EL DECESO DE OSCAR TRONCOSO EX BOCA Y RIVER
FUENTE: INFOBAE
El vicepresidente de River Plate, Patrick Noher, salió desesperado gritando: “¡Trossero se nos muere, Trossero se nos muere! ¡Una ambulancia por favor!”. Enseguida acudieron al vestuario visitante los médicos de Rosario Central para sumarse a los de River, pero el panorama ya se tornaba irreversible. La ambulancia llegó enseguida y a los pocos minutos Oscar Trossero estaba en el Hospital Freire, a pocas cuadras del estadio rosarino. Sus compañeros quedaron entre esas cuatro paredes, donde habían sido testigos de una situación dolorosa e increíble. Los más exaltados golpeaban los armarios, en medio de un ataque de nervios.
Había sido una hermosa tarde de primavera ese 12 de octubre de 1983, con un sol pleno que ayudaba a ir a la cancha en un día no laborable. El Gigante de Arroyito estaba repleto y el cuadro local se impuso a River por 2-1 sin mayores complicaciones. Los hombres de la visita enfilaron hacia el vestuario con el gesto tradicional de aquellos días: cabezas gachas y algún reproche al aire por una actuación floja. River se estaba acostumbrando a perder y eso resultaba tan peligroso como extraño para quienes se adaptaron al éxito.
Oscar Trossero fue uno de los primeros en desvestirse e iba a ducharse, en medio de un camarín de caras largas, donde nadie suponía estar en la antesala de la tragedia, como la evoca el Vasco Julio Olarticoechea; “En ese momento yo estaba a dos duchas de distancia de la de él y de golpe vimos como súbitamente se desplomaba. Pensamos que era un simple desmayo luego del esfuerzo por los 90 minutos disputados, pero enseguida nos dimos cuenta de que era algo peor”.
River no era River allá por la primavera del ‘83. Su alma venía sufriendo un golpe tras otro y no solo en lo deportivo, donde atravesaba uno de los peores momentos de su historia. La obtención de la Copa de Oro de Mar del Plata, en el verano del ‘82, era el último recuerdo de una fiesta. El gol de Ramón Díaz ante Gatti fue suficiente para levantar el trofeo y gozar al tradicional rival. Pero allí parecieron quedar las risas y los festejos.
El inevitable éxodo de figuras tras el Mundial de España (Passarella, Kempes y el propio Ramón), más la partida de un inmenso ídolo como el Beto Alonso, peleado con el entrenador Alfredo Di Stéfano, fue empobreciendo al plantel, que realizó un opaco desempeño en los dos torneos de esa temporada, apenas maquillado por haber eliminado a Boca en la fase de grupos de la Libertadores, antes de caer en forma estrepitosa con Peñarol y Flamengo en la ronda semifinal, donde no pudo contar con Fillol, lesionado en la clavícula. Además, en septiembre había fallecido Vladislao Cap, su flamante director técnico.
Las últimas palabras de Oscar Trossero fueron de queja por la mala suerte que estaba persiguiendo al equipo ante otro resultado ajustado en contra. Inmediatamente abrió la ducha y apenas recibió el chorro de agua helada sobre su humanidad, se tomó la cabeza y cayó al suelo. A partir de ese instante, la locura y desesperación ganaron a todos.
Los doctores Roberto Paladino y Seveso comenzaron con los masajes cardíacos, la respiración boca a boca e incluso las inyecciones, pero no daba ningún signo de recuperación. “De ahí lo subieron a una camilla. Nos dimos cuenta de que le costaba reaccionar y rápidamente se lo llevaron para un hospital”, recuerda el Vasco Olarticoechea como si fuera ayer aunque pasaron 39 años.
El desenlace, que nadie quería saber, ya era una realidad, y así lo contó el doctor Roberto Paladino: “Cuando me di cuenta de la situación, corrí hacia él y en un primer momento parecía que reaccionaba. No fue así. Estaba muy pálido y tanto su pulso como su ritmo cardíaco estaban paralizados. Prácticamente estaba muerto desde el primer momento, aunque recurrimos al último intento, que fue trasladarlo. Todo fue terriblemente inútil”.
Lentamente el sanatorio comenzó a poblarse de curiosos. Con el dolor a cuestas, también asistieron sus compañeros, como lo recuerda Olarticoechea: “Antes de volvernos para Buenos Aires pasamos por allí y nos confirmaron que había fallecido. Fue un momento durísimo y obviamente no lo podíamos creer, porque hasta menos de una hora antes habíamos compartido una cancha…”
Las lágrimas de los muchachos del plantel, absortos ante la crueldad del destino, eran el marco del desencanto. La noticia ya corría por las radios, los canales de TV y las redacciones de todo el país. Oscar era oriundo de Gödeken, una ciudad ubicada a 50 kilómetros de Venado Tuerto y por la cercanía con Rosario, varios de sus familiares habían concurrido al estadio y se trasladaron al hospital, dándole un cuadro aún más desgarrador, sobre todo por el llanto desconsolado de su madre. A las 21:45 partió la ambulancia con su cuerpo rumbo a su pueblo y pocas horas más tarde, con destino a las instalaciones de River Plate.
Esa tarde, en Buenos Aires, el partido más atractivo de la jornada había tenido lugar en el Estadio Monumental, donde Boca hizo de local ante Independiente. El capitán de los Rojos era Enzo Trossero, quien había sido compañero en Nantes de Oscar, con quien no solo compartía el apellido, sino una amistad. Así recuerda aquel duro atardecer: “Nos hicimos muy amigos y las familias también. El primero en llegar a su departamento en la zona de Núñez, para ver a Stella su esposa, fui yo, porque estaba en la zona luego de nuestro partido. Al salir con mi auto, escuché en la radio la noticia de su fallecimiento. Una situación dramática, porque al rato llamó un hermano de él desde Rosario, que lo había acompañado a la cancha. Fue una pérdida tremenda”.
Aneurisma cerebral. Ese fue el motivo que desencadenó la repentina tragedia en aquel vestuario rosarino. River informó que se le habían realizado todos los estudios de rutina y que fue algo repentino y sin antecedentes. Las entrañas del Monumental, que sufrían por lo deportivo, volvían a derramar lágrimas, como un mes antes por Angelito Labruna, ahora por Trossero, que fue velado allí durante la mañana y la tarde del jueves 13, mientras por la capilla ardiente desfilaban muchas personalidades del fútbol. El entrenador José Varacka, junto a Américo Gallego, Eduardo Saporiti y Emilio Commisso, entre otros, encabezaron el cortejo que llevó el ataúd, envuelto en la bandera de River, hasta el vehículo que desandó el camino hacia Gödeken, su tierra natal, donde fue enterrado.
Desde allí había comenzado a soñar con el fútbol. A los 14 años se inició en las Inferiores de Boca, en el famoso predio de La Candela, para alcanzar el debut en primera división en 1972. No pudo consolidarse y pasó a Racing un año más tarde, donde quedó en el recuerdo por marcarle 3 goles a River en una misma tarde del ‘74. En 1975 llegó a Unión, donde pudo explotar su capacidad goleadora, que incluso lo llevó a estar en la Selección que se preparaba para el Mundial ‘78. Emigró a Francia, donde logró destacarse en Mónaco, Nantes y Montpellier hasta el momento de regresar en el verano del ‘83 para colocarse la camiseta de River, inesperadamente, la última de su carrera.
Dejó un grato recuerdo en todos sus compañeros. En esa sintonía van las palabras del Vasco Olarticoechea: “Era un tipo sano y joven, que se cuidaba muchísimo. Tengo la imagen de alguien metódico y ordenado en su vida. Realmente daba gusto estar con él, porque era muy simple y tranquilo, de perfil bajo. Escuchaba más que lo que hablaba dentro del plantel. No compartimos mucho tiempo, apenas diez meses, pero ese era su perfil. Corría y era un delantero potente dentro de la cancha. Fue una gran tristeza su pérdida”.
Su esposa Stella no quiso que se practicara la autopsia, porque sentenció en aquellas horas febriles que lo mejor era dejarlo tranquilo. Y así uno espera que esté Oscar Víctor Trossero, descansando en la paz de su tierra natal, tras haber sido protagonista de muchos goles, varias alegrías y una inmensa tristeza en el ambiente del fútbol argentino
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