JEAN-PIERRE PAPIN EN EL AC MILAN
FUENTE: KODRO MAGAZINE
Jean-Pierre Papin llegó a la disciplina del AC Milan el verano de 1992, como Balón de Oro del año anterior e ídolo legendario del Olympique de Marsella, por una cifra récord de 10 millones de libras. Era un verdadero depredador del área, un jugador demoledor y muy rápido, un rematador total, que tenía inagotables recursos técnicos, podía marcar incluso de chilena y poseía un disparo buenísimo de volea.
El traspaso más caro de la época aterrizaba en San Siro en un vestuario repleto de superestrellas como Ruud Gullit, Frank Rijkaard, Alessandro Costacurta, Paolo Maldini y Franco Baresi, para formar una dupla letal junto a Marco van Basten, que precisamente había pedido su fichaje a Berlusconi. «Cuando llegué todavía estaba Van Basten, él era el jefe del vestuario. Luego se lesionó y yo rendí a un gran nivel, tenía la confianza del entrenador. Jugar con Marco hacía latir mi corazón, pero por desgracia se lesionó enseguida y estuvo fuera durante 8 meses».
Su fichaje fue una operación encubierta hasta el último momento para poder abaratar el coste final lo máximo posible. Curiosamente, a principios de aquel año olímpico, Adriano Galliani manifestaba lo siguiente: «El club ha decidido quedarse con los tres jugadores holandeses (Frank Rijkaard, Ruud Gullit y Marco van Basten) e incorporar a los Yugoslavos Zvonomir Boban, DIjan Savicevic y Darko Pancev. Consideramos a Papin como un gran futbolista, pero nuestros objetivos en el mercado europeo ya han sido concretados».
En su primera campaña como rossonero, el ídolo francés respondió con 13 goles en 22 partidos de Serie A, siendo el máximo anotador del equipo. Sin embargo, la competencia interna y las lesiones limitaron su posterior continuidad. El AC Milan alcanzó la final de la Copa de Europa en Múnich, pero cayó derrotado precisamente ante el Olympique de Marsella, el equipo que había visto crecer a Papin. Su ex club le arrebataba el gran sueño continental.
Aun así, Papin dejó destellos de su clase. El 3 de marzo de 1993, en un partido de fase de grupos en Oporto, firmó una de sus inolvidables voleas. Una «papinade» pura: control aéreo y remate de volea fulminante desde el lado derecho del área, imposible para el portero portugués. Un gol que recordaba inevitablemente al de Van Basten en la final de la Eurocopa 88, y que quedó grabado como una de las joyas de aquella edición europea.
En la temporada 1993-94, su participación decreció aún más. El AC Milan conquistó el Scudetto y también la Copa de Europa en Atenas con un memorable 4-0 al Barcelona, pero Papin apenas tuvo minutos en la máxima competición europea, y además se perdió la final. Aunque levantó la “orejona”, el título llegó con un sabor agridulce para él, al no sentirse protagonista. La normativa UEFA sobre el límite de jugadores extranjeros convocados por partido le dejó fuera en aquel señalado día junto a Brian Laudrup y Florin Raducioiu (Élber abandonó durante la pretemporada el club rossoneri).
Tras dos años en San Siro, con 63 partidos oficiales y 29 goles entre todas las competiciones, Papin puso rumbo a Alemania para probar suerte en el Bayern de Múnich. En Baviera tampoco lograría recuperar la magia de sus días marselleses. Pese a algunos destellos y a nuevas “papinades”, su rendimiento ya no volvería a alcanzar aquel nivel que lo había convertido en mito.
El paso de Jean-Pierre Papin por el AC Milan resume la paradoja de un delantero colosal que llegó como Balón de Oro al club más dominante de la época, y que a pesar de títulos y goles dejó la sensación de haber sido un actor secundario en una película plagada de estrellas. Un mito marsellés atrapado en la maquinaria perfecta del Milan de Fabio Capello, que aun así regaló a los tifosi rossoneri momentos de pura belleza futbolística.
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