viernes, 19 de abril de 2024

DE COLECCION

SATURNINO CARDOZO EL PRINCIPE GUARANI

FUENTE: "KODRO MAGAZZINE"

José Saturnino Cardozo, conocido como «El Príncipe Guaraní», es aún a día de hoy el segundo máximo goleador de la historia de Paraguay y reconocido por la FIFA como el duodécimo mejor jugador de todos los tiempos de la Liga MX. Uno de los héroes de la mítica Paraguay del Mundial de Francia de 1998.




Pepe nació el 19 de marzo de 1971 en Nueva Italia, Paraguay. Sus primeros pasos como futbolista tuvieron lugar en el Unión Pacífico. Posteriormente pasaría a River Plate de Paraguay, donde jugaría de 1988 a 1990.

A finales de ese año se mudó a Suiza para jugar en el St. Gallen, donde jugó 30 partidos y anotó 12 goles. Durante su etapa en el país helvético, Saturnino fue llamado por primera vez a la Selección Nacional de Paraguay con la que anotaría su primer gol contra Argentina, en la Copa América de 1991. En el equipo suizo también tuvieron su trayectoria Iván Zamorano y Estay.

La añoranza de Sudamérica provocó su fichaje por el Universidad Católica de Chile, donde logró llegar a la final de la Copa Libertadores de 1993, aunque solamente participó 8 minutos en el partido de vuelta y quedaría subcampeón. En la liga de Chile jugó 56 partidos y marcó 26 goles. Volvió a su país, ya con 23 años de edad. Con el Olimpia llegó a semifinal de la Libertadores 1994 y a pesar de anotar un gol en la ida, su equipo erraría dos penales y no le alcanzaría para pasar a la final. También perdió la llamada «Finalísima» de la temporada 1994 en Paraguay contra Cerro Porteño. Ese partido lo jugó con una lesión de rodilla y de tobillo, lo que le pasaría factura meses después. Cardozo participó en 50 ocasiones y generó 30 anotaciones.

El club con el que se le identificó más fue el Deportivo Toluca FC de la Primera División de México, con el que jugó desde la temporada 1994/1995 hasta el 2005 (también jugó como refuerzo del Cruz Azul en la Copa Libertadores 2001 siendo subcampeón). El Diablo Mayor ganó con Toluca cuatro ligas e igual número de títulos de goleador. Vistiendo la camiseta de los Diablos Rojos convirtió 249 goles, convirtiéndose en el máximo goleador en la historia de la institución, además de poseer el récord de más goles anotados en un torneo corto con 29. Jugó durante 10 años en el Toluca y se convirtió en el máximo ídolo de la institución escarlata.

En julio de 2005 fue contratado por el San Lorenzo de Argentina, en donde marcó tan solamente 5 goles en los 10 meses que estuvo allí. A mediados del 2006 iba a fichar por Peñarol, pero por diversos factores su fichaje no se concretó. En noviembre de ese mismo año, José Cardozo se retiró a los 35 años.

Cardozo debutó en un Mundial frente a la Bulgaria de Hristo Stoichkov, empatando a cero. Fue suplente en el partido contra España, pero un nuevo empate sin goles obligaba a su técnico a ponerlo frente a Nigeria. Ahí los paraguayos por fin se liberarían y Ayala y Benítez ponían el 2-1 ante los africanos, a pesar del dominio rival. Parecía que así acabaría el marcador, pero tras una fuerte presión de «El Pepe», como también se le conoce en su país, el arquero nigeriano erraba y cedía el balón, que regresaba a los pies de Cardozo. Tras tomarse un tiempo, el guaraní cruzaba el balón y celebraba su primer y único gol en mundiales.

El pase de los Paraguayos sorprendía en el llamado grupo de la muerte y soñaban con vencer al anfitrión, que no podría contar con Zinedine Zidane. Con un inmenso José Luis Chilavert en la puerta, los guaraníes plantaban fuerza ante los franceses, pero su resistencia caería en los tiempos extra, cuando Laurent Blanc anotaba su gol, tan solo 6 minutos antes de la tanda de penales.

Con Paraguay acabó sumando 82 internacionalidades y 25 goles.


jueves, 18 de abril de 2024

HISTORIAS QUE VALE LA PENA CONOCER

LA HISTORIA DE "LOS CARASUCIAS"

FUENTE: ABRI LA CANCHA/CARLOS AIRA

Fueron la delantera de San Lorenzo en 1964. Doval, Areán, Veira y Casa. Se los nombra de memoria, a pesar que los cuatro jugaron tan solo tres partidos juntos. En Abrí la Cancha recordamos a esos chicos que le dieron frescura a un fútbol argentino contaminado por el cerrojo.




¿Que sucedió en 1964 para que cuatro pibes que apenas superaban los 18 años quedaran en el recuerdo popular? Se los inmortalizó como los Carasucias. Fueron la delantera de San Lorenzo de Almagro aquel año. No sólo no fueron campeones, finalizaron quintos. Tiempos complejos. De cambios. No sólo para la sociedad, si no también para el fútbol argentino.

Luego de Suecia 1958, nuestro fútbol comenzó a descreer de sus fuentes. Nuestro estilo histórico dejó de tener valor. Sólo servía lo que venía de afuera. Brasil – campeón del mundo – o Europa. Aquellos primeros años de la década del sesenta fueron tiempos del Fútbol Espectáculo, que de espectacular no tenía nada. Fue el reino de los cambios tácticos defensivos. Surgió una raza de sabelotodos: los entrenadores y con ellos el catenaccio importado del Internazionale de Helenio Herrera. En aquel 1964, Boca Juniors se consagró campeón con tan sólo 35 goles a favor en 30 fechas. El ídolo de la hinchada no era el goleador. Antonio Roma, con sus enormes manos de Tarzán desguantadas fue tan sólo quince veces a buscar la pelota dentro de su arco.

A comienzos de 1964, en la tesorería de azulgrana no había dinero. La decisión de la directiva sanlorencista fue afrontar el campeonato con lo que había. El gasto fuerte se había realizado el año anterior con la contratación del tucumano Rafael Albrecht, a Estudiantes de La Plata. Ante la falta de fondos, el entrenador José Barreiro echó mano a una Tercera con buenos rendimientos. Apostó a los pibes. Encontró un zurdito que vivía en la calle Chiclana que le pegaba, como dijo el maestro Juvenal como si tuviera un palo de golf. Era el Héctor Rodolfo Veira. El Bambino, porque aún no había llegado a la mayoría de edad. Más grandes, pero sin tener veinte abriles, estaban el rubio de Palermo Narciso Doval y el habilidoso zurdo marplatense al que le decían Popoff, pero respondía al nombre de Victorio Casa.

San Lorenzo arrancó mal. En las primeras diez fechas tan sólo ganó dos partidos.  Una delantera extraña: Juan Carlos CarottiIvo DiogoNarciso Doval y Victorio Casa. Tiempos del 4-2-4. Eso si, uno de esos encuentros fue ante Racing en el Cilindro, estadio donde nunca se había retirado ganador desde su inauguración en 1950. Gol del Bambino. Pero la historia comenzó a forjarse con el debut en primera de Fernando Areán. 26 de julio, victoria 4 a 0 ante Argentinos Juniors. Centrodelantero hábil, con claridad para la definición. Se conformó una delantera de pibes: Doval y Popoff tenían apenas veinte años. Areán uno menos. Sólo superaban la veintena Juan Carlos Carotti y el paraguayo Eladio Zárate. Estos pibes – con calle, barrio y esquina – pronto se metieron a la tribuna en el bolsillo. Los chicos del Ciclón eran aire fresco. Gambetas en lugar de marcajes a presión. Aparte, tenían pinta renovada. No usaban gomina ni bigote anchoita. Doval y Veira, rubios de pelo largo para la época, rompían la gris monotonía.

Los Carasucias eran cancheros, alegres y carismáticos. Más cercanos al Club del Clan de Johnny Tedesco, Lalo Fransen, Nicky Jones y Yoli Land, que cualquier otro futbolista de su época. Por eso jugaban con alegría. Victorio Casa era otro irreverente. Lograba esa extraña sensación amor-odio. Aplauso y ovación cuando hacía pasar de largo a su marcador. Puteada cuando quería dejarlo en ridículo una vez más. Así eran ellos. Historias. En la tarde del 5 de septiembre, Boca goleó 3 a 0 a San Lorenzo. Esa tarde, Carmelo Simeone, el primer Cholo – durísimo lateral xeneize – tenía la misión de marcar al Bambino Veira. En una jugada le dio una murra increíble al pibe de Boedo. Cuando todo el estadio esperaba lo peor, el Bambino, desde el suelo, le apuntó a Simeone con sus dedos como revólveres y riéndose, simulaba acribillarlo.

 

Es parte de un mito, y está bien mantenerlo. El imaginario popular sostiene que Doval, Veira, Areán y Casa jugaron juntos toda la temporada de 1964. El mito le da paso a la realidad. En aquel año, el entrenador José Barreiro alineó en tan sólo en tres encuentros a los cuatro Carasucias juntos.
El primero fue en la 20º fecha del torneo. 27 de septiembre. Estadio Monumental. Esa tarde, el Ciclón formó con Irusta; Cancino y Ruíz; Paez, Telch y Albrecht; Doval, Zárate, AreánVeira y Casa. Igualaron 1 a 1, gol convertido sobre la hora por el Nano Areán.
La segunda oportunidad fue en la 21º fecha. Victoria 2 a 1 de San Lorenzo ante Vélez Sársfield en el Gasómetro, con goles de Areán y Veira. La tercera y última, contra Rosario Central en Arroyito. Derrota 3 a 1, señalando el Bambino el gol de San Lorenzo. De los tres partidos que jugaron juntos Narciso Doval, Fernando Areán, Héctor Veira y Victorio Casa, ganaron tan solo un partido. El mito de los Carasucias.
El 18 de octubre, por la 24ª fecha, San Lorenzo recibió a Racing. La Academia goleó 3 a 0 en Avenida La Plata y Juan Carlos Carotti jugó de wing derecho, puesto que ocupará hasta el final del campeonato.
Por distintas razones, el entrenador José Barreiro alternó otros puntas. El cuerverío se relamía para lo que se suponía que sería un enorme 1965. Esa explosión de buen fútbol fue ametrallada por la Armada. En abril, Victorio Casa perdió su brazo derecho despedazado por una ráfaga de ametralladora. Estaba estacionado frente a la ESMA junto a una conquista. No escuchó una voz de alto y sucedió lo que no debía suceder. Volvió pero no era el mismo. Los Carasucias se fueron diluyendo. Llegó Alberto Rendo de Huracán. Doval fue reconvertido en centrodelantero y apareció Rodolfo Fischer, un misionero de fuerza inusitada, para reemplazar a Casa. Los cuatro Carasucias jugaron juntos tan sólo un puñado de partidos en 1965: San Lorenzo 2-2 Vélez (11ª fecha), Independiente 0-0 San Lorenzo (12ª fecha), Estudiantes 2-2 San Lorenzo (14º fecha), San Lorenzo 2-0 Platense (15ª fecha), Boca 0-1 San Lorenzo (16ª fecha), San Lorenzo 2-0 Independiente (29ª fecha).
Duraron un suspiro, no fueron campeones y ninguno lo será en nuestro país. Narciso Doval lo será en Brasil. Pero el desparpajo y las ganas de jugar les valieron un reconocimiento histórico. En el mundo del cero a cero, cuando las defensas predominaban por sobre los ataques, el Bambino Veira fue goleador 1964 con solo 17 goles. Fueron la única delantera que perduró en el tiempo – apodo incluido – sin títulos o goleadas históricas. Es el reconocimiento del pueblo futbolero que respondió con gratitud a estos muchachos que regalaron sonrisas y gambetas.

¿QUE FUE DE SUS VIDAS?

Héctor Rodolfo Veira es un personaje histórico del fútbol nacional. Nació el 29 de mayo de 1946. Tal vez el máximo ídolo en la larga historia azulgrana. Su talento le permitió jugar a pesar de su vida poco profesional. Jugó 128 partidos en San Lorenzo en sus dos ciclos, el primero entre 1963 y 1969. Volvió entre 1972 y 1973. También jugó 45 partidos en Huracán, entre 1970 y 1971. Su último paso por el fútbol argentino fue en Banfield, durante 1974. De larga carrera como entrenador, se consagró campeón local, Libertadores e Intercontinental con River Plate en 1986, pero su pináculo fue el campeonato con San Lorenzo de Almagro en 1995, quebrando una racha de 21 años sin títulos.

 

Fernando José Areán. El Nano. Debutó en primera aquel mítico 1964. Nació el 16 de febrero de 1942. Era un delantero cerebral, frío, serio hasta en su aspecto. Se contradecía con los calaveras de sus compañeros. Su carrera como jugador no tuvo el brillo que se le preveía. Jugó 45 partidos entre 1964 y 1965. En 1966 fue transferido a Banfield. Luego continuó su carrera en Colombia. En los años ochenta, comenzó su carrera como entrenador. Primero como Ayudante de Campo de Veira en River Plate. Luego en soledad, teniendo un pico importante dirigiendo a San Lorenzo de Almagro entre 1991 y 1992. Falleció de un aneurisma en el aeropuerto de Mendoza, el 3 de julio de 2011. Tenía 69 años.

 

Narciso Horacio Doval debutó en primera en 1962 como entreala izquierdo, pero se consolidó pegado a la raya. Nació el 4 de enero de 1944. Su caracter era alegre, festivo y completamente desprejuiciado. Su carrera tuvo una mancha en el famoso incidente del vuelo a Mendoza en 1967. Fue acusado de manosear una azafata. Dicen que se comió el garrón en defensa de un compañero casado. Luego de una larga suspensión, su carrera continuó en Brasil. Allí fue ídolo y figura del Flamengo y Fluminense. Su vida era paradisíaca: playa a la mañana, entrenamiento liviano por la tarde y joda por la noche. Todo con el Concorvado como postal. Falleció el 12 de octubre de 1991, víctima de un paro cardiorespiratorio a la salida del boliche New York City de Buenos Aires. Tenía 46 años.

 

Victorio Francisco Casa. Marplatense. Un gambeteador empedernido. Nació el 28 de octubre de 1943. Fue titular y figura durante toda la temporada de 1964. Al año siguiente, en su mejor momento, fue víctima de un trágico episodio. Debieron amputarle su brazo derecho. Volvió, pero no era el mismo jugador. Falleció el 6 de junio de 2013.

 

 


miércoles, 17 de abril de 2024

HISTORIAS PARA CONOCER

LA HISTORIA DE CAITLIN CLARK:

FUENTE: "LA REPULBICA"

Caitlin Clark, la prodigiosa jugadora de la Universidad de Iowa, ha revolucionado el baloncesto femenino en Estados Unidos. Su impresionante habilidad la ha catapultado a la cima, lo que la convierte en un ícono para el deporte y una ídolo para jóvenes atletas en todo el país. Clark, con su extraordinaria capacidad para anotar, pasar y liderar, ha llevado a su equipo, Iowa Hawkeyes, a nuevos horizontes y ha establecido un nuevo estándar para el baloncesto femenino.




La comparación de Caitlin Clark con Pete Maravich no surge de la nada. Al igual que 'Pistol' Pete, Clark posee una habilidad innata para el baloncesto, ya que destaca en la anotación y en su visión de juego. Sus actuaciones en la NCAA, que rompen récords y lideran estadísticas, recuerdan a las legendarias hazañas de Maravich.

Además, gracias a su capacidad para cambiar el rumbo de un partido con sus tiros de larga distancia y su liderazgo en la cancha, ha hecho que muchos vean en ella la reencarnación femenina de una de las figuras más icónicas del baloncesto.

Desde sus inicios en West Des Moines, Iowa, Clark demostró ser una prodigio del baloncesto. Su padre comenta que, al no hallar un equipo de baloncesto para mujeres, decidió ponerla en un equipo para hombres desde muy pequeña. Por ello, su trayectoria en la secundaria ya presagiaba el impacto que tendría en la NCAA, puesto que domina todas las facetas del juego.

Al unirse a la Universidad de Iowa, Clark no tardó en hacerse notar e hizo liderar al equipo con actuaciones memorables que no solo aseguraban victorias, sino que también rompían récords. Es por ello que su compromiso con el baloncesto y su habilidad para inspirar a compañeras y aficionados la han convertido en una de las jugadoras más influyentes de su generación.

Caitlin Clark ha establecido nuevos estándares en la NCAA y ha superado el récord absoluto de anotaciones, el que previamente ostentaba Pete MaravichEn la temporada actual, ha encestado 88 tiros desde una distancia de 7,60 metros o más.

Actualmente, en la NCAA, Clark lidera tanto en puntos, con un promedio de 32,2 por partido, como en asistencias, con 8,7, hazaña que también logró en su segundo año en la liga. Asimismo, ocupa el sexto lugar en asistencias en la historia de la NCAA y es la única jugadora que figura en el top 25, tanto en puntos como en asistencias.

Además, la estrella de Iowa se ha convertido en la primera jugadora de la División I de la NCAA en alcanzar al menos 3.000 puntos y 1.000 asistencias en su carrera.

En una declaración a través de sus redes sociales, la destacada jugadora de Iowa anunció que esta temporada universitaria será la última antes de dar el paso hacia el ámbito profesional.

"Es imposible expresar completamente mi gratitud a todos los que me han apoyado durante mi tiempo en Iowa: mis compañeras de equipo, que hicieron de los últimos cuatro años los mejores; mis entrenadores, preparadores físicos y personal que siempre me dejaron ser yo", afirmó en su publicación, en la que, al mismo tiempo, expresó su emoción por ser parte del WNBA Draft. (Donde fue elegida por INDIANA).

Al dar el salto a la WNBA, es probable que atraiga a una gran cantidad de seguidores, aunque su salario inicial sería de solo US$76.000 si es seleccionada como la primera elección, se anticipa que, a largo plazo, sus ingresos superarán el millón de dólares, especialmente gracias a su acuerdo con Nike, pero esto no será hasta junio.

Sin embargo, antes de todo, su primer objetivo es conquistar el campeonato de la NCAA y dejar Iowa con su primer título universitario antes de hacer las maletas.

Caitlin Clark ha tenido un impacto significativo en el aumento de la audiencia del baloncesto femenino gracias a su juego espectacular, récords de anotación y comparaciones con estrellas de la NBA como Stephen Curry. 

Ha transformado los encuentros de Iowa en eventos de gran convocatoria, tanto en televisión, con audiencias que no se veían desde 2010, como en la asistencia presencial, registrando 'entradas agotadas' tanto en los juegos locales en el Carver-Hawkeye Arena como en los que juega de visitante.

El interés por presenciar el juego de Clark es tan elevado que, por ejemplo, en el partido contra Ohio State donde superó el récord de Maravich y anotó 35 puntos, las entradas, cuyo valor inicial era de 408 dólares, llegaron a venderse por hasta 5.199 dólares en la reventa.

martes, 16 de abril de 2024

EN EL RECUERDO

 "CUANDO RENE HIGUITA ERA UN DELANTERO GOLEADOR"

FUENTE:"KODRO MAGAZZINE"

El popular exguardameta internacional colombiano René Higuita confiesa que empezó jugando al fútbol casi a escondidas, ya que su familia no veía este deporte como un posible futuro para su hijo. Así pues, cuándo cumplió 9 años empezó a vender el periódico El Colombiano para ganar dinero.




«Yo vivía en el barrio Castilla, y me iba hasta el 12 de Octubre vendiendo El Colombiano. Subía y bajaba. A veces los vendía todos. Pero yo con lo único que le llegaba a la abuela era con la ropa sucia de jugar fútbol, y eso no le gustaba, porque ella era la que me tenía que lavar y siempre me decía: ‘Deje de jugar y coja oficio’. Sin embargo, fui dando mis primeros pasos como futbolista, y poco a poco me empezó a ver en periódicos, en la televisión regional y en la selección de Antioquia».

Por aquel entonces René Higuita era un delantero centro o extremo goleador del Estampados Modatex de la Liga Antioqueña, «yo hice muchos goles. 50, 60 o 70, por ahí pasó la cuenta. Los hice de cabeza, de chilena, de media volea». Incluso en la Selección Juvenil con su compañero Luis Alfonso Marroquín también goleaba, «yo “pirateaba” mucho en Castilla y La Esperanza, pero de nueve. Incluso salí dos o tres veces como máximo goleador del torneo. Y me iban a suspender por eso».

Le iba muy bien, era rápido y tenía un gran dominio del balón, no le entraba en la cabeza cambiar su posición sobre el campo, pero un buen día todo cambió… Invitaron a su equipo al estadio de basket Iván de Bedout para un torneo organizado por el Deportivo Independiente Medellín, con el fin de escoger los mejores jugadores para su escuela. Ahí el equipo pasó a llamarse El Dorado y, en el primer partido, su portero no se presentó, por lo que René se tuvo que poner bajo palos por orden expresa de su entrenador. «Yo ya había jugado de arquero en La Liborio, mi colegio. Entonces, ya conocía la posición de portero. Cuando me pusieron, me fue realmente bien. De hecho, jugué todos los partidos de portero y quedamos campeones. Y como estaban los organizadores del Medellín viéndolo todo, me conocieron como arquero, y entonces me llevaron para el Medellín para jugar en esta posición».

Marroquín conseguía entradas para ir a ver a Nacional y le ayudaba a formarse como portero. «‘Usted va a ver a Navarro’, y yo veía a un arquerazo dentro de los tres palos. Pero también me preguntaba: ‘¿Y por qué no sale? ¿Y por qué cuando sale y la recibe, la tira al costado?’. Entonces, todos esos porqués empecé a resolverlos y empecé a hacerlo a mi manera. Mi carrera como portero había despegado».


lunes, 15 de abril de 2024

HISTORIAS DE VIDA

LA HISTORIA DEL "PROFE" CORDOBA

FUENTE: INFOBAE:

Prende un Philip pero no le dará ni una sola pitada. El tiempo que transcurre entre que el tabaco se convierte en cenizas se lo llevará un análisis del mediocampista que lo obnubila de Sarmiento de Junín o los relevos del Real Madrid en la Supercopa de Europa. 



Daniel Córdoba sonríe con alegría cuando habla de fútbol. El Profe, que sembró una semilla revolucionaria en los 90, tiene en la pelota su motor vital después de los cachetazos que tantas veces lo pusieron de rodillas. “Mi vida, la verdad, es un golpe de Tyson, arriba... Otro golpe de Muhammad Ali, arriba...”, ejemplifica. 


Cualquier pregunta termina emparentada a la redonda. Prende el transmisor y no se detiene. Su discurso, siempre con honestidad brutal, será más mesurado cuando tenga que elegir las palabras para hablar de la dolorosa pérdida de un hijo o el accidente vial que le demandó seis años de rehabilitación.


Su último trabajo fue en el 2016 en un paso fugaz por Independiente Rivadavia de Mendoza.


No le importa la plata, aclara mientras prepara un mate con edulcorante y otros yuyos que le durará un sorbo porque está “intomable”. “Si me llaman, antes de terminar la nota, mando unos mensajes y ya tengo armado cuerpo técnico eh”, advierte y se calza su mejor traje para una entrevista que se extenderá a lo largo de tres horas. 


El Profe odia que le digan Profe, pero no escatima a la hora de repasar sus días como guardavidas o líder de cátedras universitarias que fueron la precuela de su irrupción en el fútbol.


Fue indudablemente la etapa más maravillosa. La energía que junté ahí me va a durar toda la vida. Era una forma de vida silvestre: poníamos la carpa ahí, los espineles, los trasmallos, íbamos en kayak a buscar pescados a los barcos y los vendíamos”, repasa sobre esos días lejanos de hace más de cuatro décadas.

Daniel Córdoba vive en una especie de minimalismo desarreglado en una casa agreste en las profundidades de City Bell donde sus tres “mastines” son el timbre a puro ladrido como en toda casa del Conurbano que se jacte de serlo. 


Su etapa gloriosa en el fútbol le permitió hacer algunas inversiones que hoy le permiten vivir con poco, sin las estridencias de los pelos con bucles teñidos con agua oxigenada que lo convirtieron en un bicho raro cuando apenas apareció en el ambiente para ser preparador físico de Cambaceres. 


Córdoba siempre fue un cuerpo extraño en el ojo futbolero con sus innovaciones y sus declaraciones florecientes de conceptos. Sus lujos o la ostentación son las palabras, poco le importa que el mate plástico no sea tan instagrameable o que el tótem de un sapo de madera en la puerta de la casa se adapte a algún feng shui. La modestia del hogar contrasta con la fastuosidad de su discurso. Le importa la vida de verdad, no las escenas de cartón que las redes sociales pusieron de moda para mostrarle al planeta algo que no es. Y su vida es el fútbol.

Tengo 65 años,(la nota se hizo en septiembre del 2022)  estoy en plenitud, me muero por dirigir, voy a dirigir donde sea porque es mi pasión. A tal punto que por mi pasión el hijo que perdí casi ni lo conocí. 

Casi no vi la infancia de mi hija que hoy es abogada o de mi hijo mayor que hace cinco años vive en Francia. No los vi crecer. No era por egoísmo, era pasión por el fútbol, la misma que tengo hoy. Tengo la misma pasión, la misma fuerza. Me gustaría estar trabajando, estoy impecable. Entreno todos los días con pesas y demás, juego al tenis todos los días, cada vez que puedo juego al fútbol. Estoy pleno, es una picardía”.


El Negro habla. Y habla. Y habla. Procesa fútbol sin cesar a velocidades meteóricas. Salta del Boca del Toto Lorenzo al River de Gallardo con facilidad y coherencia. “¿Por qué no estoy trabajando? Es muy difícil cuando uno no tiene un buen lobby, un buen empresario, es cada vez más imprescindible


No está bien, pero es así. Tengo un defecto que es clave: no sé hacer lobby. No me gusta”, aclara. Polémico, innovador, hábil declarante, el perro verde en un mundo de perros verdes, tuvo su pequeña porción de éxito a fines de los 90 cuando salvó del descenso a Estudiantes de La Plata dando una patada a la normalidad instalada: pasó de ser el PF de Eduardo Luján Manera a dirigir ese mismo equipo. “Nos habíamos ido de Estudiantes. Ya habían pasado unos diez días, yo no hablé con nadie. Leía: le ofrecieron a tal, no quiere venir. Llegó a mi casa el presidente De La Fuente: estamos pensando en vos”, recuerda. Entre idas, vueltas, dudas, miedos y deseos terminó aceptando: “Llamé para avisarle a Manera, me atendió y me dijo de frente manteca ‘usted tiene condiciones, pero yo lo voy a matar’. Eso para mí tiene valor, tener las bolas para decirme de frente así”.


No cree en el destino, en la fortuna, ni en las religiones, pero su trayectoria es difícil de describir desde la lógica futbolera. Empezó como guardavidas en Gimnasia de la Plata y en la playa “de los policías” en Punta Lara. “Soy muy nostalgioso, de vez en cuando vuelvo a la escuelita donde daba clases, vuelvo a la cancha de Cambaceres, pido permiso y la camino. 


Vuelvo adonde estaba el balneario”. Un alumno de la facultad lo tentó para el fútbol. “Che Negro, si vos haces lo mismo que nos das a nosotros en la cátedra de fútbol te tiene que ir bárbaro”, lo sedujo. Y arrancó bajo el ala de Don Miguel Ignomiriello: Cambaceres, Talleres de Remedios de Escalada, Lanús y el Pincha. De repente, para el soplido del nuevo milenio, ya era una estrella entre grosos como el Menotti, Brindisi, Ramón Díaz o Bianchi. 


Dejó una marca indeleble también en Colón, pero además pasó por Lanús, Chacarita, Platense y unos tantos clubes del exterior... La conversión de PF a DT en La Plata, con alguna polémica en el medio, también plantó una semilla que recién germinará dos décadas más tarde: Lionel Scaloni.


Le respondí ahora cinco o seis mensajes cortitos, hablándole como le hablaba cuando vino, medio en broma y medio en serio. Hice hincapié en dos cosas: ‘No te gusta que le digan la Scaloneta eh, y está muy bien, la figura son los jugadores’. Lo cargaba por ahí. Por otro lado le dije que era un Irureta ilustrado”.


 Se emociona cuando cosecha los frutos de esa semilla que plantó hace tanto tiempo. Habla cerca de 40 minutos sobre “Leo” que deben ser resumidos en un párrafo para facilidad del lector. Viene y va entre los seis audios de Whatsapp que le mandó para agradecerle, al vínculo “jovial” que mantenían y los conceptos que tomó Scaloni de Javier Irureta, el técnico que tuvo en La Coruña. 


El DT de la Scaloneta viene de embadurnar en elogios a Córdoba mientras prepara su equipo para el Mundial: “Era un adelantado en esa época, jugábamos diferente al resto”. No es para menos, Scaloni llegó como un desconocido desde Newell’s con su hermano y buscando su destino como delantero se convirtió en un carrilero que poquito después llegó a la selección juvenil, ganó el Mundial de Malasia y dio un salto a Europa. Entre el pibe colgado en la Lepra al futbolista de elite hubo un factor: el Profe. Lo cambió de posición y hasta le pagó el hotel en sus primeros meses en La Plata.


El Profe tuvo rango de celebridad en ese fútbol noventoso resonante. Surfeaba la ola con un perfil alto que le trajo algunos dolores de cabeza ante la homogeneidad irreal que falsamente pintan los vestuarios. 


Pero de repente el camino encontró un golpe de nocaut. La marca que lleva de por vida. Indeleble y a la vista. En la piel que recubre su corazón hay un nombre al revés: “NAUJ C. M.”. Juan escrito al revés para que siempre “pueda leerlo cuando miro al espejo”. Juan Cruz tenía cuatro años en 1998 cuando fue hallado sin vida en la pileta de un vecino del country. “Daniel Passarella me dijo una vez que es un palo que vas a tener siempre adentro del trasero y que en algunos momentos se va a acomodar y no te va a doler y en otros momentos te va a hacer llorar. Dicho y hecho, es así”.


Estuvo dos años sumergido en la oscuridad del dolor. “Estaba en la casa del Country, bajaba, iba al auto, del auto al Country. No miraba TV, no comía, dormía solo. No me importaba nada, y tenía dos hijos todavía...”. Hasta que escuchó un consejo, buscó ayuda terapéutica y se cobijó en el amor de sus otros hijos. 


Volvió al ruedo. Para el 2006 otra vez estaba en el candelero como uno de los comentaristas estrella de la cadena Fox Sports en el Mundial de Alemania. Pero la vida le dio el segundo cachetazo del que ya casi no se levanta: se despistó con su auto y se estrelló contra una columna de alumbrado público en Villa Elisa. “Estuve muerto literalmente, me revivieron. Pasé tres años en un instituto de rehabilitación motor y otros tres años en un gimnasio para recuperar algo de masa muscular. Venía de hacer el Mundial con Fernando Niembro y de buenas a primeras desaparecí”, explica.


Estos hechos sí lo hicieron creer en algo: “Yo tuve la suerte de transformar todo esto en energía positiva. Yo creo mucho en la energía, en los ciclos de energía”. Y otra vez hilvana su relato con el fútbol: “Ponele, cuando uno ve energía negativa en el vestuario... Creo que a River le hayan llegado tantas incorporaciones lo perjudicó tanto para que el DT tome decisiones como en el clima del vestuario. 


Cuando tenés un clima armónico, maravilloso, incorporás como mucho a uno o a dos, pero tienen que ser muy buenos. Porque cuando se crea esa duda, ese clima de invencibilidad, de unión de camaradería, se puede romper. ¡Y vos lo único que hiciste fue traer a aun jugador”. El fútbol aparece como un rayo y otra vez los ojos se le inyectan de pasión.


¿Qué cosas hice mal? Tuve un perfil muy alto. Ahora me limitaré a hablar de fútbol en conferencia de prensa dos veces por semana y punto. Después seré igual que siempre. Cuando vos aparecés de otra manera, sin seguir los cánones normales, lo primero que dicen es ‘este es un sanatero’, ‘qué quiere inventar’, ‘en el fútbol está todo inventado’, lo sufrí eh. Después el otro te empieza a aceptar, pero para eso ya te comiste 400 cachetazos”, expresa con cierta autocrítica.


Ahora está allí, sentado en una silla plástica en su living entre un libro de Pep Guardiola que lo aburrió a la mitad, unas pizarras deportivas, un cuadro de Colón que le regalaron y sus tres “mastines” como le dice a esos tres amigables perros negros que van desde el tamaño mediano al gigante pero sonríen a puro lengüetazo ante una caricia desconocida. 


Podría irse a la gigantesca casa en el country, pero prefiere alquilarla. Esa vivienda humilde alejada del ruido citadino tal vez se acomode más con la historia de lucha familiar que cimentó su viejo, el obrero socialista del frigorífico Swfit de Beriso. “Era mi ídolo, como lo son mis hijos”, lo define a la distancia.


Lamenta que su hija mayor se vaya a probar suerte a España porque la va a extrañar, pero entre el tenis semanal, el cuidado de sus mascotas y los partidos de su hijo menor consume el tiempo a la espera de un llamado laboral que lo saque del letargo. 


“Me gusta ir a ver a jugar a mi hijo, cuando veo a Simón... ¡Qué bien entiende el juego! Toca de primera cuando tiene que tocar, le pega de punta cuando debe. Le digo ‘¡lo tuyo es toda la cancha!’”. Y así deja que el tiempo se consuma como se consume ese segundo cigarro al que sí le dará alguna que otra pitada. Pero al fin y al cabo, la única bocanada que le interesa es la del aire fresco del verde césped que da vida, como alguna vez Julio le dijo a Diego.





domingo, 14 de abril de 2024

PERIODISTAS DE LUJO

LA HISTORIA DE UN MAESTRO: "DANTE PANZERI"

FUENTE: "EL GRAFICO"

Por Andrés Burgo

Nota publicada en la edición de julio de 2013 de El Gráfico 

Era un pelado con actitud punk, o sea alguien único en su especie. Dante Panzeri tenía una calvicie franciscana y una filosofía hardcore, la de un libertario en rebeldía contra una atmósfera futbolística que, más que rodearlo, lo ahogaba.





Parapetado desde su alopecia sin maquillaje (lo que también era una manera de exponer su transparencia, en tiempos en los que aún no se había instalado el raimiento severo de Juan Sebastián Verón, los claritos refinados de Martín Palermo o los implantes esponsorizados de Pablo Lunati), Panzeri fue un librepensador que militó por la abolición de la inmoralidad, el fútbol mal jugado y los directores técnicos: desglosaba las siglas DT como “Dan Tristeza” o “Decí Tarado”, y los trataba de “hombres de dignidad resentida” o “ladrones de azul”.

Sus artículos debían leerse con La Marsellesa de fondo. Sus palabras fueron, según el caso, barricadas o puntas de lanza. Su obra especuló menos que el vuelo de un meteorito. Eligió ser mil veces más agudo que poético. Desbarrancó más de una vez, pero no le importaba. Despotricó porque al fútbol le faltaban “dirigentes, decencia y wines”, pero su proclama quedó incompleta: también le faltaban periodistas como él. Y 44 años después de su muerte, le siguen faltando.

La publicación de una antología de sus mejores artículos (Dirigentes, decencia y wines, Editorial Sudamericana, 2013, una selección a cargo de Matías Bauso), más sendas reediciones de los libros que escribió en 1967 (Fútbol, dinámica de lo impensado, Capitán Swing, 2012, mérito de Sebastián Kohan Esquenazi) y en 1974 (Burguesía y gangsterismo en el deporte, Capital Intelectual, 2012), dejan una evidencia: para tener una visión completa de fútbol argentino es necesario repasar los escritos de Panzeri, paradójicamente el periodista más citado y menos leído. Somos los Salieris de Dante: le robamos sus textos a él.

El legado que dejó en las miles de notas y los dos libros que escribió excede su profesión e ilumina al lector promedio, al hincha de River, Boca, Racing (su club, junto a Sportivo Belgrano de San Francisco), Tristán Suárez o Altos Hornos Zapla: la misión de Panzeri gira alrededor del fútbol y la honestidad, pero ante todo es una perpetua y a veces desesperada búsqueda hacia la verdad, o al menos su verdad.

En sus textos –y en sus columnas televisivas y radiales– aparecían en primer plano la pelota, el estado de los clubes, los dirigentes, los héroes, los antihéroes, los dirigentes y el periodismo, pero el trazo de atrás era, siempre, la libertad. Ese fue su dogma. Ese fue, también, su codicilo.

La vindicación de Panzeri no implica santificarlo, o tal vez sí, pero tampoco es cuestión de suscribir sus desbordes talibanes y adherir a todos los “panzeriazos”, desde los futbolísticos, como su minoración de Garrincha en el Mundial 62’ (“No llamamos jugador cabal a Garrincha, sino que tomamos su habilidad, un factor individualmente importante en ciertas ocasiones. (…) Garrincha dejó al descubierto su fútbol negativo para un equipo, brillante acaso para el público”), hasta los políticos, como determinados guiños a las políticas deportivas del gobierno militar que derrocó a Juan Domingo Perón (era antiperonista: “A partir de 1945, el país perdió la personalidad ética y estética que lo había definido”) y su rol como interventor en la Federación de Ciclismo en 1956 (“La Revolución –en referencia a la Revolución Libertadora– que puso término a una larga noche de la vida argentina no podía prescindir del deporte entre las actividades que imponía un revisionismo (…). Limpiar al deporte de lo sucio que estaba –pero que aún está– fue consigna seguramente muy noble, muy bien intencionada y muy justificada dentro de este proceso intervencionista”). Igual, es cierto, hasta el propio Dante habría rechazado con acidez su propia canonización: “Ni el más genial de los hombres merece ser admirable porque lo que hace como cosa difícil para los demás es fácil para él. El mayor genio humano fue hasta ahora Leonardo Da Vinci, y no creo que haya sido capaz de jugar bien al fútbol, o de tejerse un pullover”.

Puntualizadas también algunas anacronías (en 1973 insistía en que lo mejor que podía hacer un técnico era “elegir lo mejor y no hablar para otra cosa que recomendarles a los futbolistas ‘jueguen como ustedes saben’ o ‘hagan lo que tienen que hacer’”), el medio de Panzeri no sólo era el mensaje. Muchas veces fue magnífico qué decía, pero siempre fue magnífico cómo decía. Si hubiera que salvar del fuego una sola de sus virtudes, primero habría que rescatar su libertad (más que su opinión en sí). No decía lo que quería, sino lo que creía, y por eso se llenó de prestigio y de enemigos. En la apoteosis de sus principios, hasta rechazó agasajos para no perder independencia.

Como si fueran aforismos, Panzeri decía de su trabajo: “Todo periodista tiene que estar preparado para perder amigos. La actividad no tiene por objetivo ganarlos”; “El periodista es y debe ser un descontento”; “Ni la popularidad ni el gustar son los objetivos de la misión periodística”; “Somos fiscales, no jueces, y debemos ser parciales a favor del bien y en contra del mal”; “Con la verdad se vende menos pero se gana más”; “Aunque siempre muy resistida, la verdad fue siempre respetada. La mentira es aplaudida, pero nunca respetada. Los periodistas tenemos que meditar cuál de los dos negocios es mejor”; “El periodismo es el cumplimiento de la obligación de enseñar a pensar a la gente”, “Yo no busco adeptos. Es más, en algún caso me molestan”; o, cuando un lector de El Gráfico escribió que su opinión debía ser más importante que la de la revista porque “el cliente siempre tiene la razón”, Panzeri se negó: “El Gráfico no es una tienda ni una fiambrería. Entre el cliente y la verdad seguimos optando por la verdad, que entendemos es la mejor manera de defender al cliente”.

No aceptaba presiones. Su libertad era más importante que su (posible) popularidad. Primero la independencia, después la fuente de trabajo. Así se fue de El Gráfico. La historia es conocida: era el director de la revista cuando, en 1962, uno de los dueños de la editorial le pidió que publicara un texto del ministro de Economía Álvaro Alsogaray. El periodista se negó, pero el empresario insistió y la columna fue publicada (un vulgar recuadro sobre el River-Boca de la fecha anterior). Panzeri se sintió desautorizado, renunció a su cargo y acordó retornar a su viejo puesto de redactor, pero enseguida surgió otra incompatibilidad: ¿ante quién pasaría a responder? ¿Quién podría estar por encima de él? “Como a la empresa se le hacía difícil ponerme bajo tutela de nuevos rectores, se me propuso una indemnización material para retirarme (…). Jamás supe si aquella publicación de Alsogaray formó parte de un plan para provocarme sabiendo de mi temperamento, pero soy un permanente agradecido de El Gráfico”, explicó en 1964.

Su último deseo fue cumplido: que Antonio Báez, ex jugador de River y Platense retirado hacía 8 años (y sin haber llegado a la tapa de la revista), fuera la portada del siguiente número.

El Gráfico fue, por amplia diferencia, el medio que más disfrutó a Panzeri (tres años como director y otros 17 como redactor). A partir de su salida pasó por varias redacciones. Se convirtió en un trotamundo. En una golondrina. Como suscribe Bauso en su libro, una antología de artículos panzerianos que debería ser obligatoria en las escuelas de periodismo deportivo, “Panzeri duró poco en la mayoría de sus trabajos”. Era indomable, sañoso, cabrón y difícil de llevar. Lo acusaban de amargo y resentido. “Y se fue quedando solo. Sin lectores, sin colegas, sin editores”, concluye Bauso.

Hasta su muerte, en 1978, pasó por Así, El Día, El Ciclón, Crónica, Ahora, Panorama, Noticias Argentinas, Análisis, Chaupinela, La Opinión, Satiricón, La Prensa, radio Colonia y los canales 7 y 11. Jamás se acobardó: “Yo no participo de la comodidad del periodismo sin opinión”, “Antes el periodista era un individuo que veía, pensaba y opinaba. Ahora oye y después repite”, o “El grueso de la opinión no tiene opinión. Nadie sabe nada. Gusta o no gusta de las cosas, y nada más”.

Sus notas rebalsaban coraje. En El Día coincidió con el Estudiantes tricampeón de América y campeón del mundo, pero Panzeri, justo en el diario de mayor circulación de La Plata, trataba al equipo de Osvaldo Zubeldía con su habitual acrimonia: “Por este camino el fútbol se muere”; “Estudiantes es la representación de la violencia para el lucro aplicada al fútbol”; “Insisto en llamarlo asociación ilícita para producir resultados lícitos” o “Es un imperio de la ilegalidad futbolística”.

Ya en la década del 70 se convirtió en el único futbolero que, como Jorge Luis Borges desde otro ambiente, criticó la realización del Mundial 78.Se enfrentó a los militares. Tampoco a ellos les temía. En septiembre de 1976 fue a la casa de Carlos Lacoste, el vicealmirante a cargo de la organización del torneo, y le explicó los motivos por los que Argentina debía rechazar el Mundial. Repetía que no éramos Suiza y que existían otras prioridades en el país: salud, vivienda y educación. “La imagen de Argentina se beneficiaría con la renuncia. Nos haría más serios”, decía. No lo consiguió, por supuesto, y murió tres meses antes del torneo, cuando había dejado de trabajar como periodista. “El periodismo ya no tenía lugar para él. Vivía de hacer cobranzas en una financiera”, develó el periodista Alejandro Wall.

Había nacido en Rosario y se crió en San Francisco, Córdoba. Fue un “self made man”: estudió hasta sexto grado y, cuando tenía 14 años, comenzó a escribir en La Voz de San Justo, el gran diario de la región. Trabajar en El Gráfico era más que un sueño: era su objetivo. Y cuando cumplió 21 años, en noviembre de 1942, lo consiguió: Enrique García, crack de la época (wing izquierdo de Racing), se lo presentó a otras dos glorias de la revista: Borocotó y Félix Frascara, quien años después lo comparó con un terremoto: “El día que Panzeri llegó a El Gráfico, ¡temblaron las paredes!”.

Durante 20 años escribió notas hermosas. Marcó a una generación. Su comentario de un amistoso entre Racing y el Santos de Pelé, en la cancha de Huracán (publicado en la edición del 4 de octubre de 1961), es formidable. No menos brillante fue una crónica de febrero de ese año, cuando pasó una tarde junto a un Bernabé Ferreyra “en la posdata de la gloria”.

La obra de Panzeri entrega decenas de apotegmas similares a “Fútbol, dinámica de lo impensado”, su frase más conocida: “La gente confunde honradez con imparcialidad y honestidad con prescindencia”; “Hemos perdido noción de lo que no se debe aunque se pueda”; “La disposición táctica de los equipos es una cuestión moral”; “Ya no quedan mejores, sólo quedan ganadores”; “El fútbol es un arte del imprevisto”; “La ley básica del fútbol es que gana el que mejor engaña”; “La Copa Corruptores de América, también conocida por el irreverente nombre de Copa Libertadores de América”; “No hay fútbol viejo o moderno, hay buen fútbol o mal fútbol” o, en el Everest de su acritud, “Los jugadores de ahora (1974) no son jugadores, son financistas. Tienen miedo de jugar. Tienen coraje para invertir. Con estos jugadores no puedo hacer amigos y es más: trato de no conocer a ninguno para sentirme mejor de salud”.

También sentía aversión por las entrevistas. “Los deportistas no tienen mucho para decir. Hablan con su cuerpo, con su performance. Nada encuentro interesante de lo que puedan decir (…) El reportaje es algo a lo que le tengo aberración”.

Era tan fundamentalista que, en el Mundial 1962, los enviados de El Gráfico a Chile (él fue uno de ellos) no realizaron ninguna entrevista, lo que implica haber desistido de hablar con Pelé, Di Stéfano, Sívori, Maschio, Puskas, Bobby Charlton, Gianni Rivera, Masopust o Yashin.

Para combatir la violencia propuso “la Cruzada honoraria de la decencia”: los hinchas debían delatar a quiénes cometieran desmanes, pero fracasó. No consideraba deporte al boxeo ni al automovilismo. Cuando fue director en La Prensa, al primero lo denominaba “Homicidio legalizado” y al otro, “actividad industrial”.


Tenía una lista prolífica de gente a la que despreciaba (Zubeldía, Carlos Bilardo, Alberto Jacinto Armando, Antonio Liberti, Rafael Aragón Cabrera, Juan Carlos Lorenzo y José María Muñoz, entre muchos otros) y una pequeña a la que admiraba: Pelé, José Amalfitani y Roberto De Vicenzo.

A la pelada de Panzeri sólo le falta convertirse en un icono pop.

sábado, 13 de abril de 2024

EN EL RECUERDO

EL LAZIO DE LAS PISTOLAS 

FUENTE:"VAVEL.COM"


La Lazio de las pistolas. Podría ser el título de una película de gangsters o el de un film del Spaghetti western pero es el sobrenombre con el que se conoció a uno de los equipos más peculiares de la historia.




A principios de los 70, La Lazio era un equipo modesto de la capital de Italia que jugaba en la Serie B. Eran años convulsos para la política del país transalpino, inmerso en revueltas, violencia callejera y varios atentados que estaban desestabilizando a la sociedad italiana. Eran los llamados “anni di piombo” (años de plomo).

La inseguridad en las calles crecía al mismo tiempo que aquella Lazio, que comenzaba a resurgir con un equipo prometedor. Tommaso Maestrelli dirigía a un grupo de jugadores irreductibles y de fuerte carácter pero de gran corazón: Luciano Re Cicconi, Sergio Petrelli, Felice Pulici, Pino Wilson o Giorgio Chinaglia. Este último era el ariete del equipo y, junto a Wilson, se erigió como el líder del grupo.

Pero en 1971 la Lazio se puso como meta el ascenso y fichó a un prometedor lateral procedente del Livorno. Luigi Martini era otro hombre con un fuerte carácter y en cuanto vio el poder de Chinaglia y Wilson en el vestuario, se sublevó. La personalidad de Martini hizo que se ganase a parte del vestuario dividiendo el equipo en dos bandos.

Los piques y rencillas entre las dos facciones se volvieron irremediables hasta el punto de que se cambiaban en vestuarios distintos. Nadie del bando de Martini podía entrar al vestuario de Chinaglia y viceversa.

Con este ambiente los partidillos de los entrenamientos parecían una guerra pero Maestrelli supo sacar la parte positiva de aquel conflicto. La competitividad entre los bandos fortaleció el grupo y cuando llegaba el domingo luchaban juntos como hermanos.

Aquella Lazio logró el ascenso a la Serie A en la temporada 71-72 y un año más tarde ya estaba luchando por el campeonato. El tercer puesto conseguido en su regreso a la élite dio paso al primer Scudetto de la historia del club en la 73-74.

Pero aquel grupo de jugadores no solo pasó la historia por sus actuaciones en el campo. Era un equipo peculiar (conocido como el "Grupo Salvaje") y en que la mayoría de jugadores tenía una ideología fascista. Por ello y ante la inseguridad reinante en el país...y en el vestuario, muchos futbolistas comenzaron a ¡llevar armas a los entrenamientos!

Todo comenzó como una "broma", pero cada vez más jugadores llegaban con una pistola nueva al vestuario. Pronto comenzarían a usarla en las concentraciones, donde organizaban campos de tiro improvisados o disparaban a los pies de los más jugadores recién llegados. Era el peligroso proceso de iniciación para entrar en la Lazio de las Pistolas.

Después del Scudetto de 1974 aquella Lazio caería en depresión. Primero llegó la enfermedad de Maestrelli, que murió en 1976 por un cáncer de hígado.

Pero poco antes de su fallecimiento el vestuario había perdido a otro de sus líderes. Chinaglia había aceptado una oferta de Estados Unidos para jugar en el New York Cosmos de Pelé. Sin Chinaglia y sin Maestrelli, Wilson y Re Cecconi se convirtieron en los nuevos líderes de un equipo que había perdido alma.

Solo un mes más tarde de la muerte de Maestrelli otra desgracia asolaría a aquella Lazio. Re Cecconi murió a causa de un inesperado disparo en una joyería. Al parecer, Re Cecconi quiso hacer una broma al entrar en el local y mientras tenía las manos en los bolsillos dijo: “Todos quietos, esto es un atraco”. El joyero, de gatillo fácil, reaccionó con un disparo mortal sobre el futbolista.

A día de hoy pocos creen en aquella confusa versión oficial. Y es que los que conocían a Re Cecconi sabían que era posiblemente el hombre más sereno de aquel vestuario. Un hombre tranquilo y que paradójicamente nunca había empuñado un arma en su vida. Después de tantas bromas y jugar con fuego, la Lazio de las pistolas perdía a uno de sus iconos... por una pistola. Con razón dicen que las armas, las carga el diablo.

DE COLECCION

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