miércoles, 6 de abril de 2022

NOTICIAS INSOLITAS

EL DIA QUE QUISIERON COLGAR UN ARBITRO EN LA CANCHA DE NEWELL´S 

POR GUSTAVO GRABIA/TyC SPORTS 

El VAR debutó en el fútbol argentino con algunas polémicas, pero con la paciencia y la comprensión de la mayoría de los hinchas que estuvieron en los estadios en la pasada octava fecha. Algo que suena lógico pero que alguna vez no lo fue: la violencia en el fútbol viene de lejos y tuvo un capítulo increíble en 1946, el año en que casi ahorcan a un árbitro tras un partido de fútbol de Primera División.




Aunque parezca sacado de un cuento de Roberto Fontanarrosa, el hecho es real y sucedió en Rosario, más precisamente en el Parque Independencia. Hay que situarse en la tarde del 27 de octubre de 1946. San Lorenzo, que tenía por entonces la legendaria delantera de Farro, Pontoni y Martino viajaba a defender la punta al Coloso. Enfrente lo esperaba Newell’s y por detrás, esperando el traspié, asomaba Boca a una sola unidad del líder. Quedaban apenas cinco fechas para el final del torneo y la AFA había designado como árbitro a Osvaldo Cossio, porteño de 36 años que si bien era vecino del barrio de Boedo, simpatizaba por Huracán, aunque ese dato estaba celosamente guardado. No había sido elegido por casualidad para ser el juez de semejante encuentro: para esa época, Cossio estaba considerado uno de los mejores hombres de negro del fútbol argentino.

Con esa chapa llegó aquel soleado día a la Chicago argentina dispuesto a impartir justicia. Y parecía que tendría una tarde tranquila: al término del primer tiempo el puntero San Lorenzo se floreaba en el césped y se iba al vestuario más líder que nunca: con uno de Oscar Silva a los 12 de la primera etapa y otro de Pontoni cuando el cronómetro marcaba 21 minutos, el Ciclón estaba dos a cero arriba y no había habido ninguna jugada que ameritara polémica alguna. Pero el segundo tiempo fue un vendaval rojinegro que en una ráfaga de ocho minutos lo empató con un doblete de Alfredo Runzer. El Coloso rugía buscando el tercer tanto y San Lorenzo aguantaba y trataba de meter alguna contra. Era un partido de ida y vuelta pero leal y sin intervenciones controvertidas del árbitro. Hasta que faltando dos minutos un pelotazo largo encontró por el andarivel izquierdo al puntero Ramón Moyano. El delantero leproso encaró, eludió al arquero Mierko Blazina, que había nacido en Italia y era de ascendencia eslovena, y tocó al gol.

Se gritó en el Parque Independencia y también en el barrio de La Boca hasta que Cossio hizo la seña unívoca: posición adelantada, no vale el tanto. El línea no había levantado la bandera y nadie se había quejado pero Cossio se mantuvo imperturbable en su decisión ante las protestas de los locales. Y mientras estos seguían tratando de convencerlo, Cossio dio la orden de reanudar el juego y en la siguiente acción, Mario Imbellone tomó la pelota en su posición natural, la de puntero derecho, y le dio con alma y vida. La pelota rebotó en el defensor Rubén Nieres, descolocó a Julio Musimessi, el arquero cantor conocido por este apodo porque a la par de sus dotes para el arco cantaba chamamé, y se metió adentro. 3 a 2 para el Ciclón. Y ahí se vino el infierno tan temido. Faltaban 70 segundos para terminar el partido pero ni siquiera se pudo poner la pelota en movimiento porque un grupo importante de hinchas de Newell’s invadieron el campo de juego para ir en búsqueda de Cossio, quien advertido de la situación corrió como nunca en su vida hasta llegar a la zona de vestuario. 

Pero allí la cosa se puso aún más tensa: la Policía no pudo contener a varios barras que fueron a buscarlo y entonces Cossio observó que había un alambrado cerca que estaba roto y daba al Parque Independencia. No lo pensó dos veces y se mandó por ahí creyendo que así zafaba del ataque irracional de los hinchas leprosos. Pero no: lo siguieron. Cossio creyó que un auto en movimiento podía ser su salvación y se trepó al capot de uno que pasaba lentamente por ahí. Pero el conductor no se apiadó de él y con un movimiento brusco lo hizo caer al asfalto. Ahí fue cuando llegó un grupo de dementes disfrazados de fanáticos leprosos, lo rodearon y empezaron a pegarle golpes y puntapiés. Con la sangre que le rodaba desde el cuero cabelludo y en posición fetal, Cossio pedía que lo dejaran en paz, que no le pegaran más. Pero en vez de ello, escuchó un grito que le heló el alma: “Vamos a colgarlo”. Y la turba aceptó la proposición. Lo llevaron junto a un árbol del Parque y lo sujetaron mientras uno de los hinchas se sacaba el cinturón y lo ataba a una rama para que sirviera de horca. Y cuando el crimen estaba a punto de cometerse, tres soldados que estaban de ronda intervinieron y dispersaron a la multitud y lo subieron a un auto para llevarlo hasta el Sanatorio Británico, donde lo atendieron de las heridas cortantes que tenía en todo el cuerpo y diagnosticaron además lesión en uno de los huesos de la cabeza más conmoción cerebral. Dos días estuvo internado hasta que recuperado, en un operativo relámpago mientras varios hinchas se agolpaban en los alrededores del hospital, lo sacaron en el baúl de un auto rumbo a San Nicolás, donde abordó el tren rumbo a la Capital Federal. A la semana siguiente hubo paro de referís para protestar por lo sucedido por lo que se postergó la fecha.

Insólitamente, la AFA le aplicó apenas una sanción de cuatro partidos de inhabilitación al estadio de Newell’s (después reducidas a dos) y decidió que los 70 segundos que restaban debían jugarse igual, lo que sucedió dos semanas después en el estadio de Ferro. Con otro árbitro, claro, llamado Valentín Rey. Cossio, el juez que estuvo a nada de perder la vida en una cancha de fútbol, recién pudo volver a vestirse de negro siete meses más tarde hasta que se retiró en 1949, sano y salvo. Y no, nunca más volvió a arbitrar a Newell’s.


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