LA HISTORIA DE DARIO DUBOIS
FUENTE: CIELOSPORTS
Imaginen la siguiente secuencia. Partido de ascenso en el fútbol de la Argentina, canchas en malas condiciones y en la salida de Victoriano Arenas aparece uno de los defensores con una larga caballera de rulos y el rostro maquillado, cual si fuera uno de los integrantes de Kiss. Ese tipo intimidante fue Darío Dubois, un rebelde, un fanático pero por sobre todo un luchador contra los estigmas y las etiquetas.
Dubois no era "un loquito" que se pintaba la cara, fue muy cuerdo desde siempre y eso lo hizo denunciar dirigentes que prometían y no cumplían. “El presidente de Juventud Unida (Juan José Castro) nos ofreció plata para perder, para que ellos ganen y para que él entrara en una reelección de San Miguel. Rata inmunda, jugamos gratis e igual queremos ganar y nos ofrecen plata; igual, no la vamos a recibir… pero es un político, qué se puede esperar de él?“, dijo en 2003 a Radio Belgrano.
Ese fue Dubois, un luchador del ascenso, uno más de la resistencia metalera pero sobre todo un tipo auténtico que, con el correr del tiempo, se transformó en un personaje de culto. Documentales sobre su persona hay en Brasil, Inglaterra y cuanto espacio para rarezas en el fútbol se encuentren. Dubois falleció un 17 de marzo de 2008, pero antes del final vale la pena repasar algunos momentos y explicar a que venía ese maquillaje que lo acompaño en sus tiempos de Victoriano.
Dubois, que nunca pudo vivir del fútbol ("pero siempre jugué en Primera, soló cambiaban las letras", declaró algunas vez), comenzó a jugar en el Club Social y Deportivo Yupanqui de la ciudad de Buenos Aires, en 1994, y después vistió las camisetas de Atlético Lugano, Midland, Deportivo Riestra, Laferrere, Cañuelas y Victoriano Arenas de Valentín Alsina. Se retiró en 2005, obligado, porque no pudo costearse una operación tras romperse el cruzado. Así es, fue y será el ascenso: ganas sí, plata no.
Tres momentos inolvidables de Dubois
Guerra contra el sponsor
En 1995, jugando para Lugano un sponsor le ofreció al plantel 40 pesos extra por partido ganado. El equipo sumó tres victorias al hilo pero la plata no aparecía entonces decidió llevar una cinta negra para tapar la marca, pero con la ansiedad del partido se olvidó de su idea. Cuando ingresó decidió ir por más, aprovechando el barro se tiró sobre el mismo y cubrió la casaca de tierra mojada. "La camiseta quedó toda cubierta de barro. El sponsor se cagaba de risa de nosotros y no nos pagaba. Yo, con esa guita, viajaba", declaró.
El robo al árbitro coimero
En otro de sus partidos el árbitro le sacó la segunda amarilla y del bolsillo cayeron 500 pesos. El defensor se arrojó al suelo y salió corriendo al vestuario con el motín: "Me seguían todos: el árbitro, los jugadores, el cuerpo técnico… Adentro de la manga le dije al juez: este es el premio que vos me sacas por echarme".
Su posición económica "desastrosa"
"No me gusta jugar al fútbol. Lo hago porque es muy competitivo y me entreno mucho. No como carne roja, no fumo, no tomo alcohol ni drogas. Nunca lo hice. Además, la poca plata que gano me ayuda. Mi posición económica es desastrosa”, contó en otra entrevista, y se definió como “un payaso que se pinta la cara, pero que se mata por la camiseta. Lo hago para darme polenta y algunos rivales se asustan, con eso los mató".
El final y el nacimiento de su leyenda
Una fanática contó alguna vez que un día de lluvia tocaba en su banda ‘Tributo Rock’, después de las 17, en un centro cultural de Merlo. Pero había un problema: el club no quería que vaya ningún jugador al recital, porque creían que se drogarían y tomarían alcohol. Por ese motivo, decidieron retrasar el horario de entrenamiento, para que nadie pueda ir. Ante eso el “loco” fue a entrenar, pasaron unos minutos y se fue vestido de futbolista a tocar con la banda. Estaba arriba del escenario con la camiseta del entrenamiento toda sucia, el short de fútbol y los botines puestos.
La de Dubois fue una historia de apego a los principios, la de un tipo apegado a sus convicciones. Luchando entre tantos, en medio de un pobreza agobiante, los inicios del marzo de 2008 y con 37 años Darío fue víctima de un robo en La Matanza, ese espacio donde millones buscan la paz en medio del caos, dos balas cruzaron el cuerpo de Darío buscando quedarse con una plata que no había. Una bala fue a su estómago y otra en a su pierna. Fue operado en ocho ocasiones pero no fue suficiente. Darío murió como vivió: peleando y resistiendo, como el metal indica.
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