, que levantó el nivel ganándole a Racing en Avellaneda después de 21 años y 3-0 de visitante a Boca (como manda la historia, como toda la vida).

En ese torneo hubo otros dos partidos que Irusta no se va a olvidar. Así como debutó contra Atlanta, en la segunda rueda contra los Bohemios sufrió la única expulsión de su extensa carrera. Le dió un golpe a Carone y fue expulsado. Por la agresión del Mono, el juez cobró penal. El Tucumano Albrecht se paró bajo los tres palos. Ejecutó Julio Nuin y el tiro se estrelló en el poste derecho.

Y la última fecha del campeonato del ’63 será recordada por siempre como una de las páginas más oscuras y vergonzosas de la historia del fútbol argentino. Independiente recibió en su cancha a San Lorenzo. Si le ganaba era campeón. Una victoria del Ciclón dejaría el torneo en manos de River. A los 20 minutos el Bambino Veira abrió el marcador. Pero el árbitro Manuel Velarde decidió robarle literalmente el partido a San Lorenzo: no cobró un claro penal  contra Casa, le regaló otro a Independiente y dejó que los jugadores del Rojo le peguen arteramente a los azulgranas. Veira, Telch y Zárate salieron lesionados (en esa época no existían los cambios), Páez y Albrecht fueron expulsados y San Lorenzo quedó con 6 jugadores contra 11 de Independiente. Los azulgranas decidieron protestar contra la escandalosa actuación del árbitro haciendo una huelga dentro de la cancha. Se cruzaron de brazos y no opusieron ninguna resistencia. Se limitaron a mirar cómo los rivales convertían. El bochornoso espectáculo terminó 9 a 1 a favor de Independiente. El último gol fue de antología. Coco Rossi pateó contra su propio arco desde la mitad de la cancha y el Mono Irusta la dejó pasar. Después aplaudió irónicamente al juez Velarde, que nunca más en su vida volvió a dirigir. “Nunca supe muy bien qué me pasó. Yo tenía 20 años y tanta bronca contra el referí, Manuel Velarde, que reaccioné así. Es más, sobre el final hubo una jugada en la que Coco Rossi me la tocó atrás y la dejé pasar. Entró, y yo festejé el gol con ironía. Todavía hay gente que me recuerda esa tarde que quedó en la historia… El árbitro jugó para ellos. Incluso no volvió a dirigir más”, recordó el Mono previo a la victoria de San Lorenzo que terminó con el descenso de Independiente en 2013.

1964 fue el año de los “Carasucias”, el mítico equipo al que no le hizo falta salir campeón para quedar flotando eternamente en la memoria popular. Doval, Telch, Areán, Veira y Casa desplegaban su maravilloso fútbol de orfebrería, lleno de flores y guirnaldas, apoyados desde atrás por la jerarquía de Albrecht y la  seguridad de Irusta, quien ya definitivamente consolidado, atajó los 30 partidos de titular.

Al año siguiente también siguió custodiando el arco del Ciclón sin competencia. Una perla de ese 1965 se dio en el match entre San Lorenzo y Lanús en el Gasómetro. Se enfrentaron los hermanos Irusta: Agustín y Rolando, arquero del equipo granate, quien al año siguiente integró el plantel de Argentina en la Copa del Mundo 1966 (el hijo de Rolando y sobrino de Agustín, Gustavo Irusta, fue arquero de Independiente y Talleres en la década del ‘90)

El técnico de la Selección en el Mundial de Inglaterra fue el Toto Lorenzo. Antes de asumir ese cargo, dirigía a San Lorenzo. En 1966 llegó a Boedo Carlos Buttice. Lorenzo le dio la titularidad y Batman, con su estilo audaz y sus fantásticas voladas de palo a palo, se quedó con el puesto. Y gracias a su nivel superlativo, no volvió a largarlo durante los siguientes 5 años.

Durante ese lustro, el Mono jugó poco, pero eso templó su personalidad. Solo un hombre con una tremenda fortaleza anímica pudo aguantar estar más de dos años sin jugar un solo minuto. Sin hacer un solo reclamo, siempre sumando y apoyando a sus compañeros. Durante 1966 y 1967 Buttice tuvo asistencia perfecta. Irusta volvió a custodiar el arco azulgrana recién en la primera fecha del Metropolitano 1968. Y así se dio el gusto de salir campeón por primera vez integrando el fabuloso equipo de “Los Matadores”, el primer campeón invicto de la historia del fútbol argentino. Jugó 5 partidos de esa campaña: el 5-1 a Atlanta en la fecha 1, el triunfo 2-1 a Boca en la Bombonera (como manda la historia, como toda la vida), 0-0 con Racing, 1-1 con Estudiantes y 5-0 a Ferro.

En 1970, “Batman” Buttice volvió a jugar absolutamente todos los partidos y a fines de ese año se fue a jugar al fútbol brasileño. En 1971 Irusta alternó la titularidad con Jorge D’Alessandro. Y en 1972 tuvo su revancha. El mismo Toto Lorenzo que años antes había optado por Buttice, ahora le dio plena confianza y el Mono respondió en forma brillante, alcanzando el pico culminante de su carrera. San Lorenzo, dueño total y absoluto del fútbol nacional, pasó por arriba a todos sus rivales y ganó los dos campeonatos que se disputaron en el año, el Metropolitano y el Nacional (este último en forma invicta una vez más). Irusta fue pieza clave de una defensa inexpugnable. Entre los dos torneos jugó 43 partidos (solo faltó a 5) y en 19 cotejos mantuvo la valla invicta.

En 1973 fue el arquero titular del equipo azulgrana que llegó a las semifinales de la Copa Libertadores. Y en 1974 jugó todo el Metropolitano, pero en el Nacional, Osvaldo Zubeldía le dio la titularidad a Alfredo Anhielo, que había llegado de Defensores de Belgrano. De todas maneras, el Mono se dio el gusto de ganar su cuarto campeonato en el CASLA, habiendo jugado dos partidos, con sendas victorias, Atlético Regina 4-0 y Chacarita 3-1.

En 1975 alternó con Anhielo y otro recién llegado, Ricardo La Volpe. 1976 fue la última temporada del Mono en Boedo como futbolista profesional. Aprovechando la convocatoria de La Volpe para integrar la Selección Argentina, Irusta se volvió a apoderar del arco azulgrana y terminó su ciclo en el club jugando la mayoría de los partidos, haciéndolo en gran nivel. Se ganó el cariño incondicional de la hinchada que lo erigió en uno de sus ídolos y hasta recibió el aplauso de parcialidades rivales, que reconocían su humildad y profesionalismo. Ese año la campaña de San Lorenzo fue paupérrima, poco quedaba de aquellos brillantes planteles campeones de la época dorada del club. Todas las grandes figuras habían emigrado. Era tan grande el caos institucional que cuando el Mono jugó su último partido con el buzo del Ciclón, un empate 2-2 contra Ferro en Caballito, el equipo fue dirigido por la Subcomisión de fútbol: ni técnico había.

En 1977, dieciséis años después de haber llegado a San Lorenzo, Agustín Enrique Irusta fue contratado por Unión de Santa Fe.

Años después volvió al club, su club, para trabajar como entrenador de arqueros, en las inferiores. También lo hizo en primera división, por ejemplo en tiempos del Coco Basile, Ramón Díaz y el Bambino Veira como directores técnicos. En su labor por las divisiones formativas, desde niños pasaron por sus manos arqueros campeones en San Lorenzo, como Saja y Orión, que llegaron a jugar en la Selección mayor o Ramírez, Centeno, Champagne y Devecchi, que integraron seleccionados juveniles. Todos resaltan su sabiduría, experiencia y sus grandes conocimientos técnicos, como también sus inmensas cualidades humanas.

El Negro José Ramírez le destacó al respecto: “La técnica para pegarle a la pelota. Irusta solía corregir esos defectos en los arqueros, te tenía horas trabajando para perfeccionar la pegada y buscaba hacer del arquero un jugador más dándole participación en el juego”.

En San Lorenzo jugó 270 partidos. Está en el Top Ten de máximas presencias en la historia del club en el profesionalismo. Es el arquero que más partidos jugó; el que más veces terminó con la valla invicta: 91 en 270 partidos (33%). El que más campeonatos ganó: 4 títulos (Metro ’68, Metro ’72, Nacional ’72 y Nacional ’74). Atajó 7 penales y lo expulsaron una vez. Y encima barría y pintaba el Gasómetro. Y a la hora de renovar los contratos los firmaba en blanco.  Les decía a los dirigentes: “Ustedes pongan lo que creen que tengo que ganar”.

Como arquero, los hinchas cuervos que lo aplaudieron en la cancha, lo recuerdan enfundado en una polera negra, con su físico imponente, sus manos enormes, sus reflejos, su audacia para arrojarse encima de los delanteros que lo enfrentaban y sobre todo, la más maravillosa pegada en los saques de arco que se haya visto; le daba con tres dedos y la ponía justa en los pies de los compañeros:«Eso lo aprendí de Amadeo Carrizo, un maestro. Yo le pegaba de costado, le daba dirección y la pelota bajaba limpita. Además se las daba al ras del piso. Me salía bien, tuve esa virtud”, explicó con humildad.

Demasiada, para un hombre que es ejemplo de compromiso profesional, amor por los colores, identidad y pertenencia sanlorencistas.

Un hombre que llegó a San Lorenzo a los 19 años, cumplió 80 y sigue ligado al club.

Un hombre que logró convertir el arco en leyenda.



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